Yago (08)

El Amito putea a su esclavo Mat y lo somete a una prueba humillante y guarra, para ver hasta qué punto el siervo está dispuesto a servirle y entregarse...

Yago (08)

Yago es uno de mis amables lectores, que ha querido compartir conmigo su historia.  El relato de sus vivencias me ha resultado tan excitante, que le he rogado que me permita publicarlas y Él ha aceptado.

He escrito los textos con base en lo que Él me ha ido relatando a través de sucesivos correos y una vez escritos se los he pasado a Yago para su corrección y aprobación final.  Así que lo escrito acá, se ajusta muy bien a lo que Yago recuerda de sus vivencias.


Mat regresó.  El jueves, como yo se lo había ordenado, muy modoso, muy encogido y muy servil y muy puntual, vino a pararse junto a la puerta de mi casa y allí lo encontré cuando regresé del colegio con Pepe cargando mi bolsa de los libros y siguiéndome como un perro.

En aquellos dos días sin Mat, me había dedicado a adiestrar a Pepe para que me chupara la verga haciéndome gozar de verdad.  Me apliqué de tal manera a instruirlo, usé de tal autoridad y le sazoné las sesiones con tal cantidad de tortazos y de explicaciones a mi estilo, que ya el infeliz me lamía los huevos como un experto, me la chupaba a diferentes ritmos y reconocía el momento justo en que debía arreciar la mamada para hacerme eyacular o mamarme más suave para prolongar mi placer, todo según yo se lo iba ordenando.

En esos pocos días, el adiestramiento que le apliqué fue tan efectivo que ya Pepe me mamaba de tal forma que me daba la ilusión de que era Lula la que lo hacía.  Y creo que ya por esa época el infeliz hasta le había tomado gusto a chuparme la verga.  Aunque claro que por entonces lo que menos me importaba era si a Pepe le gustaba chupármela.  Lo único que realmente me importaba era que el miserable me la chupara bien chupada y se aplicara con todos sus esfuerzos a darme placer.

Aquel jueves, tan pronto vine a despatarrarme sobre el sofá de la sala, Mat se me acercó y sin pensárselo se arrojó a mis pies y abrazándose de mis tobillos se dedicó a besuquearme mis zapatos.  Yo estaba feliz realmente de que el lelo hubiese regresado y ya empezaba a hacer planes y a imaginar las formas en cómo iba a usarlo de ahí en adelante.  Pero tenía muy claro que no iba a ponerme a saltar de alegría frente a Mat.  Mi actitud debía ser tal que el lelo sintiera todo el peso de mi autoridad y de mi poder sobre él.

—  ¡Apártate! – le ordené empujándolo con mis pies.

Y el lelo se arrastró hacia atrás, viéndose obligado a dejar de besuquear mis zapatos y empezando a lloriquear.  En esas venía Pepe trayendo la butaca que yo solía usar como reposapiés.  Levanté mis piernas sobre el mueble y el bruto se arrodilló de inmediato para descalzarme y sacarme mis calcetines.  Mat seguía en el suelo, gimoteando y como a menos de un metro de donde ya Pepe empezaba a lamerme mis pies cansados, sudorosos y con olor de toda la jornada en el colegio.

—  ¡Escúchame bien, idiota! – le dije al lelo con sequedad.

Mat levantó un poco la cabeza y me miró desde el suelo.  En sus ojos llorosos había un cierto brillo de expectativa y esperanza.  Yo decidí hacerlo esperar y sufrir un poco y recosté mi cabeza sobre el respaldo del sillón y cerré mis ojos, como si me dispusiera a meditar mientras disfrutaba de la lengua de Pepe repasándome por mis plantas y metiéndose entre mis dedos y en fin, lamiéndome mis pies con esa diligente rudeza que me generaba un estado de tanto relax y tanta placidez.

—  ¡Has sido demasiado altanero y desagradecido! – dije de nuevo fijándome en Mat – ¡Te has comportado conmigo como una puta mierda!  ¡Y yo que te he tenido tanto cariño y que me he esforzado por ayudarte!

