Yo los pongo a comerme el coño... (2)
Guillermo era un cincuentón demasiado seguro de si mismo, para mi gusto. Hasta que se encontró conmigo...
Yo los pongo a comerme el coño... (2) por Mujer Dominante 4
No es que no me guste follar, pero lo que más me gusta es hacerme chupar el coño. Con los maduros es con los que más me gusta. Por ejemplo Guillermo, que ya ha pasado los cincuenta y el pelo le ralea un poco.
Cuando lo vi a Guillermo con su esposa e hijas, me sentí atraída de inmediato. Bien vestido, con el aspecto de un ejecutivo exitoso, y ese aire de dignidad señorial, de hombre que sabe lo que quiere. Así como lo vi, comencé a coquetearle. Mi mayor don, para un hombre como él, es sin duda mi edad, mis veintitrés añitos tan lozanos y sexys. Así que enseguida conseguí llamar su atención, procurando disimular su interés ante su familia.
Crucé el salón hacia ellos, contoneando mi grácil siluetita, toda sonrisas y simpatía. Su mujer ni lo sospechó, pero al ver la cara del hombre supe que el chivo ya estaba en el lazo.
La mujer parecía segura de su posición en el mundo, se dirigió a mí de un modo un poco altanero, "¿dónde está la peluquería para las niñas, jovencita?"
"Sígame señora, le mostraré el camino. Enseguida vuelvo y lo atiendo a usted, caballero." Y me puse en camino con las mujeres detrás. El caballero se había quedado mirándome ir. Creo que mi indicación para que aguardara mi retorno había estado muy bien dada, un mensaje impersonal para todos, salvo para él. Una rápida mirada a sus ojos le dio a entender que acaso valiera la pena esperar. Así soy yo, pocas palabras, pocos gestos, pero oportunos, como la cuña que puede hacer que una roca se desmorone.
El salón de peluquería estaba, como todo en ese centro, radiante de iluminación y lujo. Saqué un par de números para las niñas y las dejé con su madre, esperando el turno. Tenían para rato.
El "caballero" me estaba esperando, sentado en uno de los enormes sofás de cuero en la recepción. Mejor, así podría engolosinarlo con mis piernas. Me senté en el sofá de enfrente, y crucé las piernas con cierto despliegue, de modo de mostrarle una generosa porción de muslos. Y con mi más amplia sonrisa le pregunté que podía hacer por él. La mirada que me echó no dejó ninguna duda acerca de lo que le gustaría que hiciera por él.
"Podría aceptar tomar un café conmigo..."
"¡Yo encantada! Pero ¿su señora no se molestará?"
"¿Para cuanto tiene en la peluquería?"
"Mínimo una hora y media..." le sostuve la mirada y la sonrisa, "quizás dos o más..."
"Entonces podríamos hacer algo más que tomar un café..." El hombre no se quedaba corto.
Como al descuido dejé un par de centímetros más de muslos al aire. "¿Y qué podría ser ese algo más...?" Sabía que mis ojos brillaban de excitación.
"Podríamos encerrarnos en una habitación, los dos solitos..."
"¿Por toda una hora y media...?"
"O dos horas, quizás más"
Mi faldita había seguido deslizándose por sí sola. Fingí considerar su propuesta durante algunos momentos. El tipo estaba como loco de excitación.
"Hmm..., no, no podría ser, lamentablemente."
"¿Algún problema?" Se lo veía decidido a arrasar con cualquier problema.
"No con usted, caballero. El problema es que tendría que cerrar mi stand durante todo ese tiempo, y no estaría vendiendo..." Ahora sólo era cuestión de dejar que sacara las conclusiones correctas...
Las sacó. Rápido como el rayo me preguntó:
"Y si yo le cubriera sus ganancias..."
Fingí nuevamente vacilar. "Es que no sé si podría... en una hora y media, en esta hora pico yo puedo ganar..." Y le dije una exorbitancia. Como para probarlo y acentuar mi dominio. Se quedó con la boca abierta, no se esperaba esa suma. Pero estaba acorralado, y ya no podía volverse atrás. Sacó su chequera. "En efectivo" le dije, despiadada. Total el tipo podía. Y hacerlo pagar me resultaba muy excitante.
Su orgullo era más fuerte que él, sacó de su billetera el dinero y me lo dio. Aunque eso iba un poco en contra de su orgullo, ya que la que estaba poniendo condiciones era yo. Pero su orgullo lo obligaba a pagar. Me encantaba el madurito, ya vería luego donde le terminaría metiendo ese orgullo.
Cuando le sonreí mientras guardaba su pago, el cruce de nuestras miradas no dejaba dudas acerca de quien era la que estaba al mando. Pero el pobre señor todavía intentaba engañarse, a favor de su dignidad. Mejor.
Dejé que me conduciera hasta una habitación de los alojamientos transitorios de shopping. Y en el camino, seguí sonriéndole, aunque mi altanería postural seguía indicando el camino de nuestra relación. El pobre no estaba tan erguido como yo. Ni tan suelto. Sin duda sentía que había algo que no estaba en su lugar en esta "conquista" que estaba haciendo, pero lo sentía de un modo confuso, sin llegar a hacerlo conciente.
