Yaireth, la criada

Yaireth, se inicia en el sexo.

Yaireth, la criada

Estaba desnudo en la terraza de mi habitación tomando sol, y sonó el teléfono como a las 9 de la mañana de un sábado cualquiera. La nueva criada atendió presurosamente, y a lo lejos era posible reconocer que era una llamada para mi. Instantáneamente me excitó pensar que la nueva criada, cuando tocara sigilosamente la puerta de la habitación, y no fuera correspondida, se atrevería diligentemente a llegar hasta la terraza. Seguidamente iba a encontrarme recostado en la silla de extensión, simulando estar dormido y con un pene empalmado que estaría a punto de explotar.

Me propuse entonces esperar con calculada frialdad que se produjeran los acontecimientos. La nueva criada era una jovencita, quizás de unos 20 años, deliciosamente torpe y alocada. Cuando se asomó a la terraza con el teléfono inalámbrico en la mano, yo estaba con los ojos cerrados, la boca abierta, y el miembro tieso sobre la barriga. El señorito está dormido, dijo bajando la voz y controlando el asombro. Cerró el teléfono y se quedó muda, de pie frente a la silla. ¡Qué bicho tan grande!, dijo la criada con voz ahogada, antes de dar dos pasos hacia atrás para ubicarse fuera de mi ángulo de visión.

Di un amplio bostezo y comencé a desemperezarme, palpando mi erección con cuidadosa desatención. ¿Yaireth, pregunté en voz alta y somnolienta, quién llamó?, mientras deslizaba mis dos manos por la longitud del miembro y acariciaba la punta del glande con simulada despreocupación.

Ese era el verdadero momento de la verdad. Nadie, señorito, dijo ella. Se quedó con la mente en blanco. Estaba a mis espaldas, como a dos metros de distancia. Ciertamente, no importaba quien había llamado. Sin mirarla, y con calculado desdén, deslicé la palma de mi mano frotando mis testículos, mientras el pene se balanceaba de un lado a otro. Su contestación sobre la llamada telefónica fue un trámite para, seguidamente, tomar la punta del glande con mis dedos y, mientras tanto jugaba a subir y bajar el prepucio, le dije: Yaireth, me voy a bañar, y no hay ropa interior limpia en mis gavetas, podrías traerme alguna?

Suspendí mis tocamientos, y me fui al baño a tratar de calmar mis ardores con agua fría, lo que logré después de unos largos y prolongados minutos. Al salir del baño estaba Yaireth nuevamente en la habitación, que dijo con tono de suficiencia: Señorito, yo creo que no revisó bien en sus gavetas, y en un gesto de picardía me mostró, colgado de sus dos manos, un interior de mínimas dimensiones.

Mi pene permanecía en situación de moderada erección, y Yaireth, sin reparar, me hizo entender que quería que me probara la prenda. La situación me excitó enormemente, y tomé el breve pedazo de tela y me lo puse de inmediato. Era un interior que apenas podía contener mi bulto, y delineaba con claridad la forma de mi pene.

Delante de Yaireth metí mis dedos por la parte lateral del interior y en un solo movimiento liberé mi pene en toda su longitud. Eso al parecer fue lo que excitó a Yaireth, que hasta el momento había actuado con sorprendente control. Noté que Yaireth estaba un tanto nerviosa, con excesiva sequedad en los labios. Yaireth, le dije, ayúdame a liberar la presión que tengo en el miembro. Puede ser peligroso para mi salud, si no hago una descarga apresuradamente. Si, señorito, me dijo sin ninguna resistencia, dígame qué debo hacer. Me senté en la cama y le dije: Yaireth, rápido, arrodíllese, y aspire con su boca aquí en la punta. Vaya chupando poco a poco. Así es, baje y suba, con cuidado. Puede tomar el miembro entre sus manos. Aja, no haga demasiada presión, no haga fuerza. Muy bien, Yaireth, ya va a salir. Prepare su boca, y no se asuste. Va a salir un chorro y lo tiene que recibir en su boca. Muy bien, Ay, ay, ay... Yaireth se comportó como una profesional, sin dejar que se escapara ni una sola gota de semen.

Fue la mejor mamada que me habían dado en mucho tiempo. Repentinamente, se oyó la puerta del garaje abriéndose para dejar entrar el auto de mi madre. Oí el soplido de una precipitada huída, y me dispuse a arreglar los rastros de esa actuación fugaz de Yaireth.

Me pasé un largo rato sobre la cama pensando en ella. Al mediodía bajé almorzar con mi madre, y Yaireth, al servir la sopa, me sonrió prometedoramente.

Salvador