YO, LAURA - Capítulo 1

Esta es mi historia. La historia de cómo descubrí el sexo y mi afición por el placer.

Era una mañana del mes de abril. Ya comenzaba a hacer calor, y yo me había puesto una minifalda vaquera que me había comprado el año anterior en las rebajas y aún no había estrenado. En la parte de arriba una camiseta ajustada que realzaba mis pechos. Menos mal que mi padre estaba de viaje con el camión y no me había visto, porque seguramente hubiéramos tenido una discusión, y de las fuertes.

Quería impresionar a Fran, el chico de la clase de al lado que tanto me gustaba, y estaba segura que con el modelito que llevaba seguro que caería rendido a mis pies.

Las clases cada día se hacían más pesadas en el instituto. Estaba repitiendo 4º de la ESO y lo único que deseaba era mandarlo todo al carajo.

En el recreo, mi amiga Silvia se me acercó:

-Laura, tía… hoy vienes dispuesta a dar guerra, ¿eh? Tienes a Fran en la pista de baloncesto que no te quita ojo.

-¿Tú crees, amiga? Yo pienso que sólo se calienta mirándome y luego se la machaca en el baño, porque no es normal que estando a las alturas que estamos de curso todavía no me haya dicho nada –mi mirada jugaba con la de Fran, y a la vez con mi camiseta blanca, que dejaba marcados mis pezones duros bajo el sujetador.

Sonó el timbre de vuelta a clase, y me quedé un momento apoyada en el muro de entrada, mirando cómo los chicos me contemplaban con deseo, y las chicas murmuraban entre ellas:

-Esa Laura es una zorra. Lo único que se le da bien en la vida es follar… -decían las demás con envidia.

Cuando Fran pasó por delante de mí, se quedó un rato mirando fijamente mis pezones marcados en la camiseta, y pude notar sus pupilas dilatadas, pero no tardó más de diez segundos en desviar su mirada hacia su amigo Bruno, que le agarró por el brazo para entrar en clase.

Las tres horas restantes del día fueron un auténtico hueso: historia de España con Mari Carmen, una de esas señoras fachas que ya deberían haberse jubilado; Lengua y Literatura con Marta, una chica joven a la que amedrentaban mis compañeros con insultos y piropos obscenos; y para terminar, Matemáticas con Elías… o don Elías, como le gustaba que le llamasen; otro de la antigua escuela, ya a punto de jubilarse pero por lo menos sus clases me daban pie a usar mi imaginación: el típico señor maduro y recto, bigote poblado, camisa abierta ligeramente descubriendo un poco de vello encanecido, pantalones subidos y barriguita. Me lo imaginaba en pelotas, al pie de la cama, con su polla tiesa y descapullada, mientras su señora esperaba con la luz apagada a que entrase a matar y acabar la faena en cuestión de segundos. Aunque pudiera parecer repugnante, mis bragas se mojaban.

Terminó la jornada, y salía conversando con Silvia:

-De verdad te digo que cada día soporto menos a don Elías, tía… espero que se jubile de una puta vez y nos conceda el aprobado general – decía Silvia con cara descompuesta.

-¿Qué quieres que te diga? A mí me cae bien… se ve que es un pobre diablo que no tiene más aliciente en la vida que pasarse el día entre números… le falta folleteo –dije rotunda.

-Laura, ¿estás loca, tía?... ¿Cómo puedes decir eso?... ¿o es que?... ¿te lo follarías, o qué? –el semblante de Silvia cambió rotundamente al observar mi asentimiento con orgullo, justo cuando Fran nos dio el alto.

-Hola, chicas… hola, Laura –su voz sonaba entrecortada.

-¿Qué tal Fran?... ¿cómo van las cosas por 4ºB? –le dije con seguridad.

-Bueno, las clases son un coñazo, pero menos mal que ya enseguida tocan vacaciones de Semana Santa… oye, Laura, quería preguntarte si… -pero Fran no pudo terminar. Justo en ese momento un enorme camión irrumpió frente al instituto, tocando animadamente la bocina.

-Me parece que alguien viene a buscarte… -dijo Silvia con voz alcahueta.

-Pero… ¿y este qué hace aquí?... se supone que no volvía hasta mañana –mi gesto y mi voz se fundieron en un “tierra, trágame”. Para una vez que estaba a punto de conseguir algo con un tío bueno, y tenía que aparecer él, siempre él y en todo momento él. Mi padre.

*         *         *         *         *

Ernesto, hombre fornido rozando la cincuentena. Brazos musculados por el trabajo, espalda ancha y barriga prominente. Lleva barba de varios días y la cabeza totalmente rapada ante la inminente caída de pelo.

Laura se despidió precipitadamente de Silvia y de Fran, y muy a su pesar se dirigió hacia el camión, donde su padre la esperaba con una mirada un tanto sospechosa:

-No te esperaba por aquí, papá –dijo Laura con desgana, al tiempo que se acomodaba en el asiento del copiloto.

-Tengo que descargar en el polígono a las afueras y pensé que sería buena idea que mi hijita querida me acompañara –la vista de Ernesto parecía perderse en la camiseta ajustada de su hija y en los pezones marcados- ¿desde cuándo te pones esas pintas para ir al instituto? –su voz se tornó más grave pero al mismo tiempo se sentía nervioso.

-Bueno… es que como hacía tan bueno, pensé que estaría mejor así, más fresca… -Laura no pudo terminar su alegato, Ernesto giró violentamente a la derecha y se adentró en un camino agrario –papá, por aquí no se va al polígono.

-No, claro que no se va al polígono –Ernesto detuvo el camión en seco causando una gran polvareda tras de sí.

