Yo carmen, la puta.

Los comienzos como puta

Yo, Carmen.

Mi nombre es Carmen, tengo 40 años, y este es el comienzo de una larga, larga historia, que comenzó en un fatídico día de hace, hoy exactamente, 3 años y 4 meses, y que ahora, cuento para liberarme.

Hace muchos años más, nací en un pequeño pueblo de la costa, donde, aunque no sin pasar apuros económicos, mis padres consiguieron sacar adelante una pequeña familia, compuesta por sus dos hijas, y mi anciana abuela materna, de la cual cuidábamos. Mi madre era limpiadora, de las que día a día, y de sol a sol, rondaba de casa en casa, limpiando escaleras y haciendo los menesteres del hogar. Mi padre, era pescador, y a diario se lanzaba a la mar, a luchar contra olas y tormentas a cambio de un misero sueldo, con el cual apenas podíamos mantener el hogar.

Aun así, tuve una buena infancia, y crecí feliz, junto a mi hermana, disfrutando de la libertad de ser ajena a los problemas de los adultos. Nunca me metí en ninguna clase de problemas, y era por lo general querida por la gente que me conocía. Era una chica tímida, y el simple hecho de hablar con chicos de mi misma edad me ponía nerviosa y me hacía sentir incómoda, razón por la cual, y a pesar de haber tenido varios pretendientes, no fue hasta los 22 años que conocí al que sería mi primer y único novio. No era un chico especialmente guapo, pero tenía algo que me atraía de él. Era una persona con la cual se podía hablar, y sobre todo, siempre me respetó. Le conocí durante un curso de idiomas en verano. Nunca fui buena estudiante, pero tras mucho esfuerzo conseguí el permiso de guía turística, y me dedicaba a enseñar el pueblo a turistas, que a veces, hablaban en inglés. Él, al igual que mi padre, era de familia marinera, y hacía el curso debido a un plan de desempleo al cual se encontraba adscrito.

El noviazgo fue, por decirlo de alguna forma, típico. Paseos, conversaciones, piropos y palabras bonitas. Nada fuera de lo común. Era feliz con mi nueva vida. Ya no dependía de mis padres, y entre los dos reuníamos el dinero suficiente para ir pensando en tener planes de independencia. Sin embargo, el accidente ocurrió. Perdí la virginidad tras nueve meses de relación. Nada llamativo para ser relatado. Un motel de carretera, una noche a solas, y el típico dolor de la primera vez. Sangre, mucha sangre. Y lágrimas.

Dos meses después, recibí la triste e inesperada noticia. Me había quedado preñada. No estaba preparado, mucho menos planeado. De pronto, la vida cambió. El aborto era impensable, y aún más, el ser madre sin estar casada en aquella época, y sobre todo, aquel lugar. Rápidamente hicimos los preparativos de la boda, y en apenas 3 semanas después de la noticia, el cura del pueblo, en una ceremonia familiar, nos nombró marido y mujer.

Cada uno de nosotros siguió viviendo en su casa familiar. El dinero no era mucho, y más ahora que era necesario mantener un bebé. La relación, poco a poco fue a peor. Los problemas se acumulaban, y los desprecios comenzaron. Una relación difícil de mantener. Apenas nos veíamos, y tan sólo una vez a la semana, quedábamos para mantener las relaciones sexuales que él necesitaba para desfogar su hormona masculina. Y al final, ocurrió. El me abandonó,  a dos meses de nacer el bebé.

¿Qué había hecho yo para merecer que me abandonaran? ¿Dejarme preñar? ¿No tener dinero? No lo sabía, pero había vuelto al comienzo. Estaba sola. Y a veces, ocurre en la vida que, las desgracias vienen dadas de la mano. Mi padre murió en un accidente de tráfico, y mi madre, a pesar del esfuerzo, apenas podía mantenerme a mi con la pensión de viudedad, y menos, al bebé que pronto nacería.

Nada en el mundo, podría haberme hecho imaginar la mayor desgracia de mi vida, que pronto vendría a mí me manera irremediable. Mi bebé, una niña, nació con una rara e incurable enfermedad. No podía pasarme nada peor en la vida. De pronto, era madre, soltera, abandonada, de una hija con enfermedad incurable, la cual le impedía desarrollarse. Era, casi por completo, vegetal. Un cuerpo, vivo, pero muerto a la vez. Una mirada perdida. Y para mí, una condena en vida.

Mi calvario, había comenzado. Mi vida había acabado. Mi madre, era ya mayor y sólo recibía de ayuda la pensión por la muerte de mi padre. Yo, no tenía oficio ni beneficio, y no podía dedicar tiempo a otra cosa más que cuidar de mi hija, la cual dependía enteramente de mí, postrada en una cuna. Pasábamos hambre, era imposible para mí, sin apenas estudios, conseguir trabajo, y sólo conseguía una pequeña cantidad de dinero por lavar platos en bares y restaurantes por las noches. El poco dinero que obtenía era para simplemente sobrevivir. Pude resistir así bastante, hasta que no pude más. Tenía entonces, ya, 37 años. Mi hija, adolescente, seguía con vida, vegetal en una cama. Mi madre, anciana. Y yo, muerta en vida también. Había hambre, mucha hambre.

