Yo estuve en el infierno

Homo sum, humani nihil a me alienum puto: ‘Soy humano, nada de lo humano me es ajeno’.

Todo había empezad en el vientre de mi madre o mejor aún en el origen del universo, pero para lo que nos ocupa digamos que empezó una noche en el “night cub” de la playa. Yo bebía, como de costumbre “gin-tonic” y después de unos cuantos ya me atrevía con la sincopada música local bailando  desinhibida el baile del pollo en medio de la pista y mezclándome con todos, aceptando divertida los retos de bailar encerrada en un circulo humano jaleada por palmas y risas. La noche avanzaba con desenfreno a ritmo de  gin-tonic y baile. Cuerpos sudorosos engarzados los unos a los otros haciendo trenecitos por la sala de baile. Noté una presión en mis caderas de manos que me aferraban con fuerza por el talle mientras los  dos pulgares se hundían uno en cada nalga. Al volverme vi a un negro de buen porte que me sonreía. No recuerdo muy bien lo que pasó en las tres horas que siguieron pero cuando salí en busca de mi vehículo el negro de fuertes manos me saludaba desde la ventanilla de mi coche, al parecer le había prometido llevarlo hasta la ciudad al termino de la fiesta cosa que me pareció de lo mas útil pues sería un suplicio para mi llevar el pic-up hasta mi casa. Le entregué las llaves que tomo con decisión. Nos pusimos en marcha. No dijimos nada en todo el trayecto pero al llegar a un cruce detuvo el vehículo, se volvió hacia mí, enseño sus dientes de perla y me dijo;

  • ¿Quieres echar un polvo, o estas demasiado borracha?

Me molestó su impertinencia, su descaro, su arrogancia, su sinceridad, su poca cortesía y hasta sus dientes blancos me molestaron.

  • Tal vez tengas que enseñarme tu documento de identidad, no quiero cometer ningún delito de abusos.

Sus dientes se apagaron de pronto. Al menos conseguí borrar la resplandeciente sonrisa de su impertinente rostro. Pronto rehizo su compostura con un gesto de autosuficiencia y volvió a la carga intentando acorralarme.

  • Mi documento de identidad está entre mis piernas, ¿quieres que te lo enseñe ahora?... En tu casa o en la mía.

Ahora está a la defensiva, eso está bien (pensaba). Pero seguía molestándome su impertinencia y comencé a sopesar el reto de aceptar, tal vez solo por demostrarle que no tenía ningún prejuicio por el color de su piel y también por sorprenderlo en su osado intento de seducirme a sabiendas de que tenía pocas o ninguna posibilidad conmigo y aceptar su proposición tal vez lo pondría nervioso por del solo pensamiento de poder poseer una hembra joven hermosa y sobre todo blanca como yo. Entonces quizás se derrumbaría y se zafaría con cualquier excusa infantil sonrojándose, o  tuviese el temple suficiente para seguir el juego hasta sus últimas consecuencias. No quería irme a casa aquella noche con la intriga sin resolver y porque no concederle un pequeño obsequio a su osada propuesta. Presentarme en casa con semejante negro supondría un elemento mas de tensión en la convivencia ya difícil y aunque  las relaciones eran habituales y conocidas no quería entrar en casa de aquella forma.

  • ¡Ah! Pero, ¿ tienes casa?

Ahora era yo quién lo irritaba. En un arrebato de valor (o de temeridad) dije:

  • Veamos donde está tu cueva.

Condujo en silencio  y sin titubeos como un autómata llevó con maestría el coche por el laberinto de calles hasta detenerse en una calle frente a una gran puerta de madera. Descendimos a la par y sacando una pequeña llave de su pantalón descerrajó un minúsculo candado que más parecía una medida evasiva que un eficaz cierre.

