Yago (05)

Yago empieza de verdad a disfrutar de Lula, mientras sus esclavos siguen en ese proceso de adiestramiento que muy pronto los llevará a que el Amito los use para lograr excitantes placeres...

Yago (05)

Yago es uno de mis amables lectores, que ha querido compartir conmigo su historia.  El relato de sus vivencias me ha resultado tan excitante, que le he rogado que me permita publicarlas y Él ha aceptado.

He escrito los textos con base en lo que Él me ha ido relatando a través de sucesivos correos y una vez escritos se los he pasado a Yago para su corrección y aprobación final.  Así que lo escrito acá, se ajusta muy bien a lo que Yago recuerda de sus vivencias.


Lula era un volcán.  Y explotaba con una erupción apasionada cuando estábamos en mi casa.  Me besuqueaba por todos la lados, me amasaba la polla a través del pantalón de mi uniforme, me desnudaba y se dedicaba a darme besitos en el pecho y me lamía desde los pies hasta la cabeza.  Se entusiasmaba especialmente con mi polla y me la chupaba con verdadera sensualidad provocándome eyaculaciones copiosas que le inundaban la boca, o me hacía pajas suavísimas con sus tetas hasta lograr que mi semen brotara en latigazos sobre su cara, para enseguida relamerse como una gata golosa comiéndose la leche que le empapaba los labios.

Nos fajábamos en la sala, en mi habitación, en la cocina o en cualquier parte de la casa en donde nos agarrara el calentón.  De ordinario Mat y Pepe andaban por ahí, silenciosos, moviéndose con sigilo como reptiles, pendientes de mis órdenes, preparándonos bocadillos y sirviéndonos refrescos, atentos a limpiar mi semen y la baba y los flujos del coño de Lula que iban quedando en pequeños regueros en los sitios donde nos fajábamos.

Los infelices no dejaban de observar con poco disimulo las atenciones que me dedicaba Lula.  A veces eran bien perceptibles los suspiros que lanzaban los dos mientras espiaban cómo era que aquella hembra en celo me chupaba la verga o me lamía los huevos o me pajeaba acariciándome la polla con sus voluptuosas tetas.  Y en no pocas veces ella y yo nos divertíamos burlándonos de los miserables esclavos al verles el bulto que marcaban en su entrepierna y en ocasiones hasta las ostensibles manchas húmedas con que iban adornados sus pantalones.

Mat y Pepe eran dos años mayores que yo.  A esas alturas los calentones de ambos debían ser cosa de cada momento.  Y claro está que en nada les ayudaba a controlarse el ver con tanta frecuencia cómo yo gozaba de semejante hembra, mientras ellos tenían la obligación de ir por ahí atentos a servirme y a obedecerme sin tener ni siquiera la posibilidad de aliviarse con alguna paja rápida.

Ni que decir que ni en sus más ardientes sueños los dos infelices podrían tener la posibilidad de tocar a Lula.  Ellos eran simplemente mis esclavos, sometidos a mi voluntad y cuyo único valor estaba en la comodidad, la atención y los servicios que me prodigaban.  Yo, en cambio, era el macho de Lula y ella era mi hembra.  Y por supuesto que sólo yo tenía derecho a recibir sus atenciones y a gozar de ella de la manera en como lo hacía.  Esas consideraciones, sin duda le agregaban un punto de morbo a mi relación con ella y aumentaban mi sentimiento de Superioridad sobre Mat y sobre Pepe.

Luego de un par de semanas recibiendo los homenajes de Lula y gozando como loco de ella, aún me faltaba algo con lo que soñaba desde el principio pero que aún no había podido alcanzar.  ¡Quería follarme a Lula!  Y ella sólo me la chupaba sin dejarme metérsela.  Y yo quería experimentar el placer de clavarle mi polla en el coño, pero ella no me lo permitía, evadiéndome con coquetería y dándome a cambio esas sesiones apasionadas en las que entregaba su boca y sus tetas para mi placer.