No quedó otra. No había otra alternativa. Nada a donde recurrir si no. No tenía elección. Tuve que, tuve que cerrar los ojos. Tuve que olvidar cualquier principio, aceptar cuál era la realidad. Tuve que entrar en el agujero.

A mis 37 años, sola en la vida, Madre de una hija enferma. Pasando hambre. Tuve que meterme a puta.

Aquí comienza una historia, mi historia. El relato de lo vivido durante estos tres largos años, hasta convertirme en quien ahora soy. Esta soy yo, Carmen, la puta.

PARTE 1: BUSQUEDA Y FRACASO.

Había tomado la decisión. No sabía el qué, cómo, dónde ni cuándo hacerlo, pero tras meditarlo mucho, la idea de que la prostitución era mi única salida no paraba de rondar por mi cabeza. Empecé a buscar información por todos lados. Buscaba en los anuncios de locales que encontraba en las paginas finales de los periódicos, donde a menudo era común encontrar el número de chicas de compañía, pero la mayoría era trabajadoras por cuanta ajena, que probablemente no habrían estados dispuestas a ayudarme, para no así aumentar la competencia.

Empecé a buscar información por internet acerca de cómo poder dedicarme al negocio de la prostitución, pero la información era, por no decir nula, muy escasa. Sin embargo, una noche, después de lavar y acostar a mi hija, tuve algo más de suerte. Llegué hasta una web en la cual se podía establecer conversación con personas desconocidas a través de diversos foros abiertos. Después de un rato buscando a través de los distintos hilos abiertos, encontré un hilo llamado “Se buscan chicas de compañía a sueldo fijo”. Antes que yo algunas otras chicas ya se había interesado por la oferta y habían dejado sus datos de contacto. Estaba dudosa. No sabía qué hacer, y ni siquiera me atrevía a dejar mis datos en un sitio web que tampoco me aportaba ningún tipo de confianza. Pasé toda la noche buscando otras alternativas, y ninguna me gustaba mucho más que lo que primero encontré. Así que, ya bien entrada la madrugada, me decidí a ponerme en contacto enviando un mensaje al anunciando. Para ello, tuve que darme de alta en dicha web. Cree un correo, y formalicé los pasos para crear el perfil. Tenía que pensar en un Nick para utilizar como usuaria en dicha web. Finalmente, me decidí por uno y dejé el mensaje privado.

“Hola, mi nombre es Carmen y tengo 37 años. He visto su anuncio buscando chicas de compañía a sueldo fijo, y estoy interesada en la oferta. Por favor, le agradecería que se pusiese en contacto conmigo para darme más detalles. Aquí le dejo mi número de teléfono.”

Pasaron un par de semanas, y no obtuve ningún tipo de contestación. Mi vida seguía su rumbo cotidiano. Me levantaba, levantaba a la niña, y me dedicaba a las cosas del hogar. Comía los restos del día anterior. Cuidaba de la niña toda la tarde. Cenaba. Me vestía y acudía a los restaurantes en los cuales trabajaba de noche en la cocina, volvía de madrugada a mi casa, y vuelta a empezar. Cuando menos me lo esperaba, a las 16 horas de la tarde, mi móvil comenzó a sonar.

Yo: ¿Dígame?

Extraño: ¿Carmen?

Yo: Sí, soy yo, ¿quién es?

Extraño: Hola mira, mi nombre es Jorge. Te comento. Soy la persona que puso el anuncio en la web buscando chica de compañía, y acabo de ver tu mensaje.

Yo: Sí fui yo quien lo puso.

Las piernas no paraban de temblarme. Por un momento me arrepentí. Hice una locura, estaba muerta de miedo, y no sabía qué hacer. Pensé en colgar, pero aquel hombre tenía mis datos, y prefería no tener ningún tipo de problema. Pensé es seguir la conversación, terminar la llamada, y no volver a ponerme en contacto. Si volviese a llamar, no cogería la llamada. La niña empezó a gritar, y ni siquiera escuchaba lo que me decía por mis nervios.

Extraño: Entonces, si te parece, nos vemos aquí en mi casa del sábado a las 17 horas, ¿De acuerdo?

Yo: Vale, allí estaré.

