Y un día fui infiel.

De cómo una joven mujer, llega a serle infiel al viejo esposo que dejó todo por ella.

Hola amigos de TR, espero que estén todos felices y contentos.

Antes que nada, quiero presentarme: Me llamo Juana, tengo 34 años, casada, desde hace diez años con un hombre treinta años mayor que yo, lo que quiere decir que mi esposo en la actualidad tiene 64 años, a punto de cumplir los 65.

Ustedes se preguntarán qué me llevó a casarme con un hombre que puede ser mi padre, pues los motivos son varios, el principal el económico, ya que mi esposo tiene mucho dinero, sin ser millonario, con él llevo una vida muy cómoda y holgada, cosa que de no haberme casado con él, mi vida sería de lo más común. Otro motivo que me enamoró en su momento, fueron las intensas y maravillosas relaciones sexuales que tuvimos. Antes de ser mi esposo, fuimos amantes, por casi cuatro años.

Cuando conocí a mi marido, él estaba casado, con una señora de su edad, yo tenía 18 años, y tenía todo el encanto y frescura que te da la edad, mi cuerpo y mi buena predisposición en la cama con él hicieron que mi hombre enloqueciera de amor, y después de 4 años de relación a escondidas, logré que se divorciara, y formara una nueva familia conmigo.

Físicamente soy una mujer a la que Dios le ha dado un muy buen cuerpo, pechos generosos, una boca, de labios carnosos y rojos que siempre están húmedos, piernas largas y torneadas, y un trasero importante.

Como les decía lo conocí a los 18 años, hacía poco que había terminado el colegio, y buscando empleo, me presenté al pedido de secretaria que había salido en el diario.

Él era  y es aún el presidente de una empresa de electrodomésticos. Recuerdo que él mismo me hizo la primera y única entrevista de trabajo, y, apenas lo ví, sentí cosquillas en el estómago, a pesar de la diferencia de edad, ese hombre maduro me había gustado y mucho.

Comenzó a hacerme las preguntas de rutina, y, le dije que no tenía experiencia ya que a mi corta edad, era la primera vez que salía a buscar trabajo, que si me daba el empleo, yo iba a superarme día a día, y que no iba a tener quejas de mi comportamiento, ya que necesitaba el trabajo. Me preguntó si estaba dispuesta a viajar, pues cada tanto tenía que acompañarlo con  sus compromisos laborales, le dije que no tenía problemas, era soltera y sin ningún tipo de compromisos, esa fue mi primer mentira pues yo estaba de novia con un chico de mi edad desde hacía 2 años. También tenía un amante casado y bien maduro, mucho más que mi futuro jefe.  Ya les iré contando esta historia, y así podrán conocer algo más de mi personalidad.

Me dió la oportunidad del trabajo, me tendría a prueba un mes y si yo respondía a las expectativas, el puesto de secretaria sería  mío.

Empecé a trabajar al día siguiente, aunque siempre quedó en claro que  yo no era lo que buscaba, porque necesitaba una persona con experiencia, pero que  veía con buenos ojos que siendo tan joven y bella, pusiera tanto empeño en querer trabajar. Lo que mi nuevo jefe aún no sabía, era que yo estaba dispuesta a hacer de todo, lo que él quisiera para tener el puesto, incluso no había descartado darle lo que me pidiera en la cama, haría de todo para ser su secretaria, y, si se podía algo más, pues debo reconocer que Manuel, era un maduro que me hacía sentir cosas extrañas, me sentía atraída por su personalidad.

Manuel en esos momentos, tenía 48 años,  llevaba la edad muy bien.

Era un hombre alto,  moreno, con el cabello corto, con bastantes canas. No era delgado, sin ser obeso, pero tenía ese cuerpo que demostraba que en su juventud había practicado deportes. Tenía manos grandes, en su dedo anular lucía una importante alianza de oro.  Usaba un frondoso bigote negro, entremezclado con sus canitas tan sexis.

Lo que más me impactaba de Manuel, era su masculinidad,  era muy varonil.

A pesar de mi corta edad yo no era virgen,  con mi novio manteníamos relaciones sexuales casi todos los días,   conocía mucho del placer sexual, y lo que había aprendido fue sin propornémelo,  según se  fueron dando los acontecimientos.

Mi novio, se llamaba Eduardo, nos hicimos novios en el colegio, hacía dos años.

Los fines de semana los papás de Eduardo solían irse a una casa de fin de semana que tenían fuera de la ciudad. Eduardo y yo nos instalábamos en el departamento dónde vivía con sus padres, y estábamos la mayor parte del tiempo en la cama.