—  Tu primera vez debe ser bien especial… – me decía.

Y como yo insistiera en mi deseo de follármela, Lula se ponía a hablar sobre mi próximo cumpleaños y de que me estaba preparando una sorpresa bien linda.  Y entonces yo tenía que conformarme con hacerla que volviera a chuparme la verga y a escurrirme los huevos ante la servil y atenta presencia de Mat y de Pepe.  Así nos estuvimos algo menos de dos semanas.  Hasta que llegó al fin mi cumpleaños y ese día pude lograr lo que tanto deseaba.

Lula parecía sacarle mucho gusto a dar motivos para que hablaran de ella y mi cumpleaños fue un acontecimiento que preparó cuidadosamente para lograr precisamente que a todos en el colegio se les volviera bola la lengua corriendo rumores, inventando historias y hablando de lo que realmente habían visto suceder.

Sin anunciármelo, Lula había estado planeando y organizando por algunos días una fiesta sorpresa para mí.  El día de mi cumpleaños, como si se hubiese olvidado de ello, se me acercó en el colegio y me pidió que le prestara a Pepe y a Mat para aquella tarde.  Acepté que se fueran con ella, aunque me cabreaba que preciso el día de mi cumpleaños ni siquiera fuera a contar con mis esclavos para que me atendieran y parecía que todo el mundo se había olvidado de mí.

Al caer la noche, Lula llamó a mi casa y me pidió vernos.  Me indicó una dirección y me dijo que tomara un taxi para poder ir rápido y que al llegar ella pagaría al taxista.  Aquello me animó mucho porque supuse que después de todo sí se habría acordado de mi cumpleaños.  Me puse mis mejores galas y me fui a donde ella me había indicado.

Al llegar me encontré en un chalet pequeño a las afueras de la ciudad.  Todo estaba a oscuras y al parecer solo Lula estaba allí.  Se me acercó sonriente, pagó el importe al taxista y agarrándome de la mano me introdujo en el chalet.

Tan pronto entramos se encendieron las luces y una buena cantidad de muchachos y chicas gritaron a coro “s-o-r-p-r-e-s-a” y de inmediato se soltaron a cantarme el feliz cumpleaños.  Me sentí más asombrado que feliz, pues Lula había tenido buen cuidado de invitar a los más chismosos del colegio, un grupo variopinto de más de cuarenta adolescentes con los que de ordinario ella no se relacionaba y a quienes ni siquiera solía dedicarles un saludo, estaban allí para celebrarme mi cumpleaños.

Por ahí andaban también Pepe y Mat, vestidos de camareros y repartiendo bocadillos y refrescos.  Lula parecía feliz y se paseaba entre el grupo de invitados, llevándome de la mano y hablando boberías con cada uno de ellos, mientras a mí me iba pasando la alegría y a cada rato me sentía como un convidado de piedra en mi propia fiesta de cumpleaños y me mosqueaba tanto alboroto, cuando para mí hubiese sido preferible estarme solo con ella en mi casa y así poder disfrutar de esas morbosas mamadas con que solía homenajearme la verga.

Sin embargo, cuando todos parecían tan entusiasmados y algunos ya ensayaban a bailar, Lula se situó en medio del grupo llevándome a mí de la mano, enseguida levantó la voz pidiendo atención y como si se tratara de una orden, todos hicieron silencio y se pararon en círculo a nuestro alrededor.  En ese instante Lula me atrajo hacia ella, me miró a los ojos por un instante y luego empezó a darme un morreo de esos que hacen historia.

Yo reaccioné bien pronto y apretándola por la cintura la pegué contra mi cuerpo y le fui comiendo los labios, metiéndole la lengua y chupándola hasta dejarla sin aliento, mientras todos a nuestro alrededor se mantenían en silencio durante los primeros instantes para luego dedicarse a cuchichear.

