Yo, la de los grandes secretos.
Escribo desde Edimburgo. Llegué aquí de Erasmus... precisamente hoy hace nueve meses. Ilusionada, deseando aprovechar esta ocasión que he disfrutado y muy poca gente tiene.
- Hola. Soy yo. ¡Sí, yo! Andrea. ¿ No te acuerdas de mi? Hace mucho que no nos vemos. Años quizá. Recuerdo que te conté lo de mi padrastro. Lo de mis líos y experiencias.
Recuerdo muchas cosas que quisiera olvidar.
En estos cuatro años que han pasado he crecido en muchos aspectos. Pero el paso de los años siempre acarrea perder cosas por el camino. Y si bien he luchado por conservar lo que se suponía era mi esencia como persona, otros aspectos valiosos se han ido, inevitablemente, por la taza del inodoro.
Ahora con la maleta hecha, espero la hora de que llegue el autobus que me lleve a mi vuelo. Destino: mi España querida. Aquí, en Edimburgo, en un país desconocido, he aprendido a apreciar lo valioso, y a tamizarlo separándolo de lo banal, lo superfluo que resbala y se pierde.
Llegué aquí de Erasmus... precisamente hoy hace nueve meses. Ilusionada, deseando aprovechar esta ocasión que he disfrutado y muy poca gente tiene. Mis pobres padres se sacrificaron mucho para pagarle los estudios a su única hija universitaria, y ésta se propuso por todos los medios que tal esfuerzo obtuviera sus frutos. Hace un mes les despedí en el aeropuerto, a ellos y a mi tata Carmen, mi apoyo incondicional y mi más querida amiga y hermana. Precisamente, durante todo este tiempo fuera de España, ha sido ella y solo ella mi almohada telefónica donde llorar, mi más sincera confidente de wassap.
-"¿llorar?" - os preguntareis. Pues sí. El estar lejos de tu entorno, de tu familia y amigos (unido a la evidente morriña), me hacía pasar las noches más amargas de mi vida.
En las habitaciones contiguas escuchaba a veces los rescoldos de alguna que otra fiesta a la que no era invitada, o los gemidos ahogados de alguna compañera con su novio. Sexo de erasmus sin tabues. Algo que yo no practicaba, muy a mi pesar.
Mis dedos eran mis únicos desahogos en las oscuras y frías noches escocesas. Tan fieles y precisos como siempre, sabían perfectamente como y donde dirigirse para hacerme estallar de placer, no una ni dos, sino hasta tres y cuatro veces por noche. No fueron pocas las veces que me asaltó el sueño, extenuada y con las braguitas por los tobillos.
Ni qué decir tiene que esas experiencias nocturnas alejaban momentáneamente mis angustias.
Pero vayamos al grano. Siempre me ha gustado ser consecuente y no irme con rodeos.
Este relato esta basado no en esta última visita de mi familia, sino en la anterior.
Aterrizaron a principio de la vacaciones de semana santa. Yo andaba algo liada con los exámenes y el proyecto de fin de carrera, y confieso que no les presté la atención merecida.
Los dos, mi padrastro ( Esteban, el que fue durante muchos años mi amante oculto), y mi hermana Carmen. Lamentablemente a mi madre le fue imposible venir. Un serio problema en el trabajo a última hora la llevó a dejar perder el vuelo. Suerte que mi hermana ocupó su lugar, y digo "suerte" por varias razones que ahora expondré.
Ocuparon una habitación en la planta baja de un antiquísimo hotel del centro de Edimburgo. A su favor, su localización: en pleno centro histórico. Lo malo es que quedaba muy lejos de la residencia universitaria donde yo me hospedaba. Aunque no había distancia si existia una excelente red de transporte público (algo que en mi país se echaba en falta).
Llegaron sin avisar. Yo me encontraba en el pequeño gimnasio de la parte Sur de la Uni. Una simple sala con seis máquinas de musculacion, dos bicis estáticas y una cinta de correr. Justo a esa tarea me dirigía, a terminar de quemar las pocas energias que me quedaban. Me subi a la cinta, aun con mi toalla al cuello, cuando les vi, entrando desorientados en el desierto gimnasio.
