Ya, mamá... ¡contrólate por favor!

Recuerdos trumatizantes de mi infancia. Mamá no era capaz de comportarse y tenía muchos problemas con papá. Flirteaba con cuanto hombre atractivo se cruzara, y no sólo eso... muchas veces la sorprendí infraganti, le importabamos muy poco.

YA, MAMÁ... ¡CONTRÓLATE POR FAVOR!

1995

Yo apenas tenía 10 años, ahora tengo 19. Recuerdo perfectamente esa noche de otoño, despejada y fresca. Íbamos, mi mamá y yo, rumbo a la ciudad de San Luis Potosí de dónde ella es oriunda. Íbamos a visitar a los abuelos maternos. Salimos de Monterrey, donde nací y donde vivíamos con papá, a las 10 PM. El autobús no iba lleno, muy pocos asientos estaban ocupados, recuerdo que era un miércoles, día de poca demanda de transporte federal. Nos sentamos en medio del camión, del lado izquierdo, en los asientos que nos correspondían y se subieron otras cuantas personas, el bus no se llenó ni a la cuarta parte, tres o cuatro hileras adelante y atrás, quedaron vacías. Un señor alto, mayor que mi papá, de unos 40 años, y mucho más alto, se sentó al otro lado del pasillo, enseguida de nosotros. Desde que se subió y avanzó por el pasadizo, vi cómo mi madre se inquietaba, vi cómo lo miraban sus grandes ojos café oscuro, con interés femenino. No era la primera vez que notaba esa mirada en los ojos de mamá, desde que me empecé a fijar en eso, un año antes, notaba cómo se inquietaba cuando estaba cerca un tipo como ese, altote, delgado y fuerte. Este casi llegaba al techo del camión. A mí también me impresionó mucho.

Mi papá la celaba profusamente, peleaban seguido por cosas que a veces yo no comprendía, hasta un año antes de lo que narro aquí, en 1994, más adelante se los comentaré.

Mamá es una mujer guapa. Morenita de piel y cabello, de 1:58 m y 60 kgs, aunque por aquellos años era más delgada, unos 55 kgs, tal vez menos, no sé. De cara bonita, nariz pequeña, boca tenue de labios finos, frente amplia y pómulos altos. De cuerpo redondito, senos esféricos, de eso me acuerdo mucho, de sus senos, pues con cualquier tipo de blusa, saco o suéter, resaltaban mucho. No es que fueran enormes, eran muy redondos y firmes. Sus cintura y abdomen eran juveniles, lo plano de su vientre velaba mucho el hecho de haber tenido un hijo; es más, hasta parecía y parece todavía, soltera. A pesar de sus actuales 40 años de edad, no se le ve lo casada, bueno, divorciada ya dos veces, por ningún lado.

Yo estaba pegado a la ventanilla del autobús y mamá al pasillo. No habíamos salido de la terminal y ella ya iba volteando insistentemente a donde estaba el hombrón aquel sentado, con el asiento de enseguida suyo, vacío; él también iba pegado a la ventana, como yo, pero al lado contrario. Desde luego que de inmediato le devolvió las miradas a mamá y a los pocos minutos ya estaban flirteando veladamente.

Con algo de hastío le dije bajito a mi madre: -Ya vas a empezar... pórtate bien... Ella se hizo la desentendida y me miró con algo de enojo. Ya era común, desde hacía meses, que tuviéramos estos episodios. Me acomodé y cerré mis ojos, no sé si para hacer por dormirme o para no ser testigo de eso que hacía mamá y que tanta vergüenza me daba.

A la media hora sentí que le camión se movía, por fin salíamos de la central. Ya iba medio dormido, pero con el bamboleo del bus abrí los ojos un poco y pude ver a mamá mirando atenta hacia el asiento vecino, donde iba aquel gigante. Las luces de la ciudad entraban por las ventanillas y pude ver con claridad cómo el tipo se iba masajeando la bragueta abultadota. Enseñándole a mi madre la prominencia de su pantalón apretado. Mi mamá, desde luego iba loca viendo aquello, y loco me quedé yo cuando vi que él se desabrochaba el cinto y se sacaba un vergajo de más de 20 centímetros, bueno eso medí yo a la distancia. A mis casi 11 años mi única referencia era una regla escolar de 30 y se me hace que por ahí andaría, por las dos terceras partes de una regla. Además era muy parecido al del segundo marido de mamá, el que me hizo a mí tener sexo con él a mis 12 años y me hizo jotito, también se los explicaré próximamente.

¿Qué tan seguro no estaría ese tipo de que mi madre le correspondería, que se atrevió a sacarse el penesón cuando todavía ni salíamos de la ciudad?

