Y vivirás como mi esclava 1 (El regalo)

Un cumpleños, un regalo, una momento inmejorable para hacer balance del camino hacia la feliz esclavitud y sumisión.

  • Mueve tu magnifico culo hasta aquí, guarra.

La orden llega desde el salón y ella está en la habitación. Ha de ser rápida, su dueño se impacienta con facilidad. Sobre todo cuando se trata de usarla.

Comprueba que todo está en su sitio. El tanga y la desnudez están es su sitio. Él la deja llevar un minúsculo tanga cuando están en casa. Nada más. Ha de estar disponible para él. Ese es el primero de los mandamientos de la ley de su dueño. Pero sólo él dispone sobre su coño. Sólo él decide cuando esta cubierto o cuando está ofrecido; cuando está mojado o cuando no; cuando puede correrse y cuando debe aguantarse. Es dueño de toda ella, pero su coño es la posesión estrella. Igual que le pertenece a todo su dueño. Pero a lo que más pertenece es a su poya.

Se da prisa. Sale de la habitación y desde el pasillo observa la figura del hombre que es ahora su propietario. Está sentado en un sillón. Lleva aún puesto el albornoz tras la ducha. Una ducha en la que hace poco más de una hora ella le ha servido bien y ha recibido como premio su semen en el rostro y el permiso para ponerse el tanga. Él aún no se ha vestido.

Cuando está a punto de traspasar el umbral de la puerta del salón el hombre la detiene con un gesto de la mano. Ella se frena al instante.

  • He dicho que muevas el culo, perra ¿no lo has escuchado? ¡Cuando quiera que muevas las tetas te lo diré y tu lo harás! ¡Presta atención!

Ella supo enseguida el error que había cometido y se lanzó al suelo recorrió a cuatro patas el resto del camino hasta el hombre. Se presentó ante él y humildemente, para aplacarle, beso sus pies desnudos, luego giró y se colocó de espaldas a él mostrándole el culo que el le había ordenado que moviera.

  • Estoy aquí para lo que quieras- dijo al tiempo que comenzaba a mover lentamente sus caderas rítmicamente. Había recibido la orden de mover el culo y eso era lo que hacía. El hombre puso su pie sobre el magnifico culo que se ofrecía ante el pero no hizo fuerza, decidió dejar que las caderas de la hembra que le pertenecía condujeran su pie de un lado a otro.

La mujer escuchó el roce del albornoz contra el sofá y supo que el principal instrumento del dominio que aquel hombre ejercía sobre ella estaba al aire. La poya a la que pertenecía estaba al aire y era su obligación evitar esa situación. Otro de los mandamientos de su propietario era tan claro como el primero. La poya que era su dueña nunca podía estar a la intemperie. O la custodiaba la ropa o la albergaban cualquiera de los agujeros de la mujer que le servia.

  • Levántate de ahí, mala puta, ya has holgazaneado demasiado. Es hora de ganarte el derecho a estar a mis pies, ¿para qué sirves si no cuidas de esta cada vez que se me antoja?

  • Solo sirvo para recibir tu poya cada vez que lo desees, amo –dijo ella sabiendo que el hombre estaba masajeando su poya- ¿Quieres que te sirva con este culo que es tuyo?

La mujer meneó su culo más insinuantemente si era posible y lo apretó para que su dueño lo percibiera más firme, mas duro, mas dispuesto a otorgarle placer. No tardó en recibir la respuesta del amo y unos cachetes condescendientes sacudieron sus dos perfectas cachas. No eran dolorosos, eran casi como una marca. Un recordatorio de a quien pertenecía su culo, sus tetas y cualquier parte de su anatomía.

  • Nada te haría más feliz que ser enculada en este instante ¿verdad mala perra?- Dijo el hombre acariciando ahora el culo que ella mecía contoneante ante él- Te corres sólo de pensar que mi poya esté alojada dentro de ti, eres una zorra cachonda.