A Eduardo le gustaba desnudarme y lamerme los pechos hasta hacerme desfallecer de placer.  Mis pechos eran generosos, blancos, con una aureola rosada, con pezones paraditos al menor roce.

También me follaba en todas las poses, le gustaba darme y recibir sexo oral.  Aprendí a disfrutar chupando su importante pene, al ser tan joven, tenía una erección tras otra, así fue como empecé a acostumbrarme a tener orgasmos tras orgasmos, cada día que pasaba me ponía más deseosa.

El día que conocí a Manuel, sentí que lo deseaba, soñaba con que me hiciera de todo con esa boca.

Recuerdo que ese día al llegar a casa,  Eduardo me estaba esperando en la sala, mi madre estaba en lo de la vecina y mi padre en el trabajo,  me abalancé sobre su pantalón y con desesperación me froté contra su pene,  al instante ya estaba duro,  sentado en el sillón,  abrí su pantalón y me apoderé de su polla,  cerré los ojos mientras la llevaba a mi boca,  en mi imaginación veía a Manuel, era el miembro de Manuel lo que yo me estaba tragando hasta mi garganta,  Eduardo gemía por mis lamidas,  al poco rato, sentí su líquido tibio que me llenaba la boca,  me lo tragué todo.  Esa noche, se quedó a cenar en casa. Se fue a su casa cerca de la medianoche,  como era costumbre,  fui a despedirlo hasta la puerta de calle, le dije,   mimosa,  que yo no había tenido nada a cambio,  que lo habíamos hecho todo muy rápido por temor a que regresara alguno de mis padres, que quería que me diera algo, antes de irse.

La calle estaba desierta,  así que me apoyó contra la puerta,  nos abrazamos y nos besamos largamente, me levantó la falda, me corrió las bragas,  me acarició mi vagina,  jugueteó con mi clítoris, y cuando estaba ya mojadita,  bajó mis bragas hasta las rodillas y de un empujón, me penetró.  Pocas veces lo hacíamos de parado, (y menos en plena calle)  porque generalmente usábamos la cama de sus padres, pero yo me había calentado tanto con Manuel, que me importaba nada dónde lo hacíamos,  nuevamente en mi cabeza rondaba la cara de Manuel, y en mi fantasía era él quién me estaba cogiendo.  Mis gemidos al correrme fueron  apagados por los besos que me daba Eduardo. ¡Qué rico me había follado en la puerta de mi casa!

Cuando despedí a Eduardo,  vi a mi vecino de enfrente que nos estaba espiando desde la ventana.  Era un viejo chusma, de unos 50 años, un hombre fuerte, con un prominente vientre,  piernas regordetas, totalmente calvo.

Al día siguiente, cuando volvía del trabajo,  estaba, mi vecino,  en la esquina de mi casa esperándome. Se me acercó  y me dijo que quería hablar algo importante conmigo. De mala manera, le contesté, (no me caía muy bien,  pues sus ojos cada vez que me veían me desnudaban),  le dije que yo no tenía nada que hablar con él, ni siquiera me interesaba lo que tenía que decirme.

-Pues mira niña, con esos aire de vampiresa, quiero que te acerques a mi negocio, quiero mostrarte algo, que te bajará a la tierra.

Se paró delante de mi,  bloqueando mi paso,  sacó un sobre con varias fotografías, en ellas estaba yo con Eduardo, follando en la puerta de mi casa. Era tal la calentura que teníamos que ninguno de los dos nos percatamos que la ventana de enfrente estaba abierta y el viejo mirando.

-Viejo de mierda,-le dije-. No me asusta usted,  ni sus fotos.

-Creo que tus padres se sentirán muy mal cuando vean a su inocente niña, como la follan en la calle. Te digo más, ven a mi negocio y las verás duplicadas en tamaño.

Sentí un terrible dolor de estómago cuando me dijo eso.

-¿Qué es lo qué quiere de mí?

-Es simple. Quiero hacerte lo mismo que te hace tu novio.

-¿Está usted loco? ¿qué se cree que soy?

-Eres una putita, y te quiero comer entera, te gustará, ya lo verás.

-Usted está loco.

-O te dejas o mañana por la mañana,  tus padres estarán al borde de un infarto, viendo las fotos agrandadas de la  putita hija que tienen. Tú eliges.

-¿No tengo otra opción?

-No, no hay otra, hace rato que te quiero comer, y no sabía cómo, no es la mejor manera, lo se, es la única forma que tengo para poder comerte enterita -mientras hablaba se relamía su boca inmunda, que se babeaba -pero te deseo,  muero por acariciar esa piel suave, besarte entera, chuparte toda...

