Yendo al supermercado
Una futura ama y su futura esclava van de compras a un supermercado. Algo tan simple y cotidiano pero tan morboso esta vez.
Una página de internet de búsquedas lujuriosas nos había encontrado. Como dos amigas, nos fuimos a tomar un café donde nos conocimos. Ambas estábamos por llegar a los 30, ambas sin pareja y ambas con ganas irrefrenables de darle rienda suelta a nuestros deseos más inconfesables. Acordamos conocernos en la intimidad de a poco hasta que yo fuera su ama y ella, mi esclava.
Una noche de verano la invité a pasar la noche. Llegó a mi apartamento vistiendo un short de jean y una remera suelta, lo normal. Tenía todo pronto pero le propuse salir a hacer unas compras al supermercado, ella con cierto cambio de look y yo detrás, como cualquier otra clienta.
La desnudé, aprovechando la oportunidad para recorrer su cuerpo con mis manos. Se notaba su exitación al quitarle su tanga. Cuando vio que iba a introducir un dildo en su vagina, me preguntó:
¿Y eso? Pensé que primero íbamos a salir.
Sí, este es el cambio de look. Vos querés que sea tu ama, que te use, que te humille, y voy a empezar por esto.
Suavemente lo metí, era más bien pequeño. Le pedí que se ponga en cuatro sobre la cama. Con ayuda de un lubricante, llegué a ubicar dos dedos en su ano para hacer lugar al plug anal que iba a llevar durante el paseo. Puestos de nuevo la tanga y el short, nada de eso se podía escapar. Le dije que se ponga solo la remera, sin corpiño, y cambié sus zapatillas por unas sandalias de taco que harían que su figura quedara más erguida.
Nos fuimos en mi auto a un supermercado en otro barrio. Estacioné y le ordené que se bajara el short. Fui directo a su clítoris y, aunque la zona ya estaba mojada, se sorprendió pensando que bajaría del auto enseguida. Ante la excitación, sus pezones se hicieron más notorios. Saqué de mi cartera dos pequeñas pinzas y las coloqué allí y le dije “así se completa tu atuendo”. Su rostro fue una mezcla de calentura y vergüenza, le encantaba pero eso sí se podía notar a pesar del talle grande de su remera.
Entró al super y yo fui detrás. Le había dado dinero para comprar determinadas cosas. Entonces, mientras yo elegía manzanas, ella fue por pepinos y zanahorias. Caminaba raro, lento. Talvez se imaginaba que los artilugios dentro de sus agujeros se notaban y no era así. Aunque recibió algunas miradas con suspicacia. En los ojos de un par de hombres se veía la lujuria al ver un culo con un short ajustado cuya raya no estaba tan marcada, ¿algo podría haber allí? Ella seguía dominando sus tacos, su columna recta, con una postura determinada de sus hombros para que no sobresalieran los pezones con pinzas.
En la góndola de higiene, yo elegía pasta dental mientras ella, a lo lejos, buscaba un lubricante íntimo con tan mala suerte que tiró, sin querer, un paquete de toallas femeninas. Al verla, me mojé de solo pensar cómo haría para agacharse a recogerlo con un dildo y un plug metidos bien adentro, cómo con esa postura los apretaría y entrarían más aún, cómo se estaría calentando con semejante morbo. Un hombre de unos 50 años, no sin lascivia, se ofreció a ayudarla y me atrevo a decir que notó las pinzas. La sonrisa lo delató.
Ya completando la lista de compras con preservativos, se dirigió a la caja. Detrás de ella había dos jóvenes comprando cerveza. Uno de ellos comentó “va a estar sola pero se ve que se va a divertir”.
Afuera del local, cada una con su bolsa, llegamos en momentos distintos al auto. Conduje hasta una cuadra oscura y paré. La miré, se notaba muy excitada. Metí su mano entre la ropa, saqué las pinzas. No aguanté la tentación de besar sus pezones, los chupé por un par de minutos, ella había empezado a gemir e incrementaba su intensidad hasta que se los mordí, y se sorprendió dando un breve grito.
Ahora sí nos vamos a casa.
Sí, pero esta remera es muy grande, la próxima podemos ir de compras al shopping.