Yago (09)

El Amito desvirga a uno de sus esclavos y se lo goza...!Vaya que se lo goza"

Yago (09)

Yago es uno de mis amables lectores, que ha querido compartir conmigo su historia.  El relato de sus vivencias me ha resultado tan excitante, que le he rogado que me permita publicarlas y Él ha aceptado.

He escrito los textos con base en lo que Él me ha ido relatando a través de sucesivos correos y una vez escritos se los he pasado a Yago para su corrección y aprobación final.  Así que lo escrito acá, se ajusta muy bien a lo que Yago recuerda de sus vivencias.


Por iniciativa de Mat, él mismo y Pepe empezaron a tener un trato más formal hacia mi Persona.  Al principio solo Pepe se dirigía a mí llamándome “Señor Yago” , pero desde lo del castigo de Mat, ahora ambos me llamaban “Amo Yago” y a mí eso me daba una gran satisfacción y me llenaba de orgullo al comprobar hasta qué punto había logrado que los dos infelices reconocieran su condición de esclavos.

Luego de haber hecho que Mat me chupara la polla por primera vez y en menos de una semana, ya los dos me la mamaban como si fueran un par de putas de oficio.  Era increíble el empeño que ponían en darme placer y en sacarme la leche con sus labios y sus lenguas tan diligentes y sumisas.

Para mí era una pasada de gusto tenerlos a los dos al mismo tiempo amorrados a mi polla, chupándomela, besuqueándomela, lamiéndomela y repasándome sus lenguas por mis huevos ya bien peludos.  Y además del placer físico que me provocaba su trabajo oral, me satisfacía enormemente ver a ese par de esclavos de casi dieciséis tan empeñados en complacerme a mí, que apenas iba para mis catorce.

El saber que tanto Mat como Pepe eran dos años mayores que yo, en esa época de la adolescencia donde esa diferencia de edad suele contar tanto en contra de los menores, y aun así tenerlos permanentemente a mis pies o trabajando para mí o con mi polla entre sus bocas, era una confirmación de mi enorme Superioridad, más cuanto que para someterlos no había tenido que usar ni del chantaje, ni del dinero, ni de la posición social, ni de la fuerza bruta.

Ahora bien, me preguntas si es que Mat y Pepe eran maricones.  Y debo responderte que en esa época a mí me traía sin cuidado si eran un par de putos o no.  Lo que realmente me importaba era que me obedecieran y me veneraran como a su Dios.  Debo decirte además que desde el principio les enfaticé a ambos y logré convencerlos de que servirme era un honor para ellos y les hice hincapié en que chuparme la polla era un gran honor para ellos y que el mayor premio que yo podía concederles era correrme en su boca, porque eso muy bien les indicaba que habían logrado complacerme.  Es decir que los convencí de que recibir mi semen en sus lenguas era la mejor evidencia de que hacían bien su trabajo y que en tal sentido, esa era mi mejor manera de aprobarlos y decirles lo bien que me hacían sentir.  Desde esa perspectiva, los infelices aprendieron a tragarse mi corrida con agradecimiento y hasta se esforzaban en una silenciosa competencia por ver a cuál de los dos le concedía yo el honor de eyacular en el interior de su boca.

Solo con el correr del tiempo vine a percatarme de que Pepe se había aficionado realmente a mi polla.  Con Mat las cosas eran diferentes, pues siempre tuve la evidencia de que el lelo se esforzaba en chupármela no por sentirse a gusto en ello, ni porque le excitara o le diera placer hacerlo, sino porque consideraba el infeliz que mamarme la verga era la expresión más profunda de su sumisión y de su servilismo hacia mí.

Con la infinita Superioridad que mantenía frente a ellos, me daba el gusto de hacerles cuanta perrería se me fuera ocurriendo, probándoles para ir descubriendo hasta qué límite iba a poder degradarlos y usarlos para mi beneficio.  Ya me daba el gusto no sólo de hacerlos chuparme la polla, sino que además había tomado la costumbre de mearles en la boca para ver con extrema satisfacción cómo se bebían mi meo a grandes tragos.  Para mí era claro y para ellos también, que todo lo que saliera de mi verga era sagrado y ambos se mostraban agradecidos de que yo les hiciera tan grandes honores.

