Yo no puedo ser solo tu amiga
... y en mi camino esa maldita piedra...
Mientras miraba como se acercaba el coche, no podía dejar de pensar en la reacción que íbamos a tener, tanto ella como yo. Lo de marcharme así, el comportamiento que estaba teniendo ella, el mío
Sabía que lo nuestro no acabaría bien, sabía que el daño que nos habíamos hecho no tenía fácil arreglo. Pero los sentimientos y la cabeza seguían ahí, y hay cosas que no se pueden evitar. Ya no estaba enfadada, decidí tomarme las cosas con calma y aceptar lo que viniera. Seamos francos, a quien no le gusta tener buen sexo con un ex? Aunque eso a veces traiga malas consecuencias para tu estabilidad.
Así somos, lo que no debemos hacer, es lo que estamos deseando.
Abrí la puerta y nos miramos. Era una mezcla entre vergüenza, enfado y algo de brillo especial. Difícil de describir todo lo que recorrió mi cuerpo ante su presencia.
Entró sin decir nada y se dirigió al lugar de la casa donde se propiciaban la mayor parte de nuestros encuentros, mi salón, mi sofá, en el que apenas pasaba tiempo desde que pasó todo esto. Verla allí sentada me hizo olvidarme por un momento todo lo que había pasado entre nosotras. Le ofrecí café y ella aceptó.
No éramos capaces de hablar sobre nada importante, solo hacíamos referencia a cosas triviales sin dejar de mirarnos a los ojos. Cada vez estábamos mas cerca la una de la otra, era como una fuerza que nos arrastraba hacia el final deseado, aunque no esperado. Resulta difícil meter a dos personas que se atraen en una misma habitación y esperar tranquilamente a que no pase nada.
Quien empezó a besar a quien era lo de menos. No era un beso de amor ni lento, era un beso desesperado y pasional. Una búsqueda de la lengua de la otra sin descanso alguno. Una y otra vez saboreé sus labios, mordiéndolos sin demasiada fuerza y sintiendo lo mismo en los míos. Su lengua se paseaba una y otra vez por mis dientes y, de vez en cuando, entraba en lucha con la mía propia. Sentí sus manos en mi espalda, bajo la camiseta, arañando la piel desnuda.
Y la campana me salvó. El teléfono empezó a sonar y pusimos fin a aquel terriblemente excitante momento y pude, al menos durante unos instantes, analizar aquella situación a la que no puedo (o no debo) calificar. Mientras hablaba con mi interlocutor telefónico, no dejaba de observar todas y cada una de sus reacciones, sus miradas, sus gestos. Quería, necesitaba saber que tenía esa mujer en la cabeza y que lugar ocupaba yo en todo eso. Era un polvo más o una nueva oportunidad que nos brindábamos? Lo de la oportunidad no me sonaba demasiado convincente
Me miraba de reojo y no paraba de moverse. Cogía la taza de café y bebía sorbos pequeños. Volvía a mirarme, se miraba las manos, se tocaba el pelo estaba nerviosa. Llegué a pensar que en cualquier momento saldría corriendo, y era algo que yo prefería porque sería un poco raro salir corriendo yo de mi propia casa.
La tregua acabó y volvimos a mirarnos sin saber muy bien que hacer. No sabía si pedirle que se fuera o abalanzarme sobre ella y acabar lo que habíamos comenzado. Ambas estábamos a la espera de que alguna diera el primer paso hacia uno u otro lado. Una de estas situaciones en las que no se sabe que es lo correcto o que no lo es. Lo que si tenía claro es que, por una vez, no iba a ser yo la que abriera la boca. El silencio ya era bastante incómodo y las miradas cada vez mas intensas y desesperadas. Entonces se levantó. Se puso de pie y me dijo que se iba y yo no pude evitar que un suspiro de alivio se escapara de mi boca.
Nos dirigimos a la puerta y una vez allí nos miramos una vez más. Cuando iba a abrir la puerta me cogió la mano y acercó sus dulces labios a los míos y me besó de nuevo, con suavidad y lentitud estudiada para hacer que mi cuerpo respondiera casi sin querer a ese estímulo. Es lo que pasa cuando estas enamorada, aunque sea de la persona equivocada.
Enzarzadas en esa lucha estúpida que mantienen los amantes encendidos la dirigí hacia mi habitación y ambas caímos en la cama forcejeando para ver quien le sacaba la ropa antes a quien. Ambas perdimos, porque esa lucha solo nos llevaba hacia una derrota anunciada con antemano.
Desnudas y calientes nos besamos, nos acariciamos. Ella me lamía los pezones lascivamente y yo le mordía el cuello buscando su dolor e intentando dejar una huella. Sus uñas hacían surcos rojos en mi piel, sin llegar a sangrar y mi mano consiguió llegar a su pubis y arrancarle un gemido desesperado, tanto como nosotras dos. La penetré con dos dedos, estaba muy húmeda. Ella sentada sobre mí, haciendo movimientos que se me antojaban un baile provocador. Un dedo más. El sudor rodaba por todo mi cuerpo y el suyo haciendo que la excitación se multiplicase por momentos. Lo que salía de nuestras bocas no eran gemidos, si no gritos. Mi mano estaba totalmente empapada de sus flujos y noté en mis dedos como se contraía todo su interior. Acerqué mi otra mano y comencé a acariciarle el clítoris, que estaba increíblemente hinchado. Y clavándome las uñas en la espalda se corrió.
Se tumbó a mi lado besándome y bajó su mano para cumplir con su deber de amante. Yo estaba sumamente excitada y poco me hacía falta para llegar al orgasmo, pero al levantar la vista y sentirme observada por ella fui consciente de lo que estaba ocurriendo allí. La mujer que me estaba acariciando era mi verdugo. ¿Realmente quería eso? ¿Qué es lo que estaba pasando?
Agarré su mano y la aparte. Me incorporé cogí su ropa y se la di. Y le pedí que se marchara. Me miró de manera triste, como perdida. Se puso su ropa y yo la dejé sola en la habitación. Cogí un cigarrillo intentando que mi dolor se fuera con el humo, pero no resultaba. Asomó su cabeza e intentó decir algo, pero no salían palabras de su boca. Con un gesto se despidió y yo no me molesté en acompañarla, ni siquiera en despedirme. Me sentía muy mal.
Media hora después recibí un mensaje en mi móvil. Era ella diciéndome que no estaba segura de nada, que se sentía rara y que era mejor que pusiéramos cierta distancia entre nosotras, que quizás algún día llegaríamos a ser amigas.
Mi única respuesta fue "Yo no puedo ser solo tu amiga", y era cierto.
No lloré, no grité, solo fumaba y trataba de dejar la mente en blanco tratando de descifrar que clase de destino tendría mi vida a partir de ahora. ¿Seguirá ella en mi vida? ¿Me afectará esto en mis futuras relaciones? ¿Cómo pude no reaccionar antes? ¿Cuándo dejaré de amarla así?
Y sentí miedo. Miedo de no volver a verla y miedo de verla de nuevo. Miedo de perderla y miedo de seguirla teniendo en esas condiciones.
Y en mi cabeza seguía esa maldita frase y en mi camino esa maldita piedra