Yo los pongo a comerme el coño... (1)
Yo soy bastante perversa. Seduzco a los muchachos sin piedad alguna. Y luego los pongo a comerme el coño. Como a este muchacho Néstor, que acababa de conocer...
Yo los pongo a comerme el coño... (1) por Mujer Dominante 4
A mí, lo que me interesaba era tenerlo chupándome el coño. Por eso le sonreí simpáticamente cuando nos miramos, en el boliche. Por eso agité mi grácil siluetita ondulándola al compás de la música, para que me sacara a bailar. Por eso le aplasté la pinga con mi muslo, a través del pantalón, poniéndosela dura en seguida.
Yo soy un poco perversa, en verdad. Y cuando veo un lindo muchacho, de aspecto tímido, no puedo resistir la tentación de someterlo. Si tiene novia, mejor.
Así que mientras me apretaba sensualmente contra su cuerpo, le pregunté si tenía novia. No se lo esperaba, y aprovechando su vacilación, mientras le seguía frotando la tranca con el muslo, se lo sonsaqué. Y logré que me confesara que la quería mucho. La cosa iba de parabienes, estas son mis víctimas favoritas.
Así que le pasé ambos brazos desnudos por el cuello, porque se que esto los ablanda. Bueno, también los endurece, pero por eso mismo los ablanda. La piel de mis brazos es muy tersa y perfumada. Y una vez que le envuelvo la cabeza con ellos, no tienen escapatoria.
Mientras tanto también lo iba envolviendo con mi charla de niña tonta. Alternaba los tonitos mimosos con los gimoteantes y con los caprichosos. De modo el pobre no sabía para donde agarrar. Es mi fórmula "anti-inteligencias", que desarma las capacidades de análisis de la víctima, por lo cambiante de mis actitudes. Eso, más la frotada de tranca, más la envoltura de cabeza, más mi sensual cuerpo ondulante, los va poniendo cada vez más cerca de mis pies. Es un modo de decir, porque cuando los tengo a mis pies, los separo y les voy bajando la concha sobre la cara, una vez que se han quedado sin resistencia. Pero dejemos las metáforas y no nos adelantemos. Porque ya es bastante rápida mi técnica de doblegadp, como para adelantarnos también en la narración.
Y voy intercalando pequeñas procacidades en mi charla, como sembrando pequeñas ideas en su mente. Eso, en medio de la charla caprichosa y tonta, baja las defensas del candidato. Y este era el candidato perfecto.
Estuvimos alrededor de una hora en eso. Y ya lo tenía con la lengua afuera, y bien empaquetado. Cuando nos sentamos para tomar algo, seguí demoliéndolo implacablemente. Porque si quería ponerlo de rodillas debía aventar todo resto de inteligencia consciente en el tipo.
Así que le dejo ver una apetitosa porción de mis soberbios muslos, justo hasta donde llega la faldita, que apenas tapa mis intimidades. Y cuando me cruzo y me descruzo las piernas, busco atraer su mirada hacia mi centro, con toda deliberación.
Le doy una mezcla contradictoria de miraditas dominantes y charla ingenua, de miradas tontas y frasecitas procaces que se le van clavando como aguijones, por su brevedad.
"Sí, Néstor, a mi lo que más me gusta son los muchachos decentes y las lenguas indecentes." "Un hombre que venga con una intención seria y que me la haga sentir hasta el fondo" "Yo soy una chica muy celosa, porque me gusta tener a mi hombre bien apretado contra mi intimidad..." Como todo esto iba intercalado con una envolvente charlita intrascendente, el pobre muchacho no sabía muy bien que entender, si las cosas que mis palabras insinuaban no eran otra cosa que imaginaciones suyas, ajenas a mis intenciones, o si yo sabía verdaderamente lo que estaba diciendo y sugiriendo con mis ambigüedades, pero su subconsciente iba acusando recibo. Las personas están más o menos preparadas para una charla coherente, pero cuando una aplica mis técnicas de desconcierto y superseducción, no tienen defensas ni saben como analizarme.
Que es lo que yo quiero: tenerlos completamente desconcertados y tan llenos de deseos que ya no pueden razonar nada.
Además yo mezclo los rozones, los olores, las refregadas, los tonos de voz cambiantes, y mi cara, que todo el tiempo parece estar diciendo "volvete loco por mí".
