Ya somos novios 2

Escrito por el deseo de mis lectores. Queda mucho verano. ¿Vivirán Tino e Iñaki una saga?

Ya somos novios - 2

Prólogo

Ya sabéis, lo he dicho muchas veces, que no me gusta escribir segundas partes, pero habéis insistido tanto con la historia de «Manolito el pajitas», que he comenzado una nueva etapa, como una saga, que no quiero que sea muy larga. Con este relato de Iñaki y Tino, me quedé antes de la mitad del verano y puede que tenga algunas cosas más que contaros. Veremos qué cosas salen

1 – El deseo de Iñaki

Iñaki, que lloraba pensando en que nos habríamos convertido en dos bichos raros para mi hermana, no podía creer lo que yo le estaba diciendo, así que le dije que esperásemos a que su madre volviese a su casa y entraríamos los dos. Él mismo tendría que comprobar que lo que yo le decía de mi hermana era totalmente cierto. Pero esa mañana, además, me rogó que fuésemos a la playa los dos solos.

  • No lo sé, mi vida – le dije -, ya sabes que tengo el encargo de llevaros a todos, cuidar de vosotros y devolveros a vuestras casas sanos y salvos. Tendría que dejar aquí a mis sobrinos y a tu hermano y tu prima. Salvador se iría andando; le encanta.

  • ¿Y qué podríamos decirles para ir solos? – insistía -.

  • Quizá yo no pueda – pensé -, pero si le digo a mi hermana que nos gustaría pasar nuestro primer día solos junto al mar… Le diría que nos iríamos con el coche más allá del camping, es una playa nudista donde nadie se va a asustar de nada.

  • ¿De verdad? – se asombró -; podríamos estar solos aunque fuese un día, pero además no tendríamos que tener cuidado de que nos viesen.

  • Esperemos a que tu madre pase para tu casa y entramos.

Desde detrás de la adelfa no se veían muy bien las casas, así que nos movimos y nos pusimos detrás de unos rosales. Allí no se nos vería y podríamos saber cuándo se quedaba mi hermana sola.

Hablamos mucho. Disimuladamente, me rozaba la pierna y el hombro, pero no me parecían gestos «sospechosos» para los demás. En realidad Iñaki fue y era siempre muy cariñoso con todos. Me dijo que le fastidiaba tener que disimular todo el verano sus sentimientos por mí y que, posiblemente sólo en mi casa, con mi hermana, no pasaría eso durante la semana. Ahora lo más importante era saber cómo irnos solos.

Salió su madre con un puñado de ropas y cruzó de un porche al otro. Esperamos a que entrase en su casa y nos levantamos como si fuésemos a tomar algo.

  • ¡Vaya! – dijo mi hermana - ¡Mira quién viene ahora por aquí!

  • Es que le he comentado lo que me has dicho – dije – y está muy contento de que sea así.

  • Verás – le dijo Iñaki -, yo creí que nos ibais a reñir y eso.

  • ¡Anda, anda! – se le acercó mi hermana a besarlo -; puede que esas cosas pasen en tu casa. Yo conozco a mi hermano desde chico y sé cuáles son sus sentimientos, pero también te conozco a ti desde que naciste y no me ha extrañado nada esto. Lo único que espero es que no sea un simple juego o que acabéis haciéndoos daño.

  • Yo quiero a Tino desde hace tiempo – le dijo Iñaki -; no es un capricho de ayer a hoy.

  • ¡Bueno! – le contestó mi hermana -, ya le he dicho a mi hermano que os ayudaré en lo que necesitéis.

  • Es que verás… - la miró avergonzado -; le he pedido a tu hermano una cosa y no sé si va a poder ser.

Fui a hablar porque yo sabía cómo decirle a mi hermana aquello, pero Iñaki no me dejó.

  • Me gustaría ir con él a la playa solos.

  • ¿Solos? – exclamó mi hermana -; está cerca. Le diré a Salvador que se dé un paseo con los chicos ¡No va a estar mi hermano todo el verano de criado!

La cara de Iñaki cambió. Me miró medio asustado y medio sonriendo y miró a mi hermana incrédulo.

  • ¿Entonces podemos ir?

