Yago (07)

El Amito hace que Pepe le chupe la polla frente a su otro esclavo...goza como pocas veces y mide si su otro esclavo estará dispuesto a caer tan bajo....

Yago (07)

Yago es uno de mis amables lectores, que ha querido compartir conmigo su historia.  El relato de sus vivencias me ha resultado tan excitante, que le he rogado que me permita publicarlas y Él ha aceptado.

He escrito los textos con base en lo que Él me ha ido relatando a través de sucesivos correos y una vez escritos se los he pasado a Yago para su corrección y aprobación final.  Así que lo escrito acá, se ajusta muy bien a lo que Yago recuerda de sus vivencias.


Mat volvió a mi casa al día siguiente de que le había molido el culo a cintazos.  Venía con expresión contrita y tembloroso y tan pronto le abrí la puerta se arrojó a mis pies a implorarme que lo perdonara y prometiéndome que sería el esclavo más obediente y servil que nunca hubiera existido.

—  Amo Yago…perdóneme…se lo suplico…Amo Yago…

Me alegré mucho de verlo.  De verdad que me pesaba que hubiera podido perderlo por mi cabronada del día anterior.  Además que su actitud me complació demasiado.  El verlo a mis pies implorándome perdón y sobre todo esa manera de llamarme “Amo Yago” , era un reconocimiento expreso de mi Superioridad y de su condición.  Pero no le haría las cosas tan fáciles.  Ahora que había descubierto una manera nueva de usar a mis esclavos, debía templarle la soga a Mat para ver hasta dónde iba a llegar con su sumisión y con su servilismo.

Lo dejé suplicándome por un rato, sin decirle nada, sin darle ninguna esperanza, viéndolo como se arrastraba a mis pies.  Me di tiempo para pensar qué hacer con el lelo y cómo llevarlo hasta el límite al que ya había llevado a Pepe.  Pero pensé que lo más fructífero era no forzarlo sino dejarlo tomar a él mismo la decisión de entrar en el juego o no.  Si le significaba tanto ser mi esclavo como para venir a arrastrarse a mis pies luego de que lo había tratado tan duramente, pues lo probaría a ver si estaba dispuesto realmente a todo por seguir siendo mi esclavo.

En esos breves minutos durante los cuales lo dejé suplicarme sin decirle nada, ideé un plan que iba a permitirme saber si, para poder seguir siendo mi esclavo, Mat estaría dispuesto a llegar tan bajo como había llegado Pepe.  Y hasta me resultó divertido y excitante hacer lo que planeaba.

Pepe estaba allí.  Suponiendo que Mat no vendría aquel día, lo había mandado a lavar los trastos de la cocina antes de usarlo como el día anterior.  Así que le dije al lelo que fuera él a seguir con el oficio en la cocina en tanto Pepe venía a atenderme a mí.

—  Y en un rato te digo que decido hacer contigo – le dije al lelo.

Y el pobre infeliz se fue muy alegre a hacer lo que yo le ordenaba, creyendo seguramente que si le había asignado una tarea, era porque tal vez había decidido perdonarlo.  No podía imaginarse por dónde iba yo llevando la situación y en qué predicamento iba a ponerlo.

Cuando oí que los trastos empezaban a sonar en la cocina, signo de que ya Mat había iniciado con su tarea, me despatarré sobre el sofá y le indiqué a Pepe que se pusiera en cuatro patas ante mí.  Me liberé la polla que ya la traía bien tiesa y le ordené:

—  ¡Venga!  ¡Chúpamela!

El pobre Pepe puso cara de que se le había caído el mundo encima.  Su expresión de sorpresa era aún más cómica que la del día anterior.  Los ojos se le llenaron de lágrimas y giró la cabeza hacia atrás, dirigiendo su mirada hacia la cocina.  El miedo y la vergüenza que sentiría el infeliz viéndose obligado a mamarme la verga estando allí Mat, casi lo hacía saltarse sobre su necesidad de obedecerme.

Volvió su cabeza de nuevo hacia mí y con los ojos llenos de lágrimas, se quedó en cuatro patas como estaba, mientras que sus labios empezaban a temblarle, como si tuviera la intención de decirme algo pero sin tener el valor ni la energía suficientes ni para emitir una sílaba.