Había algo, sin embargo, que me faltaba por hacerles: aún no había probado de sodomizarlos.  Las visitas esporádicas y cada vez más distantes de Lula, me permitían sacarme el morbo de clavar mi polla en un culo.  A ella se le daba muy bien entregarme su agujero para que yo lo gozara mientras ella misma chillaba de placer al sentir mi cipote bien adentro de sus entrañas.

Con ninguna otra de las chicas a las que me llevaba a la cama había logrado tal nivel de compenetración como con Lula.  A ninguna le hacía ni poquita gracia que yo les pidiera que me dieran el culo y algunas incluso huían de mí cuando yo les manifestaba mi deseo de clavarlas por detrás.  Eso me jodía y me encabronaba, pero al fin de cuentas me conformaba con darles palo duro por el coño y en cuanto a mamadas pues ahí tenía a Pepe y a Mat siempre a mi disposición.

Una tarde me llevé a casa una chica que me gustaba especialmente y con la que ya había estado follando algunas veces.  Ese día le eché un buen polvo llenándole el coño de lefa, pero aún me quedé caliente y se me despertó el morbo por darle por el culo.  La chica aceptó sin mucho convencimiento y yo empecé la tarea de dilatarle el agujero untándoselo con abundante gel y metiéndole un primer dedo para ir hurgándola y ensanchándole su ano aún virgen.

Mientras yo le hacía con mi dedo medio, la chica en cuestión se había estado calmada y sin poner mayores obstáculos.  La expectativa de encularla me tenía la polla más tiesa que un garrote y quise apurar un poco las cosas, así que intenté meterle un segundo dedo para terminar de dilatarla.  Pero en ese instante ella chilló y se dedicó a gimotear.  Empezó a quejarse y a decirme que yo estaba demasiado salido, que era una perversidad que quisiera meterle mi cipote tan enorme por su agujero tan chico, que de esa manera iba a destrozarla y si mejor volvía a metérsela por el coño o que si prefería, pues que ella me hacía una buena mamada para bajarme la calentura y que se me saliera de la cabeza la idea de encularla.

Con tantas pegas, empecé a encabronarme.  Terminamos discutiendo y acabé por echarla de casa de mala manera.  La chica se fue gimoteando y yo me quedé en mi habitación con mi polla tiesa y mis huevos que casi me dolían por la excitación.  Estaba verdaderamente cabreado y quería partir el mundo para desahogar mi enfado.

Aquella tarde sólo Mat estaba en mi casa.  Pepe había tenido que irse a su casa porque debía ir con su mamá de compras.  Llamé al lelo a los gritos, pensando en meterle mi polla hasta la garganta para que me hiciera una buena chupada y así sacarme al menos la calentura que si no el enfado que me tenía tan cabreado.

Mat vino corriendo a atenderme y me encontró tumbado en la cama, completamente en pelotas y con mi polla apuntando al techo de mi habitación.

—  ¡Venga! – le dije – ¡Súbete acá y ponte a chuparme la polla!

El lelo se subió a mi cama y se quedó en cuatro patas con su culo levantado hacia la orilla, es decir que su cuerpo hacía un ángulo de noventa grados con el mío.  Se inclinó de inmediato y se comió mi cipote hasta la mitad y se dedicó a chupármelo con toda la maestría que ya había adquirido en esos menesteres.

Mi polla aún traía rastros del polvo que le había echado a la chica y seguramente que a Mat le llegaba el sabor a coño que debía mantener mi verga.  Pero por supuesto que eso no iba a limitarle al lelo el esmero que ponía en chupármela.  Lo importante para él en esos momentos no podía ser el estado de pulcritud de mi verga, lo único que debía importarle era chupármela haciendo sus mejores esfuerzos para complacerme.

Y a ello se aplicó el lelo con la misma servil diligencia de siempre, moviendo su cabeza de arriba abajo para hacer correr sus labios sobre mi cipote bien tieso mientras que con su lengua iba lamiéndome por todo el tronco, concentrándose por momentos en darme lametazos suaves sobre mi glande, al mismo tiempo que con una de sus manos me masajeaba los huevos con toda delicadeza.

Sería por el cabreo que traía, o porque no hacia tanto que acababa de echarle un buen polvo en el coño de la chica, o tal vez por la misma excitación que sentía, pero a pesar de los esfuerzos de Mat por chupármela, a mí no me venían ni intenciones de correrme y los huevos cada vez se me ponían más incómodos por la leche acumulada.