  • Podéis ir siempre que queráis – dijo -, pero necesito que me aviséis un día antes para no prepararos bocadillos y fruta para todos. Le pondré a Salvador una nevera con cosas sólo para los pequeños. Vosotros os vais como si fuerais a dar un paseo. Tomad lo que sea por ahí… y cuidadito con lo que hacéis, que ya sois mayorcitos.

  • ¡Joder! – exclamó Iñaki - ¡Si yo le digo esto a mi madre me mata!

  • Yo – lo miró sonriente mi hermana -, no soy tu madre. ¡Tino, si no tienes suelto, coge cinco euros de mi monedero!

2 – Bajando las dunas, a la derecha

Estaba nervioso. No quería ni acercarse a mí ni mirarme. Tomamos algunas cosas y salimos al coche sin que nos vieran los demás. Mi hermana se encargaría de decirles que nos habíamos ido los mayores a dar un paseo.

Crucé la urbanización y me metí por el camino que llevaba al camping. Llevábamos las ventanillas bajadas y nos entraba el aire del mar. El pelo de Iñaki revoloteaba hacia atrás cuando me miraba y puso su mano sobre la mía en la palanca de cambios.

  • Prefiero que la pongas en la pierna – le dije -; no es por nada, es que si tengo que cambiar con rapidez… ¡No quiero que se nos quede el coche metido en la arena!

Movió su mano hasta mi pierna y me sonrió. No podía creer que podía estar conmigo y hacer lo que le dictase su mente sin pensar en qué dirían los demás.

Aparcamos casi en la puerta del camping y nos fuimos sobre las enormes dunas. Yo creo que íbamos a unos 30 ó 40 metros sobre la playa y pegados a terraplenes, unas veces más inclinados y otras veces más suaves. Anduvimos casi un kilómetro y no nos encontramos a nadie. Le puse crema protectora y él me la puso a mí. No había sitio donde meterse hasta llegar a un bar rústico y no llevábamos sombrilla. Las caricias para untar la crema no eran las normales, por supuesto y alguno que otro beso en los labios dejó confundir su chasquido con el rumor de las olas del mar y el viento.

Cuando vi ya cerca el bar, vi el terraplén de arena blanca y fina para bajar, pero también comencé a ver culos y tetas cerca de la orilla. Le hice una señal con la cabeza a Iñaki y me sonrió intentando bajar unos pasos por el terraplén.

  • ¡Ay, ay, ay! – se volvió - ¡Que la arena está ardiendo!

  • ¡Sí! – me reí - ¡Ponte las zapatillas! Cuando empecemos a bajar nos daremos la mano. No te separes de mí y corre ¡Corre!

Bajamos en caída suave; casi como si volásemos, hasta la parte de arena que no quemaba tanto. Nos acercamos un poco a la orilla y me miró un tanto asustado.

  • ¡Tino! – dijo - ¡Que aquí todos van sin nada puesto! ¡Y hay tías!

  • ¡Hay muy poca gente! – le contesté – y más les va a extrañar verte con el bañador puesto que en pelotas.

Entonces me quité la gorra, las zapatillas y las calzonas. Iñaki me miró embobado.

  • ¡Vamos, tío! – le dije - ¡Ahora es cuando puedes hacerlo!

Con bastante pudor, se quitó también las calzonas y la vista de su cuerpo moreno sobre la arena y cerca del mar comenzó a jugarme una mala pasada. Puse la toalla grande sobre la arena y me eché boca abajo. Él, sin decir nada, se tumbó a mi lado muy pegado y le eché el brazo por encima. Acabamos jugando, haciéndonos cosquillas, besándonos… Pero el calor nos pedía un baño. Nos levantamos con naturalidad y atravesamos la arena mirándonos uno a otro con disimulo de vez en cuando, hasta la orilla. El agua estaba helada y tardamos en meternos. Cuando las olas comenzaron a rozar nuestros miembros, se nos encogía el vientre. Por fin, decidimos tirarnos sin pensarlo.

Ya dentro del agua nos abrazamos y nos besamos cuanto nos dio la gana. El empalme tardó poco a pesar de la frialdad del agua y comenzamos una paja lenta y suave moviendo las piernas para mantenernos a flote.