Pensé en ese instante que si permitía que Pepe me desobedeciera o que si al menos lo dejaba suplicarme que no lo obligara a chuparme la verga, eso iba a sentar un muy mal precedente en nuestra relación y por esa vía incluso podría llegar a darse el caso de que en algún momento perdiera al infeliz.  Así que reaccioné con la agilidad de un gato, me incliné un poco, solo lo suficiente para alcanzar su rostro y le crucé tal bofetón que por poco lo derribo de costillas en el suelo.  En el mismo instante volví a ordenarle con total autoritarismo:

—  ¡Chúpamela!

A Pepe ya no le quedó más opción que hacer lo que yo le ordenaba.  Con las lágrimas corriéndole por sus gordos cachetes, acercó su boca a mi entrepierna y entreabriendo los labios se fue tragando mi polla con menos convicción y más torpeza que el día anterior.

Me vi en la obligación de empezar a asentarle tortazo tras tortazo mientras iba dándole instrucciones de cómo chupármela para que al menos me diera algo de placer.  Y no sé si sería el efecto de los golpes, o el tono autoritario con que yo iba ordenándole qué hacer, o su necesidad intrínseca de obedecerme, pero a los pocos minutos ya Pepe me estaba haciendo una mamada en condiciones.

Lo dejé a su ritmo, obviando agarrarlo de las orejas y solamente poniéndole mi mano sobre la cabeza, como indicación de que en cualquier momento que dejara de hacer bien su trabajo de chupármela o cuando a mí me apeteciera, iba a castigarlo.  Y el infeliz seguía allí en cuatro patas, mamando despacio, atragantándose con mi cipote, recorriéndomelo con sus labios y sin parar de lamérmelo.

El silencio que había en la casa debió tranquilizarlo y tal vez le hizo olvidarse de que allí en la cocina estaba Mat trasegando con los trastos.  Las lágrimas se le secaron sobre sus gordos cachetes y a cada momento iba tomando un mejor ritmo en la mamada, de tal suerte que yo ya estaba más que caliente y mi verga se había puesto completamente rígida y vibraba con fuerza respondiendo a los lametazos que Pepe iba dándome por el glande y por todo el tronco.

Y en esas estábamos cuando desde la cocina apareció Mat.  Venía secándose las manos con la falda de su camisa, sin imaginarse la situación en la que estaba el pobre Pepe.  Pero no tardó nada en percatarse de lo que ocurría.  Y se quedó de piedra, parado en medio de la sala, con sus ojos puestos en el infeliz, viéndolo allí en cuatro patas y con todo mi cipote entre su boca.

Hice como si no me hubiese dado cuenta de su presencia o como si no me importara que estuviera allí viendo cómo Pepe me chupaba la verga.  Pero en realidad me calentó mucho más el verlo con sus ojos como platos, sumido en la inmovilidad, sin la posibilidad incluso de emitir ni un suspiro, evidentemente comido de los nervios pero incapaz de despegar su mirada del espectáculo que estaba presenciando.

Sintiendo que mis huevos se empezaban a contraer y que a mi polla ya le venían las convulsiones del orgasmo, sin dedicarle ni una mirada a Mat, afiancé mi mano sobre la cabeza de Pepe empujándolo un poco más contra mi entrepierna, obligándolo a tragarse entera mi polla y a mantenerse con mi glande clavado en su garganta y le anuncié:

—  ¡Aguántate que voy a correrme!

Pepe arreció sumisamente sus lametazos a mi polla mientras se mantenía muy dócil ahí clavado hasta la garganta, seguramente aliviado de que ya faltara poco para terminar su tarea.  Estremeciéndome de pura calentura y placer, empecé a eyacular a chorros, soltándole trallazo tras trallazo y sintiéndolo tragar y sin parar de lamerme la verga.

A Mat se le había descolgado la mandíbula y no despegaba su mirada de Pepe, quien ignorante de la presencia del lelo, seguía allí en cuatro patas, haciendo esfuerzos por tragarse toda mi generosa eyaculación y repasándome la lengua a todo lo largo de mi polla.  Los ojos del lelo estaban abiertos como platos, con una expresión que no podría definirse como de miedo, ni de asombro, ni de admiración, sino más bien como una mezcla de todos esos sentimientos.

