Yo lo susurraba al oído. Ella simplemente lo hizo

Una pequeña historia que vivimos Sofía, mi esposa, y yo, que fue uno de los inicios de una relación sexual fabulosa (con algunos capítulos ya contados en este web -ver otros relatos de este autor-)

No hizo falta ni que le dijera que no quería bailar. Sofía conocía muy bien mis gustos y sabía perfectamente que no lo haría, no había bebido lo suficiente. Así que, sin preguntar, sin mediar palabra, me dejó con la cerveza en la mano y se adentró en la pista que aún estaba medio vacía. Al ritmo de la música empezó a contornearse, cada vez con menos recato, cada vez más explícitamente.

Sofía tenía, entonces, poco menos de los cuarenta. Rubia, alta, voluptuosa. No era una mujer que pudiéramos clasificar de espectacular, sin embargo siempre ha sido muy atractiva: piernas largas, esbeltas, caderas más bien amplias que enmarcan un culo prominente, espalda fuerte, bonito cuello, grandes pechos… esa noche lucía con una minifalda que al balancearse, ahora, en la pista, delimitaba sus curvas y permitía imaginar lo fácil que sería levantar un poco la tela y ver su pubis.

En pocos minutos ya se había convertido en el centro de atención de la discoteca. No solíamos ir a esos locales, de hecho Sofía y yo nos conocimos a la raya de los treinta y esa época ya había pasado para ambos. En los casi diez años que llevábamos juntos quizás habíamos ido tres o cuatro veces, y la mayoría al acabarnos de conocer. En esas pocas ocasiones ya pude observar como mi esposa actual se movía, bailaba sugerentemente y atraía miradas de extraños y conocidos. Sus contorneos despertaban el apetito, era una mujer sexi admirada por ojos indisimulados y almas encendidas. Y esa noche, aunque posiblemente éramos los mayores en esa sala, no fue una excepción. Varios chicos ya habían clavado su vista en mi mujer, en su culo, en sus pechos, en su expresión aparentemente extraviada. Yo imaginaba que la fantasía de la mujer madura se encarnaba en su mente deleitándose con el baile que mi mujer estaba regalando. Y, obviamente, no soy tan ingenuo para pesar que mi mujer no sabía que eso, precisamente, era lo que estaba ocurriendo.

Hacía ya algunos meses que le comentaba a mi mujer lo que me gustaría ver como excitaba a otros hombres. A menudo mientras hacíamos el amor se lo susurraba al oído, a veces le planteaba situaciones concretas, otras simplemente la idea. Mientras me movía dentro de su sexo le contaba que estaba seguro que los hombres con quien trabajaba debían fijarse constantemente en su culo y en sus pechos. Le decía que probablemente más de uno se masturbara pensando en ella, y que cualquier hombre desearía acariciar esos bonitos pechos mientras yo los tocaba, procurando que cada día parecieran otras manos. Eso no me era difícil porque los senos de Sofía me fascinaban, me encantaban, y cada vez que los tenía para mí sentía como si fuera la primera vez. Sea como fuere, Sofía no participaba activamente en esos monólogos, como mucho alguna vez me preguntaba si eso me gustaría, que otro la tocara. Era un juego, y yo notaba como a ella, si bien no lo expresaba explícitamente, le excitaba sobremanera.

Me figuré, pues, que esa noche Sofía había decidido mostrarme su capacidad de excitar a otros tipos, cosa que yo nunca había dudado y que nunca le había planteado directamente que hiciera. Desde la barra pude observar un grupo de chicos que no debían llegar a los veinticinco años, mirándola, comentado entre ellos sonriendo. Estaban a unos metros de ella pero poco a poco se fueron acercando. Sofía ni se inmutó, siguió bailando como si nada, como si estuviera sola. Los chicos, sin disimulo repasaban el cuerpo de mi mujer que se balanceaba para ellos, pero ninguno se atrevía a acercarse a más de medio metro de donde ella estaba. El reto era complejo, supuse, y la noche no estaba lo suficientemente avanzada como para lanzarse al vacío sin red de protección. Y entonces pasó algo que yo francamente no esperaba. Sofía se las apañó para acercarse a ellos mientras bailaba, en menos de un minuto, casi imperceptiblemente consiguió recorrer ese poco menos de medio metro hasta quedar pegada al chico más atlético el grupo. Un chico guapo, sin duda, pelo corto, alto, con el vientre trabajado según se le veía por su pegada camiseta. Ella bailaba de espaldas al chico, sin parar, sin ser descaradamente evidente que sabía que él estaba detrás. Pero lo sabía, claro. Los chicos rieron y bromearon, alguno incluso le comentó algo al afortunado. Y entonces Sofía se le pegó un poco más. Ahora era imposible que el tipo dudara que ella no supiera que estaba pegada a alguien. El rostro del chico se transfiguró en una mueca de sorpresa y cierto pavor… y Sofía, ni corta ni perezosa, empezó a gravitar su trasero en el bajo vientre de él que, impávido, asistía a un regalo inesperado. Mi sorpresa en ese momento era total y, francamente, al no esperarlo, no sentía atisbo de excitación pero, por otro lado, tampoco me molestaba.