No se puede describir la gran alegría que me produjo verles allí tan pronto. Me habían mentido asegurándome que no llegarían hasta mañana, pero todas las mentiras se perdonan cuando te abrazan tus seres queridos.
Carmen fue la más efusiva, aferrándose a mi cuello hasta casi estrangularle. Luego llegó el turno de Esteban. Me abrazó fuerte, una mano rodeando mi espalda y otra sujetándome el culo, tal y como hacía antes. A mi no se me ocurrió otra cosa que plantarle un beso en los labios, fuerte, cariñoso, y sincero. A Esteban aquella efusividad le sorprendió, pero no pudo evitar sentirse aliviado ante mi aptitud hacia él. Esa misma noche me confesaría algunas cosas, pero la más importante sería que me había echado de menos.
Tras un agradable café de reencuentro me marché a la facultad de Humanidades. Esa sería la última clase del trimestre, y a partir de ahí dedicaria mi tiempo en exclusiva a ellos.
Pasé casi la totalidad de "Historia del arte" embelesada ante el teléfono móvil. Siempre la misma foto, la de aquel día con Esteban. De noche, en la buardilla de su casa de soltero. Al fondo la banda oscura del mar parecia partir en dos la instantánea a nuestras espaldas. Yo salía horrible, despeinada, con la luz del flash directamente reflejada en mi cara, que remarcaba mis marcas de expresión. Era sólo unos ojos azules sobre una gran mancha blanca repleta de arrugas y pelos de bruja. Él, sin embargo, aparecía tal cual es ahora. Parecía haber hecho un pacto con el diablo, ya que parecia no pasar el tiempo por su fisico. Recuerdo aquella foto con todo lujo de detalles, y el revolcón de despues... El último polvo con el que, por aquel entonces, iba a convertirse en mi padre oficial.
Ahora lo era, con todo lo que ello conlleva. Y una parte muy importante de ello es el imperativo de separar sentimientos de afecto en dos mitades, las familiares y las de la pareja que nosotros nunca seremos.
A la salida volví a conectar el móvil a la red (estaba prohibido encenderlo.en clase), asaltandome un montón de mensajes de ellos. Carmen me mandó un montón de "selfies" posando bajo la estatua del "fiel Bobby", el Palacio de Holyroodhouse, el monumento a Schoot y otros monumentos emblemáticos de Edimburgo. Siempre riendo, siempre haciendo la payasa para hacerme reír. Estaba más delgada, y le sentaba bien aquel cambio. Poco antes de marcharme habia caído en una profunda depresion que combatia con comida. Y eso no era nada bueno para su salud.
Esteban también me mandó algo, un sólo mensaje. Tres escuetas palabras que a simple vista no decían nada, pero que sin embargo me abrían de par en par su corazón.
-" Te he necesitado"
Esa misma noche yo fui la anfitriona. Preparé concienzudamente la velada, transformando mi pequeña habitación de estudiante en un salón comedor repleto de platos típicos escoceses ( eso si, permitiéndome algunas licencias, como mi querido jamón curado, algo inexistente aqui y que me habían traido de mi querida tierra).
Durante la animada cena hablamos de todo y de todos. Escuchamos musica, reimos criticamos a los escoceses, contamos chistes y llamamos a mamá, que, con el altavoz, fue tambien parte integrante de la mesa. Al terminar me ayudaron a recoger los platos, Esteban se ofreció a fregar los cacharros mientras las dos hermanas, apretadas en el sofá, nos íbamos poniendo al día de amores y amoríos.
¿Seguro que en todo este tiempo no te has follado a algún escocés? - me preguntó con una sonrisa, añadiendo- ¡Menuda eres tú!
¡Por quién me tomas, nena! La "chocho alegre" siempre has sido tú - exclamé partiendome de risa.
No es eso lo que me ha contado Esteban - exclamó, cayendo ésto sobre mis hombros como un jarro de agua helada.
Instintivamente miré a aquel traidor. Continuaba frente al fregadero, distraído, tarareando entre dientes lo que sonaba por los altavoces del ordenador: " man in the mirror" de Michael Jackson.
