Yiyi: la mascota humana
Una mujer decide renunciar a su libertad y se ve sumida en un mundo de depravación a manos de su nuevo amo: su actual esposo. Muy ilustrado.
Y
**IYI:
LA MASCOTA HUMANA**
Nota del autor: el relato que leerán a continuación es puramente ficticio y en parte, basado en una película de gran actualidad cuyo contenido además de creativo es básicamente una crítica a las actuales redes de trata de blancas, ciertamente reales pero que para nada guardan relación con el mundo del BDSM; es por ello que estas líneas no van a describir el guión de la película ni quiero que se le parezca. Una advertencia última al hipotético lector de este relato: lo aquí descrito puede herir la sensibilidad de cualquier lector, incluso de los más "sádicos", es por ello que no lo recomiendo a los que no gusten realmente del género Dominación/BDSM.
¡Gracias y disfruten del relato!
(Vascopais3)
**<
**
I - Introducción
"La opción de dejar de preocuparse nos hace esclavos"
Sara ojeaba una revista sobre paraísos inexplorados y países cuyo nombre o localización no figuraba ni en los mapas. Estaba buscando algo, aunque no sabía muy bien el qué. Tuvo que interrumpir bruscamente su lectura para atender al móvil. Era su malestar diario, siempre y a todas horas tenía que hablar con mucha gente importante; ella era secretaría personal del embajador de su país. Acabó la llamada y ya tenía otra esperando, estaba realmente ofuscada.
Al finalizar la jornada se fue a su casa cansada, su marido (Ernesto) ya la esperaba, él no tenía ni que salir de casa porque era informático y apenas salía de su habitación y su ordenador, todo lo podía resolver desde allí y además le pagaban mejor que a ella. De hecho era así como su marido había creado un pequeño imperio, y ahora vivían en un palacete señorial con criados y todo. Sara no tendría que trabajar si no fuese porque necesitaba hacer algo para sentirse bien con ella misma. Aunque ello le crease estrés y se sintiese siempre de mal humor a causa de la responsabilidad tan enorme para con su embajador y lo que podría representar un error suyo para el país. Las relaciones diplomáticas eran demasiado importantes como para olvidar una cita, una fecha o a cierta persona con la que mantener una charla en la comida o cena.
Se tiró en el sofá nada más llegar y apenas dijo hola a su marido, que estaba en el sillón sentado con su portátil; la verdad es que nunca descansaba, sobre todo desde que perdió a "Yiyi", la perrita que tan agradables momentos le brindó. Era su única distracción en la casa y durante el trabajo, porque estaba todo el día sólo y los criados se ocupaban de otros menesteres. Cuando se cansaba de trabajar salía al patio, y en el jardín sacaba a Yiyi para lanzarle el palo y que lo recogiese. Todo iba de perlas con la perra hasta que un aciago día Yiyi decidió salir de los límites del palacete y al ir a cruzar la carretera un coche la atropelló. Desde ese día su marido ya nunca más fue el mismo y tampoco quiso otra perra como mascota. Ni Sara ni los criados pudieron convencerle.
La relación de la pareja parecía deteriorase con los días. Sara agobiada de su trabajo del que no podía librarse y su marido como ausente, ya no era ni el mismo en la cama. Solamente follaba para complacer a su estresada mujer pero sin pasión. Y ella solamente follaba para liberar tensión, pero sin prestar atención a las necesidades reales de su marido. Aquello era más parecido a un matrimonio de conveniencia que a uno por amor y real. Pero todo eso cambió un día.
El marido de Sara estuvo encerrado en su habitación varias semanas, por lo visto su trabajo así lo requería, aunque tampoco Sara sabía nada, apenas salía para comer o cenar y por la noche dormir junto a ella. Si le preguntaba algo acababa enfadándose y volviendo a la habitación, y ella se volvía loca, no sabía qué tramaba su esposo. Al final acabó por desistir y dejarlo por imposible. Se refugió en sus revistas y documentales del National Geographic. La servidumbre, como previó la separación del matrimonio se volvió sumamente complaciente con los caprichos y manías del matrimonio, intentando de esta forma hacerse imprescindibles para su vida futura, ya fuese por separado o tal y como seguían.
Cierto sábado, con Sara en la sala de estar leyendo una revista, se le acercó su marido para decirle algo importante. Se le veía un rostro dulce, sonriente y con una mirada un tanto complicada de describir, como queriendo ocultar algo esencial.
-Cariño, sabes que he estado unas semanas refugiado en mi habitación de trabajo. No quiero que pienses que te olvido, es más te quiero mucho y por eso he estado buscando una solución a lo nuestro. Sé que estás estresada y harta de responsabilidades, sé que además no puedes estar inactiva y yo hecho de menos a Yiyi, como sabes. Resulta que he conocido a gente muy interesante en internet, gente con los mismo problemas que nosotros, personas a las que les faltaba algo en su vida y lo solucionaron. Te hablo de poner en práctica a prueba, eso sí, y siempre con tu consentimiento, una especie de experimento. Algo que podría acabar con nuestros pesares.
-¿Un experimento? ¿de qué estás hablando cariño? -un poco nerviosa a la vez que expectante, Sara.
-Bueno, se trata básicamente de confiar el uno en el otro, de liberarte de tus responsabilidades y a la vez de satisfacerme a mí.
-¿Liberarme de mis responsabilidades? eso estaría bien, pero sabes que no puedo dejar mi trabajo.
-Oh cariño, tranquila, tendrás tareas que hacer, pero no tendrás responsabilidad alguna, déjame a mí que cargue con todo.
-Pero a ver, ¿esto de qué va? No entiendo qué pretendes.
-Bueno ante todo calma y no me tomes por loco, el experimento es complicado de explicar y algo más de entender, pero intentaré que lo comprendas. Ante todo déjame hablar y no interrumpas, por favor.
Ernesto le explicó a su mujer que el objetivo era convertirla por unos días en una mascota, como una perrita, de hecho en la sustituta de Yiyi. Ella debería comportarse como una perrita, hacer lo que hacen las perritas y liberarse de toda responsabilidad, pasaría a ser meramente la mascota de su marido y sin más preocupaciones que las de ser amaestrada por él. Sara no salía de su asombro con lo que le iba diciendo tranquila y razonablemente su marido, Dios mío, quería convertirla en Yiyi.
-¿Estás loco Ernesto? ¿pero cómo es posible que quieras eso? ¿de verdad eso es lo que te gustaría? ¿lo dices en serio?
-Mira, cariño, sé que es raro, muy extraño, pero date cuenta que es a prueba por dos días de nada, a ver cómo cambia tu forma de ver las cosas y las mías. Si no te gusta siempre puedes dejarlo, no hay barreras, solamente depende de ti, es tu elección. Te prometo que nunca he estado tan convencido y excitado como ahora. Si aceptas por sólo experimentar, te darás cuenta que tengo razón y que es lo mejor. Pero como ya te he dicho, es tu elección y dejaré que lo pienses lo que necesites.
Sara se fue alterada al jardín, no quería ni recordar lo que le había propuesto su marido. Era demasiado raro, muy raro, y le parecía como un sueño. Quizás todavía dormía y era eso...pero no. Estaba en el jardín, era un sábado precioso de azules y blancos en el exterior y la verde hierba salpicada por minúsculas gotas de agua se plegaba al paso de sus precipitadas zancadas hacia el centro del jardín, donde una fuente de transparente y a la vista fresca agua le esperaban. Sara reposó su respingón culito en la fría piedra que bordeaba la fuente, se puso a pensar en ese momento en todo lo que acababa de oír. La idea le parecía demasiado peligrosa para su integridad, además ¿qué pensarían los criados?, madre mía, qué complicado era todo. También sopesó lo que le dijo su marido de acabar con sus preocupaciones, sus responsabilidades. Podía mandar perfectamente todo el trabajo a la mierda y convertirse en la protegida de su marido, en su mascota...eso le asustaba pero la excitaba al mismo tiempo. Era demasiado arriesgado, pensaba constantemente, demasiado extraño...Sara acabó durmiendo extasiada de tanto pensamiento contradictorio sobre un manto de tupida hierba recién cortada.