Ella estaba a punto de asentir, de decirle a su amo lo que esperaba oír. Que su máxima felicidad era sentir su poya dentro de cualquiera de sus agujeros, en su boca, entre sus manos, entre sus tetas o en cualquier otra parte de su cuerpo que él quisiera utilizar, pero no pudo hacerlo. El pie del hombre volvió a apoyarse en su culo y con un ligero empeñón  la empujo hacia delante obligándola a apoyar las manos en la mesa de centro que se encontraba algo alejada del sofá

  • No quiero que ese culo de zorra se aparte ni un milímetro de donde quiero tenerlo – dijo el hombre sin enfado pero con la firmeza del que sabe que sus órdenes se van a cumplir.

  • Como desees –se limitó a contestar ella mientras reculaba quedando apoyada casi en escuadra con las manos sobre la mesa y el culo a escasos centímetros de su propietario. El deslizó de nuevo el pie por el culo y lo introdujo entre las piernas de su propiedad. La mujer no tardó un segundo en separar las piernas para permitir que la del hombre pasara entre ellas y apoyara el pie en la mesa.

Había esperado que él se levantara y la enculara directamente, tomando posesión de lo que era suyo. Pero en cuanto vio el pie apoyado sobre la mesa supo lo que tenía que hacer. Comenzó a besar el pie y a lamer los dedos del hombre que comenzó a jugar con su tanga.

  • Estás ansiosa de poya, zorra. Demuéstralo

  • Solo de la tuya, mi dueño. No puedo pensar en otra poya. Sólo sirvo a tu poya –dijo ella antes de comenzar a chupar el dedo gordo del pie del hombre como si se tratara de su verga. Sus jugos empezaban a empapar el tanga y el hombre al que partencia lo notó

  • Últimamente has cometidos algunos errores dijo él –su voz era suave. Estaba jugando o estaba preparando el castigo. Ella no lo sabía.

En un solo movimiento arrancó el tanga dejando por fin al descubierto completamente coño y culo y lo descargo sobre una de las cachas a modo de látigo. No dolió pero presagiaba un castigo mayor.

La mujer dejo de mamar el dedo de su dominador y comenzó a besar sus pies. Un nuevo suave latigazo con el tanga destrozado hizo temblare su pies de excitación.

  • lo siento, amo. No quería ofenderte. Solo vivo para complacerte. Fue un error imperdonable. Nunca te negaré lo que es tuyo Y cualquier parte de mi es tuya.

  • Entonces ¿crees que mereces un castigo de puta para recordarte tus obligaciones?

Ella sabía a lo que el se refería. Días antes la había ordenado conectarse por Internet para recibir unas órdenes Y ella lo había hecho. El perfil del amo estaba abierto y ella esperó pacientemente pero el amo no le dijo nada y al final se desconecto. Ahora estaba recibiendo el castigo por ese insulto. Si el amo ordenaba ella obedecía. No tenía que pensar. No sin permiso de él.

  • Si amo merezco el castigo que me quieras dar – dijo mientras seguía besando el pie del hombre- Puedes desgarrarme el culo si así lo quieres.

El hombre sonrió y soltó otro displicente azote con el suave e improvisado flagelo del tanga. Sabía que ella no era culpable. Sabía que él había cometido un error al no fijar una hora concreta de conexión y otro al dejar conectado el chat cuando en realidad no estaba en el ordenador. La poya se le puso aún más tiesa. A punto de estallar. En la mente de su posesión no cabía la posibilidad de hacer otra cosa que satisfacerle. Podía haber intentado discutir, podía haber hecho ademán de rebelarse. Pero no lo hizo si el amo decía que había fallado es que había fallado. Se sintió complacido de esa entrega.

  • Una cosa es decir y otra es hacer, perra. Eres mi zorra y no debes de dejar de comportarte como tal.