El tipo tardó en reaccionar, pero lo hizo. Fue capaz de bailar de una forma más o menos acompasada con el ritmo de mi mujer y se ayudó de sus dos manos en la cintura de ella para hacerlo. Sofía siguió sin mirarle, moviéndose, calentándole. Y yo, pasada la sorpresa inicial, me lo tomé como un juego y empecé a notar cierto cosquilleo en mi vientre. Al rato él, ya envalentonado por las facilidades que le daba Sofía, separó sus manos de la cintura. Una se escondió detrás del cuerpo de ella y, dado que ella se encontraba entre él y la barra donde yo estaba, no pude precisar exactamente donde se había posado. Imaginé que en el trasero de Sofía, era lo más lógico de hecho. Ella sonrió, por primera vez reaccionando a alguna de las cosas que estaban sucediendo. De pronto la otra mano trató de llegar a un pecho, cosa que Sofía impidió girándose de golpe y quedándose de cara al chico, sin dejar de moverse sensualmente. Vi como con un dedo le acariciaba la mejilla como diciéndole que no, que no era el momento o el sitio adecuado. Vi también como su mano desaparecía más abajo del pecho de él, pero justo entonces giraba y agarrándole de la mano si dirigió hasta mí. llegó donde yo estaba arrastrando al chico que, sin entender nada, vio como me besaba y me susurraba algo al oído.

Imagino la cara de los amigos al vernos salir de la sala los tres juntos. Sofía de la mano de él y yo detrás sin saber tampoco muy bien que había pensado mi esposa. Pero había pensado algo muy sencillo. Nos dirigimos al parking e la discoteca, donde estaba nuestro coche. Al llegar yo hice ademán de sacar las llaves pero antes, ella, sin mediar palabra, puso al chico contra el coche, de frente a nosotros. Ella se arrodilló, desabrochó la bragueta de sus pantalones y liberó su verga. No la pude ver muy bien porque pronto ella se la metió en la boca y empezó a mover su cuello de tal forma que su frente chocaba en el vientre del tipo que se había quitado la camiseta. Sofía subió una mano y acarició su vientre duro mientras seguía con un ritmo cadencioso que el tipo agradecía cerrando los ojos y con muecas de placer. Yo, sin saber muy bien que hacer, pensé en colocarme de tal manera que no pudieran vernos, estábamos al aire libre y aunque estábamos medio protegido por la oscuridad y por el hecho que el coche se encontraba en uno de los rincones del aparcamiento , me pareció lo más apropiado. Sin embargo, ni Sofía ni el chico parecían muy preocupados por eso. El tipo ahora estaba apoyado en el coche, ojos abiertos mirando como ella le trabajaba el sexo y le ofrecía el pecho desnudo que antes le había negado. Él jugaba con su pezón, lo pellizcaba, mientras ella incrementaba el ritmo de sus lamidos. Él empezó a gemir con el ritmo impuesto por ella y de pronto vi como Sofía sacaba de su boca la verga, una hermosa verga depilada que escupió un buen montón de líquido blanco al unísono con los gritos apagados de su dueño. Sofía siguió acariciando la verga, cada vez más lentamente, hasta que el tipo, de nuevo en este mundo entendió que ahí ya no pintaba nada y, casi sin despedirse, se largó de nuevo a la discoteca donde podría contar sus peripecias con una hermosa madura y su marido mirón.

y ahí nos quedamos Sofía y yo, en silencio, sin saber qué decir ni que hacer. Y fue ella quien decidió darse la vuela, poner las dos manos sobre el capó el coche y reclinarse ofreciéndome su sexo. Casi como un autómata desabroché mi cremallera y saqué mi verga dura, caliente y pringosa, subí un poco la falda de ella y descubrí que no llevaba nada. Eso aún me excitó más, la recordé restregándose al chico hacía unos minutos y pensar que lo había hecho sin bragas me hizo perder el control. Agarré las caderas de Sofía con una de mis manos mientras la otra dirigía mi sexo hacia el suyo. No hubo la más mínima resistencia, la vagina de ella estaba completamente empapada y mi verga se deslizó sin ningún obstáculo. Nos olvidamos por completo donde estábamos, no recuerdo que nadie nos viera pero tampoco recuerdo haber estado pendiente de ello. Solamente recuerdo el placer extremo de poder dar rienda suelta a tanta excitación, de los gemidos de ambos, de mis testículos removiéndose y preparando el esperma para ser esparcido. Y, sobretodo, recuerdo dos cosas: primero, el espasmo brutal de Sofía mientras mi sexo la penetraba, como su vagina se contrajo y se dilató varias veces atrapando mi verga en ella y su aullido mal disimulado en la noches estrellada que nos contemplaba. Y lo segundo que recuerdo, es como Sofía se retiró, se arrodilló ante mí y atrapó mi verga con su boca como había hecho un rato antes con la del chico. No le hizo falta muchos movimientos para provocar en mí la sensación que el orgasmo se apresaba en llegar sin freno y, cuando esperaba que sacar mi verga de su boca, Sofía me hizo el último regalo de esa noche: siguió moviendo su cabecita hasta que toda mi esperma inundó su boca y la sensación de placer que experimenté fue maravillosa, de las mejores, si no la mejor, que había sentido hasta ese momento.

Nos besamos y ella me dijo cuanto me quería. En el coche ni nos dirigimos la palabra, creo que cada uno rememoraba imágenes de esa noche tan especial. A la mañana siguiente, Sofía al despertarse me encontró en la cama con el desayuno preparado.

Agradeceré sus comentarios. Gracias!