II - Dos días de prueba
Sara lo decidió en la cama. Entre jadeos y entre sudores. Aquella noche su marido estaba realmente excitado, y eso que ella no había accedido aún.
-¿Oye? ¿y si tengo que ser tu perrita? jejeje ¿no podré follarte cariñito? le decía mientras cabalgaba sobre él.
-Ahhh, pues, no sé aún como está eso, en teoría no. Date cuenta que el experimento tiene que ser serio, y que yo sepa las perritas no follan con humanos normalmente.
-Mmmmm, pues vaya...qué rabia, lo que voy a ganar en despreocupaciones lo perderé en sexo.
-Tranquila cariño, si aceptas, dejaré que te masturbes, eso no puedo prohibirlo. Serías libre como perrita para hacer lo que suelen hacer las perritas, jajajaja.
Y así, entre risas, despreocupaciones y orgasmos, la pareja se quedó dormida. Al día siguiente tendrían una mañana que nunca olvidarían.
Ernesto lo tenía ya todo preparado desde que en internet contactó con gente experta en el tema del adiestramiento. Condujo a su mujer a la habitación y le enseñó un collar plateado, muy fino, un collar exclusivo para ella y esos dos días de prueba.
-Este será tu collar si aceptas cariño. Lo deberás llevar puesto en todo momento, será tu collar de perra. Todos los perros llevan uno, ya lo sabes.
Ella estuvo observándolo de rodillas, lo acarició con las manos dejándose seducir por el brillo que desprendía y el calor que transmitía. No pudo contenerse y le dijo que sí aceptaba. Pero antes tenía que decirle qué iba a pasar con los criados, que ella se moriría de vergüenza. Él le dijo que esos dos días no habría criados, que él se ocupaba de todo y la casa entera estaría para los dos. Ella así se quedó mucho más tranquila. Mientras devolvía el collar a su marido para que se lo pusiese, él le iba comentando los pequeños detalles del experimento.
Eduardo le dijo que inclinara la cabeza para la puesta del collar, y ella lentamente y con el rostro serio a la vez que tembloroso fue bajando la cabeza, como si de una perrita amaestrada se tratara. Sonó un "clic" por detrás de su cuello y el collar quedó perfectamente fijado. Después de eso, Ernesto se aproximó a un cajón de la cómoda y sacó un pequeño objeto a modo de mando de televisión, pero más pequeño y con un sólo botón.
-Bien cariño, antes de nada, y ya que aceptaste este experimento por dos días, tienes que saber que los perros no hablan, por ello debes de mantenerte callada, en todo caso podrás "ladrar" o sea, dirás "guau, guau", y para asentir moverás tu cabeza hacia arriba y hacia abajo, para negar de derecha a izquierda ¿entendiste?
Sara, levantó lentamente la mirada y asintió con la cabeza perfectamente como le explicó su marido.
-Y otra cosa, la más importante, como perrita que serás a partir de ahora, vete olvidando de la ropa, deberás ir en todo momento desnuda. Así que quítate ya esa ropa, que no la vas a usar.
Sara algo sorprendida, dejó que sus impulsos del momento la guiaran y poco a poco fue despojándose de la ropa, dejando ver un cuerpo inmáculo y blanquecino, con unos pechos pequeños pero bien puestos. No tenía vergüenza porque allí no había nadie más que ella y su marido, así que actuó con toda normalidad.
-¿Ves este mando? es para aplicar una descarga eléctrica por control remoto al collar que te acabo de poner. Servirá para tu entrenamiento.
Ernesto lo probó, apretó el botón y Sara notó al instante una sacudida en su cuello, lo que le hizo pegar un sonoro grito.
-Sara!, los perros no gritan, ya te dije, si no aprendes rápido, tendré que aplicarte más descargas como esta.
Sara comprendió enseguida y como no quería contradecir a su marido, se puso a gemir: mmm..mmmm.mmmm, como cuando lastiman a un perrito de verdad.
-Así me gusta, veo que aprenderás rápido.
Después de que se desnudase totalmente, y de rodillas como estaba, Ernesto decidió bautizarla, darle un nombre, y qué mejor nombre que el de su anterior mascota: Yiyi. Así se llamaría, Yiyi, pero esta vez era algo más que una simple mascota, también era su mujer, aunque de momento y por dos días, su perrita antes que otra cosa. Sacó una correa de metal y la enganchó a una arandela que prendía del collar de Yiyi.
-Vamos Yiyi! al jardín, hoy empieza tu entrenamiento.
Con Ernesto tirando de la correa y Yiyi a cuatro patas siguiéndole, salieron ambos al jardín. Al principio Yiyi se sintió rara, a cuatro patas por la hierba que antes solamente pisaba con los zapatos, ahora sentía el frescor de la misma con todos los receptores sensitivos de los pies y las manos, a la vez que sentía los tirones de su marido en el cuello, en adelante amo.
En el jardín Ernesto comenzó a jugar con Yiyi, hizo como con su anterior perra, le lanzó un palo a cierta distancia y Yiyi corrió al trote y siempre a cuatro patas a por el palo, que se lo trajo en la boca. Yiyi sabía perfectamente lo que hacían los perros en esos juegos. Después de un buen rato de correrías por el jardín, Ernesto pensó que sería buena idea leer un libro. De esta forma se metieron dentro de casa otra vez y se sentó en el sillón azul favorito que tenía, por supuesto Yiyi a sus pies tumbada y siempre agarrando él la cadena. Decidió ponerle un antifaz, para que experimentara con todas las sensaciones y olores, como hacen los verdaderos perros. Yiyi estaba espléndida allí tumbada y totalmente expuesta sobre la multicolor alfombra.
Yiyi a ciegas y tumbada solamente podía percibir por su tacto y oído, además comenzaba a afinar su olfato, los zapatos de su amo estaban cerca, podía sentirlo, un olor fuerte a hierba chafada. Su cuerpo comenzaba a describir la forma de la alfombra, cada vez se sentía más segura al lado de su amo y más tranquila, estaba relajada, sobre todo después de las carreras tras el palo en el exterior de la casa.
Ernesto decidió que ya era hora de analizar en un primer plano las sensaciones de su Yiyi, su amor, su perra, su mascota. Le quitó el antifaz y le dijo:
-Bien Yiyi. Ahora quiero que hables, que me digas qué sientes -Yiyi sobresaltada se levantó de rodillas y extrañada y como con temor le dijo bajito:
-¿Hablar? ¿puedo? ¿me dejas?
-Claro Yiyi, esto es de prueba, y necesito saber cómo te sientes.
-Am, pues, jejeje, no sé, tengo ganar de ir al servicio, no he orinado en todo el día.
-Bueno Yiyi, eso depende de mí, tú debes ir cuando yo lo considere, eres mi perrita, ¿recuerdas?
-Aja, asintió convencida.
-Te preguntaba sobre qué sentiste en estas pocas horas como perrita, cariño.
-Bien, pues, no sé, es algo raro, despreocupación, tranquilidad y algo de nerviosismo y excitación a la vez. Estoy experimentando sensaciones que nunca antes había podido ni imaginar. No sé, igual es que me lo estoy tomando muy en serio esto.
-De eso se trata exactamente amor. Me encanta. Ha sido de momento el mejor día de mi vida, y quiero que te pase lo mismo. Si me dejas, podemos continuar con el adiestramiento, ven, te tengo reservada una sorpresa, y recuerda, ya no hables más, hasta que te lo pida.
La condujo al recibidor. Para su asombro allí en medio del pasillo había una especie de jaula piramidal. Estaba confeccionada en acero y parecía una estructura muy sólida. Por lo visto tenía un cierre en la cúspide de la pirámide, con un grueso candado.
