Yago (04)
La popularidad de Yago ha llegado a tal punto, que le ha valido que Lula, "La Hembra" por excelencia del colegio, empiece a rondarlo y de la mano de esa chica fogosa, el Amito empieza a disfrutar y a aprender de las mieles sel sexo frente a los asombrados ojos de sus dos esclavos...
Yago (04)
Yago es uno de mis amables lectores, que ha querido compartir conmigo su historia. El relato de sus vivencias me ha resultado tan excitante, que le he rogado que me permita publicarlas y Él ha aceptado.
He escrito los textos con base en lo que Él me ha ido relatando a través de sucesivos correos y una vez escritos se los he pasado a Yago para su corrección y aprobación final. Así que lo escrito acá, se ajusta muy bien a lo que Yago recuerda de sus vivencias.
Es una ley de la naturaleza que las hembras siempre buscan al macho más apto para aparearse con él. Y entre los humanos, el macho más apto suele ser el que mayor poder y prestigio ostenta. Y ese precisamente era mi caso en el colegio luego de lo hábilmente que había usado a Pepe.
A poco de cumplir mis trece años ya había dado el estirón, mi espalda se había puesto ancha y mi cintura estrecha. Mis piernas se habían convertido en dos columnas largas, sólidas y potentes en las que ya empezaba a asomar el vello abundante. Mi cara no exenta de gracia, con mis rasgos finos, mis cejas espesas y mis ojos expresivos, hacía un bonito contraste con el buen bulto que iba marcando siempre mi paquete en la entrepierna de mis pantalones colegiales.
Para ese entonces ya todos en el colegio se habían acostumbrado a verme como el Amo y Señor de Pepe. Nadie dudaba de todo el poder que yo tenía sobre el infeliz, al que me bastaba con tronar los dedos para hacerlo que se postrara a mis pies a limpiar con su pañuelo el polvo de mis zapatos. Pero además nadie olvidaba las hazañas de Pepe al apalear al mata putos del colegio y al correr de los alrededores a aquel malandrín.
Con mis atributos propios y con el aire de leyenda viva que mantenía por mi dominio sobre Pepe, las chicas empezaron a rondar a mi alrededor, ofreciéndoseme con esa coquetería tan propia de las chicas adolescentes que se sienten fascinadas por un chico con las ventajas que poseía yo.
Mi posición era tan sobresaliente, que me daba el lujo de escoger entre las muchachitas más lindas para liarme con ellas, besuqueándolas y metiéndoles mano para ir explorándolas y satisfaciendo mi curiosidad y mi morbo propio de un muchacho recién entrado en su adolescencia.
Así las cosas, un día morreaba a una chiquilla y le masajeaba suavemente las tetas, al siguiente día estaba toqueteando el culo a otra mientras le comía los labios a mordiscos o ensayaba a chuparle un pezón. Con algunas llegué incluso a explorarles el coñito húmedo y caliente, metiéndoles algún dedo.
Entretanto Pepe seguía bien sujeto a mi voluntad, obsequiándome cuanto le permitía el dinero de su mesada, mientras yo lo hacía seguirme a todas partes como si fuera un perro bien adiestrado y no me eximía de asentarle alguna que otra bofetada y de hacerlo arrastrarse a mis pies limpiándome el polvo de mis zapatos, como para que todos tuvieran presente que el infeliz era mi pelele personal y que sólo yo podía tratarlo como lo hacía, sin que nadie más se atreviera ni a mirarlo mal por temor a la ya bien probada potencia de los puños de Pepe.
Algunas tardes me lo llevaba a mi casa para juntarlo con Mat y hacerme servir por los dos esclavos. Me resultaba muy hermoso y me daba un gusto increíble verlos a ambos en una especie de silenciosa competencia por ver cuál de los dos iba a satisfacerme mejor. Me divertía haciendo que Pepe me lamiera mis pies para ver esos síntomas de mosqueo que le provocaba al lelo ver al otro infeliz sirviéndome de tal forma mientras, él tenía que irse a lavar mis calzoncillos o a prepararme algún bocadillo.
Y no podía evitarme sonreír al verle el entusiasmo a Mat cuando lo llamaba a él también para que viniera a compartir el humillante oficio de Pepe:
— ¡Venga! – le ordenaba – ¡Ponte tú también a lamerme mis pies, que dos lenguas son mejor que una para que me hagan descansar!
