Yo no soy gay, de ninguna manera (06)

Yo soy un feligrés católico muy devoto. Y voy al menos dos o tres veces por semana a confesarme. Como soy un practicante de confianza, los Padres me dejan entrar a su propio cubículo, y allí doy rienda suelta a mi fé...

Yo no soy gay, de ninguna manera (06)

Por lindo culo 04

lindoculo04@yahoo.com.ar

Yo soy muy católico, y no hay semana que no vaya a confesarme dos o tres veces. La última vez fue el martes, de modo que me tocaba confesarme con el Padre Salurcio. Como voy a esa iglesia desde muy chiquito, tenemos cierta confianza y el Padre me hace pasar directamente a su cubículo. Y ahí me arrodillo, entre sus piernas abiertas, y me confieso. Desde que era prácticamente un niño. De modo que cultivamos ciertos hábitos inocentes, propios de la confianza de tantos años.

Ahora ya soy grande y el Padre está muy interesado en mi cruzada pro reeducación de la comunidad gay. Siempre me acaricia la cabeza en señal de afecto. Y yo le cuento. Entretanto el Padre va arremangándose la sotana. Es un pequeño alivio que se permite, para evitar el calor. En ese momento asciende una vaharada de olor a polla, un poco mareante, por el encierro de tantas horas. Y por el hueco del calzoncillo emerge su polla enhiesta. Cuando el Padre Salurcio considera que ha escuchado lo suficiente, entonces guía mi cabeza hasta embocar mi boca y en tanto me la sigue acariciando, me va dando sus impresiones sobre mi cruzada moral. Entretanto me va moviendo la cabeza arriba y abajo, mientras yo uso la lengua. Es un viejo hábito para ambos, que me resulta muy grato, no te imaginas cuanto. Además, el olor de la polla del padre era un momento excelso de nuestra amistad. Especialmente cuando está por iniciar su descarga. El Padre comprende perfectamente mi problemática con los gays. Él se va tomando su tiempo, mientras me dice "succiona, hijo, succiona". Y yo, atento a su pedido, succiono con entusiasmo, con la boca llena por el enorme glande del religioso. Hasta que comienza su abundante descarga. A veces, en ese momento me corro en los pantalones, y eso que no soy gay, ni tampoco el Padre. Pero está rico. Así que me cuesta abandonar su sabroso pedazote, mientras mi confesor me da sus últimos consejos para mi cruzada.

Y a cada confesión, mi fe católica se incrementa más y más.

El padre suele terminar la confesión santiguándome, esto es haciendo la señal de la cruz con los últimos chorros sobre mi rostro. A veces, después de esa bendición, me brinda otra, pero esta vez me tapa la cabeza con la sotana porque hay algún feligrés en la cabina de al lado, y el padre es muy pudoroso en esos casos. Así que me hace mamársela con mi cabeza cubierta por la sotana. Como te imaginarás, el olor sube a niveles alucinatorios, y su segunda acabada me deja medio tarumba, y un poco borracho. Pero me voy con el alma henchida de satisfacción, y muy bien nutrido.

Los viernes me toca el Padre Gonzalo. Y cuando digo que "me toca", estoy hablando literalmente. No te imaginas las tocadas que me da el Padre Gonzalo. También me hace pasar al cubículo del confesionario, pero prefiere mantenerme de pié o sentarme en su falda. Esta vez, usando su muy mayor estatura, me recostó de espaldas a su cuerpo. "Hoy vamos a jugar a que yo toco la guitarra", me anunció. Y levantándome el brazo izquierdo, como si fuera el de una guitarra, con el brazo derecho comenzó con el "rasgueo", sin sacarme los pantalones. Es decir, comenzó a frotar sus dedos contra mi polla, cual si estuviera tocando una guitarra. El Padre Gonzalo es muy hábil haciendo esto. No usa las uñas, sino las yemas. Comienza con unos "rasgueos" lentos y suaves, que pronto endurecen mi polla. Mientras, yo voy haciendo mi confesión, para luego pasar a contarle mis reflexiones sobre la cruzada para ayudar a los gays. A medida que mi polla va respondiendo, los dedos del Padre "pellizcaban las cuerdas", pasando luego a un "rasgueo" cada vez más apresurado, que iba arrancando jadeos en respuesta a sus tocamientos. Claro que, a medida que mi respiración se disparaba, mi parlamento se iba volviendo cada vez más entrecortado. El "rasgueo" se tornaba frenético, y terminaba con unos lentos "pellizcotes a las cuerdas" que me dejaban fuera de combate, con la tela del pantalón totalmente pringosa. Yo quedé completamente laxo, y el Padre premió mi respuesta, dándome algunos besos en la boca. Pero recién empezábamos.

