Yo, la diva del facesitting
Mi pequeña historia personal de como descubrí el placer oculto que hay en el facesitting. No solo el que te puedan comer el coño durante horas.
Todo ocurrió sin apenas darme cuenta, de forma paulatina y sutil. Yo me fui empoderando a la vez que lo hacía el placer en su cuerpo.
Las primeras veces teníamos sexo como el que tiene la mayoría de la gente. Lo único que me sorprendía es la compulsiva manía de él por comerme el coño. No dejaba pasar la oportunidad de hacerlo en cualquier encuentro.
Su obsesión en realidad era hacer un 69 estando yo encima, al principio no le daba mucha importancia. Yo le comía la polla y él a mi el coño. Algunas veces que ya era aburrido estar tanto tiempo comiéndole la polla, yo paraba. Él nunca se detenía, así fui poco a poco dejando de darle sexo oral mientras hacíamos el 69. Me fui acomodando al placer de recibir sin dar. Al principio me sentía algo aprovechada, egoísta incluso, pero viendo que él nunca se oponía ni se quejaba por la desigualdad, fuimos cambiando de personalidad.
Yo cada vez hacía menos en esas sesiones de oral, hasta llegué a no hacer nada salvo recibir placer. Reconozco que prefiero una buena penetración, pero después del tiempo y de la rutina le fuí cogiendo el punto. Era algo menos de placer pero durante más tiempo. Él por su parte, alguna vez se propasó de los límites marcados. Su lengua exploró nuevos territorios de mi anatomía, según me moví para que cesara en su juego descubrí que más se excitaba. Pasé de estar a 4 patas sobre él sin apenas roce entre nuestros cuerpos, a colocarme medio tumbada sobre él.
Automáticamente su actitud cambió, se fue convirtiendo en una persona más dócil, casi en la misma proporción que yo iba transformándome en tirana del placer. La humedad de su boca y lengua se fusionaba con la humedad de mi sexo. El placer se hacía presente no solo por su juguetona lengua y mordiscos de sus dientes. En mi egoísmo creciente, fui restregando mi cuerpo hasta acoplarlo en la cara de él. En ese acoplamiento, hasta los suspiros y exhalaciones agitadas de mi compañero de cama producían placer en mi. Una fuerza invisible, caliente y fría a la vez que acariciaba mi piel y la erizaba cuando su lengua acertaba con el punto adecuado.
Aquí apenas son unas líneas de diferencia, pero en la realidad todo ocurría con días y encuentros de diferencia. Mi personalidad y alter ego se completó el día que llegué a una acción que era impensable que la hiciera y disfrutara antes de este cambio.
El facesitting ya formaba parte de mi vida sexual. Ya era capaz de ponerme sobre su cara durante largos periodos de tiempo con el único fin de disfrutar del placer sin sentirme mal por solo disfrutar yo. Pero nunca llegaba a sentarme realmente, solo era una novata que acercaba su entrepierna a la boca de un chico. Hasta ese momento que por un deseo del destino, me resbalé y me caí con todo mi peso sobre su cara. Con mi peso sobre él, no sabía muy bien qué hacer. Por unos instantes el tiempo se detuvo. Intenté levantarme rápido pero él me lo impedía con sus manos. Yo percibía entre mis nalgas que estaba completamente aplastado por mi. Sentía toda la fisonomía de su cara en mis glúteos y entrepierna. En un movimiento de vista, buscando como levantarme, me fijé en su cuerpo bajo el mío. Vi sus piernas flexionadas y a continuación su polla como nunca antes la había visto, venosa y muy dura. Tenía un aspecto de una rigidez extrema. Incluso la punta algo más burdeos de los habitual.
A la vez, él resoplaba entre mis carnes y si estaba claramente sobreexictado. Hasta que de repente, su polla en hinchó progresivamente desde la base hasta la punta y terminó disparando un chorrón blanco de semen. Subió casi hasta la altura de mis ojos. Salieron disparados varios chorros consecutivos. Yo flasheada no supe reaccionar, hasta que terminó de salirle semen. Entonces me incliné hacia adelante para lamer un de los pegotes que tenía por el vientre, y terminar por su polla. Verla así me excitó. En ese momento, fue cuando separé mi culo de su cara y él comenzó a respirar agitado y a no parar de decir que había sido una pasada, que era lo mejor que le había pasado nunca follando. Acababa de experimentar la famosa petit mort. Le regalé unos instantes más de caricias de lengua en su polla antes de dar por terminada la sesión.
Ese día puedo decir que marcó un antes y un después. Ahora lo hacemos con mucha más frecuencia y ya soy yo la que lleva las riendas en lugar de ir a remolque de sus deseos.
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