Vamos nena - continuó Carmen-, todos somos adultos y hemos tenido nuestras necesidades.
Y nuestros secretos - exclamé meditabunda.
¡Tu tranquila! - esgrimió, tal y como siempre decía cuando me sospechaba preocupada- Un día tuviste un calentón y usaste a tu padrastro para apagar el fuego. Eso fue todo. No hay nada vergonzoso en que dos adultos sanos y conformes se desahogaran echando un polvete. ¿No crees?
("Polvete")
Que usará aquella expresión me hizo reír, y rompió todo el hielo que hasta ese momento me retenía.
- Pero... ¿Y mamá? - quise saber.
La expresión de Carmen cambió. Se hizo más hosca y reservada. Miró a Esteban y éste, como unido telepáticamente a ella, le devolvió la mirada.
- Mamá no sabe nada, y es mejor así.
Esteban salto hacia mi pequeño sofá y ahuecó con su trasero un sitio entre nosotras.
Mis dos princesas ahora, por fin, juntas - exclamó sonriente, ajeno a la tormenta que le venía.
Estaba hablando con mi hermana de lo que os pasó. De aquel polvete magnífico que echasteis.
Esteban quedó mudo de repente.
- ¡Ey, venga! ¡Tranquilos! Lo que haga este pepino queda en familia. ¿No?
Esto último lo dijo aferrando con fuerza la entrepierna del interesado, que emitió un gruñido de sorpresa al saberse atrapado. En ese momento me sentí incómoda. Me hubiera ido a otra habitación, de tener otra a la que dirigirme.
Carmen intuyó mi incomodidad, y se apresuró a acrecentarla indagando más aún en la bragueta de nuestro hombre.
Su falo emergió ante mis ojos, como si de un champiñón se tratara. Blanco, flácido y débil, muy alejado de aquel pollón circunspecto que tan loca me volvía hace unos años.
Mi hermana comenzó a frotarlo de mil maneras diferentes. Se lo llevó a la boca y succionó todas sus partes, llegando solo a conseguir una pobre erección morcillona. Yo les observaba sin poder creermelo todavia.
- ¿Qué te pasa? Ésto no se levanta. - le recriminó al dueño del adormilado miembro- ¿Es por Andri? ¿Por la princesa de los lechosos?
Hasta ahí podíamos llegar. El menosprecio de mi hermana, lejos de alejarme, me dio fuerzas para unirme al dueto. Le demostraría quien era y había sido siempre la dueña de aquel hombre.
- Aparta, princesa del pueblo. Deja que te enseñe cómo poner dura una polla.
Carmen dejo escapar una carcajada al escuchar aquello, y Esteban levantó sorprendido los ojos para mirarme de soslayo.
Con mis finas manos aferré la embergadura del pobre falo que, instantáneamente creció entre ellas. Su consistencia ahora se incrementó con fuertes venas rugosas, tal y como una varita mágica en manos del hada adecuada.
Las manos de mi hermana comenzaron a acariciar la base del glande, que emergió orgulloso dejando atras su piel. Aquella cosa comenzó a palpitar en mis manos, que luchaban por un puesto en la competición por retenerlo en propiedad.
Teníamos a nuestro nombre rodeado, en el sitio donde las dos lo queríamos, y ambas con hambre se sexo (yo sobretodo, que desde que sali de España no habia hecho otra cosa que dedearme). Pero un problema imperante nos preocupaba. Sólo había un falo para dos agujeros.
- ¡Para cuatro! - exclamó Carmen al escuchar mi dilema, dando a entender lo entendible- Dos agujeros cada una - Añadió burlona, posando dos dedos en su frente de forma infantil.
De repente la pared comenzó a vibrar bajo el envite de la música countrie del otro lado.
Carmen y Esteban (Aún con una visible erección), me miraron extrañados.
Tranquilos - exclamé resignada-, son las locas de las americanas, mis vecinas de residencia. Cuando no están follando revientan las paredes con su música de mierda.
¡Que frescas! - Gritó Carmen- ¿Cómo se dice en escocés: "Bajad la música, pedazo de putas"?
Me partí de risa ante tal tontería.