Al menos mientras te castigo La mujer supo lo que tenía que hacer. Se mantuvo a fuerza

en la misma posición, pero apartó las manos de la mesa. Antes de llegar a posarlas sobre cada una de sus cachas habló

  • Esta puta que es tuya te suplica humildemente que la des permiso para servirte con su culo de zorra- dijo de corrido y sin respirar. El podía usarla cuando quisiera de la manera que se le ocurriera. Pero él era el dueño de su cuerpo. Ella tenía que pedir permiso para tocar una propiedad de su amo, aunque fuera su propio culo. - Permiso concedido –dijo él dirigiendo su verga ya completamente tiesa hacia la mujer- Clávate de una vez que me estas poniendo la poya como un tronco. - Al instante, amo –se apresuró ella al tiempo que ponía cada una de sus manos en una cacha y las separaba lo mas posible para ofrecer el orificio. El amo la penetró con un dedo de forma directa, sin miramientos.

Ella comenzó a recular hasta que sintió el capullo de su dueño chocar contra sus cachas abiertas. El hombre retiro el dedo del agujero y la propinó un sonoro cachete. - ¿Es que no sabes dónde está la poya de tu amo? ¿Voy a tener que enseñarte de nuevo como empalarte en mi verga?, ¿tan cachonda estás que no eres capaz de acertar? Ella ni siquiera respiró mientras cada pregunta iba acompañada de un azote. Tanteó con sus magníficas cachas hasta que sintió el bálano del que era esclava justo en la entrada de su culo, luego puso el tronco completamente recto tomo impulso con las piernas y de una sola sentada se clavó en la poya que tenía bajo ella para regocijo de su amo. El alargó las manos y las poso sobre los muslos de la hembra que se acababa de empalar a su capricho, manteniéndola quieta, con todo el miembro alojado en sus entrañas. Luego la soltó - Ahora sí quiero que se muevan esas tetas- dijo su dueño mientras su verga permanecía dentro del culo de su esclava- Quiero oírlas botar.

Al instante, la mujer enderezó el cuerpo y unió las manos detrás de la espalda. El hombre que la dominaba la agarró por las muñecas y ella comenzó a subir y bajar apoyándose en las piernas. Cada movimiento hacia bambolearse sus perfectos pechos que producían un sonido casi acuoso al chocar de nuevo contra el tronco. En cada subida la poya que era su dueña se deslizaba por el interior de su culo produciéndole un calor indescriptible.

En cada bajada volvía a ser taladrada de un solo empeñón.- Lo bueno de que te sirva alguien tan puta como tú, es que ni siquiera tengo que cansarme para disfrutar de un buen culo

  • Mientras me dejes servirte intentaré que usarme sea lo más cómodo posible para ti, amo.

  • No lo intentarás, lo haras. Y sin decir más, el hombre siguió exigiendo de ella que se empalara el culo en su verga durante casi diez minutos.

En ocasiones sentía los espasmos del miembro dentro de su culo pero la presa de su amo sobre sus muñecas seguía tirando de sus brazos hacia atrás, obligándola a continuar haciendo todo lo posible para ser satisfactoriamente enculada.

De pronto el hombre soltó las muñecas de su servidora y deslizó las manos por debajo de sus nalgas en un momento en el que estas estaban elevadas, volviendo a tomar impulso para una nueva enculada. Ella creyó que el amo se correría y luego ella recogería su semen con la lengua como era su obligación de hacendosa servidora, pero no fue así Las manos del hombre la empujaron hacia arriba, despegándola de la poya que la había taladrado el culo durante los últimos minutos. El impulso la hizo saltar un poco y acabar en la misma posición en la que había iniciado sus servicios: doblada en escuadra con las manos sobre la mesa y con el culo ofrecido a escasos centímetros de su dueño.

