Yago (06)

El Amito encuentra una forma nueva y muy pero muy placentera de usar a sus esclavos...

Yago (06)

Yago es uno de mis amables lectores, que ha querido compartir conmigo su historia.  El relato de sus vivencias me ha resultado tan excitante, que le he rogado que me permita publicarlas y Él ha aceptado.

He escrito los textos con base en lo que Él me ha ido relatando a través de sucesivos correos y una vez escritos se los he pasado a Yago para su corrección y aprobación final.  Así que lo escrito acá, se ajusta muy bien a lo que Yago recuerda de sus vivencias.


La leyenda sobre mí se afirmó en el colegio luego de aquella desaforada noche de mi cumpleaños que muchos habían tenido la suerte de presenciar y que de ahí en adelante se dedicaron a comentar, enterando a los que no habían estado presentes sobre cómo yo me había estado casi tres horas follándome a la hembra más apetecible y por la que todos suspiraban.

Para sazonarles las habladurías, Pepe me seguía a todas partes, comportándose como mi mascota y muchas de las muchachitas más lindas y también de las más feas orbitaban a mi alrededor y yo me daba el gusto de morrearlas frente a todos y de meterles mano sin recato a las que me apetecía y a las que más me gustaban.

Y como si fuera poco, Lula no le ponía pegas a verme fajado con esas muchachitas.  Casi cada tarde nos íbamos a casa y nos entregábamos a follar como animales.  En la sala, tan pronto entrar, se arrodillaba a mis pies para mamarme la verga.  A veces en la cocina me apetecía ponerla en cuatro patas y clavársela por el culo mientras ella chillaba desesperada entre sucesivos orgasmos.  En el baño, en mi habitación, en la sala…cualquier rincón estaba bien para clavarla, para llenarle el coño o follarle la boca.

Pepe y Mat iban por ahí, haciendo las tareas que yo les imponía, silenciosos pero observando con poco disimulo todo el placer que yo le sacaba a Lula y la manera desaforada como follábamos.  Para mí no había lio: los dos eran simplemente mis esclavos, estaba acostumbrado ya a verlos como un par de simples muebles que estaban allí para trabajar por mí, para atenderme y para procurarme comodidad.  Que vieran lo que yo hacía con Lula no me representaba ni el más mínimo corte, mientras hicieran lo que yo les mandaba, se mantuvieran en silencio y sin estorbar y permanecieran atentos a servirme y a obedecer mis órdenes.

Por su parte, Lula parecía tener algo de exhibicionista y la presencia de Pepe y Mat por allí viéndonos follar, la prendía aún más.  Caminaba de aquí para allá desnuda, con su coño lleno de lefa, con el semen escurriéndole por sus piernas o por la comisura de los labios, pidiéndome que le clavara mi rígida verga en el coño o en el culo, lamiéndome los huevos o besuqueándome los pies.  Era un volcán de sexo esa chica y por Dios que yo la disfrutaba con toda mi recién estrenada hombría.  Y aprendía también de toda su experiencia y además iba inventándome cosas para sorprenderla, como clavarle una zanahoria en el culo mientras le follaba el coño, o hacer que Pepe y Mat derramaran miel sobre mi polla erecta para que Lula viniera gateando en cuatro patas hacia mí para dedicarse a lamerme como una gata golosa.

En esas me estuve durante algunos meses, hasta que finalmente terminó el año escolar y Lula se graduó de bachiller.  Entonces nuestros encuentros empezaron a distanciarse.  Y yo no me avenía a quedarme sin semejante hembra, pero no tenía remedio.  Y para compensar su ausencia, empecé a llevarme a casa algunas de las chicas que más me gustaban.  Todas iban encantadas, pero ninguna me daba la talla, ninguna tenía los arrestos y la fogosidad de Lula.

Yo iba amoldándolas poco a poco, pero seguía extrañando a Lula, pues cada una de esas nuevas chicas se quejaba del tamaño de mi polla, se negaban a dejarse encular y para mamarme la verga eran un verdadero desastre, no sólo por su falta de habilidad, sino porque a ninguna le hacía gracia que yo terminara corriéndome en el interior de su boca.

En especial, empezaron a hacérseme muy duras las vacaciones de fin de curso, cuando recién se empezaban a distanciarse mis encuentros con Lula y yo andaba por allí con la polla tiesa, sin encontrar un agujero que me dejara satisfecho para meterla y con un humor de los mil diablos.