A veces, cuando se pasan mucho, viene dirección a llamarles la atención. Pero normalmente pasan de todo.
Pues vamos a hacer que la bajen. Ya lo vereis - prometió nuestro padrastro.
Carmen se apresuró a deshacer su lengua en la boca de mi hombre. Yo, ante mi falta de ventaja, me apresuré a deshacerme de las mallas.
Una buena jugada, ya que los ojos de Esteban fueron directos a la unión de mis piernas, que aun ocultaban su tesoro bajo mi braguita blanca de ribetes rojos.
Carmen me imitó, pero su efusividad al querer librarse de toda su ropa le hizo perder ventaja.
En cuestión de segundos ya lo tenía todo para mí. Sus manos se deslizaban sinuosas bajo los pliegues de mi ropa interior, y su lengua enseguida se tornó fuerte en mi cuello.
Andri...sí... Andri...
Si... Sigue... Si...
Sus dedos acariciaron mis labios, los de arriba y los de abajo. Se internaron en mis pliegues inguinales, profanaron mis pezones con sendos pellizcos, mordiscos que me volvían loca.
Ni qué decir tiene que empapé allí mismo las bragas.
Carmen no sé quedó quieta, y resbalando hacia el sur, se sumergió de llenó en aquel mar de lujuria que nos envolvía, llevándose a la boca la única bombona de oxígeno con la que sobrevivir.
Esteban exhaló un suspiro, y sus manos abandonaron mi culo para aferrar la cabeza de mi hermana. Comenzó a maniobrar aquella felación con maestría, como un director de orquesta. Yo me sentí abandonada, pero no iba a consentir por nada del mundo quedarme esa noche sin mi sesión de hombre. Mi vagina encharcada palpitaba a mil por hora, pidiendo a gritos un desahogo, y no tardó en llegar, pero no por parte de él, sino de ella.
La mano de Carmen se posó en mi bajo vientre, constató mi necesidad, y conminó al resto a abandonar sus quehaceres.
Algo blando, palpitante, se introdujo en mi vagina, la recorrió de arriba a abajo, y con precisión milimétrica rodeo mi clitoris a punto de estallar. Lo hizo suyo con humedas circunferencias, tanteó los pliegues bajo su piel, y lo volvió a rodear con ansia. De arriba a abajo, de izquierda a derecha. Mi clitoris parecía una veleta mecida por el viento de su lengua. Un viento huracanado que amenazaba con desencajarme de un momento a otro.
En pleno extasis aparecio un nuevo actor, un dedo...otro, profanando, investigando y haciendo suyo aquel templo que se escondía en lo más profundo de mi bosque. Una presión vigorosa y algo dura me poseyó, me llevo a ponerme a cuatro patas. Otro dedo más, pero éste más grande y duro entrando por mi esfinter, ablandando sus pliegues que me hacían morir de placer.
Me corría.
Me corriaaaaaaaaa...
¡Me corrí!
Me corrí en la boca de mi hermana con un dedo de Esteban dentro de mi ano.
...
Presa aún de los espasmos post-extasis me dejé caer sobre el apoyabrazos del sillón. Cansada, pero no rendida.
Desde allí observé como mi padrastro aferraba a mi hermana de las nalgas, la elevó fuerte de los muslos llevandola sobre su pene, donde la dejó caer. La penetración fue brutal.
Carmen gritaba y gemía de puro gusto mientras Esteban la atraía una y otra vez contra su pecho. Se apoderó de sus tetas (no tan palidas como las mias), y con fuertes embistes se dejó llevar dentro de ella.
Carmen gritó lujuriosa al llegar al orgasmo unos segundos más tarde que nuestro padrastro.
Allí, desde mi posición privilegiada, pude ver como resbalaba el semen de su vagina, dejando una perenne mancha blanquecina sobre el sillón.
Fue entonces cuando constaté que ya no se escuchaba nada desde la habitación de al lado.
- ¡Lo veis! - exclamó Esteban.
Los tres reimos en aquel viejo sillón de residencia universitaria. Abrazados, desnudos y sucios de nuestros propios fluidos, que nos unieron mucho más desde entonces.
Gracias por leerme ;)