Mis pechitos son preciosos, ni muy grandes ni muy chicos. Y mi cola es, por decirlo de alguna manera, pícara. Un lindo conjunto, sexy y con gracia. Pero la suavidad nacarada de mi piel reviste el conjunto de un modo suntuoso, un lujo erótico mi piel. Comprenderás por qué me muevo con tanta desenvoltura, me gusta lucirme.
Así que con mi donaire diecisieteañero di un saltito y me senté en el centro de la gran cama, mirándole de un modo expectante. No tuve que esperar mucho, el tipo se quitó el saco y se lanzó hacia mí, como quien se zambulle. Dí un salto hacia atrás, con aire escandalizado.
"¡Pe-pero ¿qué hace, caballero?! ¿¿¿Por quién me ha tomado???" El tipo se quedó paralizado por el desconcierto, no se esperaba esto.
"N-no entiendo cua-cual es el problema..."
"Yo creí que habíamos venido a este lugar a charlar tranquilos durante una hora y media o dos. La verdad es que me sentí muy halagada de que un caballero de su edad encontrara interesante charlar conmigo... ¡Pero era todo un engaño!" Al tipo se le cayó la mandíbula.
"Y-yo creí que habías entendido que..."
"¿Qué cosa, sexo? ¡Claro que entendí que podía tratarse de eso! ¡Pero yo esperaba más delicadeza!" dije, descruzando las piernas.
"¿Delicadeza...?"
"¡Claro, un poco de conversación, un poco de mimos...!" El hombre, aliviado, reaccionó inmediatamente, viniendo a mi lado. "Mimos, eh" dijo dándome un beso en la mejilla, cerca del cuello. No estuvo mal el beso, pero esa no era la idea.
"No, mimos ahí, no..."
"¿Ahí no?" repitió el hombre, "¿y dónde querés los mimos...?"
"Ahí", señalé la unión de mis piernas con un dedito. Mis muslitos lucían arrebatadores. Guillermo no tuvo vacilaciones, y bajando su cabeza comenzó a besarlos en las cercanías de mi coñito. Yo junté un poco los muslitos, como si, pudorosamente, quisiera evitar que llegara a mi intimidad. Él continuó besándomelos con muchas ganas y ternura. Al fin conseguía hincar el diente en algo, el pobre. A mí, todo esto me resultaba muy divertido, y bastante cachondo, claro. Y lo expresaba con gemiditos, como para alentarlo.
Los jadeos, en cambio, corrían por cuenta suya. Como yo retorcía mi cuerpito, le costaba mantener su lengua en mis muslos. Linda lengua, la del viejito. Y empeñada en llegar al centro de mi sexualidad. Claro que, entretanto, mis aromas vaginales, tan próximos a su nariz, lo estaban volviendo loco. Y el hombre renovaba sus empeños. Con tantos esquives de mi coñito, se le había volado de la cabeza toda idea que no fuera alcanzarlo y comérmelo. Yo sé como manejar a los hombres.
Por mi coñito ha pasado todo tipo de hombres, desde muchachitos hasta hombres hechos y derechos. Incluso un par de niños. Es cuestión de darse maña, y lograr que se les meta la idea en la cabeza. Después es todo coser y cantar.
Con las mujeres también es sólo cuestión de proponérselo. Las mujeres también se someten fácilmente. Yo suelo usar argumentos feministas, que esa maldita dominación masculina y demás pavadas.
Pero a los que más me gusta someter es a los hombres. Quizá porque son más poderosos, ya sea en dinero o en musculatura. Así que me ensaño más con ellos.
A este le bajé los humos sin muchos problemas, como viste. Bueno, junto con los humos le bajé la boca. Pero es la misma cosa.
Al final simulé rendirme y le dejé hundir su boca en mi conchita. Se la sostuve por la nuca con mis manos y lo tuve chupándome por cinco orgasmos, totalmente sometido. Los dos últimos orgasmos los tuve, haciéndole pequeñas frotaciones entre la boca y la nariz.
Luego le solté la cabeza y pasando una de mis piernas sobre ella, lo dejé boca abajo. Ni había llegado a sacar la polla el pobre. Pero cuando lo di vuelta boca arriba, vi que se había corrido en los pantalones.
De un saltito alcancé el piso. Me incliné, mirándolo a sus ojos vidriosos por el orgasmo y turbios por sus sentimientos, y le dije: "Así me gusta que me traten, con delicadeza..."
Y salí de la habitación, dejándolo rendido y confuso, llevando conmigo su dinero por "mi tiempo perdido".
Otro día te contaré como aprendí a manejar a mi abuelo, años atrás. Seguramente habrá de resultarte algo un poco perverso. Pero todos somos un poco perversos, ¿no?
Me encantaría recibir tu comentario. Escríbeme a mujerdominante4@hotmail.com .
Algunos lectores me envían sus cuentos. Invariablemente los remito al taller virtual de Bajos Instintos 4, de quien he aprendido tanto. Si te interesa aprender, escríbele a bajosinstintos4@hotmail.com . ¡Hasta la próxima!