—  ¡Ahora Yago y yo nos vamos a la habitación! – dijo Lula apartándose un poco de mí y alzando la voz para que todos la oyeran – ¡Voy a darle su obsequio de cumpleaños a Yago!  ¡Y todos podéis quedaros y disfrutar de la fiesta, que Pepe y Mat os irán sirviendo en lo que deseéis!

Y halándome de la mano casi me arrastró hacia la habitación, mientras yo me imaginaba ya que el obsequio que me entregaría sería una de esas espectaculares mamadas.  Pero lejos de eso, lo que Lula se proponía era que yo tuviera reamente mi primera vez y como ella misma lo había dicho, sería algo especial, al menos para un chico que iba cumpliendo ese mismo día sus trece años.

Lula se había encargado de decorar muy bien la habitación de aquel pequeño chalet.  Los muebles que había allí, la tenue luz, el suave aroma, todo estaba conjugado para darle al lugar un toque de sensual intimidad.  Y yo no necesitaba tanto para tener mi verga al palo y mis huevos llenos de leche.

Entrando no más, volvimos a comernos con un morreo intenso, mientras ella iba desabrochándome la camisa y recorriéndome el torso y la espalda con sus manos suaves.  Me empujó luego haciéndome sentar sobre un sillón enorme, se arrodilló ante mí y me zafó los zapatos y los calcetines y se dedicó a besuquearme los pies y a darme lametones por las plantas, para enseguida ponerse a chuparme los dedos con mucha sensualidad, al tiempo que desde el suelo me dedicaba esa mirada entre cachonda y sumisa que me estaba volviendo loco.

Cuando ya me lamió bien mis pies se puso de rodillas, me desabrochó el pantalón y me lo sacó junto con mis bóxer y volvió a mis pies para empezar de nuevo a besuqueármelos y a darme lametones mientras iba subiendo por mis piernas con sus caricias, haciéndome jadear por tanta calentura.  Su lengua iba recorriéndome despacio por el vello incipiente de mis piernas hasta llegar a mis muslos y de allí a mis huevos, a los que se dedicó a homenajear con lametones y besos, al tiempo que por momentos me los chupaba de forma suavísima.

A esas alturas mi polla estaba como una estaca y apuntaba hacia el techo de la habitación, derramando un verdadero río de precum que iba corriendo hacia abajo y mezclándose con la saliva de Lula y empapándome el vello de mis bolas.

Poco a poco, hizo que su lengua fuera subiendo desde mis huevos hasta la base de mi polla, dedicándome una lamida que empezó a recorrerme todo el tronco y que por momentos se concentraba en mi capullo, embarrándose mi líquido en sus labios sensuales y carnosos y relamiéndoselos con esa sensualidad suya tan excitante.

Terminó por hacerme una mamada corta, con más de la mitad de mi rabo entre su boca, arrodillada a mis pies y chupándomela y acariciándomela con su lengua mientras me miraba con sus ojos encendidos de pasión y con esa expresión sumisa y cachonda que ya le conocía muy bien y que tanto me calentaba.

Finalmente abandonó mi polla, se puso en pie y con unos movimientos muy sensuales, inició a desnudarse frente a mí, hasta que todo su espectacular cuerpo de hembra apareció ante mis ojos alucinados y excitados.  Ya no aguanté más y abandoné mi pasividad, me puse en pie y me le eché encima para dedicarme también a besuquearla por todos lados, mordisqueándole las tetas, amasándole el culo y tratando de meterle mis dedos por el coño, por la raja y entre sus labios.

Lula gemía y se estremecía con mis apasionados sobijos y jadeaba cada vez más caliente, mientras yo iba chupándola por todos lados y clavándole mis dedos y mis dientes como si quisiera destrozarla y comérmela.  Aquello debía parecer más una agresión que una sesión de caricias.  Los dos estábamos de pie, pegados el uno al otro, amasándonos, mordiéndonos, lamiéndonos y chupándonos.

