YO, LAURA - Capítulo 4

La reunión familiar sería el preludio a un nuevo caos en mi vida. Y con él, consecuencias imprevisibles...

Mis palabras cayeron a plomo sobre el salón-comedor de la casa. Las caras de mis padres eran un poema, mientras que la de Fran irradiaba felicidad máxima, más pareciendo un panoli que otra cosa. Yo, sin duda, esperaba terminar con aquel mero trámite lo antes posible, fingiendo una falsa alegría que nadie puso en duda.

-Laura, hija, esto sí que es una sorpresa –dijo mi madre intentando reaccionar y romper el hielo- la verdad que no me lo esperaba –se apresuró a decir esbozando una ligera sonrisa forzada –Ernesto, cariño, ¿es que no vas a decir nada? –su rostro se giró hacia su marido, que tenía odio e irritación en sus ojos, al tiempo que su faz dejaba entrever cómo estaba apretando sus dientes.

-Chaval, espero que no le hagas ninguna putada a mi hija, porque entonces te las tendrás que ver conmigo –sentenció mi padre, e insospechadamente le dio un fuerte abrazo a Fran, que casi lo deja hecho añicos. Yo solo pude mirar a mi padre, con cierto sentimiento de culpa, pues sabía que en ese momento estaba sufriendo más que nadie. Pero debía ser así, había que maquillar la situación para que nadie sospechara lo que en realidad estaba sucediendo. Y estoy segura de que lo acabaría entendiendo.

Mi madre me abrazó y me dio un beso, no sin antes aconsejarme que pensara mucho las cosas que iba a hacer a partir de ese momento, y a continuación le dio un par de besos a Fran, e incluso se atrevió a llamarle “mi futuro yerno”. Mi padre se limitó a darme un seco beso en la frente, sin mediar palabra, un beso que supo a dolor y llanto, pero a la vez a sacrificio por amor.

Hasta que Fran no aceptó quedarse a comer, mi madre no calló, así que puedo decir que la situación se convirtió en algo así como ceremonioso, aunque los garbanzos con bacalao que había preparado deslucieran el acto. Mi madre no paraba de preguntar a Fran acerca de su vida, de su familia, de los planes de futuro tras acabar la Secundaria… Y mi padre se había apagado por completo, centrado en su plato de garbanzos y haciendo un esfuerzo sobrehumano por no sorber en la mesa, algo a lo que estaba acostumbrado. Solamente alzaba la mirada para clavar sus ojos inquisidores en los de Fran, que no tenía más remedio que cambiar el semblante de felicidad absoluta por otro de temor y coacción cada vez que mi padre le atacaba de esa forma.

La comida terminó y con el pretexto de que nos teníamos que ir a estudiar a casa de Fran, abandonamos la estancia, no sin las reiteradas felicitaciones de mi madre, y los puñales invisibles de mi padre. Fran agradeció la invitación por activa y por pasiva, lo cual me dio unas ganas tremendas de vomitar.

Bajábamos en el ascensor. Íbamos descendiendo del octavo piso, en el que vivía, por el sexto, cuando Fran accionó el botón de parada de emergencia.

-Fran, tío, ¿qué haces?... ¿te has vuelto loco? –le dije en plan maternal.

-Laura… quiero que lo hagamos aquí –dictó él, y me estampó contra el espejo del ascensor, hundiendo su lengua en mi boca mientras me tocaba el culo con premura. Yo le solté una bofetada. Nos quedamos paralizados un momento, pero después fui yo la que me le empujé contra el lado contrario del pequeño ascensor, haciendo que el cubículo se tambaleara perdiendo parte de su estabilidad. Y comencé a besarle con vicio, jugando con mi lengua en su boca, acariciando su paquete duro que hacía abultar sus tejanos, sintiendo cómo él me palpaba las tetas por encima de mi blusa.