El se quitó su ropa con precipitación, conservando el slip, yo me quité la blusa y me deshice del sujetador, él se impacientaba al verme sentada en el borde de la cama imposible para desabrocharme el botón del vaquero dado mi estado. Puso sus manos sobre mis hombros desnudos y me lanzó hacia atrás quedando mi cuerpo tendido en la cama, desabrochó el botón del pantalón y tomándome por los pies tiró de ellos liberando las últimas defensas que franqueaban el seguro destino. Reía divertida provocando a mi presa mientras con devoción él me lamía el cuerpo.

  • ¿Te está gustando verdad?
  • Mucho.
  • Te voy a dar este muñecote que tengo entre las piernas
  • Lo estoy deseando, Negro.
  • Eres una puta.
  • Y tú un cabrón.

Mis respuestas atrevidas a su lenguaje soez le enfurecía la mirada mientras la cabeza de su miembro asomaba imponente por el límite de su slip del que se desprendió con rapidez. Ahora su negro miembro quedo pegado a su vientre como la lanza enhiesta  de un guerrero dispuesto a entrar en combate, sin pensármelo tome entre mis manos su pene que no necesité descapullar pues ya estaba completamente desplegado. De un solo golpe engullí todo lo que puede del pedazo de carne caliente. De su garganta salían gritos desgarrados y no pude evitar felicitarme por la eficacia de mis artes amatorias, sonreía pensando que ni su madre vendría en su auxilio. Aflojé la cadencia de mis chupadas pues no quería que el negro se vertiese en mi boca, espiando su gesto para medir exactamente el nivel de su excitación y ver lo cerca o lo lejos que estaba de su momento álgido.

Dado mi estado no sabía de donde había sacado aquella lucidez que me guiaba segura por el camino del placer, sintiéndome yo conductora de aquellas maniobras bélicas. Tal vez fuese el miedo a lo desconocido miedo de mi misma lo que me hacía controlar hasta el mínimo detalle olvidando mi propio placer y disfrutando mas si cabe con el ajeno. Mi negro se afanaba en recortar la ventaja intentando arrancarme un gemido sincero, pero yo solo le daba miradas lascivas y risas provocadoras que laceraba su ego.

  • Te comportas como una puta.
  • Si, pero con una diferencia, las putas cobran y en mi caso si me gusta tal vez tenga que pagarte yo a ti.

Entonces algo se revolvió dentro de él, se apartó de mí para observarme con detenimiento, su mirada irritada presagiaba un reagrupamiento de tropas para la lucha final. Se echó sobre mi besando mi cuello y dirigiendo su arma entre mis piernas pero lo detuve pidiéndole un preservativo que no tenía, enfurecido se levantó de la cama enrollándose una sábana sobre su cintura y así se fue a la calle en busca de un condón.

Cuando me quede sola entre las cuatro paredes de la habitación eche un vistazo; una cama que ocupaba mas de la  mitad del cuartucho, un aparador con algunas fotos entre el menaje de cocina, un pequeño frigorífico y dos sillones desvencijados, metido todo en un cuarto alquilado, era todo lo que tenía, aunque seguramente el cuarto ni fuese suyo y él lo utilizase o compartiese con otras personas.  Me quedé fijamente observando el movimiento perezoso del ventilador que pendía del techo  intentando refrigerar mi cuerpo desnudo, comencé a sentir miedo por haber ido demasiado lejos con aquél hombre del que nada conocía, pensé en todas las enfermedades de transmisión sexual, pensé en el virus cruel del sida. Mientras un sabor ácido del gin-tonic subió desde mi estómago quemándome la garganta. Ni pensar quería como una mujer inteligente e informada como yo podía verse tendida en un camastro de una hedionda  habitación de una calle maloliente del barrio de una ciudad destartalada y agrietada, vestigios de una guerra no lejana, en un puerto  de mar tercermundista y por dios olvidado, donde los parias del mundo se comían su miseria. Estúpida me veía tendida en la cama esperando que un negro me atravesase con su  lanza, hincándome entre las piernas su vergajo.

