Ya somos novios y 5: Dos y dos

Esto no era un juego.

Ya somos novios y 5: Dos y dos

1 – Huida al amanecer

Nuestros amigos se habían marchado por algo más de una semana y seguimos siendo lo que fuimos al principio. En aquellos días no se nos apetecía ir hasta la playa nudista los dos solos, así que fuimos unos días con todos a la playa familiar y otros nos quedamos a tomar el sol y a bañarnos en la piscina.

Una mañana, me desperté demasiado temprano, desperté con cuidado a Iñaki y lo pasé a su cama. Estaba cansado y siguió durmiendo. Me quedé mirándolo embobado. No podía creer que entre los dos estuviese pasando algo así y su rostro relajado mientras dormía me daba ganas de volver a acostarme con él.

Salí despacio del dormitorio pero no me metí en la ducha; quise esperarlo. Puse una butaca en el césped cerca de la entrada y detrás de los rosales y me dispuse a respirar aire puro en lo que todavía era un jardín silencioso. Las golondrinas hacían vuelos rasantes sobre las aguas para beber y la luz del sol aún era tenue y horizontal. Miré hacia la puerta de la casa y pensé en una y otra cosa. Pasé un buen rato meditando sobre todo lo que había cambiado en mi vida, que estaba durmiendo todavía en su cama, y cerré los ojos para aspirar el aire que llegaba a ráfagas desde el mar.

Pasó mucho tiempo, no sé cuánto, y de repente, se abrió la puerta de la casa. Me pareció temprano para que mi hermana bajase a airear el salón y a preparar los desayunos. Sí, era muy temprano. Por la puerta salió corriendo Iñaki y se fue hacia la salida de la urbanización. Me levanté inmediatamente. No sabía qué podría pasar. Corrí tras él, que atravesó la calle y entró en el bloque de enfrente. Cuando lo vi girar hacia el bar, me quedé rezagado. Comencé a pensar cosas que no me encajaban.

Asomé la cabeza despacio al salir del túnel que daba al centro del bloque y miré hacia el bar, que estaba a la izquierda. Casi debajo de la escalera que subía a la primera planta, estaba el teléfono y, muy cerca, a la derecha, quedaba la piscina. Asomé la cabeza con cautela. Iñaki estaba marcando.

Atravesé rápidamente hasta la piscina y la fui bordeando hasta la escalera. Subí muy despacio los escalones hasta el descansillo que quedaba sobre el teléfono. Oí lo que me temía.

Bajé otra vez corriendo y atravesé hacia el túnel para llegar cuanto antes a mi butaca. La giré un poco más y la puse mirando a la piscina. El jardinero regaba algunas plantas y los tubos amarillos de la aspiradora de fondo de la piscina salían por el otro lado. No quería verlo volver. Pensé que lo que había oído por teléfono no era nada más que una equivocación de Iñaki. Es verdad que yo tuve alguna aventurilla a escondidas con Paco; me gustaba ¿Por qué no iba a confesarlo? Pero mi amor, mi vida, era Iñaki. Jamás le hubiese ocultado esas tontas aventurillas. Sin embargo, aquella conversación a escondidas era un poco diferente. Fili y él ya estaban haciendo planes a escondidas para darnos la vuelta cuando se vieran. Tenía entonces que aclarar aquella situación. Seguí pensando en nosotros dos y nuestra felicidad y quería pensar también que aquello que había oído tenía que tener otro significado.

2 – Frustrado

Abrió por fin mi hermana la puerta y me vio allí echado. Imagino que pensó que algo había pasado y se acercó a hablarme.

  • ¿Has dormido aquí?

  • ¡No, no! – le dije - ¡Es que me he despertado muy temprano y quería gozar del amanecer!

  • ¡Ya! – contestó insegura -; dentro de media hora estará el desayuno.

Al poco tiempo salió Iñaki y se acercó a mí extrañado.

  • ¿Qué haces aquí?

  • Disfrutar la mañana – le dije -; no siempre nos levantamos temprano.

  • Sí – contestó -; me ha extrañado.

  • Dice un refrán – lo miré sonriente – que a uno que madrugó un saco se le perdió y otro que luego pasó, en el camino se lo encontró ¿Será verdad que a quien madruga Dios le ayuda?