Nos desnudamos con torpeza, pues el limitado espacio no daba para más. Le saqué la camiseta y se le quedó trabada en el codo, por lo que se le hizo un pequeño boquete, a lo que los dos nos echamos a reír. Fran me abrió la blusa con cuidado de no romper ningún botón, y tomó entre sus manos mis tetas, bajando después el sujetador y dejándolas al descubierto. Comenzó mordisqueándome una, y después la otra. Yo me arrodillé en el poco espacio que quedaba libre, y bajándole el tejano y el calzoncillo al mismo tiempo descubrí de nuevo esa pollita rosada, pero hoy tenía un aspecto más apetecible que el día de la discoteca. Su capullo rosáceo estaba pidiendo a gritos mi boca, y eso fue lo que hice. Me la introduje de un bocado entera, hasta casi sentir sus huevos dentro de mí. Fran exhaló un gemido de placer, y entonces mi ritmo se fue acelerando cada vez más, sólo parando de vez en cuando a retirar de mi lengua algún fino pelo de su vello púbico. Él también menaba su pelvis al ritmo de mi boca, lo que causaba que mis braguitas ya estuvieran completamente empapadas. Pero de pronto, Fran frenó en seco y cogió mi cabeza entre sus manos, alzándola hasta su mirada:

-Quiero follarte –me dijo con ferviente deseo.

Esas dos palabras provocaron en mí un cataclismo tal que me paralizaron por completo. ¿Follarme? ¿Fran quería follarme? ¿Quería meter su pseudo rabo en mi coño ardiente? ¿En ese preciso momento?... Y ahí fue cuando me dí cuenta de que no estaba preparada para eso. Que ese era un territorio que sólo le pertenecía a una persona, y tal vez me estaba lanzando a un pozo sin fondo si continuaba engañándole y dándole falsas esperanzas de algo que no iba a suceder nunca.

Me quedé pálida, inmóvil, y la respiración agitada de Fran se fue haciendo cada vez más y más pausada, a la par que su polla se desinflaba. No sé cuánto tiempo estuve en esa posición. No sé si fueron segundos o minutos… Perdí totalmente la noción. Mi mente se había bloqueado y hasta ese momento no era consciente de las consecuencias que podían llegar a tener mis actos.

-Laura… dime algo, ¿estás bien? –yo escuchaba la voz de Fran en la letanía, entre imágenes y pensamientos que abordaban mi mente sin poder hacerla funcionar correctamente. Hasta que reaccioné:

-Fran, perdóname. Yo… no puedo… por favor, activa el ascensor. Quiero irme a casa –le dije sin mirarle a los ojos. Él no dijo nada más. Se subió los pantalones, y activó de nuevo el ascensor.


Los días posteriores fueron muy duros para Laura. Ernesto había salido de viaje y no estaría en casa en toda la semana, pero tampoco la llamaría por teléfono ni le cogería sus llamadas. Estaba herido. Su hija le había dado donde más le dolía. Y ella no podía concentrarse en nada. Había abandonado las tardes de estudio y estaba apática. Para colmo, Fran insistía en hablar con ella una y otra vez en el instituto, pero ella caminaba zombi y no le hacía nada de caso. Era de lo que menos ganas tenía. Sentía que en un instante su castillo de naipes se había venido abajo. Y lo había sepultado todo con su derrumbe.

Llegó el día del último examen de matemáticas del curso con don Elías. Hacía un calor insoportable en el aula, y aún así, él acudía con su traje de americana y pantalón a juego, y camisa de señor mayor abotonada hasta el gaznate. Silvia estaba sentada al lado de Laura para hacer el examen. Le hizo una mofa sobre el viejo profesor, pero Laura no movió ni un músculo de su cara. Ni siquiera su mejor amiga le servía de revulsivo en estos duros momentos.

Don Elías pasó los exámenes por filas, a los primeros alumnos de cada una, para que ellos tomasen una copia y fueran pasando las restantes a sus compañeros. Era un examen global en el que se jugaban el grueso del curso. ¿Y a Laura qué le importaba eso ahora?

El tiempo fue transcurriendo y el calor se iba acrecentando. Los alumnos desarrollaban los problemas matemáticos bajo la única compañía del canto de unos pájaros que entraba por las ventanas desde el exterior. Pero Laura no había puesto nada más que su nombre y la inicial de su primer apellido. Su mirada estaba perdida en el vacío. Estaba completamente ida. El calor había provocado que unas gotas de sudor le resbalaran por su cara, mientras su camiseta se había empapado también, lo que hacía que se marcaran sus pezones con mayor ímpetu.

Al ver que su amiga no se había movido un ápice en todo el examen, y aprovechando que don Elías estaba ensimismado en un libro subido a su tarima, Silvia cogió las hojas de examen que había realizado, y en un acto más fugaz que un rayo, se las depositó a Laura en su mesa, con el fin de que ella le copiara los ejercicios. Esa acción trajo de vuelta a Laura al mundo real, y decidió que tenía que enfrentarse a la realidad. Comenzó a copiar el examen de su amiga.