Yo nunca he visto a la luna sonreír
Este es un pequeño relato que escribí hace mucho tiempo. Era muy soñadora, debo decir, pero siempre gay xDD
Una vez hace mucho tiempo, una niña paseaba por las montañas cerca de su hogar, al ocultarse el sol, salía a caminar y sentir la fría noche. Era una niña preciosa, con un cabello igual al color de la miel y ojos tan verdes como un bosque, piel blanca parecida a la porcelana y solía pasar el tiempo imaginándose mundos fantasiosos.
Una noche acostada mirando el cielo, se quedó dormida bajo la fría tierra. Soñaba con peces voladores de muchos colores; caminos de árboles que seguían hasta más allá de lo que sus ojos podían ver; lagos con el agua más clara que jamás alguien pudiera imaginarse. Despertó al sentir gotas de agua cayendo sobre su rostro, al abrir sus ojos miró el cielo despejado de nubes, abarrotado de estrellas y con la luna más hermosa que en su vida vería. Sonrió al darse cuenta que aquello no era un sueño, se levantó dispuesta a regresar a su casa cuando escuchó una voz, dulce, tierna y adolorida a la vez, suave como el viento, podía sentir el dolor en el sonido.
La niña se dio vuelta y vio a la luna mirándola atenta y notó las gotas plateadas que corrían por sus mejillas.
Quédate- le suplicaba la luna. La niña la miraba – ¿Por qué? – preguntó.
He visto los sueños más hermosos de mi larga vida en los sueños, quisiera ver un poco más, quédate, por favor – le explicó esa dulce luna.
No puedo quedarme, estoy cansada, debo irme antes de que salga el sol – respondió la niña.
Entiendo, pero quisiera que regresaras y promete que esos increíbles sueños los dejarás para yo mirarlos y tal vez te enseñe algunos míos – le dijo lenta y suavemente. Eran susurros dulces, la niña le dijo con sus ojos entrecerrados por el sueño – prometo… prometo volver.
El sol salió esplendoroso, radiante como nunca, pero la niña solo quería que anocheciera, para ir con la luna y empezar a soñar. Antes de anochecer, ya ella estaba acostada esperando.
Pasaron muchos años, su piel era cada vez más blanca, en sus ojos solo se reflejaba la luna, le había jurado soñar con ella cada noche de su vida, aunque sabía que todo algún día iba a terminar.
Aquella chica se había enamorado de las estrellas, del cielo oscuro y del color plateado de la luna. Una noche, la luna decidió mostrarle un pedazo de su recorrido al mundo de los dioses, yo estuve ahí.
Viajaron a través de muchas galaxias, hasta llegar a una ni muy grande ni muy pequeña, de estrellas verdes, azules y moradas, aterrizaron sobre una gran nube, alrededor se encontraban seis grandes pilares y en cada pilar seis seres muy distintos.
El primero era alto y robusto, tenía el ceño fruncido, estaba sentado y parecía aburrido de estar allí, era el Dios de la arrogancia. A su lado, una mujer delgada, de rasgos finos, delicada a la vista y mirada fría, la Diosa de lo correcto, lo lógico. Le seguía otra dama, su mirada era la más dulce de todas en el salón, de ojos verdes y una sonrisa que detenía corazones, delgada y alta, la Diosa de lo que más quieres, lo que más deseas y no quieres perder. Le seguía el Dios de las sonrisas, era el más antiguo de los Dioses y el que más querían. El Dios del misterio, poseía una gran sabiduría, sabía lo que tú no, tenía todas las respuestas, solía ser buscado por soñadores, los cuales solo podían hacerle una pregunta. Y el último Dios, el de los sueños, joven e imaginativo.
La chica seguía asombrada mirando lo que había sucedido muchísimos años atrás. En ese recuerdo, la luna poseía un cuerpo, se encontraba en medio del salón. Los demás dioses se esfumaron y solo quedo la Diosa de ojos verdes, podía notar lágrimas en sus ojos; la luna del recuerdo cayó de rodillas frente a la Diosa y un haz de luz hizo que se desvaneciera, como estrella fugaz cayó al universo y desapareció. Los demás dioses aparecieron, abrazaron a la Diosa, se respiraba el dolor, no sabía que pasaba y despertó.
Le costaba respirar y antes de poder siquiera decir algo, la luna habló:
Hace muchos años, ya no recuerdo, me crearon con el propósito de servir a los dioses, yo era una criatura celestial, ayudaba a crear a los seres que habitarían los planetas. Recuerdo que solía pasar muchas horas con ella – su voz suave se entrecortó – la diosa de ojos verdes – continuó mirando fijamente a la chica – ella me quería, yo la amaba, pero nunca debes enamorarte de un Dios, era una regla; su amor hizo que me convirtiera en polvo – esta vez mirando el cielo – estuve vagando muchos años y ahora mira lo que soy, no puedo soñar y tú – volviendo a mirarla – me enseñaste a hacerlo, otra vez; aun no la olvido, no podría hacerlo.
El amor puro no se desvanece jamás, solo causa un gran dolor – le dijo la chica a la luna – sé por qué te fijaste en mí – mirándola fijamente – te recuerdo a ella.
Era cierto, sus rostros eran muy parecidos, al igual que sus almas.
-Querías saber si mis sueños le pertenecían – prosiguió la chica - ¿Has visto mis ojos?
La joven luna se acercó lentamente a ella y le preguntó - ¿Qué es lo que más deseas?
No debiste encontrarme – dijo la chica mientras empezaban a rodar lágrimas – nos volverán a separar y volveremos a sufrir – la luna sin dudar plantó un beso en los labios de la diosa, el primer beso, el más especial, ese que debe ser recordado por toda la eternidad. Se abrazaron mientras la luna se desvanecía.
Tú siempre serás lo que más deseo – dijo sollozando la diosa.
Yo siempre te voy a amar – alcanzó a decir la luna antes de desaparecer por completo.
Comenzó a llover y la diosa miraba el cielo, sus ojos verdes reflejaban ese sentimiento, el amor primero, el que debe ser recordado durante muchas vidas y así sería.
La joven diosa pasó cada día de su vida hasta el final, mirando el cielo, cada estrella fugaz era un beso de su amada luna y el último día juró buscarla, más allá de esa vida, iban a encontrarse una vez más.
Una vez hace mucho tiempo, una chica de ojos grises y cabello negro, se enamoró de los ojos verdes más hermosos que haya visto, eso que más deseaba, no pudieron evitar sonreír, sí, fue la primera que se vio a la luna sonreír.
Fin.