Ya somos novios

La ilusión de dos jóvenes que descubren el sexo y el amor sin que nadie los ayude.

Ya somos novios

1 – Planes y viaje

Mi hermana mayor y yo estuvimos una tarde hablando de los planes para el verano. Le gustaría que me fuera con ella a su casita un par de meses y había muchas razones. La verdad es que el año anterior lo pasé muy bien y ella se dio cuenta de que yo cuidaba de mis dos sobrinos y de los chavales del vecino, los llevaba y los traía a la playa en coche (aunque no estaba muy lejos), les daba juego y a mi hermana y su vecina les dejaba más tiempo libre para sus cotilleos y sus paseos. Mi cuñado y un buen amigo suyo habían comprado las dos casas adosadas en una urbanización que tenía una enorme piscina en el centro, mucho césped y buena arboleda. Se trataba de que me fuese también ese verano con ellos.

Yo ya tenía mis planes, pero sabía que si me iba ahorraría dinero y tendría un veraneo más largo. Los niños habían crecido ya un poco y no estaban tan pesados (tenían unos 12 y 14 años y los vecinos algo más). Lo único que cambiaba un poco en los planes era que venía el hermano pequeño de mi cuñado; y explico por qué eso ya no me gustaba tanto. Salvador era algo mayor que yo, pero tenía un defecto en la nariz y roncaba terriblemente. En la parte alta de la casa dormirían el matrimonio y los niños y en la habitación de la planta baja dormiría yo con Salvador (si me dejaba). No lo pensé demasiado y le dije que me iba con ellos.

Se hicieron todos los preparativos y llegamos juntos. Para entrar en la urbanización había una reja metálica en un vallado con un seto alto y muy tupido de tuyas que rodeaba toda la urbanización. Cuando llegamos, el maletero de mi cuñado se puso cerca de esa entrada y mi coche detrás del suyo. Me acerqué con mi bolsa a ayudarles y miré hacia adentro de la urbanización. Iñaki, el mayor de los vecinos, estaba sentado en la entrada a su casa, me miró y se puso de pie. No podía creerlo. Había pasado sólo un año desde que lo vi la última vez, pero había crecido mucho. Fui a la casa y volví a por más cosas y, al entrar otra vez allí, volvió a mirarme de una forma extraña. Me acerqué a la casa y lo saludé. Se vino unos pasos corriendo y me dio un beso. Cuando empezó a hablar le sonreí. Él no sabía qué pasaba, pero su voz había cambiado mucho; su voz y su cuerpo. El año anterior era un chaval; este año era todo un hombre. Me pareció que éramos dos hombres besándonos en el jardín.

Se ofreció a ayudarme y le dije que sí. Se puso a mi lado y le eché el brazo por encima como siempre, pero sus ojos no me miraban como siempre.

Cuando se llevó todo a la casa, me puse mis calzonas y me salí a comerme un bocadillo pequeño y a mirar la piscina. Allí estaba Iñaki sonriéndome.

  • Voy a sentarme un rato en el césped – le dije -; está muy fresquito.

  • ¡Me siento contigo! – dijo viniéndose - ¡Cuéntame qué has hecho este año!

  • ¿Yo? – le miré sorprendido -; lo de siempre: estudiar. A ver si el veraneo me despeja un poco ¿Y tú qué has hecho?

  • Ya he terminado los estudios – dijo contento -; ahora vendrán más, pero esos ya no son iguales.

  • Te veo hecho todo un hombre – le dije insinuante -; supongo que ya no te gustará tanto jugar al ajedrez y al Stratego.

Se lo decía con segundas. Aquel chaval siempre estaba restregándose conmigo y le encantaba sentarse sobre mí para jugar. Lo malo es que me ponía un poco alterado.

  • Sí, Tino – contestó como orgulloso -; el ajedrez no lo he dejado.

  • Recuerdo que el año pasado jugábamos los dos contra los de aquella casa – se la señalé – y no nos ganaban ni una. ¿Lo recuerdas?

  • ¡Claro! – miró al césped -; jugábamos siempre a la hora de la siesta y yo me ponía sentado entre tus piernas – me miró mordiéndose el labio

  • ¡Jo! ¡Qué me gustaba jugar así y qué palizas les dábamos! Este año podríamos ganarles aún con más facilidad.