Cabreado aún más por la poca efectividad de los esfuerzos de Mat, levanté la mano y le asenté una fuerte nalgada sobre su culo respingón y le ordené de aplicarse con más empeño en chupármela.  El lelo respondió aumentando la velocidad con que movía su cabeza para incrementar a su tiempo el ritmo con que sus labios recorrían mi cipote y haciendo volar su lengua como una mariposa.  Pero a esas alturas mi interés se había despertado por un asunto diferente a la mamada que me hacía Mat.

La nalgada que acababa de propinarle me había hecho sentir la firmeza y el volumen del culo de Mat y una idea empezó a rondarme la cabeza.  Le obsequié una nueva nalgada, menos dura que la primera y luego otra más y otra más y así hasta media docena de palmadas en ese culo redondo y firme que empezaba a despertarme el morbo.

Ante la arremetida de golpes en su trasero, Mat se soltó a gimotear y disminuyó el ritmo con el que estaba chupándome la polla.  Eso me cabreó más aún y con una nueva nalgada le ordené:

—  ¡Joder!  ¡Que dejes tus putos lloriqueos y dedícate a seguir chupándome la polla como se debe!

El lelo se vio obligado así a controlar sus gimoteos y renovó el buen ritmo al que me estaba chupando la polla.  Yo pude dedicarme entonces con toda concentración a manosearle el trasero, encontrándome con que el cabrón tenía un culo gordito pero firme.  Y empecé a encenderme y la idea que había tenido inicialmente empezó a tomar forma y seguí incendiándome.

Mat traía puestos unos shorts tipo bermudas que le quedaban algo holgados y que no me permitían apreciar muy bien las redondeces de su trasero.  Así que metí mi mano por debajo de su abdomen y con algo de dificultad le desabroché el botón de la cintura.  Luego volví mi mano hacia la parte de atrás, hacia su cintura.  Metí los dedos por el borde de sus bermudas introduciéndolos incluso por debajo del elástico de su bóxer y halé con decisión, hasta bajarle las prendas dejándolo con el culo desnudo.

El lelo se echó a temblar.  Evidentemente estaba carcomido del nerviosismo.  Pero no mermó el ritmo al que seguía chupándome la polla.  Divertido un poco por el miedo que adivinaba en el infeliz y queriendo aumentárselo algo más, pero también por un poco de curiosidad, volví a meter mi mano por debajo de su abdomen y le palpé la polla con la punta de los dedos.  La traía encogida, chiquitita y fláccida y con mis toqueteos el lelo se echó a llorar descaradamente.

—  ¡Como pares de chuparme la polla, te vas a enterar! – le dije con autoritarismo.

Y volví a posar mi mano sobre su trasero para dedicarme a sobárselo suavemente y entusiasmándome al comprobar que lo traía lampiño, suave y con unas redondeces más que apetecibles.

Con la posición en la que estaba el lelo yo no tenía la posibilidad de observarle el trasero, así que agarrándolo firmemente por los cojones, lo halé con fuerza hacia arriba obligándolo a girarse un poco sobre sus cuatro patas, hasta que su culo quedó expuesto a mis curiosos ojos.  El infeliz gimió y se estremeció por el miedo y el dolor que le había provocado en las bolas al tirar de ellas de forma tan descuidada, pero se mantuvo con mi polla entre su boca, chupándomela con todo empeño mientras que mi mirada se paseaba ahora por ese trasero suyo que empezaba a gustarme más de lo que hubiera pensado yo mismo.

Le afirmé los dedos en uno de sus gordos cachetes traseros y se lo apreté con fuerza, comprobando la firmeza de su redondeado volumen.  El lelo soltó un suspiro y se estremeció con un sollozo profundo, pero aun así seguía firme chupándome la polla con un ritmo estupendo.

No sé si a esas alturas Mat se imaginaba ya lo que estaba cruzándome a mí por la cabeza y se empeñaba en seguir mamándome la polla con diligencia, tratando de hacerme eyacular entre su boca para evitarse lo que se le avecinaba por detrás.  No sé tampoco si su empeño en chuparme la verga era debido a su obediencia ciega y a su urgente necesidad de no decepcionarme.  A mí a esas alturas no me importaban ya sus motivos con tal de que siguiera haciendo lo que yo le había mandado que hiciera.