  • ¡No lo sé! – miró al hombre trabajando -; yo nunca madrugo.

  • Pues me consta que hoy lo has hecho.

  • ¿Qué dices? – me besó -; acabo de levantarme.

  • Por segunda vez, claro – le dije incisivo -; yo mismo te dejé en tu cama.

  • Pues he dormido hasta ahora.

  • ¡Ah! – le tomé la mano -, habrá sido un fantasma el Iñaki que he visto salir de la urbanización.

Se agachó y se pegó a mí mirándome aterrorizado.

  • ¿Llevas aquí mucho tiempo?

  • Te desperté un poco – dije con parsimonia -, te pasé a tu cama y me puse aquí una butaca para disfrutar del amanecer.

Le cambió el rostro, miró hacia la puerta, luego a la salida (que estaba abierta) y comprendió que yo ya estaba allí cuando él salió a llamar por teléfono.

  • Me desperté asustado – dijo -; vi que no estabas en tu cama y salí a buscarte.

  • Pero no me encontraste – le sonreí -; tal vez por eso te fuiste directamente al teléfono a llamar.

  • ¿Me has visto llamar por teléfono? – se asustó -.

  • ¡Claro hombre! – seguí hablándole con naturalidad -; te he visto y te he oído.

  • ¿Que me has oído?

  • Si te subes por la escalera hasta el primer descansillo – le dije -, se puede oír lo que habla el que está al teléfono. Lo que habla el que está al otro lado del teléfono… se intuye.

Se levantó y comenzó a mirar a un lado y a otro. Yo, sin inmutarme comencé a decir frases sueltas.

  • ¿Hola? ¿Fili?... ¡Ay, mi vida! ¿Cuándo volvéis?... ¡Ah!, o sea, que por la tarde ya estaréis aquí… ¡Cuántas ganas tengo de verte!... ¡Lo sé!... ¡No importa, ya buscaremos la forma de despistarlos! ¡Y yo a ti!... muá.

  • ¡Dios mío! – oí su voz temblorosa - ¿Todo eso has oído?

  • ¡Bueno! – le quité importancia -, algunas cosas más

  • ¡Es un error! – se acercó a mí - ¡Te lo juro! Tú eres mi vida. No te quiero desde hace dos días, sino desde hace mucho tiempo ¡Es un error!

  • ¡Todos cometemos errores, Iñaki! – lo miré con indiferencia mientras me levantaba -. Si un arquitecto se equivoca en los cálculos de cargas… ¡Puuuum! El edificio se viene abajo. Pero… ¿y qué? ¡Mientras no le pille a nadie! La cuestión está en equivocarse sin hacerle daño a nadie.

Nos acercamos al borde de la piscina y nos miró el jardinero desconfiado. Cuando llegamos allí guardamos silencio. Yo no quería decirle nada más y él no sabía qué decirme. Levanté mis manos y las puse delante de mi ombligo, tiré con cuidado y saqué la alianza de mi dedo. Se la mostré sonriendo y la arrojé a lo más profundo de la piscina.

Me miró aterrado.

  • ¡No hagas eso!

Saltó sin aviso a las aguas y me miró el jardinero enfadado: «¡Aún no se pueden tomar baños!».

Iñaki buscó el anillo durante bastante tiempo por el fondo poco iluminado aún por el sol y, mientras tanto, me volví hacia la casa.

El resto del día fue bastante raro. Él se sentía descubierto y yo me sentía haciendo nuevos planes para mi vida, pero jamás, en ningún momento, se volvió a hablar de aquello ni hablamos del tema. Sencillamente, aprovechando un despiste, guardé mi anillo en una de mis bolsas.

3 – Reencuentro

Llegó la tarde y fuimos en el coche a recoger a nuestros amigos a la parada del autobús. La escena fue tensa. Nadie quería besar a nadie a pesar de la alegría de volver a vernos. Pusimos sus equipajes en el maletero y los acercamos al camping. Allí sí empecé a notar algo nuevo: cada uno montó su tienda. Algunas miradas raras se escaparon entre Iñaki y Fili. No me fue difícil deducir que Iñaki había vuelto a llamar a Fili para advertirle de la nueva situación. Sin embargo, Paco me pareció mucho más extrovertido y estuvo mucho tiempo hablando conmigo mientras le ayudaba a montar su tienda.