  • Si, Iñaki, pero te veo «muy crecidito» para sentarte entre mis piernas.

  • ¡No me importaría! – se rió -; para mí sigues siendo Tino.

  • Para mí – me acerqué a él y bajé la voz -, sigues siendo Iñaki, pero a los demás les chocaría que un hombretón como tú se me sentara encima.

Me sonrió. Sabía muy bien lo que le estaba diciendo. Lo que el año anterior era un juego (que él lo hacía a propósito), este año no iba a parecer un juego.

2 – Ese primer almuerzo

Entre el porche de ambas casas había una valla de madera que la hicieron desmontable. Como la costumbre allí era la de comer a las tres, se ponía una mesa grande entre los dos porches (que quedaba en la sombra) y las mujeres hacían la comida para las dos familias. Durante la semana, los hombres se tenían que ir a trabajar, pero desde el viernes por la tarde éramos muchos.

  • Estaba deseando – dijo mi cuñado – de probar estos mejillones aliñados, Merche. A mi mujer no le salen así.

  • Para eso estamos aquí – dijo Merche -; para disfrutar de lo mejor.

  • Pues yo lo siento por Tino – dijo entonces -, que va a dormir más bien poco ¡Eh, tú, Salva! ¡A ver cuándo te operas esa nariz, coño!

  • ¡Déjame, déjame! – levantó Salvador las manos - ¡Me aterra el quirófano!

  • Más me aterraría a mí – le contestó – verme en el pellejo de Tino estos dos meses.

  • ¡Vamos comed, niños! – dijo Merche -, que el arroz se enfría.

Los niños jugaron toda la tarde y, antes de hacer cualquier cosa, me miraban como preguntándome: ¿Puedo? Pero Iñaki ya no jugaba con ellos a ciertas cosas. Se sentó toda la tarde a mi lado y hablamos mucho. Me acostumbré a su voz de hombre, pero no me acostumbraba a su nueva forma de mirarme.

Llegó la noche y nos preparamos para dormir. Salvador me miraba sonriendo mientras ordenaba su ropa.

  • ¡Lo siento Tino! – me dijo -; si no puedes dormir me lo dices y me voy al salón. El sofá es comodísimo. ¡No me importa, te lo digo en serio!

Le di las gracias y preparamos las camas, pero poco tiempo después el ruido era tan fuerte, que me salí al salón. Vi que arriba alguien encendía la luz y apagué la lámpara de pie del salón. Con mucho cuidado, me fui a la puerta principal, la abrí y puse la cadena de seguro de forma que no se cerrara.

Me senté en el poyete del porche mirando a la piscina. Sólo se oían los grillos. Era tan relajante que pensé en sacar una butaca, ponerla muy tendida y dormir al aire libre, pero de pronto, me pareció que algo se movía tras la casetilla de la depuradora; al otro lado de la piscina. La casetilla quedaba debajo de un sauce llorón enorme. Miré un rato y ya no vi más movimientos. Me puse a mirar las estrellas, pero bajé disimuladamente los ojos y vi que algo seguía moviéndose tras la casetilla.

No estaba asustado. Allí no era tan fácil que alguien entrase a robar. Me levanté y comencé a dar un paseo hasta el borde de las aguas. Me dieron ganas de encender las luces de la piscina y darme un baño, pero había tanto silencio que iba a despertar a todos los vecinos. Caminé por el borde fresco hacia la casetilla y no veía nada moverse. Cuando me acerqué, di unos pasos con cuidado por debajo del sauce y adelanté la cabeza para ver lo que había detrás. Me quedé quieto y asustado. Sentado, en la oscuridad de aquel lugar, había alguien.

3 – Bajo el sauce

Me asomé un poco más y vi la camiseta de alguien escondido tras la casetilla y muy quieto.

  • ¡Shhhhh! – oí - ¡Agáchate y no hagas ruido! ¡Soy Iñaki!

Me acerqué a él gateando y me senté a su lado mirando cómo le brillaban sus ojos oscuros. Me dio un beso.

  • ¿Qué coño haces aquí? – le dije - ¡Te vas a resfriar!