Yo me tomé unos instantes para reponerme del orgasmo.  Enseguida agarré firmemente una de las orejas de Pepe y lo halé un poco hacia atrás indicándole que se sacara mi polla de la boca y manteniéndolo muy bien afianzado por su oreja le ordené con sequedad:

—  ¡Ponte a lamérmela para que acabes de limpiármela!

Enseguida me volví a ver a Mat y a punto estuve de soltar la carcajada viéndolo en el estado en que estaba y con la expresión que traía.  Pepe, bien sujeto por su oreja, estaba ahora repasándome la lengua por la polla, que morcillona descansaba sobre mi vientre, todavía con algunos rastros de mi eyaculación.

—  ¡¿Y tú ya terminaste con los trastos?! – le pregunté a Mat.

El lelo dio un salto y ya no pude evitarme al menos sonreír.  Empezó a temblar y a balbucear sin lograr articular una sola sílaba coherente.  Pepe se enteró así de que Mat estaba allí observándolo y le ganó la vergüenza.  Automáticamente los cachetes se le pusieron rojos como dos enormes tomates, guardó la lengua parando de lamerme la verga e hizo amague de retirarse.

Pero paré enseguida su intento de zafarse de la tarea que le había impuesto.  Lo halé tan fuerte por la oreja que le tenía agarrada, que luego pensé que casi se la hubiera podido arrancar.  Enseguida le asenté un tortazo demasiado fuerte por su cabeza y le grité:

—  ¡¿Qué putas te pasa?!  ¡Sigue lamiéndome la verga, maldita sea!  ¡Que aún la traigo pringada de semen!

Pepe se soltó a llorar con todo descaro.  Pero de inmediato volvió a sacar su lengua tan larga como la tenía y se dedicó de nuevo a repasármela por mi polla morcillona, recogiendo los restos de leche que aún quedaban en ella.  Decidí entonces que era el momento de que Mat tuviera un primer plano de los servicios que me estaba dando Pepe y de los que seguramente de ahí en adelante, si el lelo era tan sumiso y tan servil como prometía, tendría que prestarme él también.

—  ¡Acércate! – le ordené al lelo.

Mat dio un par de pasos y se situó justo al lado de mi sofá, desde donde podía observar con toda claridad lo que estaba haciendo Pepe.  El lelo no podía despegar su mirada de mi polla y de la lengua de Pepe que seguía repasándomela con suavidad y gimoteando sin poder contenerse.

Como para remarcar mi cabronada y mi posición de dominio sobre Pepe, le asenté un nuevo tortazo por la cabeza ordenándole hacer silencio y continuar con su tarea de lamerme la polla.  Enseguida me volví a ver a Mat y le solté:

—  ¡Aún no decido que haré contigo!  ¡Lo mejor será que te tomes un par de días para que reflexiones sobre lo mal esclavo que has sido!  ¡Regresa el jueves y veremos si te doy una oportunidad!

Por primera vez desde que había salido de la cocina, Mat se dignó mirarme.  Balbuceando y temblando, empezó a caminar hacia atrás, como buscando la puerta de salida, al tiempo que iba arrastrando sus palabras para decirme:

—  S…si…A…Amo…Ya…Yago…co…como…us…como…usted…ma…man…mande…

Y salió de allí dando trompicones, mientras yo me acomodaba un poco mejor sobre el sofá para disfrutar de la lengua de Pepe que seguía acariciándome la polla y ya me la había puesto dura de nuevo.  Le ordené que volviera a mamármela y entre tanto pensé en la situación con Mat.

El plan me iba saliendo bien.  Ya le había mostrado al lelo en qué punto tenía a Pepe.  Si Mat quería volver a servirme, ya sabía a qué atenerse y qué nuevas tareas tendría que hacer para mí.  Si estaba de verdad tan dispuesto a seguir siendo mi esclavo, si le significaba tanto arrastrarse a mis pies para buscar esas palabras de aprobación mías con las que solía alimentar su alma de lelo, regresaría dispuesto a hacer lo que a mí me saliera de los cojones.  Si, por el contrario, si no estaba dispuesto a hacer lo que había visto hacer a Pepe, seguramente que no regresaría y muy a mi pesar lo perdería.  Pero yo a esas alturas no estaba dispuesto a tener un esclavo a medias.  Así que la decisión era de él.  pero si volvía, ya sabía a qué atenerse y yo entendería que podría hacer de él lo que se me diera la gana y que los únicos límites serían los que yo impusiera.