Yago (01)

Las vivencias reales de un Amo que lee mis relatos y me comparte su visión de la Dominacións/sumisión y su historia con sus dos esclavos...

Yago (01)

Yago es uno de mis amables lectores, que ha querido compartir conmigo su historia.  El relato de sus vivencias me ha resultado tan excitante, que le he rogado que me permita publicarlas y Él ha aceptado.

He escrito los textos con base en lo que Él me ha ido relatando a través de sucesivos correos y una vez escritos se los he pasado a Yago para su corrección y aprobación final.  Así que lo escrito acá, se ajusta muy bien a lo que Yago recuerda de sus vivencias.


Dominar a otro no es una cuestión de posición social o de gran riqueza.  Tampoco se requiere de la fuerza bruta o del chantaje.  Para dominar a otro hasta convertirlo en un verdadero esclavo, se requiere sobre todo de carácter, de aptitud y de gran fuerza emocional.  Eso lo sé porque yo mismo, desde muy chico, logré dominar a dos muchachos de los que usé y abusé a placer, convirtiéndolos en verdaderos esclavos que vivían para obedecerme, para servirme y para darme placer.

Nací y crecí en una barriada popular.  Mi padre era un obrero raso de la construcción y mi mamá trabajaba como operaria en un pequeño taller de confecciones.  Sin ser un modelo, yo soy objetivamente guapo y desde muy pequeño se me han dado bien las cosas con las mujeres.  Pero mi historia empieza hace mucho tiempo, cuando rondaba mis doce años de edad.

Debido a que el trabajo de mamá le implicaba estar todo el día fuera, yo debí aprender a valérmelas por mí mismo desde muy chico.  Eso me forjó un carácter independiente y algo voluntarioso.  Adquirí una gran confianza en mí mismo y eso se tradujo en todas mis actividades.  Me hice muy competitivo y buscaba siempre trabajar con esfuerzo para ser el mejor en todo.  Ocupaba los puestos más destacados en el colegio y en los deportes siempre sobresalía por mi habilidad, por mi disciplina y por mi liderazgo.

Mi talante me granjeaba continuas felicitaciones y había logrado además que los adultos con los que me relacionaba me tuvieran una gran confianza.  Ello redundaba en beneficio de mi autoestima que cada día estaba más alta y me ayudaba además a obtener siempre nuevas oportunidades de mostrar hasta qué punto iba haciéndome un hombrecito en toda la extensión de la palabra.

En ese contexto y como te decía anteriormente, poco antes de mis doce años de edad empezó realmente mi vida como Dominante.

La patrona de mi mamá tenía un hijo de catorce años.  Pero a diferencia de mí, Matías (Mat, para más brevedad) era un lelo.  Tímido, temeroso, sin ninguna habilidad para los deportes, parecía no tener ningún amigo y se la pasaba encerrado todo el tiempo en su casa, con síntomas de deprimirse constantemente.  Por supuesto, que a su mamá la situación de Mat la traía demasiado preocupada y sin saber qué hacer para lograr que el chico saliera de ese cascarón en el que vivía.

Por su parte, mamá siempre orgullosa de mí y de mis triunfos, supongo que se hacía lenguas alabándome frente a sus compañeras de oficio y ante su patrona.  De esa forma fue que se le ocurrió a la mamá de Mat que su alelado hijo y yo nos hiciéramos amigos, tratando sin duda de que algo de mi carácter triunfador se le contagiara al pobre muchacho.

Cuando mamá me vino con el cuento, a mí no me hizo ni poquita gracia.  Tal y como me lo explicaba mamá, yo iba a tener que convertirme en una especie de niñera de aquel lelo y eso era algo que reñía con mi estilo de vida.  Definitivamente no quería cargar con un pelmazo del que por otra parte suponía que se daría sus ínfulas a cuento de ser el hijo de la patrona de mi mamá.

—  ¿Lo harás por mí, mi campeón? – me rogó mamá.

Y a mí no me quedó más remedio que aceptar, advirtiéndole eso sí a mi madre que si Mat iba a convertírseme en una carga, yo no estaría dispuesto a soportarlo por más de un par de días.  No tenía idea en ese momento hasta qué punto, lejos de ser una carga, Mat iba a convertírseme en un sirviente dócil, atento, sumiso y dispuesto a todo por complacerme.

Para completar mi disgusto, el primer día debía ir desde mi colegio al taller de la mamá de Mat para recogerlo y llevármelo a mi casa.  Caminé con desgano el largo trecho y al llegar, ya el lelo me estaba esperando.  Sin querer esperarme mucho allí, luego de un formal saludo de circunstancias emprendí camino seguido de Mat, quien andaba a mi lado con su cabeza gacha y sin proferir ni una sílaba.

Sin pararme en sutilezas, le expliqué con toda claridad y con tono altanero, que si yo estaba allí y me lo llevaba a mi casa, era por hacerle un favor a mi mamá.  Le advertí de no darme problemas y le dije que la única manera en que funcionarían las cosas entre los dos, era que él hiciera siempre lo que yo le dijera sin rechistar y sin ponerle pega a nada.

Mat me escuchaba con la cabeza gacha mientras caminaba a mi lado y a cada advertencia mía, asentía dócilmente, sin ni siquiera manifestar ninguna duda y sin hacer ninguna pregunta.  Hasta cuando ya acabé con mi perorata y seguí mi camino en silencio.  Fue entonces cuando al cabo de un par de minutos, Mat carraspeó como para aclararse la garganta y me preguntó con un hilo de voz:

—  ¿Te puedo llevar tu bolsa de los libros?

Su ofrecimiento igual que me asombró, me dio también mucho gusto.  Pero no le respondí ni una sílaba.  Simplemente le entregué mi bolsa sin siquiera mirarlo y seguí andando como si nada y no volvimos a cruzar palabra en lo que restaba de camino.