  • Te he visto sentado en el porche. La ventana de mi dormitorio da a este lado. He bajado y he salido por la puerta trasera de la cocina. Saltando la verja con cuidado, he rodeado todas las casas por detrás de los setos hasta aquí.

  • ¡Buen plan! – le dije -, pero ¿para qué te has venido hasta aquí?

Se quedó un poco de tiempo callado y le insistí.

  • ¿Por qué has dado toda esa vuelta?

  • No quería que me viesen.

  • Te entiendo, Iñaki – le dije -, tu estrategia es muy buena, pero no sé qué pintas aquí escondido.

Me miró como asustado y apoyó su mano sobre la mía en la hierba.

  • Te estaba viendo desde la ventana – dijo -, pero quería verte desde el frente.

  • ¿Has venido hasta aquí para verme?

Agachó la cabeza como avergonzado y sin decir nada. Le tomé la barbilla y le levanté la cara. Me miró muy serio.

  • ¡Lo siento! – dijo - ¿Qué vas a pensar de mí?

  • Pues te digo lo que pienso – respondí -; cuando quieres verme es por algo y eso sí que me lo tienes que decir tú.

  • Me gusta verte y estar contigo – dijo -, pero este año no sé lo que me pasa al verte.

  • Yo sí lo sé.

  • ¿Sí? – dijo entusiasmado - ¡Dímelo!

  • ¡Shhhhhh! No levantes la voz, Iñaki. Me parece que tú mismo lo has dicho; te gusta verme. Pues aquí estoy, a tu lado; para que me veas todo el tiempo que quieras.

  • ¿No te importa?

  • Me gusta – le dije -; a mí también me gusta mirarte, pero tú no te has dado cuenta.

  • ¡No! – me besó otra vez - ¡No me he dado cuenta! ¡Soy un despistado…!

Entonces, apreté su mano sobre el césped húmedo y fresco y se dibujó una sonrisa en su cara.

  • ¿No te importa que te mire? – repitió - ¿De verdad?

  • Si me dejas a mí que te mire

Me acerqué a él y lo besé poniendo mi otra mano en su otra mejilla.

  • ¡Vaya, Tino! – exclamó -; te juro que pensaba que yo era un bicho raro.

  • A lo mejor, Iñaki, lo somos los dos - me acerqué más a él - ¿Quieres sentarte aquí, entre mis piernas?

  • ¿Puedo? – casi se levanta - ¿No te importa?

  • Me encantaría – le dije -, lo malo es que estas cosas no se le pueden decir a nadie. La gente es muy mal pensada.

  • ¡Joder! – exclamó -, pues me parece que he metido la pata. Le he dicho a mi hermano, mientras te miraba por la ventana, que me encanta mirarte.

  • ¿Qué? – me asusté - ¿Qué te ha contestado?

  • ¡Nada! – se encogió de hombros -; ha sido él el que me ha dicho que me baje contigo a mirarte.

  • Es mejor que no le comentes nada – le aclaré -; puede ser que él no lo tome a mal y se lo diga a tu madre. No creo que a tu madre le hiciera mucha gracia.

  • ¡No digo nada! – me miró ilusionado - ¡Te lo juro!

  • Júratelo a ti mismo – le sonreí -, si alguien se entera de tu deseo de mirarme, entonces empezaremos a ser bichos raros.

  • Pero… - lo pensó un poco - ¿Puedo seguir sentándome entre tus piernas como el año pasado sin que nos vean?

  • ¡Me encantaría! – dije -; lo sabes. Y si no lo sabías, pues ya lo sabes.

Se levantó un poco sin asomar la cabeza por encima de la casetilla, se movió a gatas por el césped y se sentó, no entre mis piernas, sino encima de mis entrepiernas.

  • ¿Te molesto? – me miró volviendo la cabeza -. Peso mucho. Si te hago daño me lo dices.

Cuando sentí su culo sobre mí, no pude evitarlo. Cogí su cabeza delicadamente y la volví un poco. Me miró con cara de felicidad y lo besé en los labios.

  • ¡Me gusta! – dijo - ¡Te juro que nadie va a saber nada de lo que hagamos!

Dejé caer una de mis manos sobre su polla y… estaba dura. La mía se puso como un tronco. Él la sintió en su culo, volvió la cabeza y me cogió la mejilla mientras me besaba en los labios.