Volví a recostar mi cabeza sobre el respaldo del sillón y de nuevo cerré mis ojos como para seguir disfrutando de la lengua de Pepe sobre mis pies sudorosos.  Oí con deleite que Mat gimoteaba muy quedo y sin dignarme mirarlo, con mis ojos entornados y con un tono de voz como de entre tristeza y cansancio le ordené:

—  Cállate que me incomodan tus lágrimas de cocodrilo…

Me estuve por algunos minutos en silencio, percatándome de que Mat me había obedecido en el acto y acallaba sus gimoteos mientras se mantenía echado en el suelo, con su cabeza levantada como esperando con ansiedad lo que yo fuera a decirle.

—  ¡Me has decepcionado! – le dije con tono de tristeza - ¡Yo que te acogí cuando no tenías ni un puto amigo!  ¡Y ahora tú vienes a humillarme por la pasta que tienes!

Volví a quedarme en silencio por un instante y Mat aprovechó para empezar a balbucear, como queriendo pedirme perdón y tratando de explicarme sus expresiones del otro día.  Pero me puse en plan de cabreo y volví a gritarle:

—  ¡Que te calles te he dicho!  ¡¿A caso no eres capaz ni de obedecerme una orden tan simple?!

Mat se quedó en silencio nuevamente.  Lo miré de reojo y me regodeé viéndolo hipar en silencio por los sollozos contenidos.  Y aún me estuve por algunos minutos sin decir ni una sílaba.  En apariencia concentrado en disfrutar de la manera en como Pepe me lamía los pies, pero en realidad templándole un poco más la soga al lelo, haciéndolo sufrir hasta lograr tenerlo en el estado emocional que quería para darle el golpe de gracia.  Ya sólo me faltaba un poco y lo tendría a mi completa merced.

—  Pero a pesar de todo, te tengo cariño y te voy a dar una oportunidad.

Mat levantó la cabeza y me miró con sus ojos arrasados en lágrimas pero esta vez ya con una esperanza cierta.  Sin embargo lo hice esperar por algunos minutos más antes de continuar.

—  Ahora espero que aproveches la oportunidad que te voy a dar…porque si me vuelves a decepcionar no te voy dejar que te me acerques en lo que queda de tu miserable vida…!¿Me estás entendiendo, mal esclavo?!

El lelo asintió moviendo su cabeza y sin atreverse a pronunciar ninguno de sus balbuceos.

—  ¡Voy a ponerte a prueba! – le dije – ¡De ahora en adelante vendrás a mi casa sólo para limpiar y lavar y organizar!  ¡Pero no te me podrás acercar!  ¡Para que me atienda a mí ya tengo a Pepe!  ¡Pepe será mi esclavo personal y tú solo limpiaras y harás todas las tareas de la casa!

Me regodeé por algunos minutos más volviendo a recostar mi cabeza sobre el respaldo del sofá, sin mirar a Mat, pero sabiendo que estaba allí, arrastrándose en el suelo, con su cabeza levantada y esperando con toda humildad a que yo continuara.

—  ¡Te vas a mantener en silencio y sólo hablarás si yo te lo ordeno!  ¡Harás todo sin chistar y me obedecerás en todo lo que se me ocurra ordenarte!  ¡Si no cumples, te mando a la puta mierda!  ¡Y si no estás de acuerdo, ya te puedes levantar de ahí y largarte a tu casa!  ¡Pero nunca jamás vuelvas a mí con tus gimoteos!

Esperé por algunos minutos, esperando a ver si es que el lelo tenía los cojones para levantarse de donde estaba y largarse de mi casa.  Pero ni intención le vi de hacerlo.  Ya lo tenía como lo quería.  Ahora a darle un tris de esperanza para terminar de maniatarlo.

—  ¡Y para que veas que aún te tengo algo de cariño, de vez en cuando te voy a permitir que te me acerques para que vengas a lamerme el polvo de mis zapatos!  ¡Pero sólo lo harás cuando yo te lo ordene! – le aclaré – ¡Y si cumples con mis condiciones, ya pensaré si vuelvo a dejarte que me atiendas como lo hace Pepe!

Volví a recostar mi cabeza sobre el sofá y me quedé allí por un par de minutos, con mis ojos cerrados, con Pepe concentrado en lamerme mis pies y Mat aún tirado en el piso, seguramente rumiando todo lo que yo le había dicho y sin duda prometiéndose que cumpliría con creces mis condiciones con tal de volver a “tener el honor” de ser mi esclavo personal.  ¡Cómo estaba yo regodeándome en esos instantes de lo bien que me había ido mi plan!  ¡Y ahora a recoger los frutos!

