Ya, mamá... ¡contrólate por favor! (2)

Sigo contándoles mis penas. Las locuras de mi madre no tienen límite. Con el hermano de papá, conmigo presente. ¡Qué verguenza!.

YA, MAMÁ... ¡CONTRÓLATE POR FAVOR!- 2

Se me dificulta un poco poner en orden cronológico mis recuerdos. Me recomendaron, mis confesores y mi terapeuta, que simplemente los sacara fuera, que hiciera memoria y pusiera en blanco y negro- por escrito- lo que fuera recordando. Qué mejor página para escribirlo, que este conducto: TODORELATOS.COM.

Trataré de ser más ordenado a partir de éste, el segundo.

Recuerdo mucho la encendida mirada de mamá cuando la rechacé, cuando pretendía que me alimentara de su vagina recién perforada por el empleado de la telefónica, el negrón aquel que la laceró por andarle guileando en su propia recamara, en su propia cama; la volví a notar, esa mirada, (y la noto todavía) cuando andaba lujuriosa. De ser simplemente coqueta e interesada en la apostura de los hombres que se cruzaban en su camino, se iba resaltando en ella un desasosiego visible cuando andaba cerca un hombre fuerte, viril, apuesto y sobre todo, alto, de estatura salida del promedio nacional, cosa que en Monterrey, no era nada raro.

Los pleitos que tenía con papá, se multiplicaron por esa razón y porque ella se empezó a vestir y a arreglar de manera diferente. Faldas muy cortas, pantalones muy apretados, maquillaje muy cargado, tintes para el cabello de color distinto al suyo o luces refulgentes en el pelo, motivaban los celos mayúsculos de mi padre cuando la veía por irse a la calle, para salir a su trabajo o "con mis amigas... pero me porto bien, mi amor", como solía decirle repetidamente a mi papá, siempre que se despedía de él.

Lo que antes yo creí que eran exageraciones de él, ahora sabía que eran sospechas perfectamente fundadas... ya la había visto en la faena, nadie me lo platicó. Además se descaró totalmente conmigo, ya no le importó que yo me diera cuenta de sus aventuras. Como si el hecho de saber que yo era incapaz de decírselo a papá, lo confundió como una actitud de complicidad, incluso sentía yo que me veía como su secuaz. Así que delante de mí se exhibía ante los hombres que le gustaban. En el super mercado, en la calle, en los restaurantes, en su mismo centro de trabajo, etc., todos los lugares eran buenos para conseguir prospectos que la hicieran sentir llamativa y vigilada. Como ella misma decía cuando me molestaba la mirada insistente de algún desgraciado: "No te enojes, mi hijito, una tiene su pegue, fea no estoy... déjalos mirar, no pasa nada"

Algunos de esos tipos se llegaron a acercar a ella, atraídos por sus descocados flirteos y se presentaban con nosotros, iniciando una conversación con mamá. Los invitaba a seguir con nosotros y algunas veces les llegó a decir que yo era su sobrino, no su hijo. Desde luego que de mi parte también tenía broncas, pero poco o nada le importaba lo que yo opinara; hasta la fecha me sigue tratando como un niño estúpido. Es fecha que me sigue dando excusas insolentes, por su poco respeto hacia mi criterio, por su, ahora ya, degenerado comportamiento. Ya mi madre, con 40 años de edad, es una declarada bisexual y asidua participante del sexo en grupo, vulgo: orgías, así como del intercambio de parejas, en el que participa con entusiasmo con su tercer marido.

Desde luego que la seguí sorprendiendo en situaciones reprobables en casa, cuando ella descansaba y yo llegaba a salir temprano de la escuela, y a veces ni eso, pues aún llegando yo a la hora normal, alrededor de la 1pm, ella seguía allí, con su amante ocasional, bramando como olla exprés, gritándole que se lo hiciera de nuevo, que quería más.

El sujeto en cuestión escuchaba perfectamente que alguien llegaba a la casa, pues yo apropósito azotaba la puerta y hacía ruidos, pero ella le berreaba "que sólo era su hijo", que le siguiera dando verga, que no había problema.

