Y un día fui infiel (4)

Él no tuvo reparos en mi poca edad, siempre me trató en la cama como a una puta veterana, creó una máquina sexual. Fue mi maestro y me acostumbró a gozar, sin límites.

Para entender esta historia,  les sugiero leer los relatos anteriores.

http://www.todorelatos.com/relato/83646/

http://www.todorelatos.com/relato/83866/

http://www.todorelatos.com/relato/84284/

No había visto más al mecánico ni a su sobrino,  no quise arriesgar lo mío. Yo buscaba eso,  una o dos buenas folladas y hasta nunca.

Había que ser prácticos en la vida y yo lo era.

Ya habían pasado cerca de dos meses,   me comportaba con mi esposo como la más fiel de las mujeres,  él no tenía quejas sobre mi comportamiento,  cada vez que llamaba yo estaba en casa,  y si iba a algún lado mi marido lo sabía.

Sabía dónde encontrarme,  mi móvil siempre estaba prendido.  Resumiendo,  Manuel me tenía una confianza ciega.  Cada vez que tuve un desliz,  por la noche a pesar del cansancio por las revolcadas que había tenido,  lo incitaba para que me cogiera.  Me costaba empezar,  pero una vez que mi marido empezaba a tocarme y a lamerme,  mi reacción era como si hiciese veinte años que no tenía un orgasmo.

Dada mi juventud,  Manuel quiso empezar a tomar la pastillita,  porque treinta años de diferencia en algún momento iban  a notarse mucho más de lo que se notaban.

Yo le dije que a mi me satisfacía y que no tenía ojos para otro hombre. (Mentí un poquitín) Le decía que si eso a él lo hacía sentir con más confianza,   que fuese a un sexólogo,  que se hiciese los estudios pertinentes.  Manuel seguía mis consejos y hacía lo que yo le decía siempre.  No tomaba una sola decisión sin mi consentimiento,  y eso era en todos los planos de nuestra vida,  desde mucho tiempo antes de casarnos.

Tal era su apego a mi que se había separado de sus hijos,  los cuales junto a su madre,  después del divorcio se mudaron a una ciudad a unos 350 km.  Hablaban ocasionalmente por teléfono,  se saludaban para Navidad, o se mandaban de vez en cuando un correo.

Ya faltaba poco para la Navidad.

Una noche mientras cenábamos sonó el teléfono,  era la hija menor de Manuel,  ella era cuatro años mayor que yo,  y, una de mis enemigas declarada. Me odiaba tanto como su madre.

Me culpaban de haberles robado a una al padre,  a la otra el marido.

Para las hijas de Manuel y la ex,  yo era "la puta", "la zorra", "la destrozadora de familias".  Nunca me aceptaron,  ni compartieron nada conmigo,  ni siquiera pudieron compartir al padre,  porque desde que me conoció a los 18 años,  Manuel perdió la razón (según ellas) por una vagina joven que le iba a durar por poco tiempo. Se equivocaron mucho,  Manuel se casó conmigo y ya llevábamos diez años juntos.

En cierta manera tenían razón,  pues yo lo presioné a Manuel,  premeditadamente le quité lo que más le gustaba. Mi cuerpo pecador, no más mamadas de polla, no más folladas, no más de nada.

Manuel estaba abatido y en un mes se vino a vivir conmigo y a la semana de convivencia pidió el divorcio,  había ganado la primer batalla,  pero yo quería ganar la guerra.

Hacía cinco años que no veía a sus hijos,  por eso la llamada nos sorprendió.

Luego de cortar me contó que la hija menor,  lo había invitado a pasar las fiestas de Navidades.

-¿Y qué le dijiste?

-Que lo iba a consultar contigo, que dependía de tus planes.

Para mis adentros pensé: "-Bien Manuel, así me gusta que las brujas sepan que yo decido sobre tí, y que lo verán y tú irás si yo lo dispongo"-

-Manuel,  tú sabes mis planes,  siempre es el mismo ritual.

La Nochebuena cenábamos en familia con mi hermano,  su esposa,  los chicos,  la hermana de mi cuñada y su esposo. El día de Navidad lo pasábamos también en casa de mi hermano,  pues era su cumpleaños.  Desde que nos casamos siempre fue así.