Entonces el lelo se lanzaba a ponerse en cuatro patas al lado de Pepe y se dedicaba a repasar su lengua por mis pies con verdadero esmero y diligencia. Al pobre Mat, que tan poca gracia le había hecho tener que lamerme mis pies la primera vez, ahora consideraba como un premio para él tener la oportunidad de servirme de semejante forma.
Siempre atento a analizarlos a los dos descubrí que Mat era en extremo servil y solía regalárseme para las tareas más pesadas y más humillantes. Pepe en cambio de regalárseme, estaba constantemente atento a mis órdenes para aventarse a obedecerme con toda exactitud y de forma inmediata. Ello me permitió concluir que así como Mat era adicto a mis expresiones de aprobación hacia él, para Pepe el tener la oportunidad de obedecerme era como poder respirar. Y eso, por supuesto, me ayudó a seguir hundiéndolos a ambos en su condición de esclavitud, aprovechándome de sus debilidades emocionales y de esa naturaleza inferior de ambos que los hacía vivir para servirme para complacerme y para obedecerme.
Y como si faltara algo para acabar de consolidar mi posición de Superioridad frente a mis dos esclavos, los frecuentes ligues con las chicas, mi forma de meterles mano, de morrearlas, de llevarme un día a una y al siguiente día a otra, hacía que Mat y Pepe vieran en mí un poder mágico y que los dos me consideraran un Dios al que nada estaba vedado, un Dios que lo podía todo y ellos, en su inferioridad, se sentían profundamente orgullosos de pertenecerme y me agradecían la oportunidad que yo les daba de servirme.
Mi vida era entonces un rosario de satisfacciones y comodidad. Lo tenía todo lo que quería y mucho más. Y mis triunfos en vez de declinar iban en aumento, pues al grupo de chiquillas que me rondaban para que yo les metiera mano, vino a agregarse Lula y mi relación con ella me abrió nuevas y variadas perspectivas de prestigio y popularidad, pero sobre todo de gozo, del más puro y excitante placer físico.
Lula era “La Hembra” por excelencia. Todos en el colegio chorreaban las babas por ella, pero Lula pasaba de todos, como si ningún chico fuera lo suficientemente machito para merecer sus atenciones. Sus voluptuosas curvas, sus generosas tetas, su culo espectacular, sus labios sensuales y su permanente aspecto de hembra en celo, seguramente que la hacían el objeto de las cotidianas pajas de todos aquellos adolescentes que sin embargo la sabían inalcanzable, mucho más allá de sus posibilidades de hombres en ciernes.
Ella era de último grado y en consecuencia de las mayores. Y si era inalcanzable para los chicos de su curso, para los más jóvenes, es decir para aquellos que como yo estábamos apenas despuntando en la adolescencia, Lula no pasa de ser un sueño, una fantasía como las que cualquier adolescente pudiera llegar a tener con una actriz famosa o una estrella del pop.
Sobre ella había muchos rumores en el colegio. Algunos decían que Lula era novia de un tipo mayor que tenía mucha pasta y hasta afirmaban que la habían visto subiéndose a un deportivo negro o rojo o a un coche de esos de mucha marca y tan costosos que sólo los ostentaban los banqueros o los grandes empresarios. Otros decían que Lula era una puta de lujo y que sólo se iba a la cama con quien tuviera el dinero suficiencia para pagar sus exclusivos servicios.
La verdad era que muy poco se sabía de cierto, pues la misma Lula parecía no darle importancia a los rumores que corrían sobre ella y pasaba de todo el mundo como si se tratara de insectos insignificantes. Y sin embargo, yo había llegado a tal posición de popularidad, que sin que lo buscara ni hiciera ningún esfuerzo para ello, Lula empezó a rondarme como lo hacían aquellas otras chicas que buscaban algún faje conmigo.
Al principio no le hice mucho caso suponiendo que Lula quería únicamente jugar conmigo para terminar burlándome. Pero un día, sin que me lo esperara, a la salida del colegio la chica se me acercó y me abordó con una excusa traída de los pelos, pero que en su momento llamó tanto mi atención, que le seguí el juego a Lula y allí empezó mi historia con ella, una historia llena de aprendizajes, placer y mucha más popularidad.