Colgué. ¿Qué había hecho? Había entrado en una página no segura, llena de anuncios pornográficos y pastillas de viagra. Y no sólo eso, había contactado con un desconocido con foto de serpiente, ofreciendo trabajo como chica de compañía. ¿Estaba loca? Obviamente, no iba a acudir a la cita. Era una estafa. Esperaría a que el tiempo pasase, y no volver a tener noticia de aquel desconocido. Ya tenía otras chicas. No quería ser víctima de una estafa, aunque la verdad, no había ni un euro que estafar.

Los días pasaron, ninguna novedad. Hasta que, por fin, llego el día. Sábado por la mañana. Como a diario, me levanté temprano en la mañana, para comenzar a hacer los preparativos del día. Tras lavarme y asearme un poco, desperté a mi hija, a la cual, como cada día, di de desayunar.  Hice la colada, tendí la ropa mojada, y lavé las escaleras e la entrada del bloque donde vivíamos, por lo cual recibía una pequeña cantidad de dinero mensual. Sería un día horrible para olvidar. Alrededor del medio día, llamaron a la puerta. Era el técnico de la luz, que venía a cortármela. Los recibos de ésta no habían sido pagados por varios meses, y había sido denunciada por impago. Mi casa se había apagado.

Era un día de invierno, y el frío congelaba toda la casa. Ni siquiera podía encender una estufa para poder calentar a mi hija y mi madre. ¿Por qué algunas personas somos tan desgraciadas en esta vida? No me quedaba más que llorar. Llorar de impotencia, de rabia, de pena, de tristeza en el alma. Quizás el suicido habría sido la mejor alternativa. Todo acabaría. Todo tendría fin. Mi dolor, como la luz de mi casa de apagaría. ¿Pero qué sería de ellas? ¿Quién las cuidaría? Mi madre habría hecho todo lo posible por sacar a delante a mi familia en los peores tiempos, y yo había maldecido a mi hija trayéndola al mundo. No podía pagarles así, de hacerlo, ardería en el infierno por toda la eternidad. Miré el reloj. Sábado, 17 horas. Algo vino a mi cabeza. “Nos vemos el sábado a las 17 horas”. Lo recordé, había quedado con aquel desconocido que ofrecía trabajo como chica de compañía. Ya era tarde, pero no me lo pensé. Probablemente me estaba tirando al abismo, pero era mejor eso que morir por el fuego de la desesperación.

Era un día de lluvia. Rápidamente me vestí con lo primero que encontré, unos pantalones vaqueros y una camiseta vieja que estaba tirada encima de la cama. Me puse las botas y una chaqueta roja, paraguas, y me tiré a la calle. Con el poco dinero que tenía en el monedero, cogí un taxi hasta la dirección de aquel hombre, que se encontraba algo alejada de donde yo vivía. Era una pequeña casa en el centro del pueblo de al lado. El taxi, me dejó en la puerta.

Eran las 18 de la tarde. Llegaba a la cita con una hora de retraso, y ni siquiera sabía si alguien me abriría. Llamé al timbre de la puerta y esperé. Pasaron cinco minutos sin que nadie contestara. Volví a llamar, y esta ocasión sí. Un hombre, cuya edad no fui capaz de distinguir, pero que rondaría la mía, abrió la puerta.

-Hola, eres, ¿Carmen?

-Sí, soy yo.

-Adelante, pasa.

Miró su reloj y me dejo pasar. El ambiente, era espeso. La casa estaba llena de humo, signo de que alguien había estado fumando. La casa estaba desordenada, y había un perro que al entrar comenzó a ladrar corriendo de un lado para otro. No era un ambiente agradable.

-Ven conmigo, vamos adentro.

Tal y como me dijo, seguí tras el sus pasos. Me condujo hasta una estancia no muy grande. Alí, un sofá de color verde, una pequeña mesa redonda con dos sillas a cada lado, y un pequeño televisor antiguo. Yo, tal y como el me invitó, me senté en el sofá. Él en la silla.

-¿Has venido por la oferta de trabajó que publiqué en el chat verdad?

-Sí, me gustaría informarme más sobre que trata.

-De acuerdo, déjame hacerte un par de preguntas.

-Vale.

  • ¿Cuántos años tienes?

  • 37, recién cumplidos.

  • ¿Y a qué te dedicas?

-A nada, actualmente no tengo trabajo.

  • ¿Familia? ¿Estás casada? ¿Tienes hijos?

-No, soy soltera. Tengo una hija.

  • ¿Y por qué quieres meterte en esto?

-Por dinero.

  • ¿Lo has hecho alguna vez?

-No.

-Vale. Bueno mira te comento. Yo y un compañero, hacemos dos cosas. Por un lado, nos dedicamos a grabar videos porno amateur que luego vendemos, y por otro lado nos dedicamos a concretar citas concertadas entre hombres y chicas como tú. Nuestra propuesta es que en principio trabajes en lo segundo, aunque si quieres meterte en los videos también sería cosa de hablarlo.

-Y, ¿cuánto pagáis?