No me disgustó la idea de que se fuese unos días.  Me vendría bien estar sola aunque sea unos días.

-Me parece bien amor, que te reúnas con tus hijos, total yo no estaré sola, me quedaré en casa de mi hermano a dormir,  así no tengo que volverme sola por la noche.

-¿No te molesta que vaya a casa de mis hijos?

-Para nada,  son tus hijos,  tienes que verlos.

-Siempre dije que eras un ángel, y me hubiese gustado compartir cosas con ellos y contigo.

-Lo que aquí importa es lo que tú piensas y sabes de mi,  tus hijos nunca entenderán que nos amamos.

Me dió un beso en la boca y me dijo:

-Mi amor, cada día te amo más.

Y se puso a hacer planes para viajar a ver a sus hijos.

Yo me puse a hacer otros planes.  Sola por cuatro días!! qué feliz me hacía la idea.

A la mañana siguiente Manuel llamó a su hija y le confirmó el viaje que haría en avión.

Yo llamé a mi cuñada.

-¿Cómo estás Susana?

-Bien querida, y tú? Yo feliz, esperando que mi hermana tenga a sus gemelos.

-Mira te llamaba para decirte si puedo quedarme en tu casa a dormir la Nochebuena,  porque Manuel viaja a lo de sus hijos y no me gustaría volver de noche sola.

-Puedes quedarte querida,  sólo te pido que no te ofendas,  pero como mi hermana está embarazada y ya muy avanzada,  no podré darte mi habitación,  allí dormirá ella y su esposo, yo me voy a la habitación de los chicos con tu hermano y tú puedes hacerlo en el altillo, ¿no te ofendes verdad?

-Pero no, cómo voy a ofenderme.

-Tú sabes lo de mi hermana,  está muy pesada por eso le doy la habitación mía en la planta baja,  no quiero que suba las escaleras,  ella se cansa mucho,  tanto que cenará y se acostará porque no puede andar mucho.

-Me parece muy bien que cuides a tu hermana.

Mi cuñada y mi hermano,  también se opusieron a mi matrimonio con un señor treinta años mayor. Mi cuñada me decía qué iba a hacer al lado de ese abuelito.

Cuando conoció mi hermosa casa,  mi ropa cara,  mi auto último modelo,  mis perfumes importados,  mis viajes,  me dijo que todo eso se pagaba y yo pagaba con mi juventud.  Poco a poco fueron aceptando a Manuel.

Como les decía más arriba,  Manuel había visitado un sexólogo, al cual le contó algo de nuestra historia.

Que se había casado con una mujer treinta años menor,  que disfrutábamos ambos del sexo,  que tenía una mujer muy exigente en la cama y que deseaba alguna ayudita extra, para poder satisfacer mis necesidades que eran a veces excesivas para su edad.  El sexólo no lo dudó un instante,  luego de ver los resultados de los estudios y comprobar que estaba sano,  lo medicó.

Lo que Manuel no le dijo al sexólogo que él me había formado así de putita,  porque yo estaba con él desde los 18 años. Él tenía en ese entonces 48 y una larga experiencia sexual.  La vida casi resuelta cuando yo recién asomaba del cascarón.

Me enseñó casi todo. Él al principio quería hacer en la cama lo que no podía con su esposa.  Quería una amante bien puta y  joven.

Él no tuvo reparos en mi edad,  siempre me trató en la cama como a una puta veterana,  creó una máquina sexual. Fue mi maestro y me acostumbró a gozar, sin límites.

A medida que fueron pasando los días,  Manuel con su pastillita, estaba cada vez mejor,  era un león en la cama. Pero a decir verdad, no hay como la carne fresca y joven.  Había probado con hombres mucho más jóvenes que mi esposo y ya no me quedaban dudas,  me gustaba la carne joven,  por ese motivo iba a volver a ser infiel,  de eso estaba segura.

Él sabía lo que se venía por estar con alguien tan joven,  por eso fue al sexólogo.

Yo también conocía lo que me esperaba al lado de un anciano,  pues Manuel iba camino a serlo pronto.