Creyó que iba a ser follada, pero de nuevo se equivocó Tardó un segundo en reconocer la sensación. Una lengua había pasado por los labios de su coño una sola vez, en un lametón furioso como el de un animal salvaje. Luego volvió a enseñorearse del coño de su hembra y se adentró en él vibrando como un abejorro furioso en ocasiones, aleteando como un ave en otras. Recorrió todos los pliegues del coño de la mujer hasta que esta comenzó a agitarse con una excitación que había comenzado en la salvaje enculada y que ahora se hacía irresistible.

  • Si te mueves un solo milímetro, paro –dijo el hombre frenando por un instante las acometidas de su lengua en su coño esclavo- No juegues con tu suerte.

  • Lo que digas, amo. Gracias amo. Y el hombre siguió saboreando el gusto de su propiedad. Mordisqueando los labios provocando ligeros estallidos que ella intentaba contener para no incumplir la orden de su amo y perder su placer en lamisca acción. Los labios se apretaban sobre la vulva mientras la lengua seguía su recorrido glotón e incendiario por los recodos del coño que se estremecía. Ella no podía más. Si coño se empapaba y estaba en el umbral de un orgasmo. Quiso aguantarlo. Estaba segura de que su amo no le permitiría un orgasmo tan fácil. Al fin y al cabo la estaba castigando por su negligencia. Pero llegó un momento en que no pudo más. La lengua le recorría cada milímetro del coño y los mordiscos en los labios la llevaban cada vez más irremisiblemente al orgasmo - Esta guarra cachonda te pide permiso para correrse, amo.

La negativa iba a llegar y con ella el castigo. Se contrajo para intentar contener la marea de su placer. Su amo apartó el rostro de su entrepierna y colocó en ella la mano.

Un dedo penetró en su coño

  • Adelante, pequeña guarra, te lo has ganado

  • Gracias, Amo. Su frase se confundió con un gemido que se transformó en un grito de placer mantenido cuando el orgasmo la inundo. Se mantuvo así casi dos minutos con el dedo de su amo hurgando en su coño y prolongando el placer del orgasmo hasta que su cuerpo perdió el control y sus caderas comenzaron a agitarse casi en contracciones. Sus piernas se cerraron atrapando la rodilla de su amo entre ellas y con esa rigidez la agitaron de nuevo en los últimos movimientos del orgasmo.

Inmediatamente, aun débil y convulsa por el placer se volvió y se arrodilló ante su amo. Él se frotaba la verga con los jugos que el coño de la hembra a la que dominaba había depositado en su mano. Ella se apresuró a ofrecerle su boca abierta y él no la exigió el permiso, le permitió engullir el miembro y comenzar a mamarlo ávidamente.

  • Hoy es un gran día ¿verdad esclava? Y esa sola pregunta le sirvió para comprender. El amo la había hecho un regalo, la había premiado.

Él no pediría perdón, pero reconocía sus errores y le había hecho un regalo de un orgasmo explosivo y maravilloso. Ella era suya. Eso ya nunca cambiaría.

Con la tranca de su propietario anegándole la garganta supo que él la castigaría si fallaba, la adiestraría si desconocía o la recompensaría si acertaba, pero no la apartaría de él nunca. La usaría cuando y como quisiera.

La había aceptado para siempre. La alegría hizo que redoblara sus esfuerzos en la mamada repasando el glande con su lengua una y otra vez hasta que logró una leve convulsión de placer de su amo.

  • Eres una gran mamapoyas. Tendré que regalarte algo –Y el hombre sonrió pícaramente-.

  • Soy tu mamapoyas, mi dueño –dijo ella con la verga en la boca y no sonrío. Su boca sólo servía para dar placer al hombre que la poseía y eso iba a hacer a conciencia. Ella también sabía hacer regalos.

  • Pero que guarra más magnifica eres – dijo el amo dejando que su propiedad tragara de nuevo la verga que gobernaba su vida por entero.

Ella celebró su cumpleaños sirviendo al hombre que la había convertido en esclava. Mientras deglutía su semen recordó como había llegado a esa feliz situación…

Continuará