Al llegar a casa le indiqué a Mat dónde debía poner mi bolsa y yéndome a mi habitación para cambiarme el uniforme del colegio le dije escuetamente:

—  ¡Tú te quedas por allí en algún rincón sin molestar, que yo ando muy cansado y de mal humor y aún debo ir a organizar la cocina!

Mat asintió sin atreverse a mirarme.  Pero cuando me vio salir de mi habitación ya dispuesto para irme a lavar los trastos y a poner algo de orden en la cocina, lo oí carraspeando la garganta y de nuevo, casi con un susurro, me ofreció:

—  Si tú quieres yo puedo organizar la cocina y así tú descansas…

Aquello selló el destino de Mat.  Su ofrecimiento me emocionó.  Pero lejos de manifestarle mi satisfacción, lo miré de arriba abajo y le solté:

—  ¡Pues anda!  ¡Pero más te vale que lo hagas bien, que no me gusta andar haciendo el trabajo mal hecho de otro!

Mat pareció contento de poderse ir a hacer mi trabajo para que yo me dedicara a descansar.  Yo, por mi parte, me tumbé en el sofá a ver la tele, sintiendo un tremendo gusto de tener a aquel lelo a mi servicio y oyéndolo trasegar con los trastos mientras yo me estiraba cómodamente sobre el mueble haciendo zapping en la tele.

Al rato se apareció frente a mí.  Evidentemente había terminado con la cocina y venía a anunciármelo.  Pero tan pronto empezó a carraspear su garganta, sabiendo muy bien yo que ese era el preludio que utilizaba Mat antes de decirme algo, le impedí que hablara y con la mayor altanería le ordené:

—  ¡Ve a traerme un refresco!

Ni que decir tengo que Mat dio media vuelta sobre sus talones y casi se fue corriendo a la cocina para regresar enseguida con un buen vaso de soda helada.  Se lo recibí sin mirarlo y empecé a darle pequeños sorbos, saboreando esa sensación nueva para mí de disponer de alguien que hacía lo que yo le mandaba.

Mat volvió a aclararse la garganta.  Pero antes de que pudiera decir nada, le hice un gesto con la mano señalándole la cocina y le ordené:

—  ¡Retírate!  ¡¿Es que no ves que estoy ocupado?!

Ni qué decir tengo que Mat giró ciento ochenta grados y de vuelta a la cocina, mientras yo seguía “muy ocupado” haciendo zapping en la tele y bebiéndome a sorbos cortos el refresco helado que él acababa de servirme.  Y no fue sino hasta que pasó tal vez una media hora cuando se me ocurrió llamarlo y él apareció de inmediato, atento a lo que yo iba a decirle.

—  ¡¿Ya terminaste?! – le pregunté sin mirarlo.

—  Sí…Yago…ya terminé… – me respondió con un susurro luego de aclararse la garganta – si quieres ir a revisar…

Me levanté con desgano de mi sofá y caminé resueltamente hacia la cocina mientras Mat me seguía dos pasos atrás.  Y me quedé estupefacto.  Ni siquiera mamá dejaba la cocina tan limpia y ordenada como la había dejado Mat.  Pero me cuidé muy bien de expresarle mi asombro.

Más bien ojeé por aquí y por allá con gesto serio, mientras por el rabillo del ojo observaba al lelo y me regocijaba viéndolo como entre nervioso y expectante.  Hasta que me decidí a hacerle justicia a medias y le dije escuetamente y sin mirarlo.

—  Parece que está todo bien.

Mat por poco salta.  Sonrió con satisfacción y sin necesidad de aclararse la garganta me preguntó:

—  ¿De verdad lo hice bien, Yago?

—  ¡No me hagas repetir las cosas! – le dije secamente – ¡Venga…vamos a jugar un rato en la consola!

—  Si…Yago…si…como tú digas…

Pero mientras Mat me respondía tan conforme con lo que yo quisiera hacer, ya mis pasos me habían llevado de nuevo frente al televisor y desde allí le ordené que se apurara y viniera a conectar la consola a la pantalla, pues ya que él estaba allí, no iba yo a esforzarme en esas tareas.

Evidentemente nervioso, Mat dispuso la consola conectándola y encendiéndola.  Como era obvio yo empecé el juego y luego de un rato le entregué el mando a él para que también tuviera su oportunidad.  Pero su torpeza en el juego era tan evidente, que empecé a impacientarme y a gritarle sobre qué hacer en cada momento, hasta que pocos minutos después perdió la partida y yo volví a tomar el mando para seguir jugando, mientras Mat, parado a mi lado, observaba con atención mis movimientos.

Cuando quise darle el mando de nuevo para que jugara otros minutos, se volvió a mirarme con evidente nerviosismo, se aclaró la garganta y con esos susurros que empezaban a parecerme tan característicos en él, me dijo:

—  Si tú prefieres me dejas sólo que te mire jugar…es que así me divierto más…

No había nada más que decir.  Por mí estaba bien que Mat observara mientras yo jugaba.  Sólo le indiqué que se mantuviera en silencio para que no me desconcentrara y le señalé el suelo junto al sofá y le ordené:

—  ¡Siéntate allí y no te muevas tanto que me desconcentras!

El resto de la tarde me la pasé jugando, mientras Mat, sentado en el suelo a mis pies, me observaba con admiración y algunos sobresaltos cuando por cualquier falla en el juego, yo dejaba escapar una que otra maldición.

Así empezó mi relación con Mat y desde el primer día se hizo patente quién iba a dar las órdenes y quién iba a obedecerlas.

Por el momento, te narro hasta aquí.  En el próximo mensaje te contaré algunos detalles que recuerdo con especial cariño de mi relación con Mat.