Y este se había vuelto loco por mí, listo para que lo llevara hasta donde yo quisiera. Yo hice estudios para llegar a este dominio de las situaciones, para tener este manejo del erotismo. Libros, cursos, talleres, una persistente reflexión para asimilar estos datos y conjugarlos con la práctica, abundante práctica, y la intuición de mujer, que siempre tiene algo de perversa. Aunque yo creo que todos tenemos algo de perversos. Y soy una especialista en encontrar ese lado en los hombres, el lado sumiso perverso que es el que yo prefiero en ellos. Pero para ello es necesario ir desarmando las defensas de sus personalidades, que rara vez reconocen la perversidad íntima.
Hay que usar la imaginación de los hombres, para dominarlos. Hacer veladas descripciones, insinuaciones, y dejar que las imágenes suban a sus cabezas. Y al final los tienes donde yo tenía a Néstor en ese momento.
"Néstor, ¿por qué no me llevás a un hotel...?" le dije al fin, con mi voz más tierna. Cayó como un chorlito.
El amor por su novia había volado por la ventana.
Y yo haría que volara mucho más lejos.
Recuerdo a Ricardo, el padre de Isabel, una compañera del colegio, en cuyos ojitos había visto muchas veces el brillo del deseo. Isabel se le subía a la falda y yo, haciéndome la tonta, me le sentaba sobre el otro muslo y armábamos un gran alboroto, jugando al caballito, ico ico, y restregándonos contra él en medio de risitas locas. A mis catorce añitos de entonces, yo sabía lo que le estaba produciendo al papá de Isabel. Yo no era la hija. Pero me gustaba dejarlo bien excitado. Y yo también me excitaba, claro. Y yo creo que Isabel algo entendía del asunto, por las refregadas que le hacía con su sabroso culito. Como le hacíamos ese jueguito dos por tres, yo aprendí a detectar las erecciones del "papi". Lo volvíamos loco las dos chiquilinas. Hasta el día de la gran mancha en el pantalón. Ahí se acabó todo. Pero a veces me masturbo, acordándome de esa mancha.
Dejé a cargo de Néstor todo el asunto del viaje al hotel y los arreglos con el conserje. Lo que yo quería era tenerlo en el suelo, e ir bajándole la concha sobre la cara. Claro que él no lo sabía, aunque quizá en sus profundidades lo sospechara.
En la habitación también dejé que él se hiciera cargo del inicio de las acciones. Ya lo iba yo a ir guiando...
Me besó, naturalmente. Y yo le devolví el beso como con timidez.
Entonces probó con mis pechitos, y lo dejé, pero sin estimularlo con mis respuestas. Así que probó con mi culo. Ahí lo premié con algunos gemiditos y suspiros. Y se fue entusiasmando. Ya era hora de llevarlo a la cama.
Desprendiéndome de su abrazo me saqué la ropa y me quedé desnudita como dios me trajo al mundo. Sé que me veo adorable. Y me tiré boca arriba sobre las sábanas, con las piernas abiertas, como para que me viera la conchita. Siempre hay que ir sembrando ideas...
El pobre se me zambulló encima, como si quisiera devorarme. Pero yo lo domé con algunas pequeñas quejas dadas en un tono aniñado, de niña caprichosa, pidiéndole más delicadeza. Él no sabía muy bien a qué atenerse, y menos aún cuando le saqué la poronga afuera. Estaba dura y vibrante por el deseo, en una erección brutal Y yo le pedía que fuera "delicado"...
La experiencia con el padre de Isabel me había dado mucho que cavilar. Una podía dominar a los hombres por el placer, llevándolos a situaciones muy inconvenientes para ellos. Como aquella gran mancha de semen en el pantalón.
Yo tengo una cola muy bonita y llena de gracia. Recuerdo una excursión que hicimos a la montaña. Yo me puse al frente, mientras subíamos, de modo que los chicos pudieran admirar mi culito bien ceñido por el breve pantaloncito blanco. Soy una coqueta, no lo puedo negar, así que también me subía a los árboles con la excusa de "mirar los alrededores", o me agachaba para "avivar el fuego", y cualquier cosa que me permitiera lucir ante los chicos mi encantadora cola. Y de tanto insistir, me vi premiada con la visión de algunas erecciones, en medio de aquel ambiente tan agreste. Eso a mis diecisiete. Y aunque no pasó nada más en aquella excursión, todavía, al recordar las caras de algunos de los chicos, y alguna que otra erección inútilmente disimulada, me erotizo y me tengo que masturbar. Pero volvamos a Néstor.
"Sentate ahí" le indiqué un lugar frente a mí, "tenemos que conversar, no quiero que te confundas conmigo..." Casi suelto la carcajada porque era evidente que ya lo tenía bastante confundido. Yo no me senté y me quedé de espaldas, con los talones recogidos y una expresión entre seria y mimosa en mi cara, y enrulando y desenrulando un rulo que salía de mis finos cabellos.
