Yo no soy gay, de ninguna manera (08)

Conocí a un profesor de sexualidad.

Yo no soy gay, de ninguna manera (08)

Por lindo culo 04

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Al final decidí que para profundizar en mi investigación sobre la homosexualidad masculina, lo mejor iba a ser obtener el título de sexólogo. No es que me haya puesto a estudiar con ese objetivo, fue más bien por una afortunada casualidad, cuando tuve la ocasión de conocer a Juan Manuel, que ya era sexólogo.

Lo conocí en una bulliciosa fiesta de casamiento a la que concurrimos por separado. Un tipo agradable y simpático, de cabellos sueltos y aspecto formal, el tipo de personas que me gusta a mí. Estaba sentado a mi derecha en la mesa, y me contó que era sexólogo, lo cual me pareció muy interesante. Ya que yo estaba considerando es posibilidad para profundizar mis estudios. También me pareció bastante curioso que se le notara una erección bajo el pantalón. Pero no me pareció que tuviera inclinaciones gay.

"Ah, sí, es mi problema", confesó, "demasiada producción de semen". "Es por una ingestión excesiva de guaraná, gingseng y algunas hierbas experimentales. Ahora voy a tener que soportar esta erección hasta que encuentre un momento, después de comer, y pueda hacerme unas pajas."

Realmente me apenó su inconveniente. Y le pregunté si podía hacer algo por él. Le brillaron los ojos. "Vaya por el corredor. La segunda puerta, por la derecha, es un baño. Enseguida lo sigo." No me hizo repetirlo.

Efectivamente, la segunda puerta era un baño individual, muy limpio y prolijito. Me sentí en un ambiente protegido, y eso me tranquilizó.

Juan Manuel entró un minuto después. Su erección, al estar de pié, se veía muy prominente. Tenía una gran curiosidad por saber de qué manera podría ayudarle. Pero me sentía contento y confiado, al fin de cuentas estábamos entre caballeros.

"Sentate ahí", me dijo, señalando el inodoro. Y al par que liberaba su erección del encierro del pantalón, me la acercó a la cara. Antes había cerrado la puerta. La fragancia sexual de su miembro era algo fuera de lo usual. "Ahora chupá, chupámela con todas tus ganas. Envolvémela con la lengua, dale besos y más besos, lamela" Y agarrandome por las mejillas, me enterró el paquete, casi completamente erecto, en la boca. Y yo hice mi parte con la mejor buena voluntad, es decir con bastante entusiasmo. Degusté su nabo con gustosos lambetones e, inesperadamente, sentí su semen fluyendo dentro de mi boca. Me sorprendió la rapidez de su acabada. "Es que tengo, como te dije, mucha producción de semen,

y este estaba listo, al borde del derrame" dijo sacándomela de la boca. Me quedó la boca embadurnada con su semen, también por dentro.

Con su media erección, el nabo de mi amigo no tendría más de un par de centímetros de grosor, y nueve o diez centímetros de largo. "Recién comenzamos. Bajate los pantalones y no tengas miedo." No lo tuve, si iba a tener que alojar esa polla en mi ano, su tamaño no era nada intimidante.

El canutito de carne se acomodo fácilmente en mi pequeño canalito. El asunto no tenía demasiado interés, pero era una gentileza, de mi parte, así que me resigné a que mi amigo sacara su pequeña dosis de placer.

Pero, a medida que su sus vaivenes iban y venían, el tamaño de su polla iba creciendo en grosor y longitud. Mi ojete iba acompañando, y la cosa se iba poniendo más interesante.

Cuando mi amigo iba avanzando, su nabo iba adquiriendo una plenitud inusitada. Y empecé a gozar, pero lamentablemente, Juan Manuel alcanzó su cúspide, y enterrándoseme hasta el fondo, depositó su descarga, dejándome a mitad de camino.

Cuando volvimos a la mesa, sentía caer la leche por mi agujerito, y había quedado bastante cachondo. Aunque eso, desde luego no había sido la intención.

Juan estaba muy aliviado. Y mientras comíamos, me contó que podía darme un certíficado de estudios como sexólogo, de su instituto. No podía creer en mi buena suerte.

"Dentro de un rato tendremos que volver al baño", dijo, para mi alegría. "Al terminar la hora y media, tendré que descargarme nuevamente." No podía creer en mi buena suerte.

La comida era deliciosa, pero mi otra boca estaba más ansiosa de comida que la de arriba.

Finalmente, mi amigo se encaminó hacia el baño. Lo seguí ansiosamente.

Cerramos la puerta y me bajé los pantalones. El nabo de mi amigo estaba listo y absolutamente enhiesto.

"Es que a medida que me voy echando polvos, la poronga se me va poniendo a punto", dijo Juan Manuel, enfilándomela entre las nalgas. Todavía la primera rociada de semen continuaba húmeda, de modo que mi hambre anal fue rápidamente colmada.

Dí un gran suspiro de satisfacción y alivio, a medida que el gran pedazo se hundía en mis intimidades. "Es verdaderamente notable", pensé, "qué grado de simpatía sentimos por algunas personas, aunque recién acabemos de conocerlas."

De modo que mi proceso siguió adelante desde donde lo había dejado. Mi vecino de mesa me había dejado a mitad de camino, luego de completar su segundo orgasmo. Pero ahora me aprestaba para recibir una buena garchada. Así que levanté mis pompis para que mi amigo se enseñoreara de ellas, y comencé a gozar como loco. Siempre dentro del contexto de mi aprendizaje didáctico y de mi buena voluntad de ayuda.

Tardé menos de quince minutos en alcanzar un sensacional orgasmo. Y Juan Manuel seguía adelante transitando mi culo. La baba me caía por un costado de la boca, y los empellones de mi amigo en la totalidad de mi ojete, me desencajaron la mirada mientras gemía. Cuando mi culeador comenzó a descargarse, a mi se me pusieron los ojos en blanco y alcancé mi segunda acabada.

Volvimos a la fiesta. Tenía el culo maravillosamente abierto y chorreante.

A la hora y media, Juan Manuel me precedió nuevamente al baño. Le hice una hermosa mamada, me tragué su copiosa emisión de leche, y me dejé culear nuevamente. Mi amigo parecía bastante saciado después de tantas descargas que me había donado. Pero yo insistí en irme a su casa con él. La verdad es que, involuntariamente, me había prendado y quería pasar la noche en su cama, mamándosela o dejándome culear.

Por la mañana, luego del desayuno, mi amigo me imprimió el certíficado de terapeuta sexual. Y me explicó como desempeñarme. "Es un alivio tenerte a mano" me dijo, mientras me entroncaba nuevamente.

"Cuando quieras", le dije, mientras mis ojos se iban poniendo turbios nuevamente. Realmente este amigo había sido toda una adquisición. Y ahora, gracias a él, tenía mi título legal, para ejercer mis investigaciones.

No hay como el estudio.

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