-Esta será tu habitación para dormir Yiyi, una jaula especial para alojar a una perra tan grande como tú, jejeje. Como ves, tiene un candado en lo alto, se abre por un lado y solamente yo puedo abrirlo, esta noche la pasarás aquí y me aseguraré de que quedas bien alojada.
Ernesto abrió el candado con una llave que tenía en el bolsillo y uno de los lados de la pirámide metálica se abrió hacia abajo, momento en el cual una estupefacta Yiyi, muy nerviosa y a cuatro patas fue introduciendo su cuerpo en la pirámide. Dentro apenas podría ponerse en pié, debería permanecer tumbada constantemente y por supuesto desnudita y a la intemperie, sin mantas. Una vez dentro, Ernesto cerró la pirámide y puso el candado, asegurándose perfectamente de que era imposible salir de allí. Acto seguido le puso a Yiyi el antifaz.
-Quiero que sigas con el antifaz, Yiyi, así experimentarás en profundidad tu nueva personalidad.
Allí la dejó tumbada, desnuda, con el antifaz y el collar puesto y encerrada en la jaula. Yiyi apenas podía ponerse cómoda sacando uno de sus pies por entre los barrotes...las luces del recibidor se apagaron, ella no notó la diferencia.
A la mañana siguiente, ya en Domingo, último día del experimento, Ernesto fue a despertar a Yiyi, todavía dormida en aquella jaula. Apretó el botón del control remoto y una sacudida hizo estremecer a Yiyi, despertándola del sueño instantáneamente. Esta vez no grito. Apenas gimió: Mmmmmmm.
-Vaya! qué bien has aprendido ¿eh?. Espera, te quitaré el antifaz, hoy quiero que veas todo el día. ¿pero qué es esto? -Ernesto dirigió la mirada a un charco amarillento al otro lado de la jaula. Yiyi se había orinado.-Perrita mala, no podías esperar a salir al jardín no..tenías que hacerlo aquí...
Yiyi se sintió mal por su comportamiento, no pudo evitarlo, durante la noche le entraron unas ganas terribles y como no podía salir de la jaula, tuvo que hacerlo como pudo allí mismo. Ernesto la reprendió con sendas sacudidas eléctricas y Yiyi se estremeció gimiendo esta vez más fuerte: MMMMMMMMM...MMMMMMM.
-¿Ves lo que pasa si no haces lo que se te dice? si no te comportas como una verdadera perrita, esto no saldrá bien Yiyi.
Durante ese día, hicieron prácticamente lo del anterior, salir al jardín , corretear, y Yiyi siempre desnuda, a cuatro patas y siendo impulsada por la cadena que sostenía su marido en la mano y la ataba a ella mediante el collar eléctrico. Todo ese día, Yiyi comenzó a comportarse más como una perrita de verdad que como persona adulta y humana. Ya había aprendido a correr a cuatro patas de forma rápida y precisa, a olfatear todo lo que la rodeaba, aunque ahora no llevara el antifaz. Y por primera vez en muchos años, se sentía liberada, su estrés se había disipado al completo, ya no era responsable de nada ni de nadie, ni ella misma era responsable de ella misma, siempre que su amo, su marido la llevase por todas partes como a una perrita. Se sentía francamente arropada, sin pudor por su desnudez, eso ya no le importaba, aunque claro, en esos dos días tampoco había nadie más en casa. Pero llegó el momento de finalizar el día y con él el experimento.
-Está bien Sara, ahora es hora de que vuelvas a la realidad.-Ernesto le quitó el collar y la vistió con sus ropas, la puso en pie y dejó que hablase.
-Cariño, ha sido una experiencia increíble, me lo he pasado bien, en serio, creo que tenías razón -los ojos de Ernesto adquirieron un brillo especial de satisfacción.- me he sentido muy liberada, sin ataduras, aunque igual no hice bien de perrita, pero creo que podría aprender a tu lado, me gusta sentirme así.
-¿En serio? ¿te gustaría seguir practicando? ¿de verdad lo harías por mí?
Sara se excitó sólo de pensarlo, sí quería, lo deseaba. Esos dos días habían sido potencialmente descubridores para ella. Parecía increíble que pudiese estar pasando de verdad, ella una mujer respetable, poderosa en su trabajo, y siendo convertida en mera mascota de su marido para él y para todos. Se imaginaba ya luciendo su plateado collar y siendo paseada armoniosamente por su jardín aún a la vista de cualquiera, eso ya no le importaba. Había aprendido a ser libre, siendo mascota.
-Sí por favor, cariño, ¿cómo lo haríamos?
Ernesto no necesitaba pesarlo demasiado, su experimento aunque él no confiase demasiado en que funcionase, estaba perfectamente gestado para una posible situación como esa, y para su gozo, su mujer estaba feliz, era todo como él quería.
-Bueno, esto tendrás que pensarlo bien cariño, lo que te propondré ahora no va a ser como estos dos días. Estoy hablando de que te convertirás en mi perra, serás de mi propiedad de verdad, y dejarás de ser mi mujer para convertirte en mi mascota, en la mascota de mi casa. ¿entiendes cariño? Es una cosa seria.
-Pero, espera. Eso es imposible, las leyes prohíben tales cosas cariño. Y yo entiendo mucho de eso.
-Sí, lo sé, pero por eso mismo ya lo indagué todo en internet. La comunidad, ¿recuerdas las semanas que estuve encerrado?, por lo visto hay un país, bueno mejor dicho una isla, al margen de la sociedad, un paraíso que tiene sus propias leyes. Según he podido averiguar, allí es posible la adopción de mascotas humanas mediante contratos reales, eso sí. Es un lugar para poder hacer realidad las fantasías de libertad que no hay en el resto de países. Y además lo tengo todo hablado, de hecho hasta me compré una casa parecida la nuestra allí. Y encima mi trabajo podría perfectamente hacerlo desde allí. Te encantará, en serio.
Sara se quedó estupefacta. Por lo visto su marido ya lo tenía todo muy bien atado. Eso la asustó un poco, pero su lucha interior se enfocaba ahora al hecho de que solamente bastaba un sí de ella para hacer realidad esa fantasía, que tantas sensaciones le brindó esos días, y además de hacerlo real y permanente. No pudo negarse...
III - Un contrato especial para una mascota especial
-Lo haré, haré todo lo que me pidas, seré tu mascota, quierooo ser tu mascota. Quiero ser tratada como a una perrita, por favor.-Sara se puso de rodillas delante de su marido.
-Está bien, eso me halaga cariño. Vas a ser la perfecta mascota y te aseguro que aprenderás a comportarte de verdad como hacen la perritas.
Ernesto llamó por el móvil a alguien:
-¿Hugo?, estás ahí! bien, está todo preparado, trae las cosas, nos vamos!
-¿Quién es Hugo? -le preguntó extrañada Sara.
-Tranquila cariño, es el relaciones públicas de la isla, va a venir para preparar tu viaje.
-¿Mi viaje? ¿no voy contigo?
-Como ya te dije, esa isla es otra política, si de verdad vas a ser mi mascota, deberás entrar por la aduana especial de mascotas, y antes habrá que...prepararte..y otra cosa, cuando venga Hugo, será el momento de tu elección, es con él como testigo que deberás dar tu consentimiento para todo.
Sara estaba nerviosa y asintió con la cabeza como pudo, ya no le salían las palabras.
A las pocas horas llegó Hugo, un señor de mediana edad algo calvo y con el semblante serio.
-Buenos días señor Ernesto, ya está todo preparado, ahora es su turno y el de su mujer.
-Cariño, ha llegado la hora, si de verdad quieres ser mi perrita, desnúdate aquí mismo delante de Hugo, bésame a mí los zapatos y dime que quieres ser mi mascota, y que vas a ser una perrita buena.