-¡Basta, es un viejo degenerado!

-¿Y? ¿qué decides? ¿te dejas o no te dejas?

Pensé en mis padres, en el disgusto, el escándalo,  la vergüenza...

-Usted va a tenerme extorsionada y amenazada siempre, será un calvario.

-No, te doy mi palabra de hombre, déjame una sola vez, una sola, lo prometo y te doy las fotos y el rollo, lo juro.

-¿Cómo se que no tiene copias? ¿quién me asegura que usted no seguirá amenazándome?

-Te doy mi palabra. Te aseguro que la pasarás bien, te voy a tratar como una reina, una sola vez te pido, y nunca más, salvo que tú me busques y quieras que te haga cositas ricas.

-Por favor, ¿cómo se le ocurre que yo le voy a ir a pedir...?

-Te haré gozar nena, vamos ¿cuándo quedamos? ¡de sólo pensar lo que te haré, ya me puse duro!

-Yo no puedo de tarde, trabajo y no puedo faltar.

-Mira, podemos ir a mi negocio, que está a dos cuadras de aquí, y nadie se enterará. Oye, ven a ver las fotos y verás que no miento, y por tu bien y el de tu familia, se cariñosa conmigo, sólo una vez.

-Esta noche,  cuando se vaya mi novio, me espera en su comercio, con la puerta abierta, mis padres estarán durmiendo y puedo escaparme unas horas.

-Ok.

Como se abrán imaginado, mi vecino,  era el fotógrafo del barrio,  siempre solíamos ir con mi madre a ver el escaparate con las fotos que sacaba el viejo, en casamientos, cumpleaños, comuniones, etc. ¿Y si se le ocurría poner una de mis fotos en la vidriera? ¡Dios mío! debía ser cariñosa con él, aunque me despertase sólo asco y repulsión, debía conseguir los negativos porque no me lo sacaría más de encima al muy sinvergüenza.

Mientras cenábamos mis padres,  Eduardo y yo, me preguntaron que me pasaba que estaba tan callada, inventé un terrible dolor de cabeza, y un gran cansancio. Así que despedí muy rápido a Eduardo que se fue a su casa, sin nada a cambio, como era su costumbre de todos los días.

Apenas Eduardo dobló la esquina, vi que mi vecino salía en su auto y se fue camino a su comercio a pocos metros.

Entré a mi casa y cuando vi que mis padres ya se habían ido a dormir, salí en puntas de pie.

Fui corriendo hasta el comercio, se veía todo muy oscuro,  apreté el picaporte, la puerta se abrió y ahí estaba, detrás del mostrador,  el asqueroso.

-Buenas noches, Juana, acércate, no tengas miedo. Por favor, cierra con llave la puerta.

Mientras yo ponía el cerrojo a la puerta principal, se levantó y abrió la puerta de una sala que estaba al fondo del local.

Prendió las luces y lo que ví me dejó atónita.

En la pared había colgado unas diez fotografías, donde se veía claramente la puerta y el número de mi casa, y una pareja parada, Eduardo y yo, en forma bastante comprometida, que no dejaba ninguna duda de lo que estábamos haciendo.

El tamaño de las fotos eran como una  tapa de las revistas de actores de televisión.

En la tercer fotografía, se podía apreciar nítidamente, que para facilitarle la penetración a mi novio, yo había levantado una pierna y la había enroscado en sus caderas, en otra se veía media cara mía,  con los ojos casi en blanco, que alguien con un poco de imaginación se daba cuenta que era la cara de puta que ponemos las mujeres cuando nos corremos.

-No me digas que las fotos, no te excitan, yo estuve todo el día tocándome y duro viéndolas, mamasita, estás tan rica.

Y se tomó por sobre el pantalón, el pene duro y me mostró el bulto que tenía.

-Mira, es toda para tí. Se acariciaba el paquete y su cara se transformó,  era la cara de un depravado sexual.

Se acercó y me levantó el cabello, y comenzó a lamerme la nuca y los hombros.

-Siente esta lengua putita, te va a lamer toda la noche, ya verás.

Y comenzó a besarme el cuello, fue subiendo hasta mi boca,  forzando con su lengua abrió mi boca,  recibí su lengua, con asco, su lengua buscó la mía, se la dí, las lenguas se rozaron, y lo dejé que me besara lo que quisiera.

Tenía puesto un pequeño vestido liviano,  que desabrochó y  rápidamente cayó al piso.

Y ahí estaba yo, en ropa interior dejando que un viejo regordete me toqueteara e hiciera de todo con mi cuerpo.

-Mírate que primor de mujer,  y eres toda para mí.