El negro llegó con la misma urgencia que se había marchado interrumpiendo mis pensamientos. Ya no había marcha atrás no podía replegar mis tropas ahora y  de repente la batalla mostró un perfil afiladamente peligroso y real desconocido hasta el momento, un ingrediente mas había venido a sumarse a la contienda, la idea de una destrucción total surcó mi cuerpo con un escalofrío. Las aspas del ventilador cortando el aire se volvieron amenazadoras ahora. Desde la puerta el negro me mostró sus blancos y perfectos dientes en señal de victoria y agitaba vehemente el condón enfundado en  el envolvente de aluminio. Su negro cuerpo resaltaba sobre la blanca sábana enrollada en su cuerpo, lo observe tendida desde la cama y me pareció joven y apuesto con el pelo rizado sus ojos sinceros y expresivos su nariz  pequeña, su boca grande de finos labios, no sabía por sus rasgos a cual de las nueve etnias que componía el mosaico cultural del país pertenecía él, pero era sin duda un buen espécimen de alguna de ellas, resultado de una ancestral selección natural vigente y cruel.

Frente a mí a los pies de la cama arrojó la sábana que lo cubría y me mostró su pene que en absoluto había perdido la determinación que lo mantenía erecto y amenazador. Cómicamente  mordió una esquina del aluminio y sacó la goma de látex que con parsimonia empezó a desenrollar sobre su pene y al que no alcanzó a cubrir por completo. El incidente no pasó desapercibido para mí  cayendo en la cuenta ahora de lo imponente de su rabo. Mi sexo tembló de placer y de deseo.  Se acercó a mis pies y mi instinto de hembra entreabrió los muslos que franqueaban la puerta de su deseo. Me recompuse y la determinación en la victoria volvió renovada  a mí, inhalándome mas fuerzas si cabe que al principio, un extra en el que tal vez estuviese comprometido mi destino. Me pasé un dedo por mi rajita húmeda y lo llevé a sus labios que lo chuparon con profusión.

Ahora su cuerpo cubrió el mío y su pene caminaba decidido entre mis muslos buscando con avidez la puerta de acceso a mi interior, lo tomé con mis manos para dirigirlo al punto exacto pero él me lo impidió tomando mis muñecas con sus manos y fijándomelas por encima de mi cabeza. El falo encontró sin ayuda la puerta que franqueó de golpe certero, el ariete entró en mi vagina sin demoras como un gran gusano viscoso y caliente en busca las profundidades de mi ser. Clavó hasta la cepa su miembro y lo mantuvo así mientras buscó mi mirada, antes de comenzar a bombear me dijo:

  • No finjas, te mueres de gusto blanca.
  • Tienes toda la noche para averiguarlo, negro.

Inesperadamente la sacó con brusquedad y sentí como si me arrancasen algo propio de mis entrañas, acercó su boca a mi sexo y succionó enloquecido. No quería mostrarle el placer que me daba y eso me valía para mantener el control. Empecé a hablarle pidiéndole mas entusiasmo. Volvió a clavar su lanza ahora despacio como el que aparca un autobús en su garaje, sin sacarla me dio la vuelta arremetiendo contra mi grupa con mas fuerza aún que antes. Yo le pedía intensidad y él respondió corriéndose dentro de mí y soltando un grito que se me antojó de piedad. Nos derrumbamos y quedó tendido unos segundos sobre mi espalda con su arma aún dentro de mi cuerpo. Él era consciente de que yo no había terminado aún. Tomó un tubo de crema hidratante del aparador y puso un poco en mi ano e intentó  ensartar su vaina en mi culo cosa que no me costó impedirle pues estaba ya muy mermado después de una noche frenética.