-¿Pero? ¿delante de este desconocido? qué vergüenza...
-Es lo que hay!, si no te interesa, podemos olvidar todo y zanjar el asunto, tu vida y la mía volverán al lugar de siempre.
Sara no podía creer lo que estaba a punto de hacer, iba a desnudarse delante de su marido y delante de un desconocido al mismo tiempo, aquello era humillante, y para colmo besarle los zapatos a su marido, mostrando su culo a aquel calvorota que casi le doblaba la edad. Muy humillante, pero no tenía elección si quería volver a sentirse liberada. Era contradictorio y excitante al mismo tiempo que humillante, todo un juego de sensaciones a cual más extraña y lujuriosa.
-Está bien, lo haré.
Poco a poco comenzó a quitarse ropa bajo la atenta mirada de Hugo que seguía todos sus movimientos con mucha sangre fría. Se ruborizó sobremanera al verse desnudita al completo delante de aquel extraño, pero poco a poco se dejó llevar e inclinándose comenzó a besar los zapatos de su marido, su amo.
- Quiero ser tu mascota, voy a ser una perrita buena.-dijo alto y claro, totalmente entregada.
Después de eso Ernesto le colocó el collar, lo ajustó y le engarzó una cadena. Le dijo que de ahora en adelante se llamaría ya para siempre Yiyi, y que aunque faltaban por resolver asuntos legales, él ya se dirigiría a ella siempre como Yiyi.
Yiyi a cuatro patas observó como su marido le cedía la cadena a Hugo, que tiró fuertemente de ella.
-Bien Yiyi -dijo Ernesto- ahora deberás seguir al señor Hugo. Él debe prepararte y te conducirá personalmente a la isla en vuelo privado. En nuestro país esto es ilegal, pero ya se encargará él de que no os descubran. Como ves, esto va en serio. Y recuerda. una vez firmes todo y Hugo de la aprobación, me pertenecerás, y deberás comportarte como una perrita de verdad, al fin y al cabo es lo que deseas.
A rastras, Yiyi notó otro tirón más fuerte y tuvo que seguir a Hugo, dejando atrás a su marido. Pensó un momento en que se estaba metiendo en algo serio y se asustó. Pero ya era tarde. Hugo la introdujo en una furgoneta, cerró la puerta y abandonaron su casa.
Cuando se apagó el ruido del motor, se abrió la puerta, Al otro lado ya estaba Hugo tirando de su collar, y Yiyi no tuvo otra que bajar del vehículo como pudo, a trompicones. La condujo a cuatro patas por una senda despejada, no había nadie, apenas se oía nada. Más adelante un chalet les cerraba el paso, allí era donde firmaría el contrato definitivo. Ya dentro del chalet, Hugo respiró fuerte y soltó a Yiyi.
-Bien Yiyi, ahora te dejo hablar, y además quiero que preste mucha atención, te voy a dar 3 hojas, son el contrato que deberás firmar, anota bien los puntos que no te queden claros y los comentamos.
Hugo sacó de un cajón 3 folios escritos a ordenador y se los entregó a Yiyi, junto a un bolígrafo negro. Yiyi se dispuso a leer el susodicho, sabiendo que lo que leería iban a ser las normas de su futura vida, una vida que ella quería más que otra cosa en este mundo. Temerosa leyó:
El Contrato
Por la presente las partes que suscriben a saber: yo, Sara Del Olmo Ruiz de Mora, en adelante Yiyi, mascota humana en pleno uso de mis derechos y capacidades mentales y como adulta que soy y Ernesto De la Rosa Quintero, en adelante mi dueño, amo y señor, suscriben este contrato de relación amo-mascota con los siguientes artículos que ahora se detallan:
1- La relación estipulada en el contrato será de amo-mascota humana; lo cual otorga todo el derecho al amo así como la custodia legal de su mascota a todos los efectos.
2- La mascota humana tiene el deber de obedecer en todo cuanto el amo la enseñe. De esta forma pasa a convertirse en mero animal de compañía del amo a todos los efectos y debe respeto, sumisión y obediencia total.
3- La mascota humana deja de comportarse como una persona normal y pasará a comportarse como un animal de compañía como marca el artículo 2. Para ello su amo se servirá de los entrenamientos pertinentes y registrados en el anexo al efecto de este contrato.
4- Una mascota humana no podrá nunca emitir vocablo alguno, se le desautoriza para hablar, nunca debe dirigir palabra alguno, solamente se permite gemir como un perro o en su defecto ladrar.
5- Una mascota humana siempre debe ir desnuda y con su correspondiente collar en el cuello, antiparasitario si es preciso. También debe llevar una marca de su amo en el trasero, la misma será puesta con un brasero al rojo que llevará la marca asignada a su amo en el momento de la inscripción en el registro de mascotas humanas de Petisland, lugar único en el mundo y donde es válido este contrato. Se le aplicará una chapa de control de aduanas al llegar a Petisland que irá alojada en una de sus orejas. Esta chapa es indispensable y sin ella la mascota incurre en falta grave, por lo que jamás debe perderla.
6- Una mascota humana podrá ser vendida, cedida o castigada por su amo cuando lo considere y siempre que la misma infrinja algunas de sus obligaciones. Ver castigos en el anexo.
7- El amo de la mascota procurará en todo momento el alimento a su animal de compañía, así como su integridad, nunca podrá acabar con la vida de su mascota, eso sería incurrir en asesinato, en Petisland las mascotas humanas valen tanto o más que las personas, y la pena para tal acto es capital.
8- Si una mascota entra en conflicto con otra mascota, se permite que luchen entre ellas sin llegar a matarse, al fin y al cabo es el comportamiento normal de los animales. A tal efecto y si alguna resultase herida cargará con los gastos el dueño de la mascota perdedora. Se compensa así al dueño que mejor mascota y mejor entrenada tiene, sirviendo además de impulso para la mascota perdedora en un futuro combate.
Anexo:
Entrenamientos
Toda mascota humana deberá ser entrenada con el fin de mantenerse en forma y en correcta aptitud y estado de salud para con su dueño, al fin de brindarle una experiencia satisfactoria. De tal modo los entrenamientos consistirán básicamente en largas correrías por la playa, la nieve, el jardín de su casa si lo hubiere, y en carreras con otras mascotas humanas. Además el dueño podrá inventar cualquier otra forma de entrenamiento mientras no ponga en peligro la vida de su mascota.
Castigos
Los castigos serán aplicados directamente por su dueño, pero si se incurriese en daños al medio público urbano o terceros, el estado competente de la isla podrá ejecutar sentencia firme para la mascota y encerrarla en la perrera al efecto por un número de días limitado. El régimen disciplinario del centro y los castigos allí dentro impuestos competen al estado y quedan para las leyes nacionales de Petisland, no pudiendo el dueño recoger ni ver a su mascota hasta verse cumplida la condena.
Marcas y extras
Toda mascota humana debe ser marcada conforme al artículo 5º del presente documento, no obstante y si el dueño lo considera podrá ser tatuada, o marcada en cualquier otro lugar de su cuerpo, además se posibilita que el dueño de la mascota la perfore tanto en nariz como en pezones o labios vaginales (si es hembra), testículos, pene (si es macho). De esta forma podrá ser anillada al antojo del amo, quien será el único dueño legítimo de la mascota. También podrá encerrar su sexo si lo cree conveniente con cinturones de castidad, muy indicado para la época de celo.
Relaciones sexuales con mascotas humanas
No es normal que un humano tenga relaciones sexuales con mascotas humanas. De hecho es una abominación y está castigado con penas de cárcel al amo que las mantenga. Una mascota hembra podrá relacionarse con mascotas macho en época de celo (meses de primavera) y podrá engendrar hijos. Estos le pertenecerán al dueño de la mascota hembra, y serán futuros residentes y ciudadanos de derecho de nuestro grandioso estado de Petisland, pudiendo en su mayoría de edad decidir si desean convertirse también ellos en mascotas o no.