El estremecimiento del cuerpo de mamá fue intenso en serio cuando pudo ver semejante masculinidad masturbada por la manota del gigante ese. Se la fue jalonando y sacudiendo hasta que empezamos a agarrar carretera, no hubo jalada ni sacudida que mamá no advirtiera comedidamente. Me preguntaba si no le dolería el cuello de tanto llevarlo chueco a la derecha por tanto tiempo, vigilando ese regordete palo que se maltrataban en su contemplación. Parecía un resorte de portón bamboleándose de lado a lado.

Cuando salimos a carretera todo se oscureció y pensé entonces que ya se había acabado el show para mamá, pero no, no fue así. El hombretón aquel se puso de pie, como si fuera a buscar algo en los anaqueles de equipaje del camión y con la verga de fuera se arrimó a ella, poniéndosela a la altura de la cara. Ella volteó a verme, tal vez queriendo saber si estaba dormido. No sé si me vería, yo tenía los ojos completamente abiertos, primero: viendo semejante demencia de pene tan cerca, me llamó la atención, ya pintaba yo para gay, y segundo: quería que ella me viera despierto para que no hiciera nada, para que se portara bien. No, no se portó nada bien, bueno con papá, porque lo que es con ese coloso, se portó de maravillas.

Mi madre se enderezó en el asiento, volteó sobre el respaldo como queriendo ver si alguien la veía, volteó para adelante del bus, también cerciorándose de no ser vista y se recargó de nuevo, otra vez me miró a mí y otra vez la miré yo con mis ojos bien pelones, que se enterara que estaba completamente despierto... pero nada, nada le importó... agarró el tronco del látigo que tenía a mano y lo empezó a sacudir y exprimir con dedicadas manualidades.

Así como lo escribo: Con su hijo al lado, en un autobús a 100 kms por hora, le iba jalando el penón loco a un tipo del que no sabía ni su nombre, pero que tenía una verga de macana, como 15 meses después me empezarían a gustar a mí.

El gigantón la agarró de la cabeza y se empeñaba en llenarle la boca a mamá con su pene, pero ella no se dejaba. ¡Vaya!, pensaba yo, ya se aplacó. Nada de eso. Oí claramente cuando le decía que se sentara, que así no podían seguir, que volviera a su asiento y ella lo seguiría. Que el chofer los podría ver por el espejo.

Salí de dudas de si estaría enterada de que yo estaba bien despierto cuando el hombre se sentó y ella se empezó a enderezar para irse con él y yo la agarré de un brazo queriéndola retener, pero de un fuerte jalón se me zafó, yo volví a intentar retenerla sujetándola de la falda amplia que llevaba para viajar, pero me soltó un golpe con el dorso de la mano izquierda directo a la cara, con tal fuerza que me estampó de cabeza contra el vidrio de la ventanilla y se fue sobre el vecino que todavía traía la vergaza de fuera.

Llorando en silencio presencié la causa de los celos de mi papá, vi en primera butaca de lo que mi madre era capaz de hacer cuando un hombre le llamaba la atención. Vi cómo le devoraba la macana al tipo aquel con avidez, con ansia tal que parecía que tenía hambre de pene, de polla, de pinga, la vi de rodillas en el piso del bus, metida entre las piernotas de ese fulano, haciendo esfuerzos monumentales por meterse algo de verga por su pequeñita boca, lamiéndola como si le fuera la vida en ello. Luego la vi montarse en él y cabalgarlo con furor. Vi cómo él sacaba sus redondos senos, los vi brillar con la luz de la luna, con la poca luz que echaban los otros camiones y carros que nos rebasaban. Vi cómo él los lengüeteaba y cómo ella alzaba sus brazos por sobre su cabeza y se los entregaba, sin dejar de botar sobre el abdomen del fuerte individuo aquel, sin dejar de sonreír feliz, como si se sintiera realizada, mirando desde arriba cómo le gustaba a él, chupar y morder esos melones tersos y duros.

Seguí llorando y presenciando todas esas cosas, para nada sucesos nuevos para mí, desde un año antes, en 1994 , y me quedé dormido. De repente despertaba por un frenón del bus o por un claxón de otro camionero y como en sueños la veía teniendo sexo con su nuevo amigote. Ahora ella estaba de espaldas a él, todavía encima de él, con la faldota enrollada en la panza, recibiéndolo por atrás, azotándose de pompas en el cañón que le retacaba el boquete vaginal. ¿Cuánto tiempo tenían ya con eso? Lo ignoro, cada que despertaba estaban acomodados de manera diferente, cogiendo todavía. Con la luz del amanecer desperté de nuevo y mamá ya estaba conmigo, bien dormida, hasta roncaba, como roncaba el gigante allá en su lugar, completamente despatarrado en los dos asientos, inconsciente.