Sentada desnuda sobre la sábana tendida en uno de los sillones contemplé como mi joven macho dormía exhausto y vencido encima de la cama. Era una victoria sin paliativos (eso pensaba yo entonces) y acaricié la idea de no correrme nunca más en mi vida (cosa bastante poco probable), pues lo que me interesaba (me decía convencida) era el camino que se recorre hasta la cumbre dejando el último metro tal vez para otro día. La luz del amanecer comenzó a filtrarse entre las rendijas del portón de madera exageradamente grande para lo pequeño de la habitación y que tal vez hubiese sido la puerta de algún almacén del puerto en otro tiempo. Tomé mi ropa y sin dilación me vestí. Dejé unos billetes sobre el mueble y antes de salir acaricié su pelo ensortijado. Franqueé la puerta que cerré detrás de mí  encontrándome ahora en una polvorienta y sucia calle de aquel barrio, algunos dormían a pierna suelta como si estuviesen en la intimidad de sus casas. Dormitaban  en catres tejidos a mano con cuerdas de nilón de colores vivos, los sacaban a la calle para evitar el calor sofocante de la noche en el interior de las casas. Me subí a mi Pic-up y arranqué el motor con cierto temor de despertar a alguien, una rata cruzó la calle, nadie se movió, engrané el cambio y salí despacio con cuidado de no tocar a nadie, lentamente el vehículo avanzó  por la calle que se había vuelto inesperadamente estrecha por los que dormía a ambos lados de ella. Una vez que gané la vía principal aceleré a fondo en busca de una ducha fría.

El principio del fin.

Había logrado tener un total control en las relaciones con aquel hombre que logró vencer mi resistencia a nuevos contactos después de unas semanas en las que me refugié en  la formula de: trabajo y lectura con cervezas mas baño en la playa y que me funcionó durante un tiempo. Era una ciudad pequeña donde todos conocían la vida de todos, más aún la del contingente extranjero que venían a representar la jet-set del lugar y eran la comidilla habitual entre los lugareños. Una tarde de domingo se acercó a mi tal vez avisado por alguien, de mi paradero e interrumpió cortésmente mi lectura. Hablamos durante horas como dos personas civilizadas sin una palabra fuera de tono, sin copas ni pretensiones de por medio nos comportábamos con delicadeza pugnando por ver quien era mas cortés cediéndonos la palabra sin tratar de monopolizar la discusión o de humillar al otro con los conocimientos sobre alguna cuestión concreta. La conversación con él resultó mucho más interesante de lo que a priori yo podría suponer después de valorado aquel otro primer violento encuentro, del que por cierto ninguno hicimos mención ahora, como si nos acabásemos de conocer aquella misma tarde o nuestro anterior encuentro careciese de valor por haberse producidos en circunstancias que de no ser por el alcohol no se hubiese dado. Le invité a  cenar y sin terminar se marchó precipitadamente dejándome nuevamente sola cuando un amigo le solicitó con urgencia. Allí comenzaron  a derrumbarse los sólidos muros de mi aislamiento de mí adorada soledad, para descender a lo mas profundo de mí infierno particular.

Después de un segundo tal vez un tercer encuentro donde se repitieron los esquemas de apareamiento ya conocidos, comencé poco a poco a tener dependencia de aquel hombre cuando precisamente él mas me ignoraba. Lo buscaba por los bares del puerto por las casas de sus amigos, amigas y familiares sin importarme quedar en evidencia ante todos. Una noche en el mismo “night cub” del primer encuentro estaba él divirtiéndose  con unos amigos todos ellos negros, me acerqué al grupo y cuando me vio se levanto par ir al servicio, me senté a esperarlo en medio de personas desconocidas, cuando una de ellas se acercó a mí y en un perfecto español (allí había que hablar ingles o aquella imposible lengua semítica) me dijo:

  • Deja en paz a mi amigo, esta noche va follar con esa puta de ahí.

Cogida por sorpresa y expuesta a una humillación compuse una respuesta lo mas digna posible y dije:

  • Bueno ya me lo follaré yo otro día. Tal vez cuando no tenga nadie a quien recurrir  y venga a mí como un negro dócil y educado.