-Eso depende, pero por lo general el dinero de la cita nos lo solemos repartir, que suelen ser 100 para ti y 100 para nosotros, y los videos pagamos a 25 euros por 5 minutos, por lo que por un vídeo de 15 minutos unos 75 euros. No es mucho pero entiende que somo amateur. Luego ya si en las citas el cliente quiere pagarte más o llegas a algún acuerdo con él sin problema.

-De acuerdo.

-¿Te interesa entonces?

-Sí, me interesan ambas.

-Vale pues por mí sin problema, te iré llamando cuando tenga alguna petición de cita y yo te pondré en contacto con el cliente.

-De acuerdo.

Nadie dijo nada, por lo que cogí mi bolso y me levanté para irme.

-Espera un momento,

Me dijo mirándome. Cogió una cartera y me sacó un billete de 20 euros.

-Si no te importa, me gustaría tener unas fotos tuyas. También, si no tienes ningún problema, podríamos grabar algo rápido. Es sólo para ver como eres, qué tal se te da y ya está. No saldrá de aquí.

Me quedé de piedra. No lo había pensado. No estaba preparada, y no había tenido  tiempo para mentalizarme de lo que iba a hacer. Todo había sido demasiado rápido. Ese mismo día me levanté sin ni siquiera recordar que había quedado con aquel hombre, y ahora estaba en su casa, siendo ofrecida 20 euros por grabar un video porno.

-Lo siento, pero estoy con la regla y me gustaría dejarlo para otro día.

-Bueno si quieres, una felación rápido y ya está. Anda toma, cógelos.

Me cogió la mano y me puso el billete en ella cerrándomela después.

-Vale.

Tomé el billete y lo guardé en mi bolso.

-Verás como es rápido y no hay problema.

Salió un momento de la habitación, y volvió con una pequeña cámara de mano.

-¿Vamos a grabar vale? No te pongas nerviosa, olvídate de la cámara.

Dejó la cámara sobre el sofá. Desabrochó su cinturón y bajó sus pantalones y calzoncillos hasta los pies, quedando su pene completamente al aire. Yo entonces lo miré. Era de color bastante oscuro, y estaba completamente sin depilar. Con su pene al aire y pantalones bajados, se sentó en el sofá.

-Venga, ven aquí y chúpamela.

Me quité la chaqueta roja y lentamente me puse de rodillas delante de donde él estaba sentado. Oí el pequeño zumbido de encendido de la cámara.

-Toma chupa.

Sentí asco. Sentí vergüenza. Sentí dolor. Sentí rabia. Sentí lástima de mí.

Lentamente comencé a acercar mi cabeza hasta su polla, y recogí mi pelo para que no me molestara. Con una mano agarré su glande, y sin pensármelo dos veces y aún flácido, me lo llevé a la boca. Comencé a hacerle una mamada. Le chupaba la polla a un ritmo ni muy rápido ni muy lento. Lentamente, comencé a sentir como tu polla se endurecía dentro de mi boca, hasta que rápidamente estaba completamente erecta y tuve que alzar un poco la cabeza para poder seguir chupándosela. Con una mano sujetaba la cámara enfocando hacia mi cara, mientras que con otra agarró sujetaba mi cabeza.

-Ummmm que bien la chupas.

Sus palabras resonaban en mi cabeza, haciendo aún más daño en mi tristeza. Tenía ganas de llorar pero no podía. Estaba trabajando. Aquel era mi trabajo, y yo una trabajadora.

Seguí chupando su polla, oyendo sus suspiros de placer de fondo y comentarios para la cámara. El fuerte sabor de su polla inundaba mi boca, y percibía el olor de su vello púbico. No pasaron más de cinco minutos, cuando ya no pudo aguantar más.

-Ahhhhh…ven abre la boca abre la boca!

Me alzó la cabeza. Yo tal y como me dijo, abrí la boca, y él, apuntando hacia mi boca, comenzó a correrse dentro, cayendo toda su leche dentro.

-Ya está ya está.

Dijo respirando profundamente. Quizás fue instinto. Yo, sin decir nada, cerré la boca, y me lo tragué.

Una hora después de aquello, llegué a mi casa. Mi madre y mi hija se encontraban allí, donde siempre. Mi madre, sentada leyendo las revistas publicitarias que echaban en el buzón. Mi hija, postrada en su silla mirando a la nada. Yo, aún con sabor a semen en la garganta, y con 20 euros en el bolsillo para comprar al día siguiente.

Fue mi primera experiencia como puta. La primera vez que cobré por hacerle algo a un hombre. La primera, por desgracia, de muchas. Demasiadas. Fue el día, en el que el sexo se convertiría en mi mundo. El sexo, y una hija enferma empotrada en una cama. Una hija empotrada en una capa, y el sexo. Una hija empotrada en una cama, y una madre puta.