Le fui apretando las gordas bolas de carne del trasero alternativamente, sobándoselas, palmeándoselas.  ¡Joder!  ¡Que el lelo tenía un trasero mucho más apetecible y voluptuoso que el culo de muchas de las chicas a las que yo había querido ensartar!  A esas alturas la polla me daba botes entre la boca de Mat, rebotando y golpeándole alternativamente entre el paladar y la lengua, mientras él seguía con sus labios amorrados y moviéndolos de arriba abajo y de abajo arriba.

Tuve que hacer un gran esfuerzo para evitar eyacular entre la boca de Mat.  Tomé un respiro de un par de minutos, sin que por supuesto el lelo mermara el ritmo de la mamada.  Enseguida metí mi dedo medio por entre su raja y se la fui repasando suavemente, comprobando que el cabrón no traía ni asomo de pelos en ese canal tan gordo y tan profundo.  Me topé bien pronto con su ojete y cuando le puse la yema de mi dedo lo sentí contraerse con un espasmo al tiempo que Mat volvía a soltar un sollozo húmedo y angustiado.

Por poco me corro en ese instante entre la boca del lelo y con algo de apresuramiento tuve que retirar mi dedo de entre su culo para evitar que me ganara la calentura.  Volví a tomarme un par de minutos para bajarle un poco a mi excitación y evitar que mis huevos vomitaran toda su carga de semen a borbotones.

Ya no quería esperarme más.  Si seguía en esas iba a terminar eyaculando en la garganta de Mat y me perdería de desvirgarle ese culo que estaba empezando a volverme loco de la más pura y desaforada calentura.

Agarré el tubo de gel que había quedado abandonado sobre la mesita de noche luego de la frustrada enculada a la chica.  Me embarré generosamente los dedos y volví a metérselos entre la raja.  Al sentir el frío del lubricante entre el culo, Mat dio un respingo y gimió.  Le aticé un tortazo por la cabeza y le repetí la amenaza de hacía un rato.

—  ¡Como pares de chuparme la polla, te vas a enterar!

Le esparcí generosamente el gel por la raja mientras el lelo reanudaba el ritmo de la mamada que estaba haciéndome.  Y enseguida de haberle lubricado bien el canal, recorrí mi dedo medio hasta encontrar de nuevo su ano.  Enseguida empecé a presionar con algo de precaución, pero el ojete se contrajo de tal manera que parecía que se le hubiese sellado por completo.

Me impacienté, puse rígido mi dedo y se lo clavé entonces con fuerza, metiéndoselo hasta la mitad.  Mat soltó un fuerte gemido, que de no haber estado bien amordazado con mi polla que se la tenía metida hasta la garganta, el lelo seguramente habría soltado un tremendo alarido.

No me detuve en delicadezas.  Volví a empujar mi dedo con firmeza y acabé de hundírselo hasta el fondo en el ano.  Mat volvió a gemir y se amorró aún más a mi polla con su lengua como enloquecida lamiéndome el capullo y de inmediato sentí además que sus lágrimas brotando desde sus ojos empezaban a gotear sobre mis huevos y a empaparme la entrepierna.

Me dediqué entonces a palparlo por dentro.  Pero su agujero estaba tan pero tan apretado, que poco espacio tenía en realidad para mover mi dedo.  Lo único que lograba captar era una intensa suavidad como de seda caliente que me hizo imaginarme lo que sentiría tan pronto le metiera mi polla en ese túnel tan estrecho.

Iba a meterle un segundo dedo para tratar de dilatarlo como se debía, pero entonces caí en cuenta que eso sería una brutalidad de mi parte, pues si le agrandaba el agujero demasiado, me perdería del placer de sentir que lo estaba desvirgando de verdad.  Así que más bien le retiré con cuidado el dedo que le había clavado inicialmente y le eché una ojeada para ver hasta qué punto le había abierto el ano al lelo.

Ahí seguía casi intacto su minúsculo agujerito, contraído como una especie de diminuta estrella oscura oculta entre su raja.  ¡Joder!  ¡Cómo iba a disfrutar de clavar mi cipote allí!  En ese instante el culo de Mat me pareció tan apetitoso, que adelanté un poco la cabeza y sin pensármelo, sin detenerme a imaginar lo que sentiría el lelo, sin que me importara más que satisfacer un impulso súbito que me había entrado de repente, posé mis labios sobre una de aquellas turgentes y apetitosas redondeces, abrí la boca y le clavé los dientes con un mordisco realmente salvaje.