-Entonces, ¿qué estamos haciendo aquí? –la mirada de Laura se tornó temerosa y su voz entrecortada, al tiempo que Ernesto se abalanzaba sobre ella y le ponía su cara pegada a la de ella.

-Me vas a explicar ahora mismo por qué te has vestido como una pelandrusca, y quién era el tío ese con el que estabas hablando –Laura sentía el aliento de su padre sobre su boca, al tiempo que la había cogido con fuerza por los brazos y la tenía inmovilizada.

-No tengo por qué darte explicaciones de con quién hablo o dejo de hablar, ¿vale?... y visto como me da la puta gana –la voz de Laura sonó firme a la vez que aterrorizada.

-Sí, porque eres una puta y tendré que azotarte por hacer lo que te sale del coño sin tenerme en cuenta… soy tu padre, ¿lo entiendes?... ¡tu padre!

-¡¿Pues a qué esperas?! ¡Azótame si eso es lo que quieres!... pero te digo que no vas a conseguir nada, porque voy a seguir siendo muy puta y me va a dar igual tus ataques de celos. ¡Estoy harta! –la rabia salía a bocanadas de Laura.

-Ahora te vas a enterar de quién manda aquí –Ernesto cogió en volandas a Laura del asiento y la estampó contra la cama, quedando a cuatro patas. Entonces, le levantó la minifalda dejando al descubierto sus nalgas franqueadas por la tira del tanga blanco, y comenzó a azotarla -¡a ver si así se te quitan las ganas de provocar!... ¡no soporto verte con otros!... eres mía, ¿me oyes?... ¡mía! –en ese momento paró de azotarla en seco, dejando sus nalgas marcadas de un color rosáceo, y se derrumbó comenzando a llorar.

-Papá… ¿qué te pasa?... por… ¿por qué lloras? –Laura se volvió hacia su padre que se había arrodillado en el suelo y cubría su cara con sus anchas manos.

-Laura… mi niña… ¿no te has dado cuenta?... yo… yo siempre te he querido, he estado a tu lado en todo momento… y tú me pagas así, alejándome de ti…

-No digas eso, papá… yo te quiero mucho, y vale que ya no pasamos tanto tiempo juntos, pero eso no quiero decir que… -Laura no pudo acabar, pues se fijó en que Ernesto había descubierto sus ojos llorosos, que no se despegaban de la marca de los pezones en la camiseta de su hija.

-Laura, yo… yo te deseo –dijo Ernesto rotundamente, y acto seguido se abalanzó sobre ella besándola e introduciendo su lengua en la boca de su hija, que en un primer momento quedó paralizada, pero en cuestión de segundos se dejó llevar. Ernesto comenzó a palpar los pezones de su hija a través de la camiseta y podía notar cómo se endurecían cada vez más. Sus lenguas eran una, y sus salivas se entremezclaban también en una sola.

-Papá… esto… -Laura no podía articular palabra. Su boca estaba demasiado ocupada sintiendo la lengua juguetona de su padre, pero pudo zafarse un instante –Papá, ¿quieres que te la chupe?

Ernesto paró en seco, se quedó mirándola fijamente a los ojos airadamente, y le soltó una bofetada que la hundió en la cama.

-Perdona… perdóname, hija. De verdad no quería pegarte… claro, claro que quiero que me la chupes, mi niña –le dijo ayudándola a incorporarse. Acto seguido, Ernesto se desabrochó el tejano, y se lo bajó, al mismo tiempo que lo hacía con sus calzoncillos, dejando al descubierto su erecto pene.

-Pero, papá… hay algo que quiero que sepas… no sé si sabré hacerlo, porque es mi primera vez –la mirada de Laura primero al miembro de su padre y después fijamente a sus ojos delataban sinceridad.

Ernesto cogió su teléfono móvil del soporte donde lo tenía colocado para utilizarlo como GPS, y lo manipuló:

-No te preocupes, mi niña. Mira, en este vídeo puedes ver cómo me la chupa una amiga. Sólo tienes que hacer lo mismo, hija mía –y le entregó el móvil a Laura. En la pantalla, la polla dura de Ernesto, mientras una chica jovencita, con rasgos latinos hacía su trabajo, ante los gemidos registrados de él en la grabación.

Laura tomó con una mano el móvil y con otra la polla de su padre, y con temor se la introdujo en la boca. Primero el glande bien descapuyado, y después fue entrando poco a poco en el miembro viril de su progenitor, hasta que le rozó en la campanilla y sintió una ligera arcada. Volvió a sacarla despacio de su boca, y la introdujo de nuevo, al tiempo que Ernesto le agarraba la cabeza y comenzaba a moverse agitadamente hacia atrás y hacia delante, cada vez más rápido, haciendo sentir a Laura que en cualquier momento se asfixiaría.

-¡Oh, sí mi niña!... qué bien la chupas… sigue, sigue, oh… -Ernesto estaba cada vez más excitado, y el tanga de Laura estaba completamente empapado. En el fondo estaba sintiendo un placer extremo desconocido. Ni en sus mejores sueños se habría imaginado que el sexo podría ser así.

Ernesto estaba en total éxtasis. Sus movimientos eran cada vez más rítmicos y acelerados. Sus gemidos inundaban todo, al tiempo que Laura se iba mojando cada vez más.

-Ohhh, Laura… me corro… ¡me corro! –las palabras de Ernesto retumbaron en la cabina con una carga de placer inusitado, y en ese mismo momento Laura pudo sentir cómo su boca se llenaba a golpe de espasmos de la corrida de su padre, inundándola en cuestión de segundos.

Se lo tragó todo.