Mi polla estaba como una estaca y el capullo me babeaba con tanto precum.  Instintivamente, sin saber muy bien cómo, mi glande tocó con los labios voluptuosos y depilados de su coño.  Lo sentí tan caliente y tan húmedo, que sin pensármelo le di un golpe de cadera y con una sola estocada le clavé casi toda mi verga, obligándola a empinarse al tiempo que la oía soltar un chillido y estremecerse.

No me importó si la había lastimado.  Yo estaba demasiado salido como para ir a detenerme ahora, así que volví a embestirla acabando de ensartarla, esperé un segundo, reculé y se nuevo la embestí volviendo a clavarle mi verga entera, mientras ella chillaba, se estremecía y por momentos jadeaba y como que parecía desvanecerse entre mis brazos.  La sensación de estarla poseyendo era indescriptible.  Mi polla vibraba de lo dura que la tenía y el calor y la humedad de su coño me animaban a seguir clavándola.

Me estuve así por unos minutos, disfrutando de aquella primera vez en que mi verga conquistaba un coño.  Estaba muy salido y ya Lula no chillaba sino que simplemente se estremecía, jadeaba y babeaba sobre mi hombro balbuceando incoherencias.  Pero aquella posición era demasiado forzada.  No era precisamente cómodo estarla clavando allí de pie.  Así que decidí parar por un momento, la tomé de la muñeca y me la llevé a la cama, donde la tendí como me imaginaba que debía estar ella para que volviera a empalarla.

Y me le eché encima y de nuevo le clavé mi verga en el coño y me dediqué a follármela a saco, mientras a cada momento Lula se contorsionaba, gimiendo como una gata en celo y se corría poniendo sus ojos en blanco y babeando sin poder contenerse.

Si me preguntan cuánto tiempo me estuve en esas, debo responder con honestidad que no lo sé.  El tiempo en esos momentos no existía para mí, pues lo único que me valía era que estaba follándome a esa hembra tan maravillosa y que mi verga imponente estaba logrando que la muy salida se corriera a cada instante, enlazándome sus piernas en mi cintura, arañándome la espalda y gimiendo y balbuceando incoherencias en las que a duras penas alcanzaba a entender que Lula alababa mi hombría y se quejaba de que mi polla estuviera tan grande.

Terminé corriéndome como un bendito caballo, llenándole el coño de semen, rugiendo y estremeciéndome como un poseso.  Pero mi polla no declinó.  Yo aún tenía energías para mucho rato.  Me desmadejé sobre Lula por unos instantes, lo justo como para poder reponerme del tremendo orgasmo, sin sacarle mi verga que seguía vibrando dentro de su vulva.  Y tan pronto como hube tomado un respiro, volví a la faena, moviéndome al principio con un poco de mesura, pero a los pocos minutos ya había tomado un ritmo endemoniado y la estaba clavando sin consideraciones, mientras ella volvía a su cadena de orgasmos, chillando, abrazándome mi cintura con sus piernas, poniendo los ojos en blanco y estremeciéndose y arañándome la espalda.

Mi segunda eyaculación no fue menos generosa que la primera.  Mi semen terminó por desbordarle el coño a Lula y yo me quedé encima de ella por unos instantes, hasta que sudoroso y satisfecho, la liberé tumbándome de espaldas sobre la cama y ella se me abrazó de costado, encogidita y pegada a mi cuerpo, como una gatita agradecida.

Creo que debí dormirme por algunos minutos.  Me despertó la sensación de algo húmedo y rasposo recorriéndome la verga y los huevos y cuando abrí los ojos me encontré a Lula dedicada a lamerme con verdadero entusiasmo.  La guarra me estaba aseando la polla y las bolas con su lengua, comiéndose los restos de mis corridas y la gran cantidad de los jugos de su coño que se habían quedado empapándome mi vientre.

Lula quería más guerra y a esas alturas mi polla estaba de nuevo firme y dispuesta para volver a clavarse.  La dejé lamerme por algunos minutos y luego la hice que me mamara un buen rato.  Cuando ya mis huevos estaban de nuevo cargados, le anuncié que otra vez iba a por ella.  Pero ahora yo quería experimentar algo mucho más salido y especial.  Era mi cumpleaños ¿no?  Y Lula había dicho que mi primera vez debía ser especial.  Pues bien, aquí iba yo a reclamar lo que deseaba.