Habíamos quedado en un principio en dar alguna vuelta por el pueblo, pero, curiosamente, tanto Paco como yo decidimos que sería mejor descansar y vernos al día siguiente como siempre para ir a la playa. Noté una reacción extraña tanto en Fili como en Iñaki, pero no hicieron ningún comentario.

La noche fue diferente a las demás. Iñaki se acostó en su cama, volvió la espalda y se echó a dormir. Yo, me eché a dormir.

Cuando llegó la hora de ir al encuentro de nuestros amigos, no hubo conversación alguna. Llegamos al camping, aparcamos y salimos los cuatro andando sobre las dunas hasta la playa nudista. Poco a poco, sin embargo, se fue notando que Iñaki y Fili hablaban más. Paco, que parecía advertido de lo que ocurría, estuvo hablando conmigo cosas sin importancia hasta que llegamos a la playa. En cierto momento, Iñaki y Fili dijeron que iban a dar una vuelta por la playa. Yo ya me esperaba cualquier cosa, así que ni siquiera me despedí de ellos, pero Paco, sabiendo alguna cosa que yo no sabía empezó a hablarme.

  • ¿Una vuelta? – dijo -; aquí sólo se dan vueltas para ligar o para retirarse. Van hacia aquella punta, que es una duna enorme que se adentra en el mar. La gente que la pasa va a esconderse para

  • Es igual, Paco – miré al horizonte - ¿A estas alturas no sabes nada de lo que pasa?

  • Me imagino cosas – dijo -; Fili está raro conmigo. Me parece que le va más el rollo con Iñaki. Lo siento por ti. Tenéis un compromiso.

  • ¡Teníamos!, Paco – lo miré indiferente - ¿No has notado nada?

  • ¡Pues claro! – contestó serio -; se han estado llamando y ahora hay algo nuevo entre ellos.

  • Así es – le mostré mi mano sin anillo -; no me importa que se hagan una paja un día o que echen un polvo, pero esta situación no es esa. El compromiso está roto por mi parte hasta que se decida. Es muy joven y no sabe el daño que me puede hacer.

  • Lo sé – contestó seguro -, lo sé desde el primer día. Fili es igual, por eso le digo que no quiero compromisos y que si me sale algo, me voy. Tú me gustas. Me encantas desde el primer momento en que te vi, pero he respetado vuestras decisiones. Lo que no puedo es respetar las decisiones infantiles de Fili. Van a hablar de sus… nuevos sentimientos. Echarán un polvo y verás a Iñaki quitarse también su anillo.

  • ¿Estás seguro?

  • Casi podría echarme una apuesta – rió - ¿Cuánto te apuestas a que subimos a aquella duna, echamos un polvo tú y yo, vamos al chiringuito a tomar algo fresco, volvemos y tenemos que esperarlos?

  • ¡Venga!

  • ¿Hablas en serio? – me miró inmóvil -.

  • No me gusta bromear – le dije -; si cuando me cogiste de la mano bajo la cama de mi hermana no me hubieras atraído, iba a follar contigo ese que vende helados.

  • ¿Te gusto? – no podía creerlo -.

  • Hay dos cosas en ti que me gustan – le dije -; una es tu físico, claro. Tienes una mirada alucinante y me encanta tu sonrisa y tu cuerpo alto y delgado. Pero no dices tonterías de niños que pueden comprometerte como si jugaras a las bodas de la Srta. Pepis.

Se levantó mirándome sonriente y un tanto desconfiado. Lo tomé de la mano y después de mirarme de cerca, me besó en la mejilla sonoramente.

  • Hay que subir por allí – dijo -; es un poco empinado y cansa. Luego, recorreremos algo hasta el chiringuito para refrescarnos. Nos dará tiempo a bajar y no habrán vuelto.

  • ¿Estás seguro? – no conocía aquello -.

  • ¡Segurísimo! – se rió - ¡Hasta dos polvos podemos echar si quieres y nos sobrará tiempo!