Mordiéndose el labio inferior como si acercárseme le causara mucho nerviosismo, me dijo que estaba escribiendo un proyecto sobre el estilo de vida de chicos que tuvieran algo especial. Me habló de mi asimétrica relación con Pepe, manifestándome su curiosidad y sobre todo su asombro por el modo en que yo me permitía tratarlo al infeliz aún a pesar que nadie más en el colegio se atrevía a meterse con él luego de haberlo visto apaleando al mata putos y al malandrín.
Finalmente me pidió si la autorizaba para escribir sobre mi historia y si estaba dispuesto a contarle los detalles de mi relación con Pepe. Esto último no me hizo mucha gracia porque no iba a contarle a Lula y menos para que lo publicara, la verdad de cómo tenía esclavizado al miserable. Pero me avine a hacer lo que ella me pedía, pensando que de todas formas podría relatarle una versión modificada de la historia apuntando a que la sumisión de Pepe provenía del miedo que me tenía por mi superioridad en fuerza y habilidad para pelear.
Me dijo entonces que si podía acompañarme a mi casa para poder hablar tranquilos del tema que a ella le interesaba y yo acepté de buen grado, imaginándome lo que irían a pensar y a decir toda la bola de mirones que nos observaban a la distancia y haciéndose lenguas, sin duda inventándose algún nuevo rumor sobre Lula y sobre mí.
Emprendimos camino. Pepe iba tras nosotros, cargando sobre su lomo mi bolsa de los libros además de la suya propia y la de Lula. Ella iba preguntándome sobre mi familia, sobre mis aficiones, sobre mi fecha de cumpleaños y sobre algunos otros aspectos que a mi entender no tenían tanta trascendencia como la que parecía darles Lula.
Ella parecía interesada en cada dato, en cada palabra que yo le iba soltando, pero de vez en cuando se mordía el labio inferior y se volvía a ver hacia atrás para observar a Pepe que continuaba como si nada, andando a un par de metros de nosotros. Hasta que ya seguramente no aguantó la curiosidad y me preguntó:
— ¿Y te obedece en todo?
— ¡Es mi esclavo! – le respondí enfáticamente y noté como a Lula se le encendía un intenso rubor en sus mejillas.
Llegamos a mi casa y ya allí me estaba esperando Mat. Luego de aquella primera vez en que tuve que ir a recogerlo a su casa, ahora, como casi cada tarde, el lelo se iba solo y a mi llegada ya estaba allí esperándome. Lula se fijó en él y lo observó de arriba abajo pero no comentó nada ni hizo ninguna pregunta.
Abrí la puerta y entré con ella directo a la sala mientras Pepe dejaba nuestras bolsas en un mueble y yo le indicaba que se fuera a ordenar mi habitación, al tiempo que a Mat le ordené irse a la cocina a prepararnos un par de bocadillos.
Al ver mi actitud para con Mat y la mansedumbre con que el lelo obedecía mis órdenes, Lula se dejó ganar de la curiosidad y mordiéndose su labio inferior me preguntó:
— ¿Y éste otro?
— ¡Es mi otro esclavo! – le respondí con algo de fatuidad.
Lula se quedó viéndome como si no comprendiera, dudó por unos instantes como si estuviera meditando algo que no se atreviera a decirme y finalmente me soltó, con un tono más de asombro que de escepticismo:
— No puedo creértelo…
— ¡Ahora te muestro! – le dije con una sonrisa.
Enseguida llamé a Mat que vino corriendo desde la cocina. Se le veía nervioso y como queriendo hablar. Seguramente se imaginaba que yo quería los bocadillos en ese instante y él ni siquiera habría tenido tiempo de empezar a prepararlos. Pero no le di tiempo ni de aclararse la garganta. Mi llamado no había sido por la merienda y simplemente le señalé mis zapatos y le dije:
— ¡Mis zapatos están sucios! – le espeté con sequedad - ¡Límpiamelos!
Azorado por la presencia de Lula y tratando de sustraerse a la vergüenza que seguramente le significaba hacer lo que muy bien sabía que yo quería que hiciera, el lelo asintió e intentó irse hacia mi habitación. Pero no lo dejé dar ni siquiera un par de pasos y ordenándole que se detuviera le pregunté por qué diablos no me obedecía en el acto.