1994

Por esas fechas, a mis casi 10 años, observé algo del comportamiento de mamá que me aclaró la duda del porqué papá era tan duro y desconfiado con ella. A veces pensaba yo que exageraba. La verdad es que mi madre era lo que se dice una mujer muy coqueta, muy interesada en hombres que no eran su esposo. No sé si me estoy explicando. Espero que sí porque me da algo de pena tratar este asunto, pero sé que necesito hacerlo, me ha afectado sicológicamente desde hace años y quiero echarlo fuera. Incluso eso definió mis preferencias sexuales: soy homo .

Mi madre trabajaba en una zapatería del centro de Monterrey. Me llevó con ella para comprarme zapatos. Allí es que me fijé en su conducta cuando llegó el supervisor de la zona, un tipo alto, blanco, de botas con facha de norteñote, como los que abundan por acá, de unos 30 años. Mamá se derretía cuando hablaba con él, se ponía nerviosa y muy perturbada en su presencia. Y ese hombre como que lo sabía, pues se le arrimaba demasiado y le tocaba las manos y los brazos cuando le estaba dando indicaciones. No sé si a una señal de ella, no la vi, pero una de sus compañeras me llevó a la parte de atrás de la tienda para darme un vaso de Coca cola y se quedó a solas con el supervisor.

Estuve allá como 10 ó 15 minutos, solo, y al terminar mi refresco salí de nuevo con mamá, al área de la caja, donde ella estaba siempre, y sin que se fijara que yo me acercaba pude escucharla perfectamente decirle a la compañera: - Cómo se me antoja el supervisor, está bien bueno, verdad?, si me lo pidiera me iba con él de volada, te lo juro.

Yo ya sabía lo que significaba la frase de mamá "está bien bueno", la había escuchado desde niño cuando chuleaba a los artistas de la tele; pero lo que no entendí y lo que me asustó fue lo de: si me lo pidiera, me iba con él de volada, te lo juro. Con esto me espanté mucho, pensaba que mi madre era capaz de abandonarnos por ese maldito. Hasta le agarré odio al señor ese y a ella un profundo resentimiento que notó cuando íbamos de regreso a la casa, por la noche. Yo me mostraba serio y reseco cuando me preguntaba algo. Me preguntó qué me pasaba y se lo dije, le dije que la escuché decirle a la empleada que si ese señor se lo pedía ella se iría con él.

-No hijito, escuchaste mal. Me refería a ir a comer o al cine. No a largarme a vivir con él, cómo crees?

-Pues es lo que dijiste. Además qué tienes que ir a cenar o al cine con él, para eso nos tienes a papá y a mí, no?, le dije indignado.

-Aaayy!, está enojado mi hombrecito... no se enoje mi rey, no esté celoso, fue un decir nadamás, es que está muy guapote el supervisor, así somos las mujeres; pero de ahí no pasa. Ándale dame un besito, ya no esté enojado mi machito. Yo nunca voy a cambiarlos, ni a ti ni a papá.

-De veras?

-De veras, no te preocupes. Pero sabes qué, no le vayas a decir nada a tu padre, eh?, ya ves cómo se pone. Me va a regañar, y por nada, prométemelo.

-Pues tú prométeme que ya te vas a portar bien, le respondí haciéndole ver que no estaba muy convencido de lo que me dijo.

-Yo no tengo porqué prometerte eso, yo me porto bien (esta frasecita se la había escuchado muchas veces decírsela a papá – yo me porto bien- , cuando él le reclamaba alguna cosa y ahora la usaba conmigo), ándale no le digas nada, sí?

-Bueno.

Yo sí cumplí, no le dije nada a papá. ella nada prometió y nada cumplió. Yo me seguí fijando cómo se le iban los ojos con los hombres y cómo les sonreía mucho cuando ellos la veían interesada por su estampa. Ya ni le importaba que yo estuviera cerca o junto a ella, como que me agarró de cómplice. Ya era regular que me dijera: -Mira hijito, qué guapo muchacho viene ahí. Está bien cuero! Yo ni le contestaba nada, sólo a veces le decía que ya, que yo no quería oírla decir eso. Se reía haciéndose la chistosa y me ceñía a ella como si hubiera hecho una gracia.