Pocos, la dejaban a medias y preferían retirarse incomodados por mi presencia, mostrando algo de educación y consideración hacia mí.

Muchos, proseguían con lo suyo: Satisfacer sexualmente a ese volcán pequeño y redondeado con el que se habían topado.

De una u otra forma, a mí me resultaba un episodio sexual temprano.

Cuando interrumpía, mamá me acostaba con ella y me hacía cositas, decía ella. Me abrazaba de lado, contra su cuerpo y me estrechaba fuerte en sus pechos. Luego se desbotonaba la blusa y me ponía los pezones en la boca, pidiéndome que se los chupara mientras me tocaba mi pichita y huevitos con la mano libre. Otras veces se acostaba en pura ropa interior, calzón y brassier y me arrullaba en sus senos tan redondos y duritos. Luego me pedía que le diera masajes de espalda y cuello con aceite y se quitaba el sostén volteándose boca arriba en la cama y me pedía que le masajeara los senos pues le dolían mucho. Luego me pedía que le fregara las piernas y los muslos, el estómago y las caderas. Me pedía que me recostara en la cama, entre sus piernas y que le pusiera aceite en los muslos, pero por dentro.

Me iba acercando su pepa cubierta con calzón, me gustaba mucho pues se le veía muy bonito el calzoncito chiquito y muy pegadito, como que le hacía un bultito muy rico y yo, a mis casi 11 años me excitaba sentirme así, dominado por mamá, no sé cómo decirlo... me gustaba la perversidad de mamá; es que estaba muy bonita, cada día que pasaba se ponía mas guapa. Ya cuando tenía mi cara pegada a ella, a su vagina, frotándosela en mi rostro, se jalaba el calzón a un lado y me embarraba la vagina en las mejillas, en la frente y en la nariz, no me dejaba que me la frotara en mi boca, le olía muy feo, bueno para mi gusto, nunca me gustó ese olor nauseabundo de las vaginas. Hasta tiempo después logró convencerme de que se la chupara, en una ocasión en que yo necesitaba su permiso por escrito para ir a una excursión de la escuela y me hizo ver, disimuladamente, que si no le daba gusto, no me daría el tan ansiado permiso.

Así que después de que le pedí que se la lavara bien primero, le comí allí por primera vez. Salió del baño, por la noche, y se fue directo a mi cama, desnuda completamente y se me montó en la cara. De sobra está decir lo que gocé con esta humillación, me gustó verla allí, sobre mí, embadurnándome su raja mojada en la boca, mirando desde en medio de sus piernas blancas y llenitas y sus senos esféricos su linda cara, deformada por el deseo y la perversión, como los hombres se la ponían.... ¡yo también lo lograba! Me asqueaba el olor y el sabor, nunca los soporté, pero su imagen tan perniciosa era lo que me emocionaba tanto, saberla tan maléfica y tan bonita me gustaba mucho. Además, pude ir a mi excursión. Después ya me fui acostumbrando y se lo hacía cuando andaba muy necesitada, solamente. Rara vez yo se lo pedí, aunque alguna vez, ya de adolescente, si llegué a meterme solito entre sus piernas, a comerle su rajita pecaminosa. Cosas de joven.

Y cuando se quedaban, cuando a sus amantes no les importaba mi presencia, me ganaba la curiosidad y me acercaba a la recamara a espiar. Me llamaban mucho la atención los penes de esos individuos, sus diferentes volúmenes, sus apariencias, sus colores, sus testículos, los diferentes pelajes que los cubrían, si eran crespos y abundantes, si eran recortados o lampiños, en fin, sinceramente me gustaba mucho verles la verga a esos amigos de mamá.