— Es que voy por las cosas para lustrar… – me respondió entre susurros y tembloroso.
— ¡Que no las necesitas! – le dije cabreado – ¡Que para eso está tu lengua!
Mordiéndose su labio inferior con ese característico gesto en ella, Lula me observaba a mí y observaba a Mat alternativamente, seguramente dudando de que en realidad el lelo fuera a obedecerme. Y cuando finalmente logré lo que quería, la oí gemir al ver cómo Mat venía a ponerse en cuatro patas a mis pies para dedicarse a lamerme mis zapatos.
Sólo unos instantes breves pasaron durante los cuales Lula se mantuvo observando la diligente y esmerada forma en como el lelo me lamía los zapatos tragándose todo el polvo adherido en ellos, hasta que llevada de su propia urgencia, se me lanzó encima y me ofreció sus labios carnosos y sensuales para que la besara.
Sin pensármelo la agarré por la nuca, la atraje hacia mí y me dediqué a comerle los labios, a meterle la lengua, a explorarle la boca, dándonos ambos un morreo que casi nos estaba dejando a mí y a Lula sin aliento, mientras el pobre lelo seguía en cuatro patas a mis pies y lame que lame mis zapatos.
— Llévame a tu habitación…por favor… – me pidió ella con un tono de voz muy excitado.
Me levanté con tanto apresuramiento que ni me fijé en qué momento puse uno de mis pies sobre la mano de Mat obsequiándolo con un buen pisotón que lo hizo gemir. Pero no me entretuve en ello, que el lelo aguantara algo de dolor no iba a preocuparme en ese momento teniendo allí a semejante hembra rogándome que me la llevara a mi habitación.
La tomé de la mano y casi arrastrándola y con unas pocas zancadas atravesé la sala y caminé por el pasillo hacia mi cuarto. Ni siquiera recordé que en ese momento allí estaría Pepe aseando y poniendo todo en orden. Entré como una tromba y quise llevar a Lula hacia mi cama, pero ella no me dio tiempo de nada, sino que una vez dentro de mi habitación, se arrodilló ante mí y con increíble habilidad me desabrochó el cinto y bajó mi pantalón escolar junto con mi bóxer.
Mi polla saltó como un resorte, completamente tiesa y húmeda de precum y le golpeó esos labios tan sensuales a Lula. Ella se relamió y enseguida volvió a pegar sus morros a mi tranca bien erecta dedicándole un delicado beso al tiempo que levantaba su mirada buscando mis ojos y con un pícaro guiño me dijo:
— Qué buen tamaño tiene tu amiguita…
Yo estaba algo asombrado de hasta dónde habían llegado las cosas y no reaccioné. Al fin de cuentas era la primera vez que tenía a alguna chica arrodillada a mis pies y con sus labios amorrados a mi verga besándomela y viéndome con esa expresión entre cachonda y sumisa. Dejé que Lula hiciera lo suyo, concentrado únicamente en disfrutar del momento, sin siquiera percatarme de que allí en un rincón, observándonos con sus ojos como platos, estaba Pepe, que al vernos entrar se había quedado en suspenso con mis botines de fútbol en sus manos.
Lula se dedicó por un par de minutos a besarme la verga impregnándose sus labios sensuales con el precum que humedecía generosamente mi glande. Pasó de allí a sacar su lengua y se aplicó entonces a darme lametones por todo el cipote, sin olvidar de lamer también mis huevos. A esas alturas yo estaba como ebrio, las piernas me temblaban y una terrible sensación de calor me recorría todo el cuerpo. Casi no podía aguantar el deseo de meter mi verga entre esos labios tan carnosos y sexis, pero decidí que dada mi nula experiencia, lo mejor era dejarme llevar por Lula.
Y ella no me defraudó. Como si adivinara mi más profundo deseo de aquel momento y como si su única preocupación fuera complacerme, terminó por posar sus labios sobre mi glande y entreabriéndolos se fue tragando mi verga poco a poco mientras que desde su posición, arrodillada a mis pies con su uniforme de colegiala, me miraba sumisamente, al tiempo que empezaba a darme la primera mamada de mi vida.