—  Ahora te la quiero meter por atrás – le anuncié a Lula sin ningún remilgo.

Ella alzó su mirada.  Tenía la mitad de mi polla entre sus labios y me la estaba mamando suavemente.  Sus ojos tenían un brillo de asombro y de complicidad.  Se retiró un poco para liberar mi verga durísima y ensalivada y me sonrió entre divertida, cachonda y sumisa.  Me besó el capullo con suavidad y me dijo:

—  Eres un niño muy perverso…

A mí aquello me causó gracia y no pude evitar reírme de buena gana.  Pero mi intención era tan firme como la erección de mi polla y le dije de nuevo:

—  Es mi cumpleaños ¿no? ¡Quiero que ese sea mi obsequio!

Lula se rió divertidísima por mi respuesta.  Me homenajeó la verga con un par de lametones que me recorrieron desde los huevos hasta el capullo y se quejó:

—  Pero es que tu amiguita es demasiado grande…va a dolerme…

—  Pues chúpamela bien para que me quede bien lubricada – le ordené.

Lula me obedeció por unos instantes.  Pero ella tenía experiencia de sobra y sabría que con solo chuparme la verga y ensalivármela bien, no iba a ser suficiente para evitar que le desgarrara el ojete.  Así que sin sacarse mi polla de entre sus labios, se puso en cuatro patas y fue girando hasta que su hermoso culo quedó a mi vista.  Estiró la mano y tomó un pomo de gel de la mesita de noche y me lo entregó.

—  Úntamelo en la raja y en el ano… – me pidió.

Hice lo que me dijo.  Mientras ella seguía en cuatro patas chupándomela, yo iba llenándole la raja con aquel gel, asegurándome de untarle muy bien su ojete.

—  Ahora empieza a meterme un dedo…y ve haciéndolo despacio…

Me embarré una buena dosis del gel en el dedo medio de mi mano derecha y empecé a metérselo despacio, como ella me había dicho, sintiendo la estrechez de su ano y esa suavidad como sedosa y caliente y flipé al imaginar lo que sería meterle mi verga en semejante túnel tan estrecho.  La estuve dedeando por unos minutos mientras Lula gemía y se amorraba cada vez con más pasión a mi durísima verga.

—  …aaaahh…méteme un segundo dedo…aaaahh… – me pidió entre jadeos y con sus labios pegados a mi capullo.

Le introduje ahora el dedo índice, que al compás de mi dedo medio siguieron hurgándola por dentro, explorándola, preparándola para lo que se le venía en un momento.  Yo estaba que ya no aguantaba tanta calentura y la lengua y los labios de Lula homenajeándome la verga no ayudaban a calmarme.  Así que sin querer prologar más mi espera, aún a pesar de las débiles protestas de ella, que afirmaba que por el tamaño de mi estaca aún era necesario que le metiera un tercer dedo antes de ir a clavarla, me levanté situándome a su retaguardia, apunté mi glande hinchado y baboso hacia su agujero y empecé a presionar despacio pero con firmeza.

Lula chilló un poco, inclinó su cabeza y mordió las sábanas, mientras mi capullo iba entrándole poco a poco pero sin pausa, hasta que desapareció por completo dentro de su agujero y yo seguía avanzando mi cadera, viendo como hipnotizado cómo mi verga iba desapareciendo por aquel túnel sedoso que tanto placer me estaba causando.

Cuando terminé de clavarla, cuando ya mis huevos estaban pegados a su culo, Lula chillaba y se debatía, mordiendo las sábanas.  Me estuve por unos instantes manteniéndola clavada y luego empecé a retirarme poco a poco, con la misma parsimonia con que la había ido empalado.  Cuando ya no quedaba más que mi glande metido y apretado entre su ano, me recliné sobre su espalda y llevé mis manos a su pecho para afirmarla por las tetas.  Se las acaricié un poco y le retorcí los pezones entres mis dedos y cuando menos ella se lo esperaba, la embestí con fuerza para volver a clavarla de una sola estocada.