Se agachó y empezó a besarme los talones,  fue subiendo hasta llegar a mi entrepierna,  allí se topó con la tela de mis bragas, las besó, me la fue quitando, cuando tuvo mis bragas entre sus manos, las olió, se la llevó a la boca y la babeó toda, mientras  murmuraba...

-Exquisita, mmmmmmmm

Me sentó en el borde de la mesa que estaba allí a modo de escritorio.  Se sentó en una silla,  acomodó mis pies en el borde de la silla, y comenzó a besarme nuevamente desde los pies a la cintura.

Yo lo dejaba hacer sin emitir sonido alguno,  frente a mi tenía las fotografías,  y por temor a lo que pudiese pasar,  cerré los ojos y me dejé llevar.

Me tomó de los hombros y recostó suavemente mi espalda sobre la mesa.  Fue bajando siempre lamiéndome toda hasta llegar a mi nidito tan deseado,  abrió mis piernas y las enroscó en su hombro y comenzó un recorrido con su lengua que me hizo excitar al máximo, tal cual él me había dicho.

Pasó su lengua en mi agujerito, y la fue entrando dentro mío como un pene, la entraba y la sacaba,  luego fue recorriendo toda mi vulva, besando mis labios mayores, luego los menores, los besó eternamente,  metió toda mi vagina en toda su boca, mientras su lengua me chupaba lascivamente.

Mis jugos comenzaron a fluir,  llegó a mi clítoris y comenzó a sacudirlo con su lengua.  Tenía una lengua húmeda, muy blanda, no era como la lengua de Eduardo que era más suave, esta era rugosa, áspera, pero la movía de tal manera que me hizo estremecer de placer.

Con la punta de su lengua, frotaba mi clítoris, lo bordeaba, era tan grande el placer que sentía que tuve mi primer corrida.  Mis jugos salían a raudales,  el vecino se los tragó todos.

Siguió besándome toda, pero esta vez fue a mis senos, que aún estaban con el sostén puesto,  lo sacó de un tirón,  mis pechos saltaron directo a su boca libidinosa, los iba besando de a uno, por un largo rato,  apretaba con sus labios mis pezones rosados.

Luego de dejar mis pezones morados de tanto chuparlos y morderlos suave, fue bajando nuevamente hasta mi vagina que ardía y latía,  estaba toda baboseada,  les aseguro que no quedó nada de mi cuerpo sin que haya chupado deliciosamente.

Nuevamente su lengua se metió en mi cachuchita, y volvió a lamerla, pero esta vez me hizo sentir un placer distinto, algo que no sabía muy bien que era, me sentí pletórica y logró hacerme rogar que no parara, que siguiera, que quería más de eso que me hacía. Me di cuenta que lo distinto era su dedo índice que se estaba internando en mi ano.

Nunca  había tenido una lengua en mi clítoris y un dedo dentro de mi ano, y la sensación era maravillosa,  lo movía en forma circular mientras apaleaba mi botoncito mágico.

Mi placer era tan enorme que gemía y me revolcaba sobre la mesa, mientras con mis manos sostenía su cabeza frotándolo contra mi vagina.

-Ahhhhh, ahhhh,mmmmmm qué rico lo que me haces, ahhh! ahhh, así, así, si, así!!!

Mi corrida fue tan estruendosa, que hasta yo no lo podía creer.

Luego se  puso de pie y se quitó los pantalones y me mostró su pene duro.

-Míralo, tómalo, bésalo.

Me puse de rodillas, me costaba encontrar su pene pues lo tapaba la grasa de su abdomen.

Era un viejo que podía ser mi abuelo,  gordo,  lleno de grasa,  pero hay que reconocerlo, logró hacerme perder la razón,  lo único que deseaba en ese momento era que no terminara nunca de chuparme así como lo hacía.

Esa noche conocí lo que era el morbo,  porque realmente, una chica como yo, de 18 años,  llena de juventud y belleza que se dejara sobar y toquetear toda por casi un anciano, era solo para una mente morbosa y sucia como descubrí que era la mía.

De rodillas, y con la cabeza casi bajo de su abdomen,  busqué su polla con desesperación, y ahí la encontré dispuesta y tiesa para mi.

La tomé con ambas manos y la acaricié,  con la punta de mis labios comencé a besarla,  pasándole la lengua de punta a punta, lo besé con deleite, le chupé los pelos y hasta los testículos, la fui poniendo suave dentro de mi boca,  hasta que toqué mi garganta,  la saqué, y  la froté contra mis mejillas,  la pasé por toda mi cara,  y la volví a chupar.

El vecino me empezó a follar por la boca.