Un día salí de la escuela temprano, ella trabajaba los domingos y descansaba entre semana. Cuando llegué como a las 11 am, vi una camioneta de Teléfonos de México, estacionada en la puerta de la casa. Entré, yo traía llave y dejé mi mochila en la sala buscando a mamá. Al ir pasando al fondo iba escuchando voces y risitas. Llegué al cuarto de ellos, de mis padres y desde la puerta pude verla sentada sobre la cama aventándole bolitas de kleenex que hacía con sus dedos al empleado de la telefónica que estaba hincado de espaldas a ella, revisando el contacto del teléfono. Mi madre lo molestaba con el propósito de atraerle, atrevida. El tipo le decía riéndose también: "No le busque señora, que le saco un susto", y ella le respondía divertida: "Huy, qué miedo", y le seguía lanzando pelotitas de papel, bien guilota.

El chango aquel, morenote, casi negro se enderezó y yo me quedé de clavo... nunca vi a un hombre tan grande, tan alto en la casa. Casi llegaba al abanico del techo, enorme de alto y fuerte el tipo, de unos 20 ó 23 años, más joven que mamá. Cuando ella vio que ya tenía su atención, se medio abrió de piernas y se subió la falda que traía a medio muslo, mirándolo sonriente.

-No le busque señora... se me hace que se asusta, le dijo él agarrándose el pantalón a la altura de la entrepierna, caminado a ella.

-No, no me asusto, a ver enséñemela, va a ver que no me asusto... le dijo ella hablándole sin tutearlo y mirando atenta el bultón del prieto ese.

Él se deshizo del cinturón para herramientas que traía y se desabrochó los pantalones bajándoselos hasta las rodillas y se plantó frente a mi madre.

-Qué bruto!!, qué es esto?!

-Le dije señora, que se iba a asustar, le respondió el moreno agarrándose algo que yo no veía desde la puerta, pues mi mamá lo tapaba con su cuerpo.

-Hay, no!, que bárbaro!, jajaja, se rió ella y se dejó caer de espaldas al colchón, como si la risa la obligara a recostarse.

Cuando se quitó de mi ángulo de visión pude ver lo que provocaba las risitas perturbadas de mamá. Un tremendo mecate negro, prietísimo y muy grueso. De cerca de 30 centímetros (¡la regla completa!), gigantesca y muy cabezuda.

El morocho se recostó encima de mamá y se empezaron a besar, ella sola se desabrochaba la blusa para ofrecerle sus pechazos pelotudos como balones de futbolito, que siempre ha tenido, y él se prendió con su bocaza a ellos, lamiendo y mordiendo, sin dejar de decirle que estaba muy buena. Ella lo jalaba del greñero y se lo estampaba en los senos mientras él no dejaba de restregarle la mandarria sobre la ropa, exasperado con la redondez del cuerpecito de mi madre.

-Tú también estás bien bueno, cabrón, qué vergona tienes pinche maldito. Dame verga, cabrón, ándale cójeme todita con tu animalada.... o qué, eres puto?, le dijo, dejándome muy sobresaltado, pues en esa casa no se oían groserías, mi papá no las acostumbraba y ella, supuse que ni las conocía, nunca la había escuchado decir ni una sola. Menos esas.

-Ya no siga chingando, señora, no le mueva.

-Porqué no, puto?, eh?... cuánto hace que me insinuaba contigo y nada, joto cabrón. Y con esa vergota que tienes, qué?... me tienes miedo, o qué?, maricón.

El maldito tostado volteó a mamá sin responderle ya nada más y le alzó la falda por detrás, arráncandole los calzones a tirones y se recostó sobre ella, manejándose en vergón con una mano. Ella abrió sus piernas y apretó los dientes, pujando fuerte cuando él se la metió a medias por la vagina.

-Chingas a tu madre, maldito seas!... qué pedazo de verga tienes perro, cabrón de cagada... qué buena la tienes... papacito!!... porqué te tardaste tanto en pelarme... aaayyy... ya! ... yaaaa!!... no me la metas toda!... me vas a reventar toda... no seas ojete!... yyaaaa!!!

-Ya qué, doña Lupe... si no va ni la mitad... todavía le falta un buen... no que no... ya se está rajando, verdad?... pérese tantito... pérese a que se la meta tocha, pinche señora bonita... le van a saltar los ojos... va a ver, pinche vieja caliente... jejeje... a ver si soy joto... a ver si soy puto... el puto es su viejo que no la llena... al rato que llegue y la encuentre desmayada y con las sábanas todas sangradas a ver cómo le va.... pinche vieja calienta vergas.

-No mames!!, ya sácamela, ya no quiero, suéltame hijo de tu puta madre!!, déjame... ya quitate, cabrooooonnnn!!!