La noche anterior al viaje,  Manuel me hizo el amor incansablemente,  no se los orgasmos que tuve,  pero fueron varios.

Empezó a besarme los pechos,  mordía con sus labios mis pezones erectos,  mientras con sus dedos jugaba dentro de mi coño. Así en pocos minutos consiguió mi primera corrida de la noche.

Luego con su lengua  fue bajando hasta mi entrepierna,  abrió mis labios vaginales, y muy suavemente pasaba su lengua por toda la superficie interna, mis jugos fluctuaban y se desplazaban sobre la sábana.

Posó su lengua en mi clítoris y comenzó a circundarlo suave y lentamente.

¡Viejo zorro!,  si que sabía lo que me hacía perder la razón.

Su suavidad era extrema, con una calma que me hacía rogarle que no cesara con sus movimientos.

Yo gemía mientras me palpaba los pezones con la palma de mis manos,  él seguía lamiendo con una tranquilidad prodigiosa, hasta correrme e inundar su boca con mis líquidos,  los cuales chupó,  y saboreó.

Volvió a la carga,  pero esta vez lo hizo de una forma vivaz,  me recorría los labios vaginales,  rápidamente,  luego fue nuevamente a mi clítoris y lo bordeó con la punta dura de su lengua,  sus movimientos eran exquisitos y con una presteza que sólo podía hacerlo un maestro como él.

Nuevamente me hizo correr.

Se arrodilló en la cama y me ofreció su falo duro.

-¡Vamos mi  putita,  tú sabes qué hacer con él! ¡vamos mi putita!

Tomé su polla con ambas manos,  y comencé a masturbarlo,  mi lengua viciosa lamió su glande mientras con una mano sostenía su tronco,  pasé la otra hacia atrás y busqué su ano,  le enterré mi dedo índice,  entre tanto me tragaba toda su tranca.

Sacó su pene erecto y me penetró en distintas posiciones.

Me hizo sentar en el borde de la cama,  él se paró y metió su rabo entre mis pechos.  Con ambas manos sostuve mis senos y apreté su polla con ellos,  comenzó a moverse.  Su pene se deslizaba entre mis senos, su cara se había transformado,  era la cara de un viejo depravado,  Manuel gemía,  hasta que sentí que un chorro tibio llegaba hasta mi cuello.

El muy pervertido,  desparramó todo su semen por mis pechos,  y comenzó a lamerlos,  mientras con su dedo índice,  fino y largo lo fue recogiendo,  y lo puso sobre mis labios,  saqué la lengua y relamí su néctar,  hasta dejar su dedo limpio y brilloso.  Terminando los dos abrazados,  nos dormimos.

A la mañana siguiente lo llevé al aeropuerto,  al volver pasé por el centro comercial y compré regalos,  los mejores y más caros para mi familia.

Mientras iba camino a la casa de mi hermano,  me sonreía pensando en lo que tendría que soportar con el marido de la hermana de mi cuñada,  se llamaba Ricardo,  desde que me conoció siempre que pudo,  me manoseó,  ya sea los pechos,  el trasero,  las piernas.

Lo hacía deliberadamente,  hasta a veces sin medir las consecuencias.  Nunca me había follado porque no se dieron las circunstancias,  sólo una vez me masturbó en la playa.

Fue el último verano que mi hermano y cuñada nos habían invitado a pasar el día al mar,  por supuesto también había invitado a su hermana y esposo.

Yo tenía un físico para lucir,  es más a mi marido le encantaba que usara minúsculas bikinis,  lo excitaba que otros hombres me miraran,  siempre me lo decía,  era un placer para él ver cómo me desnudaba con la mirada un hombre,  y saber que yo era suya,  que nunca iba a estar con otro,  así era su confianza hacia mi.

Ese domingo estábamos todos en el mar,  Manuel se fue a nadar mar adentro,  yo decidí ir a tomar sol.  Al rato viene Ricardo todo mojado buscando una toalla,  me senté en la arena y le acerqué una.

Se sentó frente a mi,  de manera que yo daba la espalda al mar,  él desde allí podía ver los movimientos de la familia en el agua.