Pepe y Mat andaban por aquellos días muy encogidos y temblorosos, los pobres infelices, siendo víctimas de mi mal humor, para el cual ya ni siquiera hacerlos que me lamieran mis pies por toda la tarde era suficiente para relajarme y terminaba echándolos de casa, cuando no era que los molía a bofetones y los insultaba por su inutilidad para lograr que yo me sintiera todo lo cómodo que hubiera deseado.

Una tarde de esas, mientras tenía a Pepe lamiéndome mis pies con verdadero esmero y Mat andaba por la cocina lavando los trastos, escuché un ruido como de vidrios estrellándose contra el suelo.  Imaginé lo que había sucedido y llamé al lelo a los gritos para pedirle una explicación.

—  Es que se me ha caído un plato y se ha roto… – me respondió el infeliz todo tembloroso y encogido.

Le clavé una mirada de puro cabreo y le ordené que se acercara y se pusiera de rodillas ante mí.  Merecía un castigo por su descuido.  Así que sin dudarlo le crucé el rostro con un buen par de bofetadas y le dije:

—  Debes tener cuidado, idiota…que si sigues así nos dejas sin en donde comer…y tu mamá no le paga lo suficiente a mi mamá para que podamos comprar una vajilla nueva.

Y entonces sucedió que Mat seguro deseaba como nada en el mundo disculparse y con ese hilo de voz suya, puesto de rodillas ante mí, con su rostro encendido por el par de bofetones y viendo cómo Pepe se mantenía a cuatro patas lamiéndome mis pies con toda la diligencia de que era capaz, se atrevió a responderme:

—  Si...yo siempre tengo cuidado…y además pues yo tengo pasta y mañana compro unos platos y los traigo…

Aquello me encendió.  Con el mal humor que traía, leí en las palabras de Mat cierta altanería y, lo peor, entendí que me humillaba por él tener pasta y yo no.  Le asenté una nueva bofetada mucho más fuerte que las anteriores, empujé a Pepe con mis pies apartándolo, me levanté de mi sofá y le grité al tembloroso lelo que se había encogido hasta postrarse ante mí:

—  ¡Tú a mí no me hablas en ese tono…que aquí yo soy el Puto Amo y tú solo eres una mierda de esclavo…y ahora verás si no te enseño a respetarme!

Me desabroché el cinto mientras Mat trataba de besuquearme los pies implorándome perdón y lloriqueando.  Su actitud encendió aún más mi altivez y le ordené bajarse los pantalones y ponerse en cuatro patas para que me mostrara su culo desnudo.  Y de inmediato me dediqué a azotarle el trasero con el cinto, oyéndolo gimotear e implorarme perdón, mientras los cintazos le iban poniendo el culo encendido de rojo.

No era la primera vez que castigaba a Mat físicamente, pero todas las veces anteriores el castigo no había pasado de algún par de buenas bofetadas.  Esta vez me estaba pasando de lejos de mi propio límite.  Y a pesar de ello el lelo, en vez de protestar, gimoteaba implorándome perdón.  Lo azoté hasta que me cansé.  Le dejé el culo casi a punto de sangrarle.

Y al volver a sentarme en mi sillón lo vi venir hacia mí gateando para pegar sus labios a mis pies y dedicarse a besuqueármelos entre lloriqueos y súplicas de perdón.  No le tuve clemencia, lo empujé en los morros con mis pies, tratándolo de la manera más despectiva y le ordené con absoluto desdén:

—  ¡Te vas de mi casa!  ¡Y cuando aprendas a respetarme, puedes volver y tal vez me decida a perdonarte!

El pobre Mat aún me suplicó.  Arrastrándose ante mí me imploraba entre gemidos que lo perdonara.  Pero me puse firme y terminé por echarlo a empujones.  Volví a mi sillón y allí seguía Pepe en cuatro patas, temblando ante mi cabreo y mirándome de soslayo con todo el miedo reflejado en sus ojos vidriosos.

—  ¡Y tú ponte a lamerme mis pies! – le ordené - ¡¿O esperas que también te machaque y luego te eche por no servir ni para lamerme mis pies?!

Ni que decir tengo que Pepe replegó sus labios y su lengua contra mis plantas y se dedicó a lamérmelas, si cabe con más empeño que antes.  Yo cerré los ojos tratando de no pensar.  Pero estaba demasiado agitado y en la cabeza empezó darme vueltas el pensamiento de que tal vez me había pasado con Mat.