Punto Final
Yo, Sara Del Olmo Ruiz de Mora, dejo constancia de que deseo convertirme en mascota humana al servicio de mi amo, el cual me usará conforme a este contrato; a partir de la firma abajo expuesta yo dejo de ser su esposa para convertirme es su mascota doméstica a todos los efectos, llamadme Yiyi desde este momento.
Firma:
_._._._._._._._._._._._._._._._._._._._._._
Sara se quedó un momento pensando, era un contrato firme y tenía que tomar una tremenda decisión. Estuvo a punto de dejarlo todo cuando leyó los puntos del Anexo, sobre todo aquel que hacía referencia al sexo con mascotas, no se veía en manos de otros hombres, pero el punto más preocupante para ella era sin duda el que su marido, amo desde ese momento pudiese venderla. Hugo la miraba con atención y ella con el boli en su diestra todavía no se atrevía a firmar aquello. Eran momentos de incertidumbre, de angustia, pero también de excitación. Sara solamente quería ser y vivir como una perrita, pero aquello rozaba lo absurdo, era toda una forma, un estilo de vida, y muy alejado de lo que su sociedad le proporcionaba.
-Hugo, ejemm.
-¿Sí Sara?
-Hay algo que no tengo muy claro de todo esto.
-Dígame, para eso estoy aquí.
-Si firmo el contrato ahora, ¿cuándo podré ver a mi "amo"?.-masculló esto último entre dientes.
-En teoría, dentro de 3 horas. Cogemos un vuelo directo a la isla, paso por el control de animales y marcado, sí, creo que en tres horas estarás lista.
-De acuerdo entonces!
Sara firmó esta vez decidida, solamente necesitaba ver a su amo para sentirse segura y olvidar las inconstantes de la lectura de aquellas hojas.
IV - Los preparativos
-Bien Yiyi, a partir de este momento ya no hablarás, tan sólo ladraras o gemirás, ahora eres una perrita al servicio de tu amo y señor Ernesto. Recuerda que le perteneces y él será el quien te cuide, y atienda en todo lo que necesite una perrita como tú.
Hugo enganchó la cadena a su collar y tiró con ella a Yiyi, ambos salieron hasta la furgoneta y más adelante pusieron rumbo a Petisland. Tuvieron que coger un vuelo privado hasta aquella isla; al aterrizar llegaron a la aduana de mascotas.
Yiyi iba a cuatro patas y desnuda, como tenía que ir y sujeta por la correa que portaba Hugo. El calor era bastante intenso en aquella isla y a Yiyi le comenzaban a quemar las palmas de las manos y los pies aunque iba sobre arena. A lo lejos se divisaba un edificio, era la aduana. Por lo visto no había mucha gente, apenas pudo observar a 3 o 4 transeúntes, ninguna mascota como ella ni nada raro. Cuando se acercaron al aduanero éste miró despectivamente a Yiyi y ella impulsivamente inclinó la cabeza en señal de respeto, pero realmente lo que tenía era miedo a lo que pudiese pasar. Por lo menos su vergüenza de mostrarse desnuda y a cuatro patas frente a desconocidos había desaparecido. El aduanero tras un primer examen de los documentos que le entregó Hugo y después de observar a Yiyi, los dejó pasar.
-¿Ves Yiyi? -dijo Hugo- No ha sido tan difícil, ahora te pondrán la chapita del control de aduanas y ya pronto podremos ir a casa de tu amo, me ha dicho que la mansión que compró es una réplica de la casa donde vivías antes, para que estés como en casa y te adaptes mejor a tu nueva vida. -Yiyi sonrió y movió la cabeza en señal de aprobamiento.
Después de esto fue conducida a una estancia dentro de la aduana donde ya la esperaba un hombre fornido, con una placa roja y redonda en la mano.
-¿Esta es la perrita? ¿y cómo se llama?-Preguntó el hombre.
-Oh, su nombre es Yiyi.-Dijo Hugo.
-Pues Yiyi, acércate, esto durará poco.
Yiyi lentamente se acercó a aquel hombre y éste la agarró con fuerza de la cabeza, inclinándosela para colgarle la placa a modo de pendiente en la oreja. Yiyi no gimió, al fin y al cabo se aprovechaba su agujero de los pendientes para la plaquita por lo que no había razón de perforarla.
-Esto suele gustar menos a las mascotas macho.-Espetó aquél hombre.
Al salir de la aduana todavía tenían que hacer una última visita, esta vez para aplicarle la marca de su amo, y de forma permanente.
Yiyi seguía a Hugo como podía por un terreno algo montañoso, ya habían abandonado la tranquila zona costera y se internaban en un paraje más abrupto. Como la isla no era muy grande podían hacer todo el camino andando, bueno ella a cuatro patas. Subieron una pequeña pendiente y llegaron a la altura de unos hombres que esperaban para aplicar el atizador al rojo en su trasero. Después de verificar los papeles que portaba Hugo, señalaron que debería incorporar la letra "P", que era la que le tocaba por orden en el registro de mascotas. A Yiyi, temblorosa la tuvieron que coger entre dos fuertes varones, sujetándola por las manos y los pies, le dieron de morder una rama de árbol y ella apretó fuerte la boca, sabía que le iba a doler. Mientras, Hugo la acariciaba la melena y la mejilla diciéndole que estuviese tranquila, que solamente sería un momento y que todo acabaría bien.
Con el culo en pompa totalmente expuesto, uno de los hombres aplicó con suavidad el atizador al rojo sobre el trasero blanquecino de Yiyi, ésta intentó zafarse, agitándose como una posesa, pero la sujetaban muy bien, mordió una vez más el palo entre los dientes y gimió de dolor. Todo había acabado. Ahora su trasero lucía una admirable "P" rojiza. Símbolo de pertenencia a Ernesto, su amo.
-Muy bien Yiyi, ya estás listas para ver a tu amo. Ahora sí tendremos que usar un transporte, la casa de tu amo está en el otro lado de la isla, sígueme.
Hugo la condujo colina abajo hasta donde un vehículo los esperaba. La introdujo en una jaula para perros y le colocó el antifaz, Yiyi ya no vería nada hasta que llegasen a casa, por orden de su amo.
Pasaron unas cuantas curvas y Yiyi aún sentía el escozor en su trasero, allí dentro, en esa jaula, sus movimientos eran muy limitados y encima a oscuras, ella no era quien para quitarse el antifaz. De pronto el vehículo aminoró la marcha y pararon.
-Yiyi por fin llegaste.-Era su amo Ernesto.-Espero que el viaje no haya sido malo para ti. ¿Sabes Yiyi? estoy muy contento que aceptaras ser mi perrita, en este isla lo pasaremos muy bien, por fin podrás hacer realidad tu fantasía y yo la mía. Ven te tengo una sorpresa reservada.
Ernesto la sacó de la camioneta y la condujo de la correa hacia el interior de la casa. Ella aún seguía con el antifaz pero podía percibir olores característicos, un aroma a jazmín que le recordaba a su anterior casa.
-Os presento a Yiyi, mi nueva perrita.-Dijo en voz alta y solemne Ernesto a sus criados y criadas. Después le quitó el antifaz a Yiyi.
Lo que pudo observar Yiyi primeramente era un amplio recibidor, igualito al de su anterior casa, y una luz brillante y cegadora en el exterior, allí a su lado estaban dos de sus anteriores criados y la cocinera, la ama de llaves y la chacha que limpiaba (Marta). Con sus ropas de faena y en postura rígida, como esperando recibir a alguien importante. Luego se dio cuenta que las mujeres ponían cara de asombro y ella comenzó a ruborizarse, volvía a sentir vergüenza. Era increíble, pero su servicio estaba viéndola desnuda y en postura humillante, encima ella no podía, es más no debía ni levantar la cabeza demasiado del suelo y menos articular palabra. Ahora era la perrita de la casa y esos ya no eran sus criados, sino los criados de su amo. Se asustó por un momento y se ocultó bajo las piernas de Ernesto.