  • ¡Quiero hacer esto contigo siempre! – me dijo -. Nos vendremos aquí a estar juntos.

  • Si tiene que ser aquí – le dije – lo haremos aquí, pero ya pensaré una forma más cómoda de estar juntos.

Comenzó a moverse y restregar su culo por mi polla dura.

  • ¡Enséñamela, anda! – dijo - ¡No he visto nada más que la mía y la de mi hermano, pero la de mi hermano está siempre lacia.

  • Eso – le dije – me da un poco más de miedo. Si viene alguien y nos ve desnudos

  • ¡Vamos a meternos en la casetilla de la depuradora! – señaló la portezuela - ¡Ahí nadie nos verá!

  • ¡No, Iñaki! – le dije - ¡Eso es muy peligroso! Tenemos los pies húmedos y ahí abajo hay electricidad.

Echó sus manos hacia atrás y comenzó a masajearme la polla y reposó su cabeza sobre mí mirando al árbol.

  • ¡Quiero verte desnudo! – se quejó - ¿Por qué eso es malo?

  • No es malo, Iñaki - dije -, pero a la gente no le gusta.

Se incorporó un poco y se quitó las calzonas. Su cuerpo era… su cuerpo era precioso. Estaba oscuro, pero se veía su piel morena, su rostro, su cuello y sus hombros musculosos y anchos; su pelo corto. Ya tenía mucho vello por el pecho. No me moví, pero bajó sus manos y tiró de mis calzonas hasta quitármelas.

  • Me importa un carajo que nos vean – dijo - ¿Quién va a venir a estas horas aquí?

Se volvió y se sentó otra vez sobre mí echando su cuerpo sobre el mío.

  • ¡Quiero hacer esto todas las noches contigo!

Lo abracé y nos besamos. No sabía besar. Poco a poco fui abriendo mi boca y sacando mi lengua y él se dio cuenta de lo que era un beso, pero se levantó un poco, miró a ver si venía alguien y echó su cabeza sobre mi polla. No quise decirle más nada, pero comencé a acariciar la suya y a pajearlo despacio. Cuando me di cuenta, nos estábamos haciendo una paja. Se retorció en la hierba de placer y nos besamos muchísimo tiempo.

  • Mañana seguiremos – le dije -; tenemos que ir poco a poco ¿Quieres?

  • ¡Sí, por favor!

Volvió a su casa por detrás de los setos y atravesé el jardín lentamente. No me había dado cuenta de lo que sentía por aquel tío. Me quedé dormido en el sofá.

4 – Un almuerzo atípico

No salimos muy temprano al jardín. La costumbre era ir a la playa sobre las doce y volver para almorzar sobre las tres. Cuando nos vimos por la mañana, su mirada fue demoledora. Le sonreí y le guiñé un ojo, me acerqué a él y le dije que tuviese cuidado de que nadie nos viera mirarnos de esa forma ni tocarnos.

  • ¡No pasaría nada! – le dije -, pero mejor evitar esas cosas ¿Imaginas que tu padre nos ve acercarnos, besarnos o tocarnos y nos prohíbe vernos?

  • ¡Oh, no, Tino! – casi llora -; estaremos como todos los demás. Cuando podamos y estemos solos, no importará ¿verdad?

  • Así es – le dije -, cuando estemos en la playa también podremos escaparnos un poco y darnos un beso. Eso no es tan extraño. Pero siempre, por desgracia, tendremos que ocultarnos.

Fuimos a la playa y la mañana transcurrió normalmente, aunque el muy pillo, metió la mano bajo mi toalla y me la estuvo sobando un buen rato.

Volvimos al almuerzo y nos pusieron a uno frente a otro ¡Joder! Yo creo que los dos lo pasamos muy mal. Teníamos que disimular nuestros deseos de mirarnos, de tocarnos, de besarnos

  • ¡Desde luego, yo esto no lo entiendo! – dijo Merche -. El pobre Tino estaba dormido esta mañana en el sofá cuando entré ¡No me digáis que no hay solución a esto!

  • Yo he pensado en dormir en el sofá – dijo Salvador -; no quiero molestar a nadie.

  • ¿A nadie? – le dijo mi cuñado - ¡Desde nuestro dormitorio se te oía roncar!