Había algunas en verdad impresionantes, largas y muy gruesas, cabezonas y muy venosas, eran estas las que más hacían que mi madre gritara y maldijera cuando la estaban clavando con ellas. También eran las que más gozaba por la boca. Les hacía los honores con verdadera devoción, esto era lo que más me llamaba la atención, el sexo oral. Me imaginaba a qué sabrían, ¿qué sabor tendría una porronga de esas? ¿A qué olerían, olerían mal, como la vagina de mamá? ¿Por qué mamá se notaba tan prodigada chupando y lamiendo semejantes monstruos masculinos? ¿Qué gustillo tendría eso que ellos le daban a beber, unos más cantidades que otros, que les salía a chorros de allí y ella se tragaba con delectación y a veces con adicción visible? ¿O porqué a algunos les salía más que a otros? ¿Porqué algunos lo echaban con tanta presión y a varios apenas les colgaban unos goterones? ¿Tendría el mismo sabor salado de la mielecilla que mamá me daba de su rajita cuando se ponía tensa y me apretaba y casi me ahogaba con su peso sobre mí, entre sus piernonas?

También me gustaba mucho verla cuando las tomaba con su pequeña mano. Algunas no cabían en ella de lo regordetas que eran, sin embargo eso era lo que más me gustaba. Ver la manita de largas uñas de mamá rodear una cosota muy gruesa y notar cómo subía y bajaba descubriendo el orondo cabezón, volviéndolo a tapar y repetir muchas veces esa operación. Quería imaginar cómo se sentiría masturbar a un hombre tan guapo y bien dotado como los que a mamá le gustaban tanto, cayendo en múltiples contradicciones y dudas que un niño de 10 años, no entendía.

Mi verguita se ponía dura y paradita al ver esto último. Me provocaba mucha excitación ver las masturbaciones de mi mamá a esos penes tan grandotes y fuertes, hasta sentía que me picaban las manos. Y las tremendas mamadas que les prodigaba, a veces muy perdurables, me preguntaba si a mi madre no le dolería la boca de tanto sorber esos verdaderos postes.

1996

este año fuimos a León, Gto., a ver al abuelo paterno internado en un hospital por una añeja enfermedad, vi y escuché algo que me dejó marcado de por vida:

Los dos hijos del abuelo, papá y su hermano mayor, el tío Toño, quien vivía en California, se reunieron en la casa paterna y se turnaban, con mis dos tías solteras que vivían allí, para quedarse con su padre en la clínica, una noche cada quien. Desde luego que mi mamá le echó el ojo al tío desde que lo vio. De unos 35 años, de 1.90 de estatura y unos 90 kgs, un gigante, como a mi madre se los recetó... ¡ella sola!, ¿quién más?, muy gallardote y bronco, y por si fuera poco, solo. No llevó a su familia, se desplazó solo a León.

Al tercer día él ya andaba muy emocionado, no le quitaba el ojo de encima y siempre estaba muy cerca de ella, al pendiente de una señal. Mamá también le daba mucha puerta y con disimulo lo iba envolviendo, ¡si lo sabré yo! Si papá se salía un rato a la calle, ella se arreglaba bien y se maquillaba mucho. Se ponía una de sus faldas más cortas y se paseaba por toda la casa mostrándose, exhibiéndose a los ojos nerviosos de mi tío y las mirada envidiosas, decía mamá, de mis tías. Aunque yo sabía que ellas nunca la quisieron, no la veían con buenos ojos; ¿para qué me hago?, ya sabía yo por qué.

Si se sabían solos, aún conmigo presente, ella se le arrimaba demasiado y él no desaprovechaba la oportunidad de tomarla de la cintura y abrazarla "cariñosamente", sintiendo la redondita anatomía de mamá, apreciando con sus manotas de racimo platanero, los contornos de la humanidad pequeña pero picosa de mi madre.

Dándome de merendar mamá en la cocina, esa tarde anterior a ese noche que vi lo que vi, mi tío llegó de la cantina, borracho y de improviso sin importarle que yo estuviera ahí, se pegó a ella por detrás, tomándola de su cintura y paseándole toda la bragueta por sus nalgas encima de la apretada falda negra que traía puesta. Seguramente ella ya le había dicho que yo no le diría nada a nadie, que yo no era un problema, es más fácil suponer esto que buscar una explicación. Mi papá ya se había ido al hospital, a velar la noche del suyo. Mi tías estaban afuera de la casa, sentadas en el frente. Mamá recargada en la estufa, se quejó suavemente al sentir la protuberancia arrebatada de él punzándole el trasero respingado.