Corrimos hasta la duna de arena dura y anaranjada. Casi había que escalar entre matojos. Llegamos arriba derrotados y nos echamos en la arena blanca y cálida mirando hacia el mar desde aquella altura. Fui yo el que rompí el silencio de gestos que había entre nosotros echándole mi brazo por su espalda. Se volvió despacio hacia mí y comenzamos a besarnos. En casi nada de tiempo ya se estaba quitándo las calzonas y tiraba de las mías. Nuestros cuerpos desnudos se revolcaron por la arena suave y templada por el sol y comenzamos a hacer el amor de una forma que me pareció seria y sincera.

  • ¡Fóllame, Paco, por favor! – le dije al oído - ¡No sabes cuánto me gusta tu polla!

Me levantó despacio las piernas y se fue echando con cuidado sobre mí hasta comenzar a penetrarme. Una vez dentro la primera parte, se dejó caer empujando hasta abrir la boca y abarcar con sus labios los míos. Me sentí un inútil. Yo creía que había enseñado a Iñaki a follar y tenía a un maestro entre mis brazos. Aquellos extraños sentimientos que me venían de vez en cuando por él, comenzaron a convertirse en algo que no entendía muy bien. Cuando comenzó a moverse más rápidamente y a gemir, le sonreí y tiré de él acariciándolo. No pude expresarle lo que sentí.

Quiso luego que lo follara yo y, aunque no me apetecía demasiado, me di la vuelta y miré al mar sobre su cuerpo terso. Se mezclaron tantas sensaciones que no puedo describirlas con letras. Empecé a estar dentro de él, mi cuerpo se balanceaba despacio sobre su pecho y el sudor me refrescaba el rostro con la brisa del mar. Intentaba comparar lo que sentía con Iñaki y con Paco y lo di por imposible.

Nos revolcamos por la arena y quitamos luego todas aquellas manchas y pegotones que teníamos. Nos besamos como yo nunca había sentido y su mirada me estaba matando. Me sentí culpable de lo que iba a pasar con Iñaki a pesar de que Paco ya me había advertido de lo que venía.

Fuimos en pelotas hasta el chiringuito y nos quedamos en pie en la barra; sonriéndonos, diciéndonos todo con la mirada. Incluso los sorbos de cerveza en aquellos vasos de plástico eran gestos sensuales. Recuerdo aquellos movimientos como si todo se hubiese ralentizado. Me estaba mirando y nos sonreíamos de una forma que yo jamás había imaginado.

4 – Los otros dos

Bajamos despacio por la arena ardiente hasta las toallas y nos cogimos de la mano sentados en ellas y mirando al mar. Sus cabellos que volaban con la brisa y su sonrisa componían un cuadro de belleza que nunca había imaginado.

  • ¡Allí vienen! – dijo -; vienen cogidos de la mano. Creo que se ha cumplido lo que te dije.

  • ¡Es igual! – pensé al momento - ¿Tú me quieres?

Me miró asustado y apretó mi mano. Luego sonrió.

  • ¿Esto va en serio, Tino?

  • ¡Va en serio! – contesté observando el oleaje -; si ellos han decidido otra cosa, nosotros podemos decidir otra ¿Te gustaría?

  • ¡Por supuesto! – casi se levanta - ¿Me estás diciendo que quieres estar conmigo?

  • Te digo más que eso, Paco – le guiñé un ojo -; estoy seguro de que te quiero.

Me besó inesperadamente y me asusté porque Fili e Iñaki se iban acercando.

  • ¡Bésame luego, por favor! – le dije casi en llantos - ¡Pero bésame sin tiempo!

  • ¡No lo dudes! – comentó - ¡A ver qué dicen estos ahora!

  • ¡Me la trae floja! – le sonreí - ¿Tú estás dispuesto a dejar a Fili?

No me contestó. Volvió a apretarme la mano. Aquella unión se había hecho sin otro tipo de protocolos.

Llegaron aquellos enamorados que sabían lo que estaban deshaciendo, soltaron algunas cosas y se limitaron a decir: «¡Nos vamos al agua!».

Nos levantamos con desidia tras ellos y anduvimos mirándonos de cuando en cuando y sonriéndonos. Entramos en las aguas estrellándonos contra las olas y lanzándonos luego para nadar a una parte más profunda. No estábamos muy cerca de los otros dos, que se hacían gracietas y se reían. Me sentí tan humillado, que bajé mi mano oculta en las aguas y abracé a Paco entrelazando nuestras piernas y besándolo sin tapujos mientras flotaban nuestros cuerpos y nuestras almas.