Ernesto al verla sonrojar la tranquilizó.
-Yiyi, amor. No tengas vergüenza, una perrita tan linda como tú no debe sentirse así. Ellos te atenderán cuando yo no esté en casa, y verás como pronto les coges confianza y cariño. Ah y otra cosa, ahora debes obedecer en todo momento, no queremos a una perrita suelta a su antojo por la casa ensuciándolo todo. Si deseas orinar tendrás que hacerlo en el jardín y por supuesto ni se te ocurra hacerlo dentro de casa, o te castigaré, ahora ya sabes que puedo hacerlo, o podría perfectamente hacer que Marta-dirigiendo la mirada hacia la chacha- te castigase. Pero espero que no tengamos que llegar a ese extremo porque creo que vas a ser una linda y obediente perrita para esta casa.
Yiyi salió de su escondite y asintió como buena perrita con la cabeza. Las incrédulas sirvientas todavía estaban bajo shock. Por lo visto habían ido a la isla para no perder su trabajo, y Ernesto no les dijo nada sobre su esposa. Quería que fuese una sorpresa. Marta, la chacha y la más joven de los criados, una bella rubia de apenas 21 años era la más sorprendida. Siempre había servido en casa para la limpieza y nunca dirigía un mal gesto a sus jefes y menos a la ama de la casa, pero ahora, la ama estaba desnuda frente a ella, a cuatro patas y con un colgar del cuello, no podía encajarlo y acabó desmayándose en el suelo. Yiyi se asustó del golpe y gimió con movimientos nerviosos. Pasado el susto, todo volvió a la normalidad. Ernesto explicó a los sirvientes toda la situación y recomendó que aquel que no lo soportase que se fuera libremente. Pero ninguno, ni siquiera Marta, tan aprensiva, podía dejar el trabajo, lo necesitaban demasiado. De esta forma hicieron fuerza como una piña y poco a poco se fueron acostumbrando a la nueva situación de su anterior señora, la ahora perrita Yiyi.
V - Doma y castigo de una perrita
Diariamente Yiyi correteaba por el jardín de la casa y hacía sus necesidades en el mismo, levantando una patita de atrás y a la vista de o bien su amo o alguno de los criados, que casi siempre le tocaba a Marta. De hecho siempre era Marta la encargada de darle de comer en un cuenco bajo la mesa de la cocina o de meterla en la jaula piramidal al ir a dormir o descansar. Ernesto no podía ocuparse de ella a todas horas, pero siempre la acariciaba y le decía al oído lo mucho que la quería, lo bella que era y lo buena perrita en que se estaba convirtiendo. Estuvo muchos días usando el antifaz para acostumbrarse a olisquear. Privada de la vista agudizó el olfato y ya empezaba a distinguir a los criados por sus olores corporales. Se estaba convirtiendo en toda una perra amaestrada.
Pasaron varias semanas y Yiyi comenzó a sentir deseo sexual. Sabía que su amo no le daría ese placer y eso la irritaba, durante unos días corría por toda la casa, olisqueando aquí y allá, estaba muy caliente y solamente podía satisfacerse masturbándose cuando nadie observase. Ella todavía era vergonzosa para eso. Marta comprendió pronto lo que le pasaba a Yiyi. Una noche al ir a dejarla en su jaula encerrada, Marta comenzó a hablarle a Yiyi.
-Vaya, sé por qué estás tan nerviosa últimamente, lo que no comprendo es por qué sigues con este juego. Para mí sigue siendo muy extraño todo esto, pero no tengo más remedio. ¿Sabes una cosa Yiyi? nunca lo he contado, era un secreto pero creo que ahora puedo decírtelo sin problemas -mostró una sonrisa a Yiyi justo después de quitarle su antifaz- tu amo Ernesto me gusta mucho, es más estoy segura que él me desea, igual no tanto como a ti, pero me desea, y creo que podría hacer que se enamorara de mí ¿sabes? igual a ti no te dejen follar con Ernesto, pero quien sabe, igual yo... -Yiyi comenzó a gemir e intentó morder los pies de Marta, pero los barrotes no la dejaron.-Pobre perrita enjaulada...tranquila, jejeje, no sean tan mala, no quiero quitarte a tu amo, al fin y al cabo yo no pretendo ser otra perra, para eso ya estás tú, en todo caso...ser la nueva señora de la casa ¿qué te parece Yiyi? -Yiyi dentro de su jaula desistió en un segundo intento por morderla, sabía que era imposible, además la podrían castigar, de hecho igual era lo que Marta quería. Se sentía humillada y excitada al mismo tiempo, era una nueva sensación para ella, pero no pudo dejar de gemir disgustada por lo que oía.-Creo Yiyi que nos vamos a llevar muy bien a partir de ahora, antes no me di cuenta pero ahora sé que puedo conseguir muchas cosas, y cuento con que no hables, jejeje, las perritas no hablan ¿verdad Yiyi? -Yiyi gimió. -Qué bien te estamos educando todos ¿eh? pues espera a mañana, te tengo una sorpresa.-Y así, se alejó a pasos lentos de la jaula-.
A la mañana siguiente su amo Ernesto y Marta fueron a despertar a Yiyi que seguía durmiendo con su antifaz puesto. Como todos los días, Ernesto apretaba el botón de su mando a distancia y descargaba una sacudida eléctrica directamente a su perrita, ésta se sacudía con unos gemidos y se despertaba, después abrían la jaula y le daban de beber de un bidón de agua. Lo que Yiyi no sabía, al igual que Ernesto, es que esta vez el bidón había sido manipulado por Marta y le había metido un fuerte laxante. Cuando Marta se acercó a acariciar a Yiyi, ésta la olió e intentó morderla, Ernesto sorprendido por aquel comportamiento tan inusual la detuvo.
-¿Pero qué haces Yiyi? ¿no te he enseñado a tratar al servicio? ¿qué es eso de morder a Marta? las perritas buenas no muerden a las personas. ¿O quieres que tenga que castigarte? -Yiyi gimió y se contuvo, bajando la cabeza y refugiándose entre las piernas de su amo.
-No se preocupe Ernesto -le espetó Marta.
-No! Marta, debe aprender a respetar y obedecer. Yiyi, ahora mismo estás lamiéndole las botas a Marta en muestra de sumisión y perdón. Y que no se te ocurra intentar morderla más ¿entendiste?
Yiyi humillada bajó una vez más la cabeza y se aproximó a las piernas de Marta siguiendo su instinto olfativo adquirido, la cual con una sonrisa de oreja a oreja ya adelantaba una de sus botas, la más sucia que calzaba. Yiyi, sacó la lengua y comenzó a dar suaves lametazos por el borde exterior de la bota mientras Marta arrodillada le acariciaba el pelo complaciente.
Luego Ernesto se fue a trabajar a la habitación y Marta que era la encargada de sacar a pasear a la perrita tiró de ésta hacia el jardín. Pronto le entraron a Yiyi una terribles ganas de hacer "popó". Marta que lo sabía la condujo al exterior de la casa, Yiyi no se dio cuenta, aunque notaba extrañada que la caminata era demasiado dilatada. Tirando de ella con fuerza, casi ahogando a Yiyi, la sacó de los márgenes de la propiedad.
-Ahora Yiyi, aquí mismo, ya puedes hacer "popó".-Yiyi comenzó a hacer sus necesidades, pero no se daba cuenta que estaba sobre propiedad ajena, en medio de la calle, donde era prohibido. Marta tuvo en cuenta la hora, sabía que siempre pasaba por allí un guarda de seguridad estatal. Y allí estaba...un personaje enfundado en gris metálico con porra y un aparato en el cinto, seguramente de electroshock. Cuando vio a Yiyi allí en medio de la calle sola (Marta se escondió dentro de la propiedad), haciendo aguas mayores, se dirigió presto hacia ella, la agarró por el extremo del collar, suelto en tierra y acto seguido tiró de ella con virulencia.