-¿Qué haces, cuñado?, le dijo sin siquiera voltear a verlo, ya sabía quién era.

-Ya no aguanto más, Lupis, estás para comerte.

-Mira cómo te pones... ¿pues qué tienes?, ¡suéltame!... no, ¡déjame!...

-Sí, me pones muy mal, mira... siguió restregándose en ella, casi levantándola del piso con sus empujones, sin hacer caso de sus quejas débiles, -mira como me pones la verga, mamacita.

Ella se volteó al sentir que él la soltaba un poco y se giró para ver cómo Toño se agarraba el bulto bien definido en sus pantalones para exponérselo.

-¡¿Qué es eso, Toñito?!, ¡mira cómo lo tienes!, le dijo mamá mirando sorprendida la furiosa erección de su cuñado.

-Así me traes desde que llegué, Lupita, te gusta?

-No sé, se te ve grande, pero no sé... no debemos...

Mi tío en el colmo del descaro se soltó el cinturón y se sacó el pepino más grueso que yo, y mi mamá, haya visto nunca. Una cosa enorme de grande por los 23 ó 24 centímetros, ya más o menos yo había aprendido a medirlas a la distancia, pero lo más destacado es que era demasiado... desmesuradamente gordo, obeso diría yo. Se lo sacudió casi en la nariz a mamá, que con sus 1.65 mts, con los zapatos de tacón, le llegaba casi por el pecho aquella auténtica cimitarra, pues aparte estaba curvada para arriba. Con una cabezota que parecía un tomate mediano e inmaduro, por lo dura que se veía la bolota.

-¡Madre santa!, la tienes bien choncha y muy inflamada... hay Toño, guárdala, me asustas... le dijo mamá mostrándose como la inocente cuñadita espantada... ¡y cómo no! era un auténtico rinoceronte esa corpulenta e infame bestia.

-Mira cómo me la pones, Lupe... vamos a coger allá adentro, ven.

-¡No!, ¿cómo crees?, ¡te confundes Antonio!, le respondió mamá a mi tío, muy indignada, pero si quitarle los ojos de encima al brutal cipote que le exponían.

En eso se oyeron los pasos de mis tías dentro de la casa y él se guardó la verga y se salió por la puerta que daba al patio, dejando a mamá muy nerviosa. Yo la miré fijamente y le hice una mueca, moviendo mi cabeza negativamente, reprobando lo que pasó. Ella simplemente se encogió de hombros y puso cara de "yo qué?, tu tío fue".

Por la noche me acosté con ella. Normalmente dormía con una de mis tías, pero cuando a papá le tocaba la guardia, yo me iba a la recamara con mamá. En una cama matrimonial ella leía con una pequeña lámpara encendida y yo estaba acostado de lado junto a ella, tapado hasta la cabeza sólo con uno de mis ojos asomándose apenas, hacia ella. Cuando dejó lo que leía y estaba por apagar la luz y recostarse, se abrió la puerta y entró mi tío Toño, cerrándola con cuidado detrás de él. Yo me hice el dormido, no pensaba que fuera a pasar nada, seguramente mamá lo rechazaría como por la tarde y, además, era muy arriesgado para él, pues las tías estaban a pocos metros de allí, sólo una pared dividía las habitaciones.

Se acercó a la cama. Sólo traía un pantalón de pijama, sin camisa, con el fuerte pecho desnudo y la pijama "jalada" de un lado por la erección con que ya venía. Mamá le preguntó que si se le ofrecía algo, pero él se sonrió con descaro y se acarició con una mano la cresta aquella, diciéndole...

-Se me ofrece tu boquita, Lupita linda.- se percibió su voz de borracho, seguramente no dejó de beber desde que llegó por la tarde.

