¿Yo lesbiana? ¡No!
No hablábamos, sólo nos besábamos con pasión mientras nos restregábamos una contra la otra...
¿Yo lesbiana? ¡No!
Aquella tarde había ido a visitar a mi amiga Lisa a su casa, Elena no quiso venir así que las dos tratábamos infructuosamente de concentrarnos en el control que debíamos pasar al día siguiente.
Estábamos solas en su habitación, oyendo un poco de música suave para no desconcentrarnos. Aunque no parábamos de hablar: ¡de chicos! —Por supuesto. Pero luego pasamos a hablar de sus pollas, de cómo serían estas.
—¿Tú se la has visto a tu padre? —me preguntó Lisa.
—Yo no —mentí—. Y, ¿tú al tuyo?
—¡Si! Una vez cuando se bañaba tuve que entrar de urgencia a vomitar algo que me había sentado mal. Así que mientras estaba frente al váter, ahí dándolo todo, le vi salir de la ducha y mientras cogía la toalla, creyendo que yo no miraba, vi su herramienta morcillona bamboleándose entre sus flacos muslos.
—¿La tiene grande?
—¡Yo creo que sí! —rió ella nerviosa—. Si la tenía morcillona y así de grande —hizo un gesto separando sus manos—. ¡Imagínate cuando se empalma!
—Pues sí, ¿me dejas follármelo? —dije yo estallando entre risas.
—¡Venga tía no hagas bromas con eso! Sabes, anoche les oí follar, a mi madre y a mi padre —aclaró como si necesitase más explicaciones—. Yo me acosté y ellos se quedaron tomando una copa de vino. Cuando se hizo tarde salí a hacer pis para acostarme y al pasar por su dormitorio oí a mi madre gemir. Así que ni corta ni perezosa pegué la oreja a la puerta y me quedé escuchando.
—¿Te estás quedando conmigo? —dije yo con incredulidad.
—¡En serio tía! Mi padre le estaba dando duro a mi madre, porque oía como palmadas. Igual la tenía ahí echada de culo en la cama y él pegándose a su espalda, ya me entiendes…
—¡Si claro! Tu madre es como el doble que tu padre —reí yo nerviosa ahora.
—Jo tía es verdad, qué vergüenza al imaginarlos ahí dándolo todo —dijo Lisa.
—Y luego qué pasó, ¿te quedaste hasta el final?
—Bueno creo que sí, que los pillé en la recta final, porque les oí gruñir, especialmente a ella al poco rato y luego todo quedó en silencio, ¡pero entonces oí pasos acercándose a la puerta! Así que salí corriendo a mi cuarto y entorné la mía para que no me oyesen cerrar. Era mi padre que salía al baño, luego le oí hacer pis detrás de mi puerta y bueno, tras el susto me acosté.
—Jo tía qué morbosa historia, yo como no tengo madre no les puedo oír ahí entregados —admití con cierto desazón.
—Bueno tía, pero tu padre no está mal, ¿tú crees que no tiene rollos por ahí?
—Pues no lo sé. Bueno antes te mentí, una vez le vi la picha, fue hace poco, le pillé masturbándose en el salón viendo una revista porno de gordas —dije yo.
—¿En serio, también ve revistas? Jo los padres son unos guarros —afirmó Lisa convencida.
—Claro, como nosotras, o no te gusta verlas a escondidas —repliqué yo a continuación.
—Y cómo la tiene, ¿larga como mi padre? —dijo Lisa interesada por mi historia.
—Se la ví sólo de refilón, porque el pobre se llevó un buen susto cuando le pillé ‘in fraganti’, así que fue sólo una fracción de segundo, pero le vi el capullo perfectamente, rojo como un pimiento y puntiagudo, de eso me acuerdo bien —le confesé.
—Jo, tía esto es un poco excitante, ¿sabes? Hablando de revistas, ¿quieres ver la última adquisición de mi padre? ¡No te lo vas a creer tía! —dijo escandalizada.
—¿Por qué lo dices? —pregunté inocentemente.
—¡Ahora verás!
Lisa salió de su cuarto y yo la seguí. Entonces entramos al dormitorio de sus padres y en un cajón de la mesilla izquierda, que debía ser donde su padre se acostaba, escondidas bajo los calcetines, sacó el taco de pequeñas revistas guarras que guardaba celosamente como un tesoro.
Entonces ví la portada, allí dos tías estaban sacando las lenguas y juntando las puntas.
—¿Lesbianas? —pregunté con extrañeza.
—¡Sí tía! Todas son mujeres que se comen el coño, se chupan las tetas y se frotan muslo contra muslo.
En ese momento la abrió y se sentó en la cama marital, yo hice lo mismo y ambas compartimos las tórridas escenas de mujeres lamiéndose la raja peluda, pues en aquellos tiempos no se llevaba la depilación como pasa hoy en día. De modo que entre risas fuimos pasando páginas y mirando aquellas voluptuosas escenas con grandes pechos y culos, haciendo cosas que hasta entonces no podíamos imaginar.
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De vuelta en su cuarto ya no pudimos estudiar más.
—Jo tía, ¡estoy super cachonda! —confesé.
—¡Yo también tía! —dijo ella confirmando mis pensamientos.
Entonces fue algo un poco extraño pues recuerdo que nos quedamos un poco paradas.
—¿Te harías una paja conmigo? —me preguntó Lisa.
Al principio no me pareció mala idea, después de todo hacíamos pis juntas en los servicios así que ya nos habíamos visto nuestros peluditos, como los llamábamos por aquel entonces.