Dije defendiéndome  sin ninguna convicción en mi argumento. Mi hispanohablante se recostó en su butaca sonriendo maliciosamente. Él salió por fin del servicio y ocupó su asiento, me acerqué a su oído y le susurre:

  • ¿Quieres ser mi chico?
  • No.

Respondió casi gritando. Cabreada sonrojada y humillada me fui sin detenerme ante el requerimiento de un colega al que rocé con el hombro en mi precipitada salida. Cogí mi vehículo y aceleré bruscamente haciendo rugir los 140cv de sus seis cilindros mientras las ruedas levantaron una polvareda tras de mí. Firmemente decidida sin embargo a seducir a aquél negro no cejé en mi empeño hasta conseguirlo, pero fue una victoria amarga que me hundía mas y más en el infierno que me estaba poco a poco construyendo. Recuerdo una noche desesperada por la espera, sin poder dormir ni leer ni hacer nada para controlarme,  me vestí con rapidez cogiendo con nerviosismo las llaves del coche y salí a la calle, a la tres de la mañana para recorrer sin éxito el barrio del puerto en su busca, ya derrotada y aliviada tal vez de no encontrarlo me encaminaba hacia casa dispuesta a dormir unas horas cuando lo vi en medio de la calle solo, tal vez un mal rollo con los amigos, tal vez alguna mujer lo humilló como él hacía conmigo, lo cierto es que apareció ante mi y lo vi débil y accesible. Me acerqué por detrás con mi coche y fui ideando una estrategia para aprovechar lo que el destino me ofrecía, sin problemas fuimos a nuestra playa y en el agua me entregó todo lo que tenía.

Cuando conseguí después de algún tiempo que se volviese loco por mis huesos yo ya estaba sumida en un pozo profundo del que no sabía como salir. Dos días seguidos nos pasamos en la habitación sin mas alimento que nuestros propios fluidos corporales. Yo estaba con la regla pero ni a él ni a mí nos importó el detalle e hicimos el amor una y otra vez poniéndolo todo perdido de sangre. Sangre que yo miraba sin saber que virus se escondían ya en ella esperando darme su zarpazo de muerte. Estaba sentado en el borde de la cama intentando vestirse cuándo me subí desnuda en sus hombros para con otro juego más impedir que se fuese. Bruscamente se levantó llevándome encima y comenzó a dar vueltas sin parar por la habitación hasta conseguir que le rogase que se detuviera, me tiró sobre la cama y una vez mas le pedí que me follase. Se abalanzó sobre mí y me penetró con violencia. Yo como siempre seguía el ritmo de su deseo olvidando el mío propio, él enloquecía con mi actitud e incrementaba el ritmo de sus embestidas.

  • Así negro dámelo todo.
  • Te amo, te amo,  ¿qué quieres de mí?  ¿qué necesitas?, ¿que quieres que haga?. Me voy a correr otra vez, pero ya no tengo nada que darte, estoy vacío. El diablo tiene que ser mujer, tal vez eres tu misma.
  • Así mi amor sigue.
  • Pero... ¿qué quieres?
  • Quiero tu desesperación, eso quiero, eso es mi alimento.

Entonces me levantó como una pluma y pegó mi espalda contra un rincón de la habitación manteniéndome en el aire con sus poderosos brazos, acercó su miembro a mi ano y comenzó a moverme arriba y abajo mientras su verga franqueaba poco a poco mi recto. Al fin traspasó mi esfínter entregado ya  a su ímpetu y notando que cedían  las puertas de mis entrañas clavó de un fuerte impulso toda su lanza en mi interior con deliberada violencia. Sentí humedecerse mi lacrimal e hice un gran esfuerzo par evitar que las gotas aflorasen después que su pene me laceró el interior como un tren de alta velocidad entrando por el túnel oscuro y angosto de mi recto arañando las paredes en su progresión hasta la cavidad ceñida de mi órgano de evacuación que flanqueaban mis ya muy enrojecidas nalgas. Mantenía mi postura de mujer dura y fatal pero en realidad yo me sentía hora como una mierda pinchada en el palo negro de su verga. Creo sin embargo que él se hizo aún mas daño que yo por el grito sordo que salió de su garganta y por los delatores hilos de sangre que recorrían su pene negro, ahora muy enrojecido.