Pasó suavemente su mano por mis muslos mientras me decía.

-¡Sabes que estás muy rica, Andrea! ¡cómo envidio a ese viejo!

Sin más corrió mi bikini hacia un costado,  su dedo comenzó a escarbar mi coño.

-¡Por favor Ricardo,  quita ese dedo,  no seas indiscreto, por favor!

-De aquí veo a la familia, están jugando con las olas.  Me quiero dar este gusto, putita, para estar al lado de ese viejo,  bien puta debes ser.

Su dedo anular fue entrando en mi vagina,  lo entraba y sacaba,  con esa caricia comencé a excitarme,  y a humedecerme toda.

-¿Ves que te gusta putita?, de lo contrario pídeme que pare aquí y yo paro.

Su dedo salía y entraba,  sentí en mi cuerpo una descarga eléctrica,  y me puse muy deseosa.  En vez de decirle que pare,  acomodé mi cuerpo para favorecer sus movimientos.

Su dedo empezó a frotar mi clítoris.

-¿Verdad que te gusta putita? ¡vamos,  disfruta putita!

Su dedo friccionaba mi clítoris,  lo hacía rápido y contundente,  mientras me masturbaba, su mirada estaba atenta a lo que pasaba en el mar con la familia.

Mi respiración se fue acelerando,  el placer se fue acrecentando,  susurraba a media voz.

-¡Ahhh, ahhhhh! aaaaaaahhhhh!!

Me corrí sin ningún recato.

-¿Sabes que lamida de concha te daría? mejor que las lamidas que te da ese viejo perverso, putita.

Se puso de pie,  apretó mi vagina con sus dedos, y me dijo:

-No se cuándo, pero te la voy a comer rico, putita.

Me toqueteó las tetas  y se fue al mar con su insulsa esposa.

No pasó más que eso,  y los manoseos constantes.

Para Ricardo yo era una ramera por haberme casado con un hombre treinta años mayor.  Siempre en privado me llamaba putita,   porque según su pensamiento yo había vendido mi cuerpo a mi marido a cambio de las comodidades.  Muy equivocado no estaba.  No me gustaba la vida común  que tenía y la única manera de escalar socialmente,  era casándome con Manuel, que yo aprendí a amar, a mi manera.

Lo que más me molestaba de esto, era la forma en que me trataba, y que a mi se me calentara el pavito con su forma de actuar,  jamás me llamaba por mi nombre, en privado,   siempre me decía putita.

Sus toqueteos me tomaban por sorpresa,  siempre aparecía en algún momento que yo estaba sola,  me balbuceaba al oído las cosas que me haría,  lo cual a mi me excitaba.  Sentía un cosquilleo en el estómago,  pero a la vez me daban ganas de abofetearlo porque me trataba como a una ramera de las más vulgares.

Cuando llegué a la casa de mi hermano,  mi cuñada y su hermana estaban en la sala,  la esposa de Ricardo estaba toda desparramada en el sillón,  el vientre de su embarazo avanzado era el doble del común debido a los gemelos.  Tenía la cara,  manos y piernas hinchadas,  y no cambiaba esa cara de enojada tan nata en ella.

Ricardo entró a la sala siempre sonriente y elegante,  no se que le había enamorado de la esposa,  porque era una mujer de lo más común, simple, chabacana,  con algunos kilos de más,  sumado a los kilos del embarazo era más parecida a una vaca que a una mujer.

Me saludó con un beso en la mejilla.

Subí al altillo a dejar mis bártulos,  me miré en el espejo y me gustó lo que ví,  una joven mujer, con un cuerpo ondulante, piernas torneadas,  un trasero prodigioso y unas tetas duras y turgentes.  Cualquier hombre sería feliz en follarme y eso me levantaba la autoestima.

Pasamos al comedor a cenar,  Ricardo se sentó a mi lado y del otro estaba la mujer más quisquillosa que de costumbre.

El muy canalla apoyaba su brazo en la mesa,  levantando el codo,  rozaba mis pezones,  bajaba sus manos y me acariciaba las piernas.  Nadie se percataba de sus roces porque eran con total desenvoltura,  la que si lo notaba y los sufría era yo,  que no podía hacer nada más que resistir y disimular.