En una rápida mirada, Iñaki vio aquellos gestos y levantando bastante los brazos, se sacó el anillo y lo arrojó al fondo del mar. No pude evitar un llanto contenido y Paco intentó consolarme, pero nadé a toda prisa hasta la orilla tragando agua hasta que una ola me arrojó contra la arena de la orilla.

Estaba llorando sin consuelo, tragando agua, moqueando, cuando las delicadas manos de Paco me pusieron en pié, me llevaron hasta las toallas y me secó los cabellos y limpió mi nariz. Me besó y me echó una toalla seca por los hombros. Luego me puso las zapatillas, me echó el brazo por encima y me llevó hasta la cuesta. No entramos en el chiringuito.

  • ¡Vete andando despacio para el camping! – me dijo -; ahora vuelvo.

  • ¡No me dejes, por favor! ¡Ahora no!

  • Ahí abajo hay cosas mías muy importantes – dijo -; supongo que tuyas también. En menos de cinco minutos te daré alcance. Anda un poco y adelanta camino. Eso te relajará. Te prometo que enseguida estoy a tu lado… porque te quiero.

Efectivamente, bajó corriendo, recogió algunas cosas y subió. Mientras tanto no anduve más de cincuenta metros. Llegó a mí y me tomó por la cintura.

  • ¡Vamos! – dijo - ¡Échale cojones, que los tienes, tío! Vamos a desmontar mi tienda y te dejaré en tu casa. Ya volveré yo para tomar el autobús.

  • ¡No! – dije secamente - ¡Vamos a desmontar los dos tu tienda, vamos a mi casa a por mis cosas y nos vamos a casa en mi coche!

No dijo nada, así que pensé que asentía. Después del paseo, recogimos la tienda y lo metimos todo en el maletero. Fuimos al chalet de mi hermana y le dije que me acompañase. Estaban todos en la playa, así que recogí mis cosas y le dejé una nota en la mesa del salón. Paco alucinaba viendo las casas, los jardines, la piscina

Puse mis cosas en el maletero junto con las suyas y dejé caer el coche cuesta abajo hasta ponerlo en marcha. Comenzó la vuelta a casa.

5 – La otra vida

No pudimos dejarnos de mirarnos y acariciarnos en todo el viaje. Paramos en una venta muy fresquita a comer algo y seguimos.

Mis padres seguían en su viaje y no los llamé y Paco se quedó en mi piso como si siguiese en la playa, pero mi hermana me llamó asustada desde el otro bloque. Iñaki volvió mucho después de las tres a comer con un amigo y quería que se quedase a dormir allí con él. Creo que entre todos se lió una buena. Mi hermana le dijo que en su casa no se quedaba ningún desconocido y Merche lo cogió por la oreja, le obligó a recoger su equipaje y lo puso a dormir con Salva. No sabíamos qué había pasado con Fili.

Vivimos unos días maravillosos. Casi no salimos de casa porque hacía mucho calor. Poníamos el aire acondicionado y estábamos en pelotas todo el día. Nos acostumbramos a vivir juntos. Nos dimos cuenta de que, de verdad, nos queríamos. Era algo inexplicable. Cuando llegó el tiempo de los estudios, Paco no quiso que yo trabajase y yo me dedicaba a la casa. Él trabajaba y estudiaba. Pasaron unos cuantos veranos más, pero nos fuimos a otros sitios.

Cuando acabamos nuestros estudios, tuvimos trabajo serio en poco tiempo y seguimos juntos y amándonos como ninguno de los dos lo había pensado el primer día.

Sólo supimos que Iñaki se había casado y tenía dos niñas, pero que no le iba muy bien su matrimonio.

Estuvimos dos veces en el hospital a visitar a Fili. Había intentado suicidarse sin éxito y su vida era un desastre.

Nosotros conseguimos poner nuestra propia empresa unos diez años más tarde y compramos una casita a las afueras de la ciudad.

  • Te advertí – dijo mi hermana – que algún día podría hacerte mucho daño. Que fuese monísimo no significaba que fuese serio. Pero has sabido encontrar lo que te merecías ¡Id al chalet cuando queráis! ¡Estáis invitados!