La tenía tiesa como una roca,  se recostó en el piso, y yo me subí arriba de él.

Poco a poco me fui sentando sobre su polla,  hasta tenerla toda adentro. Me tomó de las caderas, y comencé a cabalgarlo, apoyando mis rodillas sobre el piso.

Mi cuerpo se mecía hacia los costados, hacia arriba, hacia abajo,  le puse mis tetas sobre su boca, para que me las siguiera chupando,  mientras yo lo follaba a él.  Volví a correrme.  Me dijo que quería terminar en mi boca, y volví a chupársela toda,  a los pocos segundos largó todo su semen tibio y pegajoso dentro de mi boca,   lo tragué con ganas.

Caímos extenuados en el piso.

-Te dije que la pasarías bien, putita.

-Me darás los rollos y las fotos?, yo he cumplido.

-Yo también cumpliré, pero aún falta algo.

-¿Qué?

-Me quiero comer tu trasero.

-¡No!, nunca lo hice.

-Bueno, esta noche, dentro de un tiempito, espera que me recupere un poco,  quiero degustar ese culito precioso.

-¡No!, nunca lo hice, no!

-Te va a gustar, te gustó mi dedo en tu culito,  ya lo verás, hoy te dije que te haría gozar, y lo hice, ahora te digo que no te vas hasta que no me coma ese trasero rico.

Nos abrazamos y nos seguimos besando y tocando, también hablamos mucho.

Me contó que siempre me había tenido ganas, pero por la diferencia de edad y por temor a mi rechazo,  sólo se conformaba con masturbarse en mi nombre.

Cuando me vió follando con Eduardo,  sin dudarlo me fotografió,  para poder masturbarse mirando mis fotos.  Luego pensó que la única manera de hacerme suya era así como lo hizo,  pues sabía que yo nunca me iba a acostar con él, no sólo por la edad, sabía que era un hombre sin atractivo físico, y eso fue lo que lo llevó a tal acto,  quizás despreciable, aunque me confesó que jamás le hubiese hecho llegar las fotos a mis papás,  hizo la prueba, y le salió todo perfecto.

-Me gusta tu sinceridad, por lo tanto te daré un premio.

-¿Cuál?

Me sentí nuevamente excitada. Me puse en la posición de una perrita. Abrí mis nalgas, le ofrecí mi trasero.

-¿Conoces el beso negro? -me preguntó-.

-No, ni idea que es.

-Ese imberbe, nunca te dió un beso negro?

-No, jamás.

Abrió mis nalgas, y comenzó a pasarme la lengua, haciendo un recorrido desde mi vagina,  hasta llegar al agujerito de mi ano, iba y volvía, yo comencé a sentir que la lujuria se había apoderado de mi razón,  su lengua babosa y áspera iba de mi clítoris a mi ano,  dejando su babasa en todo el recorrido, se detuvo justo allí en el orificio,  su lengua se movía en el agujerito de mi ano, se quedó allí, intentando entrar como un pene, luego volvió a lamerme el clítoris.  Su dedo índice fue entrando lentamente por mi orificio empapado de la saliva que me había dejado,  lo movía en forma circular,  luego fue entrando el dedo anular, lentamente, su lengua en mi clítoris,  sus dos dedos dentro de mi ano,  me hicieron alcanzar el cielo con las manos. En ese momento tenía enterrado los dos dedos hasta el fondo de mi ano.

¡Qué rico se sentían esos dos dedos regordetes escarbando dentro de mi trasero!

Era muy excitante lo que me hacía,  con mis propias manos abrí al máximo mis mis nalgas, yo le dije que hiciera lo que quisiera con mi ano,  pero que hiciera algo ya, que no daba más de calentura.

Intentó penetrarme con su polla dura, tres veces, pero no pudo.  Al cuarto intento,  me ensartó y me penetró los primeros cinco centímetros de su polla,  me tomó de las caderas y empujó con fuerza hacia adentro,  enterró toda su polla entera hasta el fondo,  sentí como un desgarro y un dolor intenso,  pero me quedé quietita cerrando los ojos y soportando el dolor, porque a la vez ese dolor me daba placer.

Quedamos abotonados como dos perros.

Mi vecino empezó a moverse dentro mío,  sentía su respiración entrecortada en mi nuca.

Comenzó con un entre y salga lento, suave,  con sus manos en mis caderas iba hacia los costados, me estaba follando a su antojo.

Mientras me cogía rico,  me preguntaba:

-El imberbe de tu novio, alguna vez te cogió así?

-Nunca.

-El imberbe de tu novio, te ha chupado como yo?

-Jamás.

-¿Te gustó hacerlo cornudo?