No debí tardar mucho. Sintiendo la presión suave de sus labios sobre mi cipote y su lengua recorriéndome el glande con ese calor húmedo y esas lamidas tan acuciosas, empecé a jadear y a tambalearme. Dirigí mis ojos hacia Lula y me la encontré con algo más de la mitad de mi verga entre su boca y dedicándome esa mirada entre sumisa y cachonda.
Entonces, como para sostenerme y evitar que la ebriedad del placer me ganara y me hiciera caerme, la tomé por el cabello afirmándola e instintivamente la embestí acabando de clavarle mi cipote entero entre sus labios y empecé a correrme en el interior de su garganta, rugiendo como un poseso y sintiendo que por mi verga estaba expulsando un verdadero río de semen en sucesivos trallazos que corrían directo hacia el esófago de Lula.
Ella no se resistió ni protestó. Acabó de tragarse mi corrida y poco a poco empezó a retirarse dejando que mi verga fuera apareciendo brillante por entre sus labios. Y en cambio de ir a levantarse, se dedicó a lamérmela con toda suavidad, acabando de recoger mis últimas gotas de semen para ir tragándoselo mientras seguía dedicándome esa misma mirada sumisa y cachonda que tanto estaba prendiéndome de nuevo.
Y a pesar de mi fabulosa eyaculación, mi verga seguía tiesa como un garrote y las lamidas con que me la homenajeaba Lula no ayudaban precisamente a que se me bajara la erección. Yo quería más guerra y ella parecía estar dispuesta a dejarse hacer por mí lo que yo quisiera hacerle, para ver si se me iba a bajar la tremenda calentura que seguía evidente en la erección de mi polla.
— ¡Vuelve a chupármela! – le ordené con un susurro.
Lula gimió como una gata en celo. Llevó una mano bajo su faldita de colegiala y manteniéndose de rodillas a mis pies, mientras iba acariciándose su coño, se dedicó de nuevo a chuparme la verga, moviendo su cabeza de adelante hacia atrás, como dedicándome una paja monumental con esos labios suyos tan sensuales y sedosos.
En esos momentos Pepe soltó como un gemidito muy quedo que sin embargo llamó mi atención. Miré hacia el rincón en el que el infeliz se mantenía estático como una momia, con mis botines de fútbol entre sus manos y observando con sus ojos como platos aquella escena que me estaba dando semejante placer por primera vez en mi vida.
No me ocupé de él. Al fin de cuentas, a esas alturas ya estaba acostumbrado a que Pepe y Mat fueran algo así como una especie de muebles en mi presencia. El que aquel miserable estuviera allí no iba a interrumpir mi placer y yo no me arriesgaría a asustar a Lula y que dejara de mamarme la verga sólo por ordenarle a Pepe que saliera de allí. Que se quedara y que siguiera tan inmóvil como hasta ese momento, mientras Lula seguía chupándome a un ritmo cada vez más rápido.
Ella, recorriéndome la polla con sus labios y lamiéndomela como una posesa, no dejaba de revolver su mano por debajo de su falda escolar. Parecía más salida a cada momento y llegó a un punto en el que se retorció como una serpiente, puso los ojos en blanco, abrió sus labios liberando mi polla a medias y se puso a gemir como una gata en celo. La muy zafada se estaba corriendo y la imagen que me daba me prendió tanto que no esperé a nada, me agarré la verga por la base y con un par de sacudidas empecé a botarme tan desordenadamente que mi primer chorro de semen le bañó los labios y los siguientes le impactaron en la cara, entre los ojos, en el pelo, hasta que el último trallazo se le metió por el escote de su blusa escolar camino hacia sus tetas.
Cuando Lula se fue yo estaba exhausto. La muy caliente había terminado de exprimirme los huevos masajeándome la polla con sus voluptuosas tetas ante la atenta y asombrada mirada de Pepe. Me tumbé en la cama y le ordené al infeliz que viniera a descalzarme y llamé a Mat para que entre los dos vinieran a lamerme mis pies. Necesitaba descansar. El inicio de mi historia con Lula había sido tan volcánico que no podía más que dormirme por el resto de la tarde, mientras Pepe y el lelo se esforzaban con sus lenguas sobre mis pies para que yo pudiera descansar y reponerme de mi primer combate sexual.