"Vos tenés una novia..." comencé, mientras separaba los muslos, centrando su desorientada mirada en mi conchita abierta, que era el objetivo de esta supuesta charla. Y mientras seguía hablándole, movia mis rodillas a un lado y a otro, como al desgaire. "Y no quiero que pienses que soy una chica fácil" La verdad es que se lo estaba complicando bastante, pobre chico.
Yo tengo muy lindos muslos, delicados y sensibles, y en su unión dan un marco delicioso a mi vagina, cuyos vaivenes mantenían atenta la mirada del chico, y bastante desatenta su conciencia de lo que estábamos conversando.
"Podés besarme los tobillos, si querés, mientras conversamos" y le puse un pié cerca de la boca. Obedeció inmediatamente, con tal de tener algo mío que besar. "hmmm... qué bien lo hacés... debés ser muy bueno besando otras cosas... " y continué diciendo tonterías desde mi rol de chica decente que quiere ser respetada. Naturalmente, mantenía mi tono mimoso, y su erección era de esas que ya no bajan...
"Tenés los tobillos muy perfumados..." dijo él en una voz que intentó que fuera dulce, pero que le salió algo gutural.
"Gracias, los muslos también los tengo perfumados, siempre me lo dicen..."
A los diecinueve añitos y plenamente consciente de mis bonitos dones seductores, me dediqué a perfeccionarlos. No estaba interesada en tener un noviecito, sino en jugar con los noviecitos de otras. Me daba un placer especial el hecho de hacer que traicionaran a sus chicas. Es como si demostrara, una y otra vez, que no hay hombres invulnerables. Hice talleres de teatro erótico, de narrativa erótica, de sicología del erotismo, de pintura erótica, de cine. Leí a los grandes autores, y ante mí se iban revelando los más oscuros secretos del alma humana. Y conseguí un trabajito de modelo para pintores, donde podía exhibir mis encantos, sin tapujos. Hice estragos entre los estudiantes, comenzando por el profesor. Definitivamente, lo mío era la dominación.
Así que ahí estaba Néstor, olfateándome los muslos, mientras yo emitía gemiditos quejosos, como si temiera que su nariz llegara adonde yo en realidad quería que me la pusiera.
Néstor acompañaba sus olfateos con besitos y tocaditas con la lengua. Él pensaría que me estaba calentando, sin saber que mi conchita ya burbujeaba, emitiendo aromas que lo estaban trastornando más, si aún cabía. Porque su erección parecía de hierro.
Yo retorcía mi cuerpo a uno y otro lado, quitando mis muslitos del alcance de sus labios, y dándole de paso tentadoras vistas de mi culito, también esquivo. Y su barba de tres días me daba deliciosos picores con sus roces en el interior de mis suaves muslitos.
En una ocasión hice un comic paródico, donde Ratón Mickey era llevado por Minie a mamarle la conchita, mientras a sus ojos veía la tranca de Pete el Negro entrando y saliendo del culo de su noviecita. Tenía a todos mis compañeritos del taller de comics al palo conmigo. Y un par, de tanto insistir, lograron encularme. También hice un comic de Popeye, Olivia, Bluto y Cocoliso. Aunque no me atrevo a contarte que cosas le hice hacer a Cocoliso. Pero tuvo mucho éxito. Como el de Batman, Robin y Gatúbela. No me pidas que te cuente.
Finalmente, Néstor no resistió más los rodeos, y aferrándome por las caderas, logró hundir su cara en mi hambriento coño. Ahí dejé de fingir, y me entregué a mover frenéticamente mi pelvis, mientras su voraz lengua se saciaba en mi clítoris y en los jugos que salían de mis entrañas. Era tanto el deseo que había sabido inspirarle, que luego de su zambullida en mi coño, mantuvo su boca succionarte y lamiente, durante mucho, muchísimo rato, haciéndome alcanzar una sucesión de orgasmos. Finalmente, le rodeé la cabeza con mis muslos y cruzando mis piernas por su espalda, le obligué a que siguiera ocupándose de mi concha, que yo me ocupaba en restregarle por el rostro.
Cuando deshice mi abrazo, se abalanzó enterrándome su fervoroso nabo hasta el fondo. Y después de varias apasionadas serruchadas, descargó, diciéndome incoherencias mientras soltaba su leche.
Otro esclavo para cuando yo quisiera disponer de él.
Así que luego de vestirme rápidamente, y antes de irme de la habitación del hotel, tomé nota de su teléfono, y lo dejé a cargo de la cuenta del albergue temporal.
Me pareció que se había enamorado. Tanto mejor.
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