—  ¡Pírate para mi cuarto, idiota, que allá tienes mucho que hacer! – le ordené al lelo.

Nunca habría creído que Mat fuera tan ágil.  Con un salto se puso en pie y corrió hacia mi habitación como si lo persiguieran.  Yo me quedé tan cómodo como estaba, despatarrado sobre el sofá, con Pepe que no paraba de lamerme mis pies y planeando lo que haría de ahí en adelante con el lelo.

Durante lo que quedó de esa semana y casi toda la semana siguiente me estuve puteando a Mat cada tarde.  Lo hacía trabajar como mula, limpiando, lavando, ordenando.  Me regodeaba sobre todo en ir a revisarle el trabajo y encontrarle defectos inexistentes para ordenarle que lo repitiera por completo.  Así por ejemplo cuando arreglaba mi habitación, iba y lanzaba las sábanas al suelo regañándolo por no haber tendido bien mi cama, cuando lavaba mis calzoncillos y mis calcetines los lanzaba al patio y los pisoteaba para el lelo tuviera que volver a lavarlos.

Y lo que más me divertía era cuando estaba lavando el cuarto de baño.  Considerando que ya estaría terminando su labor, me iba para allá y mientras el lelo se mantenía en cuatro patas friegue que friegue el piso y las paredes, yo me sacaba la polla y meaba por todas partes, fuera del excusado, pringando de meo el piso, las paredes y todo lo que Mat ya había dejado reluciente.  Al final me sacudía la verga y le ordenaba le ordenaba con mala leche:

—  ¡Cómo pierdes el tiempo, idiota!  ¡Limpia esta mierda de baño que está hecho un desastre, todo oloroso a meo!

—  S…si…A…Amo…Ya…Yago…co…como…us…como…usted…ma…man…mande… – me respondía el pobre lelo.

—  ¡Cállate! – le gritaba yo – ¡Que no me hables si no te lo ordeno!

El lelo aguantaba.  Se mostraba tanto o más diligente que antes.  Hacía todo de la mejor manera y parecía no importarle un ápice tener que repetir las tareas sólo por mi cabronada.  Entre tanto yo me la pasaba bomba con Pepe.

No sólo era que lo hacía lamerme mis pies o chuparme la polla a cada rato.  También era que jugaba con él, lo ponía frente a la consola para competirle en los videojuegos, o lo hacía ponerse en cuatro patas y me le acaballaba sobre el lomo para que fuera llevándome por toda la casa como un pony.  Me reía de sus estupideces y lo dejaba que él también se riera de sus propias bobadas.  Me lo llevaba al parque a jugar o lo hacía acompañarme a los partidos de la selección del colegio y hasta le compartía algún bocata que por supuesto el infeliz se comía puesto en cuatro patas a mis pies mientras yo me descojonaba de risa pisoteándole la cabeza para hacerlo que se embarrara el bocata en el rostro.

Cuando tenía oportunidad, Mat nos observaba con disimulo y yo leía en sus ojos tristeza y envidia.  Incluso me parecía que envidiaba a Pepe por poder darme el gusto de chuparme la polla para que yo me le corriera en la boca.  Pero yo me mantenía en la mía, porque quería que cuando por fin se llegara el momento de usar a Mat como lo tenía planeado, el lelo en vez de resistírseme se sintiera honrado y me agradeciera que acabara de convertirlo en un puto agujero para meter mi polla.

Sin embargo, con lo mal que yo se lo estaba haciendo pasar, intuí que el lelo desfallecería si no le daba algo para endulzarle el castigo.  Así que como al tercer día, al verlo por ahí mohíno, limpiando y trasegando, lo llamé ante mí y le señalé el suelo a mis pies.  Mat vino cabizbajo y se arrodilló.  Lo contemplé por un momento y me fijé en mis zapatos.  Acababa de llegar del colegio y los traía perdidos de polvo y suciedad.

—  ¡Estás haciéndolo bien! – le dije – ¡Por eso te voy a dar el honor de que me limpies mis zapatos!