-Si, me encantó, me gusta que sea cornudo.

-Se merece los cuernos, por no hacerte estas cositas ricas.

-Si, se lo merece.

-¿Lo volverías a hacer cornudo conmigo?

-Si, siempre.

Mientras hablábamos, su pene entraba y salía,  mi trasero se había tragado una polla por primera vez, y Diosito querido, cómo me gustaba!.

Pasó una de sus manos hacia adelante y me frotó el clítoris maravillosamente, sus testículos golpeban mi trasero,  el ritmo de su penetración cada vez era más violento,  hasta que su lechita me inundó el culito.  Su polla decaída fue saliendo de mi ano del cual chorreaba semen,  pasó un dedo y lo humedeció con su leche y lo metió en mi boca, yo se lo lamí todo y me tragué los restos que habían quedado.

De más está decir que antes de volver a mi casa,  delante mío destruyo las fotos y los rollos. Fue un caballero, yo volví muchas veces a buscarlo y a gozar señores.

Cuando llegué a mi casa, ya eran las 5 de la mañana, mis padres seguían durmiendo plácidamente.

Me acosté vestida, debía levantarme a las 8.

Mi último pensamiento antes de dormirme fue que:

Había hecho cornudo a Eduardo y no sentía remordimientos.

Me sentía una puta y me gustaba.

Si era cariñosa y bien puta con un hombre, podía conseguir lo que quisiese.

Descubrí que era morbosa y sucia, y gozaba con ello.

Supe que Eduardo seguiría siendo cornudo.

Supe que volvería a buscar a mi vecino, la había pasado muy bien y quería más, mucho más.

No me acordé nunca de Manuel, sólo me dediqué a gozar.

Me dormí.

A las 9 de la mañana, entraba a la oficina, radiante, recién bañada y perfumada.

No había forma de que mis pezones dejaran de estar en punta,  los tenía morados y me ardían de las lamidas y besos que me había dado mi vecino,  el roce con las puntillas de mi corpiño, hacía que se notara que siempre estaban duros y parados.

Preparé el café como me había enseñado Judit, me había dicho que el jefe quería que le sirviera el café y le alcanzara todos los diarios del día.

Dejé los diarios sobre el escritorio de Manuel,  y me dispuse a preparar el café,  cuando sentí que abría la puerta de la oficina.

Me di vuelta y con mi mejor sonrisa lo saludé.

-Buenos días, señor.

-Buenos días Juana, ¡qué bien se te ve esta mañana!. Para mis adentros pensé que gozar como una perra teniendo sexo,  me ponía radiante.

-Gracias señor,  ya le sirvo el café.

-Gracias Juana.

La noche caliente que había tenido, me hacía ver muy femenina y muy hembra, es que el buen sexo así me ponía,   Manuel nunca se enteraría de las cosas que había hecho y me hicieron.

Me había puesto una falda tubo negra, unos diez centímetros sobre la rodilla,  una camisa blanca abierta hasta donde empezaban a asomar mis senos,  entallada, sobresalían mis pechos jóvenes y turgentes,  tras la transparencia de la tela, se veían las puntillas de mi corpiño,  no mostraba nada, pero sugería mucho.

Era alta y con mis tacos lo era mucho más.  Llevaba el cabello suelto.

Con andar felino me acerqué a Manuel y le serví la taza de café.  La mirada inquieta de Manuel seguía todos mi movimientos, una vez que le serví el café,  me hice uno para mi, y me senté en mi escritorio,  crucé mis piernas provocativamente,  mi jefe miraba mis piernas sin ningún disimulo.  Desplegaba el diario, pero me miraba a mi y no leía las noticias,  yo me hacía la desentendida,  pero no me perdía nada de lo que él hacía.

A los quince minutos,  me pidió que le alcanzara el nuevo proyecto en el que estaba trabajando,  se lo acerqué y sus dedos acariciaron mis manos,  recibí la caricia, y le sonreí.

A la hora del almuerzo me invitó a comer, pero fuera de la oficina, y acepté, salimos juntos y nos fuimos al bar de la esquina.

Mientras comíamos, me dijo:

-Juana,  eres muy bonita,  me gustas mucho,  no se como aún no te he comido a besos,  pero sabes,  pienso que eres más chica que mi hija menor y eso me contiene.

Lo miré a los ojos,  acerqué mi cara a su boca y le respondí;

-Señor, yo no soy su hija,  soy una mujer.

-Eres una mujercita preciosa que ya me está quitando el sueño.

Acarició mis cabellos,  acercó mi cara y me dió un beso suave en la boca.

-Mejor volvamos al trabajo,  no se cuanto más pueda resistir.