  • Es que somos tontos – dijo Merche sirviendo unos riquísimos calamares -. Mis dos niños duermen juntos y mi sobrina duerme sola abajo. Hagamos unos cambios. Mi pequeño y mi sobrina que duerman en su dormitorio de arriba y Salvador - ¡a ver si te operas, coño! -, que duerma solo abajo y que cierre bien la puerta. Iñaki que duerma con Tino. Me parece lo más razonable.

Iñaki me miró asustado y esperó la respuesta de Salvador.

  • Entiendo – dijo éste – que tengo que operarme, pero esa idea de que me apartéis para dormir no me molesta. Que la niña duerma con su primo y que Iñaki se acueste con Tino ¡Sobra sitio!

Iñaki me miró sonriendo pero en sus ojos asomaba un cierto temor.

  • ¡Eh, tú, Salva! – le gritó Merche - ¡Ya estás cogiendo tus ropas y te instalas en nuestro dormitorio de abajo! ¡Y tú, Iñaki, recoge lo tuyo y te vas con Tino!

Inocentemente, Iñaki, que sabía que el verano iba a ser muy diferente, le preguntó a su madre que si yo podía ayudarle a cambiar las cosas.

  • ¡Hombre, pues claro! – exclamó - ¡Eso pregúntaselo a Tino!

Aquella pregunta holgaba. Tanto él como yo estábamos deseando de que llegase la noche y vernos juntos y solos. Necesitábamos estar solos.

Durante la siesta, cada uno echado en su cama en calzonas y sobre la colcha, nos miramos sin parpadear. La verdad es que pudimos estar juntos, pero me daba miedo a que mi sobrinillo o mi hermana bajasen y viesen un espectáculo el primer día.

La tarde la pasamos en la piscina y, en uno de los baños, cuando no había nadie, nos pegamos a la pared. Desde las casas no podían verse nuestros cuerpos. Allí agarrados al borde, me metió la mano por las calzonas. No pude remediarlo y metí mi mano en las suyas. Fue una paja rarísima, pero luego, quiso besarme, así que nos zambullimos en las aguas y unimos nuestros labios. Cuando salimos a la superficie, se secó la cara y se echó los pelos hacia atrás sonriéndome.

  • ¡Lo hemos hecho delante de todos y de día!

5 – La primera noche juntos

Estuvimos jugando al ajedrez en la otra casa, pero ya Iñaki no se sentaba entre mis piernas. Como siempre, ganamos y nos fuimos a casa a tomar algo y nos sentamos en el césped cerca de una adelfa. Hablamos mucho, pero nos era imposible mirarnos como en otros momentos.

La cena fue divertida. Los mayores se fueron a dar una vuelta y me dijeron que yo era el responsable de que, sobre las doce de la noche, todos se fuesen a la cama. Estuvimos reunidos en el salón de casa y, no es que me hubiesen obligado, es que a las doce ya estaba yo deseando de meterme en el dormitorio con Iñaki.

  • ¡Verás, Iñaki! – le dije -, para mí eres como mi vida. Si me faltas tú ahora no sé qué pasaría.

  • No lo he pensado así – me dijo -, pero cuando nos vayamos tenemos que seguir juntos ¡Prométemelo!

  • ¡No hace falta, hombre! – me levanté a oscuras hasta su cama -; este beso es un compromiso de que vamos a estar juntos. De momento, seguiremos hablando como si estuviésemos dormidos. Hasta que no se acueste mi hermana, no sabremos si abrirán la puerta.

  • ¿Habrá que esperar mucho?

  • No creo, Iñaki – le dije seguro -, a mi cuñado no le gusta estar por ahí hasta muy tarde. Es posible que Salvador se entretenga más, pero como va a dormir en tu casa

  • ¿Puedo besarte? – me dijo con temor a una negativa -; si suena la puerta me haré el dormido rápidamente.

  • ¡Claro que sí, mi vida! – susurré -, pero lo mejor es que no te metas en la cama conmigo todavía.

Hablamos mucho tiempo y en voz baja de lo que sentíamos el uno por el otro hasta que se oyó la puerta. No hicieron ruido ninguno y me pareció que entraron en la cocina un momento y subieron al dormitorio. En un instante, tenía a Iñaki levantando mi sábana y metiéndose en mi cama.