-Por favor, Toño... ya te aclaré que yo no soy como supones- le quiso aclarar mamá, pero sin dejar de mirarle allí, en la insolente botella de shampoo de a litro que parecía traer adentro del pijama.

-Ahorita te convierto en lo que "yo supongo", mamacita chula... le respondió bajándose la pijama y aventándola de lado con sus pies. Plantándose con las rodillas pegadas a la cama junto a mamá y agitándose la vergona terriblemente erecta en la cara de ella que la veía con delectación y antojo... y yo también , no lo puedo negar. Era un manjar impresionante, muy grande y gruesísimo, que, a pesar de que sus manos eran muy grandes también, en ellas se veía mayúsculo y enorme.

-No, Antonio, por favor, quítamela de enfrente... vete... déjame en paz.

-Pues tócala y me voy, poquito... ándale.

-¿Lo prometes?

-Sí, ándale, agárramela tantito, Lupita.

-Bueno, conste ¿eh?, le respondió mamá y empezó a recorrer aquel desvarío de músculo y carne con sus manitas.

Mi tío, hasta de puntitas se ponía al sentir las caricias de mamá en su vergajo amorcillado y cabezón. Ella, estaba muy emocionada recorriéndolo de largo y ancho, masturbándolo con mucha calma. Y yo, sentía mucho calor, traía mi verguita muy dura, sentía muchas ansias viendo aquello. Aunque ya había visto a mi madre con una verga ajena en las manos, nunca lo había presenciado de tan cerca. Nunca había visto un pene que no fuera el mío, así de cercano y mucho menos uno como ese, formidable en dimensiones y apariencia, un bello pene en verdad.

Mamá se lo llevó a la boca, sin que mi tío se lo pidiera y empezó a lamerlo ávidamente todo, desde la boluda cabezota hasta la base, llenándolo de saliva y frotándolo de nuevo con sus dos manos, lubricando la chaqueta que le hacía. Luego metía su mano debajo para sopesar los majestuosos testículos, también de un tamaño notable, bellísimos.

-Qué huevotes... cuánta lechona guardaran- parecía que mamá hablaba sola, encantada del tamaño de las partes nobles de mi tío. Yo también estaba bien impresionado.

-Qué pasó, Lupis, no querías que me fuera?, le preguntó él cuando notó en ella esa devoción, esos elogios que distraídamente le hacía.

-No, no te vayas por favor... déjame gozarte estas locuras que tienes. Hasta se me hace que me equivoqué de hermano, qué bueno estás, Toñito.

-Lo siento, te lo prometí y te lo cumplo... me voy- le dijo a mamá, no sé si queriendo jugar con ella o haciéndose el importante cuando ella le dijo lo que le dijo.

-¡Taz jodido, cabrón!, hasta que no me des la lechota de este animal no te me vas.

-Jajaja, te dije que te iba a gustar.

-Sí, me gusta mucho, la tienes bien rica, méndigo, estás bien vergudote, Toño.

-Déjame cogerte, pá que veas lo que es bueno, ándale encuérate.

-No, ni madre. Si me dejo meter esta chingaderota voy a gritar como histérica, está muy gorda y yo me conozco, voy a despertar a tus hermanas, además Diego está dormido aquí, ¿no lo ves?

-Bueno, pos sácame la lumbre a mamadas, dale cosa linda, Lupita chula, mámamela bien.

-Sí... mmmhhh.... qué buena verga tienes cuñado... mmmhhh... qué dura y qué gruesa.... nunca había mamado una tan sabrosa... mmmhhh...

Mamá se esmeró de veras en sus feroces chupadas, ¡cómo aprendí esa noche!, ¡qué clases de sexo oral me dio sin quererlo! Era ya una auténtica campeona del cunni-lingus. El mastodonte de vergajo que tenía Toño, se desfiguraba en la boca y manos de mi madre que lo agobiaba con la lengua y los labios, con su pequeña boquita tan coqueta y engañosa, pues se le veía francamente chica, pero a la hora de comer vergas grandes, se manifestaba captadora y espaciosa.