Ni corta ni perezosa mi amiga se echó en su cama transversalmente y deslizó sus bragas bajo su vestido. Yo me quedé sentada a su lado, viendo cómo ésta buscaba su vulva con sus dedos levantándose discretamente el vestido.
Yo llevaba vaqueros así que para mi fue un poco más complicado. Me decidí y levantándome me los bajé, aunque por pudor no me quité las bragas.
—¿No te las quitas? —dijo ella mirándome semi desnuda.
—Bueno, ¡me qué diablos! —dije tirando de ellas hacia abajo.
Cuando las saqué por mis tobillos las puse en la silla frente al escritorio junto a mi pantalón, dando la espalda a Lisa y cuando me giré contemplé su sexo peludo, siendo acariciado por sus largos dedos, con sus labios ya rojos e hinchados.
—¡Oh, parece que estás ciertamente caliente! —exclamé.
—¡Oh, sí, no lo sabes tú cuanto! Anda túmbate a mi lado —dijo dando unos golpecitos en el edredón.
Me acomodé junto a ella, me tumbé y comencé a acariciar distraídamente el bello de mi pubis. Yo estaba muy caliente, aunque me daba vergüenza tocarme delante de mi amiga. Así que me giré y lo dejé para ver cómo lo hacía ella.
—¡Oh Clara! ¡Qué húmedo lo tengo! ¿Tú no te tocas?
—¡Bueno sí! —disimulé—. Ahora lo hago.
Tímidamente deslicé mi mano entre mis muslos y levantando una pierna comencé a frotarme mi clítoris. ¡Lo tenía super sensible!
Entonces Lisa acercó su mano y me acarició los pelos del pubis y fue un poco más allá y sus yemas rozaron mis labios vaginales.
—¿Por qué lo has hecho? —pregunté contrariada.
—¡No sé! —sonrió—. Lo he hecho y punto, ¿quieres acariciarme tú? —dijo cogiéndo mi mano y llevándola a su pubis.
—¡Qué va tía! ¡Es tu coño! —protesté apartándola rápidamente.
Me incorporé de la cama y ella me siguió.
—¡Oye, que sólo era una propuesta, no te enfades! —dijo para calmarme.
—¿Es que eres lesbiana tía? —pregunté mirándola.
—Pues no, pienso que no. Me gustan las pollas, es sólo que…
Mi amiga se quedó callada y sentí curiosidad por conocer lo que iba a decir.
—¿Qué ibas a decir?
—Bueno déjalo, tienes razón, eso son guarradas —dijo Lisa intentando cambiar de tema.
—¿Guarradas? ¿A qué te refieres?
—Ha sido sólo un momento Clara, perdóname, pero acabamos de ver a esas tías lesbianas y estar tan caliente, por un momento…
Lisa volvió a callar. Yo sentía curiosidad por lo que me contaba, estaba intrigada por lo que pensaba y quería que se abriese a mi.
—¡Vamos Lisa! Somos amigas, si tienes que decirme algo dímelo y lo hablaremos.
—Es que me ha excitado la idea de acariciarnos, ¿sabes?
—¿En serio? —le pregunté tras su confesión.
—¡En serio tía! Pero ya te digo que es una locura, perdona.
Yo me quedé en silencio esa vez, pues en el fondo de mí sabía lo que Lisa quería decir ya que yo misma sentí ese impulso, aunque no me atreví a confesárselo. Simplemente extendí la mano y acaricié su muslo. Ella miró ahí, luego levantó la mirada y me miró a mí.
Sentí su mano igualmente acariciar mi sexo y ambas hundimos nuestros dedos bajo nuestras rajas en la cama y notamos lo cachondas que estábamos.
Ahí fue como prender la mecha. Nos dimos un beso, luego otro y luego otra decena de besos más. Mientras nos acariciábamos nuestros coños nos besábamos dulcemente los labios y la calentura creció exponencialmente.
Nos abrazamos y los besos se hicieron más intensos, nos quitamos toda la ropa y de pie nos abrazamos. Nuestras manos se fueron a nuestros culos y los apretaron, nuestros pelillos se juntaron y nuestros pubis entre chocaron. Sentíamos el deseo, sentíamos el placer entre nuestras piernas y nos tiramos en la cama. Ella sobre mí, frotándose su coño contra el mío, como habíamos visto en la revista. Con torpeza al principio, como buscando cual sería la postura más idónea para sentir: ¡Placer! ¡Mucho placer! ¡Cuanto más mejor!
No hablábamos, sólo nos besábamos con pasión mientras nos restregábamos una contra la otra. Yo tenía ganas de hacer pis, aunque no era el momento me aguanté, creo que eso hizo que el placer fuese más intenso en mí y así, cuando conectamos nuestros sexos, labio contra labio, vagina contra vagina, el placer nos envolvió.
Frenéticamente nos agitamos, con nuestras piernas entrecruzadas y nuestras cabezas en cada lado opuesto de la cama nos seguimos frotando, coño contra coño, labio contra labio y así agitándonos frenéticamente, buscando ese punto álgido de placer, aunque sin llegar a encontrarlo, disfrutando intensamente por el camino, respirando agitadamente, cuando de pronto…
—¡Mamá! —gritó Lisa viendo que en la puerta unos ojos furtivos se clavaban en una inesperada escena lésbica.
La puerta se cerró rápidamente, yo salté de la cama y muy nerviosa corrí a vestirme. Mi amiga hizo lo mismo, aunque en su caso sólo tuvo que buscar sus bragas. Éramos muy conscientes de lo que había pasado, aunque tal vez no lo pensáramos mucho en esos momentos de gran vergüenza para ambas. Su madre nos había pillado en plena tortilla, como las zorras de las revistas y mi amiga Lisa pagaría las consecuencias…
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