Me pidió si podía quedarme una o dos horas a trabajar después de hora así podíamos terminar el proyecto que había empezado,  le dije que me quedaría.

Cuando se fueron todos los empleados, quedamos los dos solos.

-Mira,  en realidad Juana,  quería quedarme a solas contigo,  no me interesa nada más que estar contigo a solas.

-Señor usted me halaga mucho con lo que dice.

-¿Sabes algo?,  sólo quiero hacerte el amor,  besarte mucho,  pero pienso en tu edad y me detengo.

-Y si yo le pidiera que no se detenga? que avance, soy una mujer, no soy su hija.

Mientras le decía esto me fui acercando,  sus brazos se extendieron y nos fundimos en un abrazo intenso.

Comenzó a desabrochar mi camisa,  besó mi cuello, y mis orejas,  y toda la cara,  yo respondía a sus besos pasándole la lengua por la nuca,  nos dimos un beso largo y ardiente.

Se sentó,  desabrochó su pantalón y sacó su pene,  no era tan grande,  lo llamativo era su grosor.

Me agaché,  me acomodé entre sus piernas y comencé a lamerlo a lo largo, le bordeaba toda la punta con mi lengua,  mientras se lo acariciaba con ambas manos,  la polla de Manuel se iba poniendo cada vez más tiesa dentro de mi boca,  se la chupaba con deleite.

Manuel con ambas manos tomó mi cabeza, y comenzó a gemir...

-¡Nenita, qué rico! mmmmmm, qué bien lo haces!

Me paré entre sus piernas,  me quité el sostén,  y le ofrecí mis senos para que los chupara.

Lo hizo suavemente,  sentía dolor, ardor porque hasta hacía un par de horas mi vecino me había hecho lo mismo durante mucho tiempo,  pero era el ardor y el dolor que da el placer.

Mientras me lamía los pechos,  me quitó la falda y luego las bragas,  me tiró sobre la alfombra de la oficina.

Y por fin se cumplió mi fantasía,  esa boca que tanto deseaba estaba besando mi vagina,  mi clítoris inflamado recibió su lengua y tuve una corrida y luego otra.  Me puso de espaldas,  me lamió,  me puso en cuatro patitas y me penetró por delante intensamente.

Mi jefe me estaba follando sobre la alfombra de la oficina.

Desde ese día nunca más nos separamos. Hicimos viajes al exterior, por trabajo y también para descansar.

Tuvimos increíbles relaciones sexuales. Poco a poco logré que se fuera alejando de su esposa,  yo era celosa y quería que me diera toda la lechita rica a mi, no quería compartir nada con ella,  así fue que teníamos relaciones todos los días.  Por la mañana, por la tarde, de noche también.

Manuel en la intimidad me llamaba "Insaciable"

Cuando sabía que debía ir a su casa,  le sobaba el pene, varias veces en el día,  sabía que no tenía resistencia,  lo dejaba seco, para que no pudiese hacer nada con su esposa.

Al mes en la oficina los otros empleados me llamaban la putita del jefe.

A los seis meses ya era la puta oficial del jefe.

El primer año de relación,  me alquiló un departamento para que me fuera a vivir sola y me regaló un auto. Fue el momento en que dejé definitivamente a Eduardo.

El segundo año, tomaba las decisiones en el trabajo que yo le sugería.

Al tercer año hacía en la empresa lo que yo le decía.

Al cuarto año,  me planté y le dije que quería formar una familia con él,  o de lo contrario, no me tocaría más un pelo.

Me mantuve firme durante un mes, nada de sexo, nada de lamidas de pene que tanto le gustaban.

Manuel estaba abatido sin mi cuerpo. Hasta que al final, conseguí después de varios escándalos de la esposa que no aceptaba que la dejara por una mujer más chica que su hija menor, la abandonó definitivamente y se vino a vivir conmigo al departamento.

Mientras esperaba que salga el divorcio,  nos pusimos a buscar casa para vivir una vez que nos pudiésemos casar.

Llegó el divorcio,  nos casamos,  nos mudamos a nuestra actual casa. Seguimos juntos desde hace diez años.

Nuestra morada está ubicada en un barrio cerrado,  tiene dos plantas,  jardín , dos cocheras, y en la parte de atrás  tenemos una piscina, rodeada de un verde césped.

Nunca en este tiempo le fui infiel,  no necesitaba otro hombre porque Manuel me daba todo lo que quería,  me daba sexo del bueno,  me satisfacía,  pero todo tiene un comienzo y un final.