Me sentía molesta, pero excitada,  me gustaba lo que me hacía, y esto iba para largo,  pues la noche recién empezaba.

En medio de la cena la mujer de Ricardo comenzó a quejarse que estaba cansada,  que quería irse a la cama, que no tendría que haber venido, que tendría que haberse quedado en su casa y blablabla.

Ricardo la tomó del brazo y la acompañó a su habitación,  cuando volvió ya habíamos terminado de cenar.

Mi cuñada se levantó a calentarle la comida, mi hermano fue con ella,  los chicos se fueron a dormir.  Quedamos solos en el comedor.

-¿Dónde dejaste al viejo putita?

-Se reunió con sus hijos.

-¿Así que estás sola? ¿Te irás sola de noche?

-No, me quedo a dormir en el desván.

-¿Solita?

-Lógico, ¿eres tonto o qué?

Se largó una sonora carcajada,  mientras metía sus  manos en mi entrepierna hasta llegar a mis bragas y pellizcarme la vagina, por sobre la tela.

-Por favor Ricardo, puede venir alguien, te lo ruego.

-Te gusta putita, te gusta mucho que te toque. Y a mi me encanta hacerlo, sabes con mi esposa en ese estado, ando que ni te cuento.

-No es mi problema.

-Putita,  eres una putita encantadora.  Mira que acostarte con ese viejo decrépito, hay que ser muy putita.

-Eres un idiota.

Y se reía a carcajadas.

Me levanté y fui a ayudar a mi cuñada en la cocina.  Cuando volvimos Ricardo se había retirado,  le dejó dicho a mi hermano que se iba con su mujer.

Después fuimos a la sala a tomar café con whisky,  la bebida favorita de mi hermano,  nos quedamos conversando hasta casi la medianoche que me retiré a descansar.

Me acosté completamente desnuda y dejé la puerta abierta,  pues sabía que Ricardo en algún momento iba a venir al saber que estaba sola.

No pasó mucho tiempo cuando sentí que se abría la puerta del desván.

Como un gato silencioso, caminó hacia la cama,  cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad,  abrió mis piernas,  yo me hacía la dormida.

Metió su cabeza en mi entrepierna.

Su lengua húmeda y lisa empezó a transitar hasta llegar a mi coño ardiente.

Jugueteó con mis labios externos e internos,  metió su dedo anular hasta el fondo,  mientras todo el ancho de su lengua se quedó sobando mi clítoris.

Yo estaba rendida,  era como él me llamaba,  una putita,  que al menor roce en mi coño,  ya estaba hirviendo,  ávida de polla.

Mis gemidos comenzaron a anunciar mi corrida,  Ricardo levantó sus manos y me cerró la boca,  para que no surgiese ruido alguno,  era peligroso para ambos.

Ricardo se había escapado del cuarto de su mujer embarazada,  para venir a coger a la cuñada de su cuñada,  era una situación complicada,  pero ¡cómo me gustaba el peligro!

Dentro de la locura que ello significaba,  metí los dedos de Ricardo dentro de mi boca, y empecé a chupárselos como si fuese su miembro.

Ricardo se levantó y me sentó en el borde de la cama,  tomó su rabo tieso,  y me lo refregó por las mejillas,  mientras me susurraba.

-Vamos putita, cómemelo mejor de lo que se lo comes al viejo.

Había llegado mi momento,  iba a saber qué hacía esta putita con su boca,  lo iba a enloquecer de placer,  como lo había enloquecido a Manuel,  al punto de hacerle dejar todo por mis mamadas,  hijos, esposa, hogar, familia…

Con toda mi dedicación,  tomé su herramienta,  dándole suaves masajes con mis manos,  la fui metiendo en mi boca, hasta que tocó mi garganta, la entraba y la sacaba, con una mano la iba sosteniendo y con la otra acariciaba sus testículos.  Todos mis movimientos eran suaves pero enérgicos.

Comenzó a jadear y su pene crecía cada vez más dentro de mi boca,  sus huevos se inflaron con mis manoseos.