-Pero ¿qué haces perra mala? -Yiyi asustada solamente pudo gemir, si decía algo sería peor- Ahora vamos a ver a tu dueño, y veremos qué pasa.
La arrastró hacia dentro de la propiedad y apareció Marta sofocada.
-Oh perdone, ha debido escaparse señor agente.-Yiyi comenzó a gruñir de rabia, ella sabía perfectamente que no era cierto.
-Tú a callar perrita, deja hablar a las personas -Dijo el agente tirando con fuerza de la correa a Yiyi- Y usted, ¿es su ama? -dirigiéndose a Marta-.
-No agente, solamente la chacha de la casa.
-Pues haga el favor y condúzcame al señor o señora de la casa. -A Marta se le dilataron las pupilas al oír hablar de "señora de la casa", pronto lo sería, era cuestión de tiempo solamente.
Marta lo condujo al interior y llamó a Ernesto.
-¿Qué sucede Marta? -preguntó extrañado desde el interior de su habitación Ernesto.
-Un agente ha detenido a Yiyi, por lo visto se escapó e hizo sus necesidades en la calle.
Ernesto salió presto y vio la escena. El agente agarraba con fuerza a Yiyi, que apenas respiraba de lo asustada que estaba. Se puso tan nerviosa que no pudo evitar hacérselo encima, esta vez dentro de casa.
-No Yiyi, ¿por qué? -Ernesto.
-Lo ve Señor!, a esta perra suya hay que educarla convenientemente, según las leyes debe ir a la perrera, allí le enseñarán modales. Espero que lo comprenda.
Ernesto comprendía perfectamente la situación, y de hecho le pareció buena idea, ya era hora que Yiyi aprendiese a respetar la propiedad privada y a las personas.
VI - Tontín
El juez decidió que como era la primera infracción, la tendrían solamente 2 semanas. Tiempo de sobra para que Marta viera recompensada su actuación.
No esperó demasiado Marta para tomar el control de la situación en la casa. La primera noche sin Yiyi, Ernesto volvió a sentirse mal, refugiándose en su computadora y su rutinario trabajo, pensando en ver pronto a Yiyi de vuelta. Marta sabía que Ernesto estaba triste, pero también sabía que hacía mucho que no practicaba sexo, no entendía por qué no se buscaba a una sustituta para esos menesteres, a ella por ejemplo; pero a Ernesto le bastaba con sentir, acariciar y tener a Yiyi a su lado, el sexo era lo de menos. Pero Marta no lo interpretaba así, y esa noche Ernesto sucumbiría a los encantos de aquella preciosidad rubia. Marta se enfundo en un vestido de rejilla que dejaba transparentar perfectamente dos senos bien puestos con unos ricos pezoncitos sonrosados, además se atavió con una collar largo de perlas y un tanguita negro a juego con el vestido de rejilla. De esta guisa se introdujo en la habitación de Ernesto y lo esperó detrás de la puerta en pose lasciva.
Ernesto entró y se quedó de piedra.
-¡Pero Marta! ¿qué..qué...? -no le salían las palabras.
-Shhh...calla tontín -le susurró dulcemente ella- sé que te apetece follar, hace mucho que no lo haces, pues bien, yo soy tu chacha ¿no?, estoy para complacer a mi jefe en todo lo que sea menester, y por eso he pensado...que...en ausencia de Yiyi, y como se te ve tan solito y tristón por la casa...podría elevarte la moral, jejeje. ¿acaso no te gusto? -decía mientras se acariciaba los turgentes pechos de forma delicada con las manos. Ernesto no perdía detalle, y comenzaba a notar un bulto en su bragueta. Hacía bastante que no tenía esa sensación tan agradable y comenzó a dejarse llevar por la excitante situación.
Marta se le acercó y comenzó a soplarle lenta y calurosamente al oído, al tiempo que descendía delicadamente sus manos sobre sus hombros y le quitaba la chaqueta, luego bajó y continuó por los pantalones. Él ya estaba empalmado.
-Vaya, vaya ¿pero qué tenemos aquí? -dijo Marta socarronamente mirando el bulto en los calzoncillos de Ernesto -No sabía que mi señor tuviese tan buenas razones, jejeje. Espera, que voy a liberar al pajarito de su escondrijo.
De esta forma Marta comenzó a acariciarle la polla con tranquilidad, notando que se ponía cada vez más y más dura, así le masturbó un buen rato, hasta que Ernesto no pudo más y agarró con fuerza a Marta y la tumbó en la cama. Allí acabó por desgarrarle el vestido, y poniéndola a cuatro patas la embistió por detrás, penetrando un lindo conejito rubio con unos pocos pelitos que le quedaban sin depilar. Ella gimió de placer como una loca a la vez que se movía con la polla de él dentro. Ernesto se corrió en su interior, no pudo evitarlo y Marta se enfundó en una sonrisa de triunfo.
VII - Dos semanas
Mientras en casa de Ernesto, Marta se ocupaba de los asuntos de la casa. Yiyi debía soportar como una buena perrita los extraños métodos de aprendizaje y castigo de la administración de Petisland.
Al llegar a la perrera, Yiyi observó, que había muchas jaulas llenas de perritas y perritos como ella. Era la primera vez que veía a otras mascotas domésticas. Despedía todo aquello un olor nauseabundo, pero ya no tenía opción, ahora era conducida a una jaula vacía de reducidas dimensiones, reservada para ella. Dentro se encontró un cuenco de comida y otro de agua.
-Yiyi -le dijo un carcelero- esta será tu estancia por dos semanas, no obstante te sacaremos todos los días de ahí dos horas para que corras por el recreo y estires los músculos, además todas las noches y durante una hora entrenamiento especial.
Ella no sabía lo que era el entrenamiento especial, pero se limitó a asentir con la cabeza y a ladrar al carcelero, ahora que no tenía el antifaz, ya podía ver el rostro de la gente y podía darse cuenta de más cosas, como por ejemplo que el carcelero sonrió al oírla ladrar, y eso le gustó a Yiyi y lo repitió.
-Buena perrita ¿sabes? no sé qué cargo tienes para que te envíen, pero pareces muy educada, toda una señora perra. Es posible que seas de raza noble, no sé, hasta luego. -Y se alejó por el pasillo.
Dentro de la jaula comió y bebió, pero también tuvo que hacer sus necesidades allí dentro, ahora sabía el por qué del olor. Sus compañeros de las jaulas de al lado estaban en la misma situación. Desde su presidio podía ver a una morena muy grande, de unos 45 años en frente con una marca "G" en su trasero, y a otra más pequeña y de corta edad, quizás 19 o 20 años que lucía un lindo collar de oro, o eso le parecía. Se preguntaba por qué tan joven. Ella tenía ya 30 años, pero esa chica...tan jovencita...debería estar pasándolo mal. Su melena oscura y su delicado rostro angelical la confundió a Yiyi, esa joven perrita era realmente fuerte, músculos entrenados y muy bien marcados. Yiyi se preguntaba por qué ella no era tan atlética, quizás así le agradaría más a su amo. Con estos pensamientos acabó durmiendo en su jaula, y llegó la noche.
Una fuerte sensación eléctrica la azotó, gimió y se levantó del letargo. Su carcelero abría su jaula para sacarla. Era noche cerrada puesto que por las ventanas de aquella estancia no entraba ni un halo de luz.
-Yiyi, es hora de tu entrenamiento especial.