Cuando por fin se fue me quedé tendida en la cama llorando, destrozada por dentro y por fuera y decidida a poner fin a aquella locura. Resuelta a saber si el destino me concedía aún licencia para vivir me fui al día siguiente en busca de mi amigo médico para someterme a todas las pruebas posibles que pudiesen hacerse en aquel hospital de la miseria. Fui a visitarlo a su pase diario de enfermos y me recibió con gran amabilidad como de costumbre, tomamos café y le expuse mi caso con toda la crudeza. Él movía la cabeza sin atreverse a mirarme a los ojos,  yo muy alterada y le pedía respuestas que él no me podía dar.

  • Mierda, mierda por que eres tan estúpida, ¿tu sabes la cantidad de enfermos de sida que pasan por aquí todas las semanas?. Eso sin contar todos los que no controlamos que son la mayoría. ¿Qué te pasa, quieres matarte, arruinar tu vida y tu familia?... Bueno ven mañana y trae a tu negro.

Atravesamos juntos la sala donde enfermos esperaban ser reconocidos, la cortina entreabierta de una cama dejo al descubierto la que parecía una mujer y que solo era un montón de huesos recubiertos de piel postrados en una cama sucia. Se me heló la sangre cuando la muerte me miró desde las cuencas de lo que fueron sus ojos paralizada por el terror mis piernas temblaban a punto del colapso. Con un rápido movimiento mi amigo me arrancó del sitio con un tirón firme de mí brazo.

  • ¿Qué hacen esas personas alrededor de la cama de esa mujer?

Pregunté.

  • Son sus familiares que esperan su muerte. Hoy será su último día.

Meses mas tarde.

El sol se precipitaba por  el filo del horizonte rompiéndose contra la línea que separa el cielo de la tierra en algún lugar lejano tal vez “Al-Magreb”, e incendiando por momentos  la bóveda del firmamento en la última llamarada antes de irse por el vértice de la tierra a tomar fuerzas para el próximo amanecer. La salmuera de aquel mar inerte cicatrizaba las heridas de su cuerpo entregado al sobeteo del suave oleaje que rítmicamente acariciaba su vientre sus pechos y su sexo restañando todas las heridas y preludio de próximas batallas.

Un ligero palmoteo bajo el agua era suficiente para mantener su cuerpo a flote sin apenas esfuerzo. Ella pensaba que era una pena no poder ver ponerse el sol contra el mar, pero para eso tendría que cruzar al otro lado y contemplar el fenómeno desde la orilla opuesta. A pesar de su estrechez era largo y peligroso intentar una travesía  por aquellas bíblicas aguas frontera de dos continentes, ruta de comerciantes y soldados. Le vinieron a la mente todas las imágenes del día ofrecidas en el televisor. Cruzando ese mar rojo en un país no muy lejos de allí habían tenido lugar acontecimientos que marcarían el devenir de los próximos años “La madre de todas las batallas había comenzado”. Bombas “Inteligentes de destrucción no masiva” iluminaron la noche Bagdad. Ella  pensaba en lo peligroso que es mentir y  jugar con las palabras como si fuésemos deidades enloquecidas componiendo poesías de castigo y destrucción para condenar a nuestros enemigos y para la gloria de nuestro dios. Pero esa guerra no era ahora la suya.