Mi tío le sacó un pecho a mamá de la bata y se lo frotaba con sus grandes dedos, extasiado con su redondez y firmeza, pellizcándole el pezón bien erecto.

-Qué buenas tetas tienes, Lupita, mira qué hermosura!

-Pellízcamelas, jálame fuerte el botón... me gusta, le dijo sacándose de la boca lo poco que ya cabía de la hombría de su cuñado, pues ya la tenía demasiado deforme por los chupetones de mamá.

Esto, al parecer, fue el detonante de la locura absoluta de mi madre, pues a gritos le pidió a mi tío que se la metiera allí mismo.

-¿Sabes qué?, me valen madre tus hermanas, métemela ya... ándale ya no aguanto!

-¿Y tu hijo?, le respondió al verla cómo se sacaba la bata por encima de la cabeza, ni siquiera quiso perder tiempo desabotonándola, andaba ya como yo la veía seguido, cuando ya no respetaba nada, incontenible.

-¡A la chingada!, por él no te preocupes, dijo y descubriéndose totalmente de las cobijas, que la arropaban todavía hasta la cintura, las echó sobre mí y con fuerza me rodó hasta el filo de la cama, más allá, hasta que caí envuelto en las colchas al suelo, al lado del lecho...

-¡¡Hora sí, ven papacito, métemela toditita, sácame humo de la panocha con tu cañón, órale!!

Después de eso ya no pude ver más, todo era azotes y gritos, sacudidas y maldiciones de todos calibres. Quejidos y berridos lastimeros.

-¡Hija de la chingada, qué rico aprietas!

-Cómo no voy a apretarte semejante furgón de verga que tienes, cabrón...¡maldito vergudo!

-¡Te voy a reventar la papaya!, mendiga putona, cómo me hiciste batallar.

-Reviéntamela, reviéntamela toda... es tuya; pendejo ¿cómo querías que te las diera así nomas?, estás jodido.

-¡Chingas a tu madre!, pero ¿qué tal horita?, perra mamona.

-¡Chingas a la tuya!, ya cállate el hocico, mátame a vergazos, métemela hasta que te la acabes... dame verga... dame verga... dame mucha verga... aaahhhh....aaahhh... me vengo!

-Yo también, qué hago?

-¡Dámelos!, ¡dámelos adentro!... dámelos todos para guardarlos... Haaay cabrón, qué buen palo me echaste... Toñito... te luciste maldito... aaayyy, qué ricooo.....

Ahí, en ese preciso momento la puerta se abrió. Mis tías empezaron a gritar una sarta de maldiciones dirigidas a los dos infames y malditos traidores . Una de mis tías, la más joven, me cargó en vilo y me sacó de allí, "para que no seas testigo de semejante cochinada", me decía. ¿Si supiera cuánta cochinada había yo testificado y cuánta más me faltaba por testificar? La mayor se quedó con ellos. Por la mañana que mi padre volvió de la clínica, mi tío ya iba camino a Los Estados Unidos, ni se despidió de él ni de su padre.

Mis tías le dijeron a papá absolutamente todo, hasta lo que pasó en la tarde en la cocina, ya estaban espiando a mamá, era cuestión de tiempo solamente. El pleito fue gigantesco, los insultos de mi padre y tías a mamá eran de grueso calibre, ella ni se inmutó. El divorcio fue inevitable, cada uno volvimos por nuestro lado. Mamá y papá, separados, en medios y en días diferentes. Yo allá me quedé con mis tías, mientras se separaban legalmente. Papá peleó mi custodia, pero tibiamente, no quiso involucrar a sus hermanas como testigos de la ligera conducta de mi madre, así que ella se quedó conmigo, o yo con ella, como sea.

A los pocos meses mamá conoció al hombre de su vida , decía ella. El novio con el que se casó en segundas nupcias, el que me sacó el homosexual que yo SIEMPRE llevé dentro. Con el que, en un momento dado, llegamos a requerir que alguien nos gritara fuerte:

YA, LUPITA Y DIEGO... ¡CONTRÓLENSE POR FAVOR!

... CONTINUARÁ...