Ya tengo trabajo, papá
La protagonista de "Una buena hija" encuentra trabajo a su femenina medida
llegar a chuparlo. Y siguió tocando. Pero ya no acariciaba, ahora sobaba. Yo respondía meneando, bastante, y gimiendo, un poco.
Se agitaba cada vez más, su boca estaba junto a la mía, sentía su aliento oliendo a vino tinto y chupito… Con que me recliné hacia atrás, con la espalda contra la puerta y me levanté el vestido. Para que viera bien… eso que deseaba tanto. Mi tesorito. No me había puesto tanga, sino tanguita. Y caladito… Y el viejo no podía apartar la mirada de ahí.
Menée un poco y le pregunté…
- ¿Te gusta lo que ves?
Asintió, nerviosísimo. Creo que babeó un poco también, pero en penumbras no podía distinguirlo…
Me acaricié suavemente con la mano derecha, por encima del tanguita, mientras le decía…
- No puedes verlo… del todo…
Y con la izquierda me iba tocando las tetas, con el vestido bajado hasta mi cintura.
Mi sujetador hacía juego con el tanguita. Calado, de color azul claro.
El pantalón parecía que le iba a estallar. Pero no se sacaba la polla. Se llevaba las manos a las sienes, al pelo canoso sin volumen, temblaba como si fuera invierno. Había captado que ya no podía sobar más, solo mirar.
Meneé más, como si tuviera un buen rabo dentro. Y él susurró:
Trátame de usted…
¿Le gusta esta chavalita, señor Pérez?
Aquello le encantó a más no poder, los ojos se la salían de las órbitas.
Así…
¿No le apetece insultarme?
Sí, claro…
No merezco que me llame eso…
Eres increíble…
Ya está tardando, señor Pérez…
¡Puta!
Lo estaba deseando…
Sí, sí…
¿Realmente piensa que lo soy? - Pregunté, mientras me metía la mano bajo el tanguita… buscando mi agujerito… Lo encontré enseguida, bien abierto. Todo sin dejar de mirarle.
Aquello fue demasiado para él. Exclamó:
- ¡¡Zorra!!
Mientras se corría sin tocarse. En los calzoncillos, en los pantalones.
Conforme se iba calmando, dejé de tocarme, me ajusté la ropa y me atusé un poco. Haciéndome la fina, la señorita. En silencio, pero sabiendo que estaba húmeda, palpitante.
Tras relajarse poco a poco, callado, condujo deprisa y me llevó hasta mi portal. A esa hora, sin apenas tráfico, llegamos enseguida.
Antes de bajarme, y sin que yo le recordase nada, me dio tres billetes de 100. Los acepté con una sonrisa, en silencio también.
Antes de desaparecer, me preguntó:
- ¿Puedo escribirte mañana?
Respondí, relamiéndome:
- Por supuesto, señor Pérez.
Y entré en mi portal.
Empapada, y satisfecha de la experiencia.
A ver qué me propone mañana. Y si no se le ocurre nada, ya se me ocurrirá a mí.
Ya tengo trabajo. Y me encanta.
Estoy pensando en contárselo a papá. En detalle. Para conocer su opinión… Quizá ahora mismo, aprovechando que estoy empapada…