Esta vez Mat ya no pudo aguantar.  Liberando mi polla con la celeridad de un relámpago, levantó la cabeza como si buscara el techo de mi habitación con sus ojos y lanzó un alarido que me sorprendió y me hizo sacar mis dientes de su trasero.  De inmediato vi la marca de mi mordida en su carne y al mismo tiempo sentí que Mat volvía a amorrarse a mi polla con la misma celeridad con que la había abandonado.

Mi cachondez era tan extrema, que con el contacto de la lengua de Mat sobre mi polla estuve a punto de eyacular.  Así que para no ir a correr tal riesgo y quedarme al fin de cuentas con las ganas de clavarlo por el culo, le aticé un fuerte tortazo por la cabeza y le ordené que dejara de mamarme la verga.  Al mismo tiempo le entregué el tarro de gel y le ordené:

—  ¡Úntame muy bien la polla con este gel!

No sé si en ese punto ya Mat estaba consciente de lo que yo me disponía a hacer con él.  De todas formas esparció con generosidad una buena porción de gel sobre mi polla, sobándomela suavemente desde el capullo hasta los huevos y dejándomela bien pringada y resbaladiza.  El pobre lelo lloraba con todo descaro y ya sus lágrimas me empapaban de tal manera mi entrepierna, que hasta pensé en lo divertido que sería follármelo a lo bruto, desvirgándolo y usando para ello como único lubricante sus propias lágrimas.

Sin embargo no me entretuve mucho en esas quimeras.  Cuando ya consideré que Mat había cubierto muy bien mi polla con el gel, me levanté de la cama teniendo buen cuidado de ordenarle al lelo que se quedara ahí en cuatro patas y con su culo muy bien levantado, con la misma postura que había mantenido todo ese rato mientras me chupaba la polla y yo iba explorándole su trasero.

Me situé atrás de Mat y la vista era espectacular.  El lelo lloraba desconsoladamente, con su cabeza enterrada entre las sábanas y su culo en pompa, bien levantado y exhibiendo en su cachete izquierdo la impronta de mis dientes.  Me deleité por unos instantes con aquella visión tan morbosa y luego le indiqué:

—  ¡Abre bien las piernas!

Mat me obedeció de inmediato.  Pero al abrir las piernas bajó un poco su culo, casi asentándolo contra las sábanas.

—  ¡Vuelve a levantar el culo, imbécil! – le grité – ¡Y mantén las piernas abiertas!

El lelo hizo tal y como yo le indicaba.  Volvió a poner su culo en pompa y con sus piernas bien abiertas.  Pero sus redondeces eran tan gordas, que la raja apenas se le insinuaba sin que hubiera posibilidad de que yo le viera el agujero.

—  ¡Ponte tus manos en el culo y ábretelo! – le ordené.

Mat acabó de humillar su cabeza enterrando el rostro en las sábanas e hipando entre sollozos, echó sus manos hacia atrás, se agarró los cachetes del culo y se los separó abriéndole a mis ojos la visión de su agujerito a duras penas violado por mi dedo.  La polla me dio un respingo rebotando contra mi vientre y yo no me evité la tentación de volver a poner mi dedo medio en aquel punto oscuro y rugoso y volví a introducírselo sin demasiado cuidado, mientras el lelo gemía muy quedo y se estremecía con un enésimo sollozo.

Me entretuve hurgándolo por un par de minutos, volviendo a sentir en mi dedo esa increíble presión de aquel túnel tan estrecho y esa textura como de seda caliente que me lo envolvía por completo.  Mi polla pegada contra mi ombligo rezumaba precum a borbotones que iba resbalando por el tronco, mezclándose con la gel con que la tenía embarrada y con la baba que me había dejado en ella la prolongada mamada que había estado prodigándome Mat.  Con tanto lubricante la tenía bien resbaladiza y completamente lista para la faena.  Ya no quise esperar más.

—  ¡Ahora te voy a meter mi polla por el culo! – le anuncié al lelo mientras lo mantenía clavado hasta el fondo con mi dedo medio – ¡Y te enteras de verdad si te esquivas!  ¡Y más te enteras si te pones a chillar como una puta puerca, que me desconcentras y no puedo gozar como quiero!

—  S…si…A…Amo…Ya…Yago…yo…yooo…meee…aguuu…aguantooo… – me dijo el lelo arrastrando las palabras y tratando de ahogar sus sollozos.

—  ¡Pues más te vale que te aguantes bien! – le respondí con sequedad.