Hacía un tiempo, Manuel ya no me excitaba como antes. Por más empeño y buena predisposición que tenía Manuel,  ya no era un niño, y no me satisfacía. Empecé a  a poner excusas, porque no es que me diera asco, pero casi, casi que no me calentaba nada.

Sus carnes se habían puesto  fláccidas,  por más ejercicios físicos que hiciera, era un hombre a punto de cumplir los 65 años.  Su polla ya no estaba tan dura como a mi me gustaba, dura, bien dura dentro mío.

Aparte había engordado algo, su vientre ya no era plano, su cabello estaba raído y sus vellos blancos. Últimamente me la pasaba fingiendo orgasmos, cuando me montaba.

De la única manera que conseguía orgasmos verdaderos era con su lengua,  pues Manuel  hacía milagros con ella, sabía moverla y dónde ponerla. De esa manera me hacía correr varias veces seguidas, Manuel quiso ponerle un poco de pimienta a las relaciones sexuales, trajo de uno de sus viajes,  unos juguetes de distintos tamaños y grosor.

Había tomado por práctica, penetrarme por delante con uno de esos juguetes,  mientras me daba por atrás,  la pasaba bien,  pero yo quería polla de carne joven,  no me interesaban los juguetes,  aunque por el momento era lo que tenía.

Estaba pensando muy seriamente en buscarme un amante joven,  casado,  pues no quería problemas, ni perder el confort y la vida holgada que llevaba.

Estábamos en la cocina, desayunando,  Manuel,  leyendo el diario antes de irse a la oficina,  yo estaba de mal humor,  este sexo insatisfecho que tenía me alteraba,  no hacía más que pensar en tener una polla dura como una roca,  bien adentro mío.

Acompañé a Manuel hasta la puerta,  ya se iba hacia la oficina,  me dijo:

-Mi vida, como pronto comienza el calor sofocante,  contraté una empresa para que vengan a poner en condiciones la piscina.

-Buena idea,  hay que limpiarla y darle una mano de pintura.

-Al mediodía vendrán a hacer el trabajo,  en tres días estará lista y podrás dorarte al sol y darte unos buenos chapuzones.

-¡Qué bueno!

-Espero verte a mi regreso con mejor humor. No me gusta que estés molesta.

-No lo estoy. (Quiero verga dura y joven y se me pasará todo), por supuesto ese fue mi pensamiento.

Manuel se fue,  y yo me puse a hacer mis quehaceres domésticos,  la sirvienta estaba enferma y no vendría en toda la semana. Aunque la limpieza la hacía la chica que iba a casa de mi vecina.

Al mediodía vino la chica de la limpieza,  mientras ella se dedicaba a lustrar,  sonó el timbre y aparecieron dos muchachos que me dijeron que venían a limpiar la piscina.

Ya me había olvidado que Manuel, me lo había dicho.

Los hice pasar y los llevé hasta la piscina,  vieron que hacía falta y se fueron a buscar las herramientas necesarias quedando en volver en una hora.

Cuando volvieron yo estaba despidiendo en la puerta a la chica de la limpieza,  pasaron a mi lado y se fueron hacia la piscina.

Terminé de almorzar y me fui a mi habitación,  desde la ventana veía a los jóvenes trabajando.

Se habían quitado la camisa,  podía apreciar sus bellos y jóvenes cuerpos.

La piel tostada por el trabajo que hacían,  los músculos de sus brazos marcados, ambos tenían el abdomen plano y sin grasa.

-¡Qué ricos están, Dios mío! lo que daría por tener algo así en mi cama.

Los jóvenes volvieron al día siguiente,  poco antes del mediodía, desde la ventana de la sala me puse a espiar todos los movimientos que hacían.

Me había impactado el mayor, que rondaría los 30 años,  era una belleza de cuerpo y cara,  el otro un poco más joven,  quizás 25 años.

Estaba muy excitada,  busqué uno de los juguetes que usaba con Manuel, me recosté en el sillón de la sala,  me quité las bragas,  levanté mi vestido,  comencé a tocarme los senos,  abrí mis piernas,  con mis dedos empecé a rozarme el clítoris,  mientras con la otra mano puse en marcha uno de los juguetes que usaba con Manuel, el más grande,  cerré los ojos,  mis gemidos eran susurros,  tuve una corrida.  Abrí mis ojos,  y frente a mi estaba el joven que tanto me había gustado.

Cuando lo ví no supe que hacer de la vergüenza.

Adelantó unos pasos hacia mí,  mientras me decía:

-Señora,  debe ser difícil la vida al lado de un anciano,  pero aquí estoy yo,  para servirle, para darle verga, para que tenga, reparta y guarde.

CONTINUARÁ.