Con tan poco,  ya lo tenía atrapado con mi sensualidad,  ya no mandaba la razón,  la que mandaba era mi  boca licenciosa,  la poderosa, era yo.

Saqué su tronco hacia afuera sin dejar de masajearle los testículos, se la lamí de cabo a rabo,  quedándome más de lo debido lamiendo su glande.

Le bordeaba toda la cabeza con mi lengua, dando vueltas y vueltas,  su respiración era cada vez más agitada, entretanto yo seguía lamiendo su rabo por fuera, hasta llegar a su escroto y lo metí dentro de mi boca.

Ricardo me tiró sobre la cama,  y me penetró de un empellón,  por delante, muy fuerte,  mientras lamía mis tetas, me susurraba.

-Eres una tremenda putita, ¿sabes cuánto hace que no me la maman así?

-La estúpida de tu mujer ¿no lo hace?

-Es muy recatada, y a mi me gustan las putitas como tú, que nada les da asco.

Me puse de espaldas,  me arrodillé y saqué mi trasero hacia afuera,  volvió a penetrarme por delante,  su rabo me perforaba por dentro.

Luego me senté sobre su pene,  sus manos se aferraron a mis senos,  elevó su cabeza y comenzó a chuparlos,  mis espasmos anunciaban mi corrida inminente,  mi boca ahogó mis gemidos dentro de la boca de Ricardo.

Después de mi corrida,  volvió a pedirme que lo chupara todo, que lo había hecho ver el cielo.

Se acostó a lo largo de la cama,  yo me metí entre sus piernas, y volví a la carga con su polla en mi boca,  mientras Ricardo me enterraba sus dedos en mi coño.  Su semen espeso y exquisito inundó mi boca, me lo fui tragando todo.

A los pocos minutos,  se levantó y se fue,  volvió a las dos horas,  y repetimos todo.

Se fue y ya no lo ví más hasta el desayuno.

Mi hermano, junto a su mujer y los chicos,  la mañana de Navidad iban juntos a la misa de las 9.

Estaba parada en la cocina,  preparando café,  cuando sentí que Ricardo se paraba detrás de mí,  tomó mis pechos, apoyó su bulto en mi trasero y me dijo:

-Buen día putita,  ¡qué noche la de anoche! Quiero más.

-Cuidado Ricardo, estamos solos aquí, pero tu mujer está a pocos metros.

-No me importa nada, ¡quiero más!

Me levantó la falda, bajó mis bragas, acomodó su chipote erecto y me penetró. Me tomó de las caderas y me tiró hacia atrás,  comenzó a moverse lento,  mientras me besaba los hombros, la nuca, las orejas.

Yo me sentía en la gloria, ¡cómo me gustaba alzar pollas!

Me arrodillé y se la empecé a lamer como a él le gustaba.

Todo en el mayor de los silencios,  cuando escuchamos la voz de la mujer que lo llamaba desde la habitación.

-¡Ricardo, querido! Ven por favor.

Ante el llamado de la esposa, su pene titubeó dentro de mi boca.

Se acomodó y fue hacia el cuarto de la esposa. De mala manera le dijo:

-¿Qué quieres mujer? Es que no me vas a dar un minuto de paz, me tienes cansado, tú y tu maldito embarazo ¿qué quieres?

-¡Ricardo! Por qué me tratas así? Quería pedirte que me alcances un café. –Respondió compungida-

-¿Es que yo no voy a poder desayunar tranquilo?, todo el santo día te quejas, ya me tienes aburrido con tus lamentos, ¡joder!

Salió de la habitación dando un portazo.  Enfurecido sirvió café con leche en una taza con algunas tostadas, y le llevó a su esposa el desayuno.

-Toma, y quiero que me dejes en paz media hora, sólo te pido media hora, ¿puede ser? –Repitió de mal talante, y dio otro portazo.

Vino hacia mi,  me abrazó y me llenó de besos.  Tuvimos sexo, lamidas y corridas sobre la mesada,  siempre respetando no hacer ruidos,  para no levantar sospechas.

CONTINUARÁ.

P.D.: Gracias por sus correos. Como siempre espero sus comentarios.  Gracias, un beso a todos/as.