El infeliz se había portado siempre como un buen esclavo.  Y por mi mala leche y por mi cabreo, no había sabido comportarme como un verdadero Amo y me había pasado apaleándolo.  Ahora tal vez iba a perderlo y eso me dolía de verdad, pues a pesar de las diferencias, tenía que reconocerme que Mat era un excelente sirviente y que, por encima de ello, yo había aprendido a tenerle algo de cariño, como el cariño que se le tiene a una mascota.

Mientras Pepe seguía en cuatro patas, tembloroso y repasándome su lengua por mis pies, caí en cuenta de que todo aquello había sido por culpa de no controlar mi mal humor y que ese mal humor mío provenía de que me mantenía con la polla tiesa, sin poder desahogarme de verdad como solía hacerlo con Lula.

Entonces pensé que después de todo, mis esclavos no tenían la culpa de ello y que no debía desquitarme apaleándolos o iba a perderlos.  Se me ocurrió que debía hacer algo para poder desahogarme.  Y la idea me vino a la cabeza como si fuera una iluminación: Pepe y Mat…iba a usarlos para desahogarme y así ganábamos todos…yo tendría unos agujeros en donde aliviarme y ellos estarían más tranquilos cuando mi mal humor pasara.

Algún escrúpulo tuve pensando en que los infelices eran un par de muchachos y no las chicas con las que yo estaba acostumbrado a gozar, ni mucho menos esa hembra exuberante que era Lula.  Pero razoné que después de todo, ellos eran míos y que además una boca era una boca y a Mat y a Pepe podía adiestrarlos hasta lograr que me la chuparan como lo hacía Lula.  No me lo pensé más.  Ahí estaba Pepe a mi disposición y era el momento de empezar a probar.

Le introduje el dedo gordo de mi pie derecho en la boca y le ordené secamente:

—  ¡Chúpamelo!

El bruto se puso a chupetearme el dedo como si se tratara de un bombón, succionando con sus labios de tal manera que creí que iba a ponérmelo hinchado.  Así que le sacudí un bofetón con mi pie izquierdo y le indiqué:

—  ¡Así no!  ¡Hazlo suave, moviendo la lengua para que me lo acaricies!  ¡Y ni se te ocurra tocármelo con los dientes!

Pepe pareció entender muy bien mis instrucciones y en menos de dos minutos estaba chupándome el dedo como yo esperaba.  Lo dejé hacer por algunos minutos más, dándole instrucciones para que fuera mejorando en la tarea que iba a imponerle enseguida y cuando ya estuve satisfecho, le saqué el dedo de la boca, lo hice inclinar la cabeza para limpiarme la baba de mis pies en sus pelos y luego le dije:

—  Ya has visto bien cómo Lula me chupa la verga.

—  Sí Señor… – me respondió Pepe.

—  ¡Pues ahora mismo tú te pones a chupármela igual que ella!

En otras circunstancias me hubiera partido de la risa al ver su expresión.  El pobre Pepe abrió la boca como si se le hubiera caído la mandíbula.  Se puso tembloroso y el sudor le empezó a chorrear por los cachetes, al tiempo que los ojos se le pusieron vidriosos y yo estuve seguro de que poco le faltó para echarse a llorar o para levantarse de donde estaba en cuatro patas y salir huyendo de mi casa a todo correr.

Pero muy por el contrario de huir, Pepe se quedó estático como una momia, sin poder cerrar la boca, pasando saliva a grandes tragos y sin proferir ni una sílaba.  Yo, entretanto, me desabroché el pantalón y me lo bajé un poco liberando mi polla que a esas alturas ya la traía bien tiesa.  Lo miré a los ojos con toda intensidad y le ordené con tono autoritario:

—  ¡Acércate y ponte a chupármela!

La expresión de Pepe se hizo aún más desvalida y cómica.  Muy seguro estoy que poco le faltó para lanzarse a mis pies a suplicarme que no lo obligara a mamarme la verga.  Pero el infeliz era incapaz de desobedecer una orden y menos de desobedecerme a mí, que a esas alturas era en verdad su Dueño absoluto.

Con muy poca convicción se arrastró sobre sus cuatro patas hasta que su rostro estuvo a centímetros de mi entrepierna.  Me agarré la polla y se la apunté a los labios embarrándoselos con mi precum y Pepe ya no tuvo más remedio que abrir la boca para ir encajando mi tranca, con sus cachetes lívidos, sin poder parar de temblar como una hoja y con el sudor perlándole la frente.