El carcelero la condujo a otra habitación, allí arrastrándose a cuatro patas el carcelero la agarró de las manos y la ató a una barra que pendía del techo por una cuerda gruesa. Luego hizo lo mismo con los pies. Yiyi se resistió, gruñendo y gimiendo asustada, pero el carcelero era un hombre preparado y muy fuerte, la agarró con presteza y sometimiento y consiguió en poco tiempo tenerla atada de pies y manos a la barra, quedando su semirasurado coño expuesto. Luego para que parara de gruñir, le colocó una bola en la boca y la ajustó firmemente por detrás por una correa. Ahora estaba totalmente sometida. Después elevó la barra y a ella hasta una altura de medio metro. Ahora pendía en el aire.
El carcelero salió de la habitación y entró con su compañera de presidio. La jovencita de antes. Era guiada a dos patas en postura semiflexionada por el carcelero, tirándola por el pelo. Según podía ver ella, tenía los brazos atados por detrás y lucía un collar postural en cuero negro que le obligaba a mantener la cabeza bien alta. El carcelero la acercó al coño de Yiyi y ésta comenzó a lamerle con cuidado. Era la primera vez que Yiyi tenía relaciones lésbicas.
-Vamos perra!, cómele el conejo a esta perrita mala, quiero que le metas la lengua bien y hasta el fondo, y no pares hasta que lo ordene.
Yiyi intentaba moverse para resistirse, pero no podía, estaba bien sujeta, y la otra perrita ya le comía el coño a lametazos intensos. Pronto comenzó a sentir placer como nunca.
La otra perrita tenía que levantarse como podía para alcanzar su coño, era una postura incómoda pero no había más remedio, luego el carcelero se apañó una banqueta y descansó el culo de Yiyi en ella. Yiyi comenzó a echar babas por la boca, no podía gritar, no podía gemir y no podía ladrar, solamente unos ahogados "mmmmm...mmmmm" seguidos de escalofríos de placer.
-Muy bien perrita. ¿Has visto Yiyi, qué bien te lo hace Lucía? Lucía es una perrita joven, pero con muchas ganas de aprender, ¿a que sí lucía? -Lucía dejó de lamer para mover la cabeza en señal de confirmación hacia el carcelero- Ella está aquí por placer ¿sabes? a esta perrera se puede venir por castigo como tú, o por gusto propio. Ella es de las que gustan y siempre se presta a ayudarnos en nuestros entrenamientos. -Yiyi no pudo comprender, no entendía que siendo tan joven fuese tan depravada, una cosa era ser una perrita, otra ser una masoquista.
Lucía seguía lamiendo y cada vez con más intensidad, hasta que Yiyi acabó por correrse en su boca, y justo en ese momento no pudo aguantarse y soltó una meada que pilló de improviso a Lucía regándola por toda la cara.
-Perra mala, eso no se hace. Pero en fin, ya que lo has hecho, seguro que a Lucía no le importará limpiarte ¿verdad?
Lucía se tragó la meada y después le limpió el coño a Yiyi, dejándola seca por completo. Por lo visto parecía que ya tenía experiencia en esas situaciones.
-Y no te olvides de las gotas del suelo Lucía, ya sabes que no me gusta tener la habitación hecha un charquero.
Al acabar de limpiar el suelo con su lengua, el carcelero soltó a Yiyi, acto seguido le puso el mismo collar postural que llevaba Lucía y ató a ésta como estaba antes expuesta Yiyi. Se intercambiaron los papeles y Yiyi no tuvo más remedio que lamerle ahora el conejito a aquella linda y joven perrita. Para su sorpresa también orinó sobre ella y aunque con asco al principio, acabó por imitar a Lucía limpiándola con la lengua a lametazos, como hacen las perritas buenas.
Y así pasaron las dos semanas de castigo y enjaulamiento, Yiyi volvía a casa.
VIII - Yiyi, la mascota
Ernesto la esperaba en la puerta con ganas. Yiyi a cuatro patas, desnuda como siempre y guiada por un agente del estado, era conducida a la vera de su amo.
-Señor Ernesto, aquí tiene a su mascota, lista y dispuesta. Buenos días.
Así tan fríamente se despidió el agente dejando la correa de la que dependía Yiyi en manos de Ernesto. Éste se agachó y acarició el pelo de su mascota, ella le obsequió con una dulce mirada y un beso en los zapatos, dando vueltas a su alrededor como una perrita fiel y obediente.
Pasaron adentro y allí estaba Marta. Ahora lucía una radiante sonrisa y unos ojos brillantes. Se aproximó con resignación a sus pies y la lamió también a ella en las botas.
-Qué bien, sí que te educaron ¿eh Yiyi? -sorprendida Marta. Hay algo que creo será mejor que te diga tu amo, Yiyi, algunas cosas han cambiado en esta casa. -Yiyi reaccionó echándose para atrás.
-Verás Yiyi -le dijo Ernesto- Marta y yo... en tu ausencia hemos contraído matrimonio, ¿sabes? ahora tienes también una ama. Nos tienes a los dos, que te daremos todo el cariño y el amor que necesites. -Yiyi sorprendida intentó ladrar furiosa, pero su entrenamiento había sido muy bueno y aceptó la situación como mejor pudo, agachando la cabeza en muestra de sumisión delante de su nueva ama Marta.
-Ernesto, cariño, ahora que voy a estar ocupada con otros menesteres, ¿no sería conveniente contratar a una nueva asistenta especialmente dedicada a cuidar perritas? nosotros no podremos atenderla todo el tiempo ¿no te parece?
De esta forma al cabo de los días apareció por casa una muchacha morena, algo más mayor que Marta que se encargaría de cuidar a Yiyi en ausencia de sus amos.
Pasaron los meses y Yiyi previa petición a Eduardo de Marta, continuaba con el antifaz. Yiyi ya estaba acostumbrada a guiarse por el olfato y fue una noche cuando olfateó a su ama Marta, que la sacó de la jaula y le dijo:
-Bueno Yiyi, ya eres toda una perra bien amaestrada. -Yiyi la mordisqueó suavemente en los deditos en señal de aprobación- Ahora solamente falta curarte de tu manía por la masturbación, sabes que te gusta hacerlo a escondidas, pero yo te he pillado varias veces sin que te dieses cuenta, por eso y gracias que a Ernesto le parece una estupenda idea, hemos decidido ponerte un cinturón de castidad. Es necesario que lo lleves puesto un tiempo indefinido ¿sabes? además se acerca la primavera y no me gustaría tener perritos, jajajaja.
Marta le mostró un cinturón de castidad plateado y en acero a Yiyi, ella recelosa tiró para atrás al olisquearlo, pero atrás estaba la jaula y delante Marta con el cinturón.
-No te resistas perrita, te lo tengo que poner, es por tu bien.
Yiyi acabó con el cinturón puesto y un candado cerrándolo, candado cuya llave sostenía tintineante Marta detrás de la ya cerrada jaula.
-Buenas noches Yiyi, espero que disfrutes tu nueva vida...
Lo último que Yiyi oyó fueron unas débiles carcajadas que abandonaban la estancia a pasos firmes. Mientras en el exterior la oscuridad abandonaba el reino de sus sombras transformándose en delicados destellos de luz que anunciaban un nuevo amanecer.
EPÍLOGO
Yiyi acabó por acostumbrarse a la castidad con el tiempo y Marta en muestra de agradecimiento decidió permitirle ir a la perrera por voluntad propia una vez a la semana. Allí Yiyi retomó las sensaciones con su joven amiga de correrías y lametazos.
Ernesto, el señor de la casa acabó por ponerles los cuernos a Marta con la nueva asistenta contratada por su mujer para cuidar a Yiyi. Marta celosa de nacimiento acabó sucumbiendo con el tiempo al ambiente de la isla y ella misma decidió convertirse en mascota de Ernesto y su nueva mujer.
Actualmente En la casa viven Ernesto, su mujer Clara, dos perritas, Yiyi y Marta y en verano también Lucía, la joven amiga que Yiyi hizo en la perrera y que libremente consentida por sus dueños pasa mucho tiempo de ocio con ellas.
-F I N-