Yo, Delfina - Capítulo 1

Capítulo 1 - Mis primeros pasos. Cómo encontré a Gustavo y nuestra primera charla por chat.

Capítulo 1 - Cuando conocí a Gustavo

Mi nombre es Delfina, tengo 21 años. Y actualmente vivo con el hombre que me hizo mujer. Pero primero les paso a contar mi historia.

Nací en un pequeño pueblo con no más de 25.000 habitantes, con el nombre de Andrés. Como saben algunos, la libertad sexual está sólo permitida para quienes no quieren ejercerla. Mis primeros años no merecen mención, simplemente fueron iguales a los de cualquier otro.

Cuando ya tenía cerca de 16 años, junto con la catarata de hormonas que acompaña esa edad, comenzaron a surgir sentimientos e intrigas hacia el mismo sexo. Ya había tenido experiencias cercanas al sexo, con mujeres. Sin embargo, sentía una gran curiosidad hacia los hombres. Sus facciones, sus cuerpos y sus maneras, cautivaban mi atención de una forma extraña, y me había encontrado en más de una oportunidad tocándome pensando en ellos.

Mis investigaciones comenzaron por páginas de internet con temáticas homosexuales y luego pasé a las salas de chat. En esta experiencia, había probado con tocarme mientras jugaba con mi esfínter, con los dedos, y con juguetes improvisados con cualquier cosa que tuviera algún parecido fálico. Por las noches, cuando todos en mi casa dormían, o cuando me quedaba solo, comenzaban mis sesiones de masturbación, donde usualmente iniciaba sesión en el chat, encontraba a un hombre que me cayera bien, y me ponía a su merced, por la cámara web, tocándome y haciendo lo que él me pidiera. Fue en esas experiencias donde comencé a descubrir un denominador común en mis gustos: generalmente prefería hombres maduros, por encima de los 40 años, con buen vocabulario y sentía debilidad por los que tenían el pelo rozando el color grisáceo y un cuerpo cuidado.

Así transcurrieron los dos años siguientes, hasta que abandoné el pueblo y me mudé a la ciudad para comenzar mis estudios. Finalmente, fuera de la presión social de los pueblos, podría abandonar la sala virtual, y tener encuentros reales, con hombres de verdad, donde pudiera sentir no sólo mis dedos jugando con mi esfínter, sino los suyos, su lengua, la presión de su pene empujando por entrar en mi ano, y finalmente, un flujo incesante de semen tibio que me llenara por dentro.

Durante el primer año, mi vida sexual estuvo activa, especialmente con mujeres (por las cuales seguía sintiendo cierta atracción); a la vez, pude vencer la timidez y el tabú, y tuve también encuentros reales con hombres. Pero fue con Gustavo quien se destacó entre ellos, ofreciéndome algo que cambiaría mi vida, y que me permitiría encontrar a Delfina.

Durante mis experiencias en el chat, a la edad de 16 años, había estado intrigado por hombres que buscaban travestis o cross dressers . Cuando mi curiosidad fue excesiva, decidí hurgar en los cajones de mi madre y mi hermana, buscando bombachas, medias, polleras cortas, jeans ajustados y remeras, para usar durante mis sesiones. Sin embargo, no era una práctica muy frecuente por la preparación que requería (aunque no usaba maquillaje), y por el peligro latente de que llegara alguien a la casa, sin tener tiempo de desvestirme. Cuando me mudé a la capital, el panorama cambió, de muchas maneras. Vivía solo, lo que quitaba la posibilidad de que alguien entrase y me encuentre vestida como una nena. Pero por otro lado, mi timidez y mi presupuesto reducido que no me permitía comprar ropa de mujer, me impedían seguir con las costumbres anteriores de mirarme frente al espejo , o chatear vestida como una mujer.

Todo cambió cuando conocí a Gustavo. Logueé a la sala de chat, como siempre. La mayoría de las veces lo hacía con un alias de hombre, pero de vez en cuando, cuando estaba en humor, solía usar un alias de mujer, aclarando que me gustaba el cross dressing, sólo para chatear, y sentirme en la piel de una hermosa hembra que necesita los placeres que le brinda su macho. Esta fue una de esas veces. Gustavo me habló, sin más ni menos, sus palabras fueron simples:

-“ ¿Hola princesa, cómo estás?”