  • ¡Abrázame, por favor! – dijo – y vamos a darnos un beso de esos de anoche hasta que ya no podamos más.

En un descanso de aquel largísimo beso, me retiré un poco de él y, acariciándolo con dulzura le pregunté qué es lo que sentía por mí.

  • ¡He visto muchas películas! – dijo -; siempre se enamoran un hombre y una mujer ¿Es posible que yo esté enamorado de ti?

Me eché a reír sin hacer ruido.

  • ¡Pues claro, vida mía! – respondí - ¿Qué te crees que siento yo por ti?

  • ¿Me quieres? ¿De verdad?

  • Sí – le dije muy serio -; te quiero con toda mi alma. Ya el año pasado sentía una cosa rara por ti, pero me parecías muy joven. Ahora eres un hombre.

  • Pues yo sería un chavalito muy joven – dijo -, pero me encantaba sentirte apretándome por detrás o rozarme contigo. Me encantaba estar a tu lado y me hice muchas pajas pensando en ti.

  • ¡Claro! – contesté -, pero este año los dos somos hombres adultos. Entiendo tus sentimientos porque no son sino los que yo tengo por ti.

  • ¿Tú crees que sientes por mí lo que yo siento por ti?

  • Me apuesto lo que quieras – le dije -; no me apetece estar con nadie más; sólo contigo.

Se dio la vuelta y tiró de mi mano sobre su pecho.

  • Apriétame fuerte por detrás – dijo -, lo necesito.

  • ¡Espera! – quise aclarar cosas - ¿A ti te la ha metido alguien alguna vez?

  • ¡No! – contestó en seco - ¡Y no quiero que me la metas nada más que tú! ¿A ti te la han metido?

  • ¡No! – intenté repetir sus palabras -, y si no me la metes tú, no quiero que me la meta nadie, pero sé que duele al principio y hay que echarse crema.

  • El dolor me importa un carajo – dijo -; aquí en la mesilla está la crema. Ya estoy harto de que me roces. Ahora te quiero dentro.

  • Pues lo mismo te digo – dije -, no sé cómo se hace esto, pero vamos a experimentar. No podemos preguntarle a nadie.

  • ¡Me da igual! – contestó - ¡Métemela con crema o sin crema! Si duele me aguanto.

Me unté toda la polla con crema para el sol y fui buscando su culo, pero él echó la mano hacia atrás, me la cogió y la puso en su sitio. Comencé a apretar y le oí quejarse.

  • ¡Espera, Iñaki! – le dije -; sí sé que si aprietas el culo no entra y también sé que si antes te meto los dedos un poco, será más fácil.

  • ¿Y por qué no haces eso ya?

  • ¡Relájate, mi vida! – le dije al oído -; aquí no valen las prisas. Las prisas producen tensión; y si nos ponemos tensos

  • ¡Lo entiendo! – dijo -; méteme los dedos antes o lo que sea. Yo me relajaré pensando en que vas a estar dentro de mí. Supongo que nos dará gusto y nos correremos.

  • Supones bien – le mordí el cuello -. Relájate y, cuando yo note que tu culo se abre, te la meto ¿vale? Tú me haces luego lo mismo a mí.

  • Sí, sí – exclamó -; vamos a tener mucho tiempo para aprender esto.

Metí primero un dedo y noté, evidentemente, que apretaba el esfínter por instinto. Le insistí en que se relajara y, cuando fue sintiendo mi dedo entrar, comenzó a relajarse. Ya sabía lo que tenía que hacer. Entonces fui metiéndole otro dedo y diciéndoselo. Se estaba dilatando con mucha facilidad, pero además, se quejaba de placer y respiraba más rápido. Le fui dando un masaje y ya tenía que estar notando placer, porque intenté meterle otro pero me pareció mucho. Entonces, los fui sacando despacio y puse allí la punta de mi polla. Inmediatamente sacó el culo y empujó. Fui apretando poco a poco, pero entró toda. Se volvió y comenzó a besarme como un loco.

Nos fuimos moviendo y él apretaba mis nalgas hasta que notó en mi respiración y en mis músculos que yo iba a correrme.