  • ¡Qué asco! – exclamó cuando nos corrimos - ¿Se comerán ahora esto los peces?

  • ¿Te da asco de mi leche? ¡A mí me encanta la tuya!

  • ¡Jo! ¡Y a mí la tuya! ¡Si la vendiesen por litros…!

Me empujó la cabeza y me sumergió. Luchamos muertos de risa, rozándonos eróticamente mientras nos sentíamos a flote.

Salimos del agua y nos echamos otra vez en la toalla, pero boca arriba.

  • Pensaba en un verano aburrido como el del año pasado – me dijo -; comprendo que yo era un niño para ti, pero por más cosas que te hacía, no me decías nada. Pensé que no te gustarían los tíos o no te gustaba yo.

  • ¡No digas tonterías! – me reí -; eras muy joven, sí, pero te juro que después de los restregones que me dabas, tenía que irme a casa, encerrarme en el baño y hacerme una paja urgente. En dos movimientos me corría de tal forma que tenía que tener cuidado de no dejar huellas.

  • Yo pensaba que te molestaría que te mirase – dijo -; eso de que un tío se esconda para mirar a otro

  • ¡Hombre! – le expliqué -, si a mí no me gustases como me gustas o prefiriese a las tías, tendría que haberte convencido de alguna manera.

  • ¡No, no! – sollozó cómicamente - ¡No me digas eso!

  • ¿Te apetece un refresco?

  • Me tomaría una cerveza – dijo -; mis padres todavía no me dejan beber en casa.

  • ¡Pues, hala! – me levanté -, ponte las zapatillas que tenemos que subir esa cuesta que arde.

3 – Tras el descanso

Volvimos para estar en casa a las tres y ya estaba la comida casi a punto. Nos dejaron nuestros sitios y las risas contenidas y las miradas insinuantes de Iñaki me hicieron darle una patadita por debajo de la mesa. Le hice un gesto para que se olvidase un poco de lo ocurrido. Su felicidad le delataba. Aún así, me pareció que Merche me miraba poniendo un gesto que no me gustaba.

Nos fuimos a la siesta. Mi hermana ya se había encargado de poner un pequeño pestillo por dentro, para que nadie entrase a vernos por sorpresa.

  • ¡Joder, tío! – me abrazó serio Iñaki -; no sé si llegaremos a buen puerto o nos hundirán antes, pero tu hermana nos está apoyando ya.

  • ¡Vamos! – le dije tranquilizándolo - ¡Vete desnudando y vamos a descansar un poco!

  • ¿Te importa que sólo nos abracemos? – preguntó cabizbajo -; esta siesta prefiero tenerte en mis brazos; sólo tenerte.

  • ¡Claro que sí! – le sonreí - ¡No vamos a estar todo el tiempo follando!

Nos echamos y tuvimos una siesta muy relajada, pero cuando nos levantamos, estaba mi hermana sentada en el salón.

  • ¡Tino; Iñaki! – nos dijo -; venid aquí. Sentaos que os voy a comentar una cosa, pero no quiero temores.

  • ¿Pasa algo? – preguntó Iñaki casi llorando - ¿Qué hemos hecho?

  • ¿Vosotros? – preguntó mi hermana indiferente -; ir a la playa nudista.

  • ¡Joder! – exclamé -; el primer día y la jodimos.

  • Te equivocas, Tino – se puso seria -. En cuanto he salido, ya me estaba Merche esperando para cotillear, pero su primer cotilleo ha sido decirme un tanto enfadada que su marido os ha visto a los dos en pelotas en la playa nudista.

  • ¡Oh, no! – Iñaki se echó en mi hombro - ¡Lo sabía!

  • Pues yo le he preguntado – continuó – que qué coño hacía él paseando por la playa nudista ¿Mirar las gaviotas? Lo siento Iñaki, pero tu padre tiene más que callar que tú. Al menos vosotros sois sinceros, claros y no vais con segundas. Iñaki, si tu madre te pregunta que si habéis estado en la playa nudista, la única respuesta es: «¡Sí, claro! Papá va por allí».