Aquello fue como si le hubiera dicho al pobre lelo que se había sacado el gordo de la lotería.  Sonrió sin disimulo y se lanzó de inmediato a mis pies para dedicarse a lamerme mis zapatos con más empeño del que nunca había mostrado.  Lo dejé hacer por un buen rato, hasta que me apeteció que Pepe viniera a descalzarme y lamerme mis pies y entonces aparté a Mat de un golpe y lo envié a la cocina a lavar los trastos.

Finalmente un día al concluir la segunda semana, cuando ya había comprobado con creces la sumisión absoluta de Mat, decidí dar un paso definitivo.  El lelo estaba aseando el cuarto de baño y yo iba con una meada que me había estado aguantando un buen rato a propósito para lo que había planeado.

Cuando entré allí ya iba liberándome la polla y me encontré con Mat puesto en cuatro patas fregando el piso cerca del excusado.  Se quedó completamente inmóvil, seguramente esperando a que yo hiciera lo de siempre, que era mear por todas partes para luego regañarlo por perder el tiempo y ordenarle que se pusiera a limpiar de nuevo.

Con mi polla ya por fuera de la bragueta de mi pantalón, lo contemplé por un instante, cabizbajo y sumiso, estático y casi sin atreverse a respirar en mi presencia.  Entonces le ordené con sequedad y autoritarismo:

—  ¡Arrodíllate!  ¡A ver si vas a servirme para algo que me apetece!

Mat me obedeció de inmediato alzándose sobre sus rodillas.  Volví a contemplarlo como evaluándolo y el infeliz se echó a temblar, seguramente por la expectativa y la incertidumbre sobre lo que yo me proponía hacerle.

—  ¡Abre la boca! – le ordené – ¡Que me apetece mearme en tu boca!  ¡A ver si eres capaz de tragártelo todo!

El pobre lelo no lo dudó.  Con todo lo que había tenido que soportar aquellos días.  Con mi constante cabreo hacia él, con el desprecio con que lo había estado tratando y sintiéndose relegado a ser simplemente una mula de trabajo mientras Pepe me atendía y hasta se divertía junto a mí, a Mat debió parecerle que la manera en como me disponía a usarlo sería tal vez una más de mis cabronadas, pero al menos tendría la oportunidad de hacer algo más que simplemente trasegar de aquí para allá.  Y eso debía constituir un honor para el miserable, que yo lo tuviese en cuenta para mearme en su boca.

Abrió las mandíbulas hasta donde más le dio la comisura de los labios y yo no me lo pensé ni un segundo para enchufarle toda mi polla ya morcillona y empecé a soltarle un grueso chorro de meo bien adentro de su boca.

Pero en un comienzo el lelo no acató a tragar mi líquido y la boca se le llenó casi de inmediato, haciendo que mi meo le desbordara y empezara a escurrírsele por la comisura de los labios.  Aquello me cabreó y le grité:

—  ¡¿Es que acaso no vas a servirme ni para tragarte mi meada?!

Picado por mi cabreo y nada tonto, Mat se decidió a cerrar un poco su boca hasta que entornó sus labios alrededor de mi polla y se puso a beber a grandes tragos, pasando lo que quedaba de mi meada y bebiéndosela sin el menor recato, mientras alzaba sus ojos con mirada sumisa, como preguntándome si lo estaba haciendo bien.

Para cuando terminé de mear, ya casi tenía la verga al palo.  En vez de sacudírmela, se la repasé por los pelos acabando de limpiármela de los restos de meo y le ordené:

—  ¡Venga!  ¡Vamos a la sala que ya he decidido que te perdono!  ¡Y por lo bien que has hecho las cosas estos días, te voy a dar un premio!

Y estaba claro que el premio era empezar a instruirlo para que aprendiera a chuparme la polla como a mí me gustaba.  Y lejos de resistirse o de poner ni la más mínima pega, Mat vino feliz a mamarme la verga por primera vez, a pesar de la rudeza con que yo iba indicándole cómo hacerlo para darme más placer.  Y no sé si sería mi imaginación, pero me divirtió ver que Pepe parecía estar algo mosqueado mientras me lamía los pies y Mat iba aprendiendo rápido a mover su lengua y sus labios sobre mi cipote dándome un gran gozo al que ya no iba yo a renunciar nunca en mi vida.