Apenas me repuse más o menos, el Padre me puso en pié, y con su mano izquierda comenzó a soliviantarme el culo. "Qué lindo que lo tienes, hijo mío". Su gran mano iba tocándome el culo, de formas progresivamente más excitantes. Pasó de las rotaciones a las más intensas manoseadas, en forma de caricias. Ante tanta devoción de sus manos, el Espíritu Santo se fue haciendo cargo del asunto, produciendo una nueva erección de mi polla. Nuevos suspiros de mi parte, agradeciendo al espíritu divino. Cuando con su otra mano comenzó a apretarme la polla, sentí que la gracia de Dios estaba haciendo presa de mí. Así que el santo Padre, desabrochándome la bragueta, liberó mi polla de su encierro, pasando al contacto piel a piel con sus dedos, produciéndome deliciosas sensaciones. "No todo es conocer la Biblia", pensé, apreciando la sabiduría de sus dedos. El Padre Gonzalo estuvo de acuerdo conmigo en la importancia de mi cruzada para regenerar a los gays. "Esa pobre gente merece nuestra consideración", coincidió conmigo, mientras sus dedos iban corriendo la piel de mi nabo, adelante y atrás, una y otra vez en una paja cada vez más decidida. Al llegar a este punto mi mente fue abandonando su discurso, a favor de ideas algo más incoherentes y dispersas, mientras los chorros saltaban de mi polla feliz.

Quedé medio vacilante y mareado, pero agradecido al Señor. Yo temí que todo hubiera terminado, pero afortunadamente no fue así. Mi confesor terminó de aflojarme los pantalones, y una vez caídos, me los sacó, junto con los calzoncillos, dejándome con el culo al aire. "Hermoso culo, hijo mío" volvió a ratificar el santo Padre, palpándomelo, al tiempo que pelaba su propia polla enhiesta, hendiendo el aire.

Sabiendo yo las tendencias heterosexuales de mi confesor, cuando sentí su boca abierta y caliente recorriendo mis nalgas, agradecí al Señor nuevamente por su bondad y me entregué a sus manos. El Padre Gonzalo, como su representante mostraba saber muy bien lo que hacía.

Cuando me lubricó el interior de mis glúteos con su gustosa lengua, metió uno de sus dedos ya sabes donde. Y con más saliva fue lubricando todo el camino. Habíamos pasado muchas veces por esta experiencia, ya que él deseaba familiarizarme con las actitudes gays. Así que pronto vino el segundo dedo, llegando ambos con facilidad hasta el fondo. La bondad de mi confesor lo llevó a entretenerme un largo rato con ese juego de mete y saca. Los suspiros comenzaron a salir agradecidos. Y cuando empezaron las rotaciones dentro de mi ano, algo cedió en mí, e inesperadamente el surtidor de mi polla rindió su tributo al placer devocional.

Y entonces, viendo y sintiendo mi aquiescencia, el bondadoso Padre puso su gran tranca en la entrada de mi agujerito. Al escuchar mi suave quejido, el Padre Gonzalo me fue enterrando su glorioso pedazo hasta tenerme el ano completamente ensanchado y goloso.

Prácticamente desde el principio me puse bizco, como solía ocurrirme cuando lo sentía a mi confesor llegarme hasta el fondo. Luego dejé que las cosas siguieran su curso. El Padre Gonzalo se tomaba su tiempo, para disfrutar bien mi culo. "Qué bueno que lo tienes, hijo mío" decía aferrándome por las caderas mientras se hundía en mis redondeados glúteos. Ni sé cuando el Padre se quitó la ropa, porque no estaba en condiciones de prestar atención a los detalles. Pero "el detalle" de mi confesor se movía cada vez con más ganas, y cuando la visión se me puso turbia, supe que el Señor había accedido a mis ruegos, haciéndome sentir su Gloria con total plenitud. Lo que sentí fue ratificado inmediatamente, cuando su representante hundió su Gran Don hasta el fondo de mis profundidades y una vez allí me fue inyectando su bendito líquido con intensas pulsiones que me llenaron de bendiciones. Y también de semen, claro.

El Padre Gonzalo me mantuvo ensartado un buen rato más, "es que me da pena abandonar ese culo tan bonito que tienes, hijo mío."

Cuando terminamos quedé algo maltrecho, pero lleno de gratitud cristiana. El Señor me estaba ayudando en mi cruzada para curar a los gays, al menos a algunos.

Los caminos del Señor son misteriosos. Pero Él me los está haciendo conocer uno por uno.

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