  • ¡Tino, Tino! – susurraba - ¡Córrete dentro! ¡Aprieta, aprieta, venga!

No pude aguantar más y noté salir más chorros de leche que cuando me hacía una paja. Él debió notarlo por dentro, se retorció de gusto y comenzó a morderme los labios.

  • Pues ahora te toca a ti – le dije -; yo también quiero tenerte dentro.

  • Date la vuelta – dijo -; yo tengo aquí la crema.

Después de follarnos quiso seguir acariciándome y me pareció que se inclinaba para comerme la polla.

  • ¡Espera, espera! – le dije - ¡Tenemos que tener las pollas llenas de crema y de mierda ¿No hueles?

  • ¡Sí! – dijo - ¿Pero eso es malo?

  • ¡No! – le expliqué -, pero si nos ponemos unos pañuelos de papel y encima las calzonas para no mancharlas, vamos al aseo y nos las lavamos bien. Cuando estén limpitas nos gustará lo demás más, creo yo.

  • ¡Pues sí! ¡Toma! Estos son los pañuelos. Ve tú antes y no te tardes.

6 – Dos expertos novios

Aprendimos a mamárnoslas, a hacer el 69 y a chuparnos los huevos y el culo. Sin maestro ninguno. Dos meses dan para mucho. Nadie nos interrumpió nunca, pero ciertas miradas de mi hermana por la mañana, cuando nos veía entrar juntos a la ducha sonrientes, me dieron que pensar.

  • ¡Iñaki! – me lo llevé al jardín -, me parece que no deberíamos ducharnos juntos. Mi hermana me mira de una forma muy rara.

  • ¿Nos habrá visto follando?

  • ¡Imposible! – le dije -, pero yo creo que se ha dado cuenta.

  • ¡Qué vergüenza, Dios mío! ¿Nos pasará algo?

  • ¡Verás! – pensé un poco -, como ahora está sola en la cocina todavía, voy a ponerme por allí a la vista. Estoy seguro de que me dirá algo. La conozco. Nos quedaremos más tranquilos.

  • ¿Y si nos prohíbe dormir juntos? – sollozó - ¡No puedo dormir sin ti!

  • ¡Qué va! Tú déjame que yo me entere.

Así lo hice. Me fui a la cocina y me puse a merodear cogiendo un poco de pan de aquí una galletita

  • Tino – dijo mi hermana -, eso de que os duchéis Iñaki y tú juntos

  • ¿Te molesta? – me corté - ¡Lo siento! ¡Pensaba que no era nada malo!

  • ¿Quién ha dicho que sea malo? - me miró enfadada -; a mí me encanta saber que estáis juntos ¿Me tomas por idiota? Ese Iñaki es monísimo ¡Qué suerte tienes, cabrón!, pero no me llenéis demasiado las sábanas porque Merche me ayuda a meterlas en la lavadora y, por la noche, tened un poco de cuidado con el ruido que hace la cama; arriba se oye ¡Jo, ya quisiera yo un novio como ese para mí!

  • ¿De verdad… - la miré asustado -, no te importa…?

  • ¿A mí? ¡Ja! – contestó -, pero ya sabes que la gente tiene muy mala leche y a Merche no le haría mucha gracia saber que su hijo está liado con mi hermano.

  • No estamos liados – le dije -; nos queremos. Yo creo que ya somos novios.

Se acercó a mí sonriendo y me besó.

  • ¡Me alegro! – dijo -; cuando volvamos de las vacaciones, si necesitáis ayuda para estar juntos o cualquier cosa, me lo dices. Os ayudaré.

  • ¿No estarás de coña, verdad?

  • Te hablo en serio, Tino – no me miró -; ahora disimulad las cosas un poco mientras estamos en la playa. Cuando volvamos, pedidme lo que os haga falta y yo os echaré una mano.

  • ¡Jo! ¡Voy a decírselo a Iñaki! – exclamé -; se va a sentir muy feliz.

En ese momento entró Merche. Yo corrí al jardín y encontré a Iñaki llorando detrás de la adelfa. Me senté a su lado y le dije lo que había pasado y me importó un carajo lo que pudieran decir, pero disimuladamente lo besé en los labios y le cogí la mano.

  • ¡Somos novios, Iñaki!