Cuando mi polla le entró casi hasta la mitad, Pepe cerró sus labios entornándolos alrededor y se quedó como ahuecando la boca, como si tuviera miedo de que mi capullo lo rosara por dentro.  Estuve tentado a darle un buen tortazo y ordenarle que se pusiera en su tarea de mamármela, pero habiendo pasado lo que pasó con Mat, no quise pasarme con Pepe y más bien le indiqué con todo el autoritarismo de que era capaz:

—  ¡Que me la chupes de una puta vez!  ¡Chúpamela como lo hiciste con mi dedo, solo que ahora más largo y más grueso!

Mis palabras parecieron animar un poco a Pepe que esta vez apretó su boca suavemente sobre mi verga y poco a poco, como con mucha timidez, empezó a mover su lengua lamiéndome el capullo.  El infeliz no tenía mucho talento para mamármela.  Claro que había que tener en cuenta que sin duda era su primera vez y que más que seguro que jamás en su vida se habría imaginado que tendría que chuparle la polla a ningún cabrón.

Me la chupaba con rudeza, pero tenía buen cuidado de no rosármela con los dientes y poco a poco iba tomándole el ritmo.  Yo estaba alucinado.  No tanto por la manera en como el torpe me la chupaba, sino por el hecho de tener allí a ese cabrón dos años mayor que yo, con su cabeza rapada al uno y su cuello como de toro, con su corpulencia y sus músculos, con su fuerza que muy bien le hubiera valido para quebrarme cada hueso de mi cuerpo.  Y darme el lujo de verlo en cuatro patas y esforzándose por darme una buena mamada.  ¡Joder!  ¡Que la sensación de poder me estaba calentando como un puto cohete!

Sin pensármelo lo afirmé por las orejas y empecé a marcarle el ritmo de la mamada, manejándole su rapada cabeza de tal manera que mi capullo le recorriera desde los labios hasta la garganta, clavándole mi polla entera para luego sacársela y enseguida de nuevo clavársela.  ¡Qué gustazo me estaba dando!  Y Pepe se mantenía muy sumiso y a cada momento como que se animaba a mover mejor su lengua para aumentarme mi placer.

Me estuve en ello como diez minutos, hasta que sentí que mis huevos se contraían y mi polla empezaba a ponerse mucho más rígida y vibraba con fuerza.  Entonces aumenté la presión con que le agarraba las orejas a Pepe y lo hundí sobre mi entrepierna obligándolo a que se tragara completa mi verga y empecé a correrme a chorros, directo en su garganta, mientras contemplaba con cierto sadismo morboso como al infeliz parecía que se le iban a salir los ojos de las cuencas al tiempo que recibía trallazo tras trallazo de lefa directo a su esófago.  Aquello había sido increíble.

Terminando de eyacular liberé las orejas de Pepe y me desmadejé sobre el sofá, tratando de asimilar todo lo que había hecho en la última hora y todo el gozo que le había sacado a hacérmela mamar de esa manera.  Me satisfizo mucho que a pesar de ya no estarle agarrando sus orejas, Pepe se mantenía con mi polla entre su boca, lamiéndomela con esmero y con sus ojos llenos de lágrimas.

Evidentemente el pobre miserable no estaba disfrutándolo, pero se mantenía en la tarea que yo le había impuesto, por cuanto no le había ordenado lo contrario.  Los lametazos que le dedicaba a mi capullo me empezaron a escocer un poco y le di un leve tortazo por la cabeza ordenándole que liberara mi polla.  Pepe suspiró aliviado y se retiró de inmediato, como si mi verga le hubiera estado quemando los labios.

En ese momento me percaté que el miserable hizo amague de escupir y me encabroné.

—  ¡NO! – le grité – ¡Ni se te ocurra escupir ni una gota, que te obligo a lamer el suelo!  ¡Te lo tragas todo que ya más que excelente será para ti todo lo que salga de mi polla!

No le quedó más remedio que tragarse toda mi corrida.  Y para más inri del miserable, lo hice abrir la boca y le revisé que me hubiera obedecido de comerse hasta el último rastro de mi semen.  Enseguida le ordené que se pusiera a repasarme la verga con su lengua para acabar de limpiármela y al punto volví a tenerla dura como una estaca y no me corté ni un pelo para ordenarle que volviera a mamármela.  Había descubierto una manera nueva y muy placentera de usar a mis esclavos.