Lula volvió a chillar y se debatió tan fuerte que por poco me tira.  Pero yo la mantenía bien empalada con toda mi verga hasta el fondo y con mis manos muy bien afirmadas sobre sus tetas.  Así que en vez de arredrarme por su reacción, me dediqué a embestirla sin misericordia, follándole ese culo de ensueño, llenándoselo a pollazos, empalándola con cada movimiento de mi cadera.

Hasta que ya seguramente adecuado su ano a la tremenda follada que estaba dándole, Lula pasó de chillar y debatirse, a jadear y a mover su culo al compás de mis embestidas y entre jadeo y jadeo, empezó de nuevo a balbucear incoherencias y a correrse como una guarra mientras mi verga recorría su túnel a una velocidad cada vez más endemoniada.

Terminé corriéndome en lo más hondo de su culo.  La embestí como pocas veces y empecé a llenarle las entraña de semen, mientras Lula, enloquecida y gritando como una demente, se corría por enésima vez, causando que su ano se contrajera con espasmos sucesivos que iban estimulándome la polla para que siguiera largando leche a chorros.

Jadeando, sudoroso y exhausto, la liberé y me tumbé de espaldas en la cama, con mi polla morcillona, bien pringada de semen, untada de aquel gel y con algunas manchitas de sangre.  Lula se me lanzó a abrazarme y a besuquearme el pecho, abrazándoseme y dedicándome miradas como de cordero y suspiros profundos.  Se la notaba feliz y agradecida y así me lo dejó saber.

—  ¡Joder! – me dijo – ¡Que nunca me hubiera imaginado que un crío de trece años fuera tan machito y me hiciera gozar tanto!

La agarré entonces por el cabello, la acerqué a mi rostro y la besé con fuerza.  Enseguida, manteniéndola afirmada por su cabellera, le empujé la cabeza hacia mi entrepierna y le ordené:

—  ¡Límpiame la verga y los huevos!

Lula no le hizo ascos.  Se puso a la tarea de lamerme la polla con esmero y dedicación, chupándomela muy suavemente, tragándose cada rastro de nuestro placer, lamiéndome muy bien los huevos, hasta que logró que de nuevo mi verga estuviera bien tiesa como si en todo ese tiempo no hubiésemos estado follando como animales.

En mis bolas aún quedaba algo de leche.  Así que lo obvio era que Lula acabara de vaciármelos.  Pero yo ya no tenía tanta energía como para volver a follármela.  Tumbado de espaldas en la cama la dejé que siguiera chupándomela y lamiéndome por algunos minutos y cuando ya estuve a punto, como mi estaca lubricando de nuevo, le ordené:

—  ¡Hazme una paja, que quiero ver mi leche sobre tus tetas!

Ni que decir tengo que Lula ronroneó como una gata y se puso a lo suyo, masajeándome la polla, chupándomela por momentos, dándole lametones a mis huevos y repasando mi capullo por sus bonitas y gordas tetas, hasta luego de un buen rato, mis bolas se contrajeron, mi verga se puso rígida y tres buenos trallazos de mi semen se estrellaron contra los pezones violetas y erectos de Lula.

Nos vestimos.  No dejé que Lula se limpiara ni las tetas, ni el coño, ni el culo.  Quería que fuera por ahí llena de mi semen, como si la hubiese marcado.  Y salimos al salón.  Casi nadie se había ido aún.  Todos parecían haberse estado ahí, escuchando con atención los chillidos de Lula mientras yo me la follaba.

Todos me miraban con curiosidad y con envidia.  Todos sabían sin lugar a dudas que yo era el macho dominante que había logrado marcar a aquella hembra exuberante por la que todos suspiraban.  Pero sólo yo, el macho más apto, el macho alfa, había logrado llevármela para aparearme con ella.