A partir de ahí, pasamos a las formalidades y las presentaciones. Yo, de 19 años, me describí físicamente, le conté que era un chico delgado, rondando los 60kg y de altura normal, midiendo 1.70; mi cuerpo era lampiño, teniendo sólo vello en las zonas típicas de las axilas y el pubis, pero excluyendo la cara y el resto; solía hacer deporte, lo que me daba una figura estilizada; mi pelo era color castaño oscuro, con ojos marrones oscuros que casi se asimilaban al negro; y mi cara estaba lejos de parecerse a la de una mujer, pero, en concordancia con mi cuerpo, era también estilizada, sin rasgos masculinos marcados, precedida por un largo y fino cuello. Él era un hombre de 43 años, con un pelo entre gris y blanco, que en sus mejores épocas había sido negro; ojos verdes oscuros, haciendo su mirada profunda e intensa; medía 1.80, una altura ideal, considerando la mía; y habiendo practicado remo en sus años juveniles, su cuerpo tenía la resaca de lo que habían sido abdominales, pero con un pecho y una espalda imponentes. Había estado casado durante sus primeros años, pero su trabajo fue alejándolo, lo que arruinó su matrimonio. Fue en sus 30 cuando se inició en el mundo gay, que rápidamente lo condujo a que se interesara por los travestis y las cross dressers , lo que le daba experiencia en el tema, haciendo que me atraiga más y más. A pesar de su edad, contaba con una pequeña fortuna, lo que le permitía realizar viajes al exterior dos o tres veces por año, y tener una casa en un importante barrio cerrado. En este punto, mi cabeza empezó a volar por los aires, imaginando el hombre perfecto; pero antes de seguir, le aclaré que nunca había estado vestida como mujer, en una situación real, frente a un hombre; ante esto, Gustavo me dijo que no buscaba sexo en ese momento (algo que siempre había sido un factor determinante a la hora de elegir con quien hablar) y que, por el futuro, me quedara tranquila.

La conversación se prolongó por casi tres horas. En ese tiempo, repasamos nuestras vidas; nos conocimos por cam (al momento de iniciar el videochat, mis nervios estaban a punto de explotar; pero me calmó diciéndome “tranquila, te verías preciosa con un vestido ajustado”); le conté mi problema con la ropa, a lo que me contestó que ya se le ocurriría algo para solucionarlo; hicimos un pequeño listado de nuestras fantasías (que luego resultó que compartíamos más que las que enunciamos ese día); decidimos el que sería mi nombre, Delfina, que siempre me había gustado (aunque durante mis conversaciones usé siempre diferentes nombres, dependiendo mis ganas), y que a él también le pareció lindo, por lo que de ahí en más, se dirigió a mí como Delfi; y le conté que, cuando solía vestirme de mujer o cuando entraba en el rol de una, casi no usaba mi pene, y que la forma de excitarme era frotándolo, asimilando un clítoris, lo que prolongaba el placer y atrasaba el orgasmo.

Comenzamos a imaginarnos una escena sexual en un auto. Él iba conduciendo cuando yo comencé a acariciarle el bulto por debajo del pantalón. Después, desabrochándole la bragueta, empecé a acercar mi boca más y más a ese pene que se estaba volviendo cada vez más duro. Con mis labios le besé la cabeza y le recorrí el tronco con la lengua hasta metérmelo en la boca. Seguí con el movimiento hacia arriba y hacia abajo mientras que, con las manos, le acariciaba los testículos. Cuando no pudo seguir, paró el auto a un costado de la ruta y fuimos al asiento de atrás. Apoyé mis rodillas flexionadas en el asiento, con una mano me sostenía y con la otra, apoyada en el vidrio, evitaba que mi cabeza lo chocara por las embestidas. Él estaba detrás de mí. Me besó la cola, la lubricó con su saliva, y posicionó su pene en la entrada de mi ano. Con una embestida lenta, pero sin detenerse, me penetró, y continuó el movimiento con un vaivén de sus caderas, metiendo y sacándome la verga, mientras me pellizcaba los pezones y me golpeaba las nalgas.

Mientras escribíamos, leíamos y nos veíamos por la cámara, ambos nos tocábamos e imaginábamos. Ambos tuvimos un orgasmo al mismo tiempo. En nuestra historia, su semen se escurría por mi culo, bajando por mis piernas. En la realidad, mi pecho terminó cubierto con mi propio semen. Ese orgasmo nos agotó a los dos, y marcó el fin de la conversación. Pactamos encontrarnos online nuevamente cerca de las 9 de la noche, las noches siguientes, para seguir conversando. Con un saludo y unas buenas noches concluyó el día que conocí a Gustavo.