Al ver que mamá estaba sufriendo y asustada en serio, sólo se me ocurrió ir a la cocina y agarrar un cuchillo. Pero al ver unos vasos y platos sobre el fregadero los agarré y los dejé caer sobre el piso con fuerza, haciendo un gran escándalo. Los gritos y maldiciones cesaron. Sólo se escuchaba un cuchicheo perturbado.

-Quién anda ahí?, preguntó mamá desde el cuarto.

-Soy yo, má, Diego. Salí temprano. Se me cayeron los trastos del fregadero, le respondí esperando que con eso fuera suficiente para que el monstruo ese la dejara en paz, pero con el cuchillo en la mano por si seguía escuchando los reproches de mamá.

El negrón salió sin siquiera mirarme. Se subió a la troca y se fue. Me fui al cuarto a ver a mamá y la encontré acostada en la cama, con la falda a la cintura, boca arriba. Era la primera vez que le veía su monito recortado. Ella ni se tapó, se veía pensativa, tranquila.

-Viste lo que pasó, verdad?, me preguntó sin mirarme, viendo al techo.

-Sí, desde que le aventabas papelitos, de veras que no te mides.

-Hey, no me digas nada. ¿Tú qué sabes?

-Sé que lo que haces no está nada bien, ya no soy un chiquillo.

-No me juzgues, no te lo permito. Si le vas a decir a tu padre, me vale, hay tú sabes.

-No. Sabes que no le voy a decir nada, pero ya mamá, ya no hagas eso!, le dije empezando a llorar, parado junto a la cama.

-Ven, no llores!, no llores!, no pasa nada, ya no lo vuelvo a hacer, respondió y me acomodó entre sus pechos subiéndome a la cama con ella. Yo no podía contener el llanto, estaba desbocado chillando con sentimiento auténtico. -Ya mi vida, cálmate... ya papito, ya no llores... sssshhhh.... ya, tranquilo... ssshhh, ya.

Me fui calmando poco a poco. Ella me acariciaba los cabellos y me ponía sus senos en la cara, como si no se diera cuenta de la desnudez que presentaba de la cintura para abajo. Yo desde ese miador, en la cima de sus tetas duras, veía para abajo el monte de bellitos y el inicio de su rajita, así como sus piernas blancas, a pesar de ser morena, torneadas y muslonas, con bellitos muy finos.

Empezó a respirar más fuerte, sus pechos subían y bajaban con cadencia y podía sentir el aire que expulsaba de sus pulmones en mi cabeza, por la nuca. Sentí cómo sus manos me fueron bajando casi imperceptiblemente, como si no quisiera que me diera cuenta. Despacio mi cabeza dejó sus pechos y ya estaba en su estómago, incluso podía escuchar el trabajo de su estómago, haciendo la digestión del desayuno, luego sentí su ombligo en mi oreja, ahí me dejó unos minutos, como preparándose para seguir avanzando.

Luego de 5 minutos siguió presionándome la cabeza para abajo, ya sentía el olor de su vagina, de su parte más íntima. Ya también percibía la sensación de sus bellitos cortados en la comisura de mis labios. El olor de ella ya lo percibía claramente, almizclado, inconfundible, no sé porqué, no nuevo para mí, tenía la extraña sensación de que ya lo había olido antes. Se quejó y abrió sus piernas, ahora sí sentí como mis fosas nasales se inundaban de ese aromilla molesto, me entró de lleno a los pulmones. Puso otra vez sólo una pierna en al cama, extendida y la otra la flexionó más, dejándome ver por primera vez una raja completa de mujer, la raja por dónde yo había nacido hacía casi 10 años. Yo estaba algo horripilado, incrédulo de lo que mi madre pretendía, hasta que la escuché claramente:

-Come, hijito, cómete a mamita... ándale vas a ver que rico... ándale mi rey, cómeme rico la papayita de mami, te va a gustar mucho, vas a ver... ándale Dieguito, mi hijito lindo... saca la lengüita, no tengas miedo papi.

No lo podía creer, mi propia madre presionaba mi cabeza con fuerza, queriendo meterme de cara entre sus piernas, a lamerle la cuca contaminada y ensuciada con la verga negra de un incógnito, de un perfecto desconocido, más negro que sus sucia vergota.

Con mucho esfuerzo me separé de ella, pues estaba empeñada en que le besara la vagina abierta y chorreante, y mirándola a los ojos encendidos de lujuria le dije:

YA, MAMÁ... ¡CONTRÓLATE POR FAVOR!...

.... CONTINUARÁ ....