Aún resonaban en sus entrañas los ecos de  aquel negro falo hoyando su cuerpo sin cesar como un badajo tañendo sobre su ser el ritmo inexorable del  tiempo. Mazo y bigornia se fundían con la energía liberada por sus cuerpos en una lucha consentida y violenta, danza de apareamiento brutal que impulsa impetuoso el torrente sanguíneo de sus células en pos de una victoria que pertenece a la naturaleza, administradora inteligente de los ritmos biológicos que aseguren la conservación de las especies.

Notaba su joven corazón latir con fuerza y casi podía oír a sus desenfrenadas células correteando por la red de venas y arterias de los infinitos meandros de su cuerpo, autopistas que llevaban  diligentes batallones de leucocitos a las zonas mas descarnadas de la contienda agolpándose en las partes que habían estado en primera línea de fuego, agolpándose en su sexo en sus pezones irritados en el profundo valle de sus nalgas mil y una vez bombardeado por el enemigo. La sal del mar cicatrizaba sus labios maltrechos de amar. Latía y latía todo su cuerpo al inexorable ritmo marcial que imponía su corazón. El yodo del mar también contribuía en la retaguardia como fármaco perfecto a recomponer unas tropas  que ya se reagrupaban listas para nuevas guerras.

Se sentía viva, acaso mas viva que nunca. Su cuerpo era una llama que se fundía con el naranja de poniente. Abiertas piernas con los brazos en cruz, las palmas de las manos abiertas también para ofrecer la máxima superficie de contacto que la mantuviese a flote en las aguas rojas de un mar salado y caliente. Los lazos del  escueto biquini que la cubría estaban a punto de sucumbir ante el empuje de su pecho y el palpito de su sexo. Su mente era un mar de júbilo indestructible y poderoso  convencida de tener un control ilimitado sobre las cosas que la rodeaban, miraba el horizonte y jugaba con la osadía de retar al mismísimo astro rey por ver quién  resplandecía más en aquel bello atardecer.

Un grupo de gelatinosas algas le cubrió de repente la cara provocándole un pequeño sobresalto y recodándole que las cosas cambian continuamente impulsadas por las fuerzas que ejercen la materias que componen sus cuerpos al interaccionar unas sobre otras, en la denodada búsqueda, acaso utópica, del equilibrio en el universo. Constantemente reconfigurando y controlado por un algoritmo matemático incomprensible para nosotros. Recordándole en definitiva lo frágil que en realidad era. Cuando se incorporó y caminó hacia la orilla el sol se apagaba definitivamente cambiando el naranja por un gris triste de ceniza polvorienta que comenzaba desdibujar las formas fundiendo los límites de las cosas.

Un sentimiento de solidaridad con el género humano la invadió cuando subía las escalerillas del avión que la conduciría a un puerto mas seguro. No sintió alivio ni pena ni miedo. Había luchado con valor para sobrevivir en aquél sórdido infierno, en una adaptación al medio mas que aceptable. Conoció a mucha gente que le enseñó una medida distinta de las cosas que nosotros los afortunados del mundo tenemos sin apenas esfuerzo y que ellos los parias de la tierra valoran con otras magnitudes de medida incomprensibles para nuestro corto entendimiento. Algo en su interior se agitaba en rebeldía al comprender la injusticia de unos pueblos contra otros, semejantes al fin en los dos hitos más importantes que marcan la existencia; el nacimiento y la muerte. También le enseñaron como es posible vivir con dignidad en la miseria. Ocupó su asiento de ventanilla y se quedó dormida mientras la megafonía repetía en varias lenguas las ya conocidas medidas de seguridad. Su estómago sintió la fuerza de la nave en su tarea de desprenderse de la atracción de la tierra. Horas mas tarde la luz que entraba por la ventanilla la despertó apareciendo ante sus ojos el espectáculo sobrecogedor de los Cárpatos cubiertos de nieve, se sintió afortunada. Recordó  las palabras sabias del proverbio latino cuando pensó en todas sus debilidades y no renegó de ninguna de ellas. Homo sum, humani nihil a me alienum puto: ‘Soy humano, nada de lo humano me es ajeno’.