De inmediato le saqué el dedo y me acerqué blandiendo mi polla que para apuntarla al agujero, me la tenía que agarrar y bajármela un poco porque de lo caliente que andaba la tenía de verdad pegada contra mi ombligo.

La visión del culo de Mat puesto en pompa y a mi disposición, con sus manos abriéndose los cachetes para ofrecer a mis ojos ese agujero minúsculo y rugosito, por poco hace que me lance de nuevo a mordérselo con todas mis fuerzas.  Pero estimé que si esperaba más para clavarlo iba a terminar corriéndome antes de hundirle mi verga.  Así que apunté con mi capullo y le di una embestida fuerte.

El lelo no pudo evitar que se le escapara un chillido.  Considerando que con esa primera estocada había logrado clavarle mi glande entero, fui indulgente y no le reclamé por el alarido que acababa de soltar, más considerando que Mat se mantuvo en su puesto y siguió abriéndose los cachetes con sus manos para seguir mostrándose tan sumiso como siempre.  ¡Pero joder!  ¡Cómo tenía de apretado el agujero!  ¡Si hasta sentí que me ahorcaba la polla por la base del glande de lo apretado que estaba!

Si mi polla no la hubiera traído tan rígida como la tenía, seguro que me habría sido demasiado difícil clavársela por lo apretado que traía Mat el agujero y por cómo me la estaba casi ahorcando.  Por fortuna mi erección era en ese entonces y es ahora un prodigio de potencia y aunque con un poco de esfuerzo, iba a lograr metérsela hasta el fondo.

Pero tuve una idea que me evitaría los chillidos de Mat y al mismo tiempo sin duda que le ayudaría al lelo a relajarse un poco para que al continuar metiéndole el resto de mi polla no fuera a correr el riesgo de desgarrarlo.  Me incliné afirmando mi pecho sobre su espalda, le metí en la boca los dedos de una de mis manos, incluido aquel con el que le había estado hurgando el culo.  Con un susurro le ordené que se pusiera a chupármelos y simultáneamente le agarré el pezoncito de una de sus tetillas entre los dedos índice y pulgar de mi otra mano.

Ya bien dispuesto y listo para lo que me proponía, con Mat chupándome los dedos que iban a servirle como mordaza, le retorcí con saña su pezoncito y simultáneamente lo embestí de nuevo, logrando esta vez clavarle casi hasta la mitad de mi polla en su agujero.  El pobre lelo se debatió y soltó un buen chorro de baba mientras gemía roncamente.  Pero a esas alturas ya le tenía bien sembrada mi verga entre su culo.

Volví a retorcerle el pezoncito con más saña que la primera vez y de nuevo a embestirlo con todas mis fuerzas, hasta que terminé de clavarle mi polla completa hasta el fondo de su agujero.  Creo que en ese instante Mat se desvaneció porque sus manos se escurrieron dejando de abrirse los cachetes del trasero e incluso dejó de chupetearme los dedos, quedándose con la boca abierta mientras otro buen chorro de baba salía por entre la comisura de sus labios.

Sin embargo, a esas alturas ya poco me importaba que siguiera chupándome los dedos o abriéndose el culo para mí.  En esos instantes yo tenía mi polla bien clavada en su agujero y sentía como aquel túnel de seda caliente palpitaba como con vida propia, como si estuviera homenajeándome la verga y dándole la bienvenida.

¡Joder!  ¡Qué pasadón de gusto estaba dándome ese ano del lelo!  Me estuve quieto por un par de minutos.  Disfrutando intensamente de aquella especie de espasmos suavísimos con que aquel túnel caliente me acariciaba la polla.  Jamás había sentido eso, ni siquiera con Lula.  Y supuse que con el lelo me estaba causando semejante placer porque tenía su culo virgen.  ¡Joder!  ¡Que si así de gustoso era desvirgar un culo, yo quería pasármela el resto de la vida desvirgando culos!

Hasta que ya quise iniciar a follármelo en condiciones.  Entonces me incorporé quedando nuevamente de pie y reculé poco a poco, sacándole mi verga muy pero muy lentamente.  Mat parecía seguir desvanecido.  Su respiración era agitada y balbuceaba muy quedo y se estremecía apenas un poco.  Y cuando ya no le quedaba más que mi glande entre el ano, lo embestí otra vez, volviendo a clavársela completa.  Hasta el fondo.

El lelo soltó un gemido ronco, levantó su cabeza y se dedicó a darle de cabezazos a las sábanas mientras balbuceaba y se estremecía ahora sí temblando como una hoja.  Repetí la operación al menos una docena de veces.  El lelo balbuceaba quedo mientras iba retirándole la verga y volvía a darle de cabezazos a las sábanas cuando lo clavaba de golpe.  Hasta divertido me resultaban sus extraños movimientos.

Cuando ya aquellas embestidas me exigían menos esfuerzo, consideré que el ano de Mat estaba lo suficientemente dilatado y decidí que era hora de empezar a serrucharlo a mi ritmo.  Lo agarré por las caderas y empecé entonces a follármelo, clavándolo a una velocidad creciente, mientras el lelo seguía balbuceando, emitiendo gemidos roncos y dándole de cabezazos a las sábanas.

Yo estaba en el paraíso.  Mi polla iba y venía por aquel túnel caliente y sedoso.  Y cada clavada la sentía como si fuera la primera, pues mi glande y toda mi polla era acariciada de manera suavísima por aquel prodigioso agujero que además me complementaba el placer con esas palpitaciones cada vez más acuciosas.

Todo el esfuerzo que hacía para seguir follándome a Mat a velocidad creciente, me tenía ya empapado en sudor.  El lelo también sudaba a chorros, sin dejar de balbucear, estremeciéndose y dándole de cabezazos a las sábanas.  Pero consideré que era el momento en que el infeliz también colaborara con el gusto que estaba yo proporcionándome.  Así que le asenté un par de nalgadas y le ordené:

—  ¡Ponte a mover el culo!

Y doy fe de que el pobre lelo lo intentó.  Alzó un poco su cabeza, balbuceó algo que no entendí, gimió y aumentó la fuerza con la que estaba dándole de cabezazos a las sábanas.  De todas formas no me importó que esta vez Mat no me obedeciera con el servilismo que solía obedecerme.  Yo ya casi estaba a punto de correrme.  Así que me bastó con unas cuantas embestidas más y terminé explotando bien adentro de sus entrañas, llenándole el culo de semen mientras lo mantenía clavado y me oía a mí mismo rugiendo de puro placer.

Terminé desvaneciéndome sobre la espalda del lelo, aplastándolo contra la cama, con mi polla bien metida entre su culo, vibrando aún y soltando los últimos trallazos de semen entre espasmos de placer.  Y me estuve allí sobre él por algunos minutos, hasta que logré recuperarme un poco y mientras mi verga iba perdiendo su rigidez.

Cuando al final le saqué la polla del culo, no pude evitar cabrearme.  La traía pringada de baba, de lubricante, de semen y manchada con unas gotitas de sangre y restos de mierda. “Maldita sea…” – dije entre mí – “…este lelo hijo de puta me ha cagado la polla” .  Y sin pensármelo le eché mano por los pelos y lo halé con fuerza tirándolo de la cama hasta tenerlo de rodillas a mis pies y le ordené:

—  ¡Venga, cerdo!  ¡Ponte a limpiarme la polla que me la has dejado asquerosa!

Mat estaba temblando.  Lloraba como una magdalena y traía tal cara de pena, que hasta me hubiera dado lástima del miserable lelo.  Pero en esos instantes yo estaba demasiado cabreado y lo único que me importaba era que me limpiara la polla.  Y dócil como siempre, así lo hizo el pobre infeliz.

Con algo de torpeza se metió mi polla en la boca y se dedicó a chupármela bien suave y a darme lamidas muy diligentes, tragándose poco a poco los restos de su propia desvirgada.  Hasta que logró dejármela impecable de nuevo y a mí se me pasó el cabreo y lo aparté para que fuera a la cocina a traerme un refresco helado.

No pude evitar reírme de buena gana viéndolo cómo caminaba con un pasito extraño.  Y cuando regresó con el refresco, lo miré a los ojos, le sonreí y le dije sin pensármelo:

—  ¡Joder!  ¡Qué gustazo que me ha dado dártela por el culo!

El lelo me miró asombrado por un instante.  Enseguida puso su mejor sonrisa y se lanzó a mis pies a besármelos y lo oí que entre susurros que me decía:

—  Gracias Amo Yago…

—  ¡Venga! – le dije – ¡No pierdas el tiempo y ponte a chupármela!  ¡Que la quiero dura de nuevo para volver a gozar follándote!