Y un día fui infiel (3)

De como una bella y joven mujer, le pone los cuernos a su ansiado esposo, pero esta vez por partida doble.

Para entender este relato,  aquí dejo el link  los anteriores.

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Después de la tremenda revolcada que había tenido por la tarde,  con el mecánico, esperé a mi esposo Manuel,  con una suculenta cena.

Cenamos, con una charla amena, acompañados por un buen Malbec,  luego pasamos a la sala,  dónde tomaríamos café.

Mientras preparaba el café,  rápidamente lavé los platos,  dejé todo ordenado y fui a servirle el café a Manuel,  con un wisky,  que trajimos de nuestro último viaje.

Me senté sobre sus rodillas,   nos acariciamos,  y besamos.

Desde que fui su secretaria,  a los 18 años,  Manuel siempre me sentaba en sus rodillas.  Siendo su empleada,  recuerdo que tomaba todas las notas que me dictaba sentada sobre sus piernas. Frotaba mi clítoris sobre su pantalón,  así lo tenía caliente todo y todos los días.  Muchísimas veces tuvimos que suspender las tareas laborales, y terminaba con su rabo en mi boca,  para luego  follarme sobre el escritorio.

Siempre fui muy cariñosa con Manuel, a pesar de que llevábamos diez años de matrimonio,  yo lo seguía calentando como el primer día.

No se si fue la culpa por lo que había gozado con el mecánico,  la cuestión que no paraba de besarlo y mimarlo.

Cuando terminamos el café le dije que le iba a preparar la ducha.

Mientras me desnudaba,  puse el agua tibia,  cuando Manuel llegó,   la tina estaba casi llena.

-Esta noche te voy a bañar yo,  como si fueses mi bebé.

-¡Qué dulce eres Andrea! Cuánto te amo.

-Yo también te amo mucho Manuel (a pesar de los cuernos que te puse con el mecánico, pensé)

Se desnudó y nos metimos en la tina.

Le lavé el poco cabello que le quedaba con un shampoo,  luego lo enjuagué.  Pasé una esponja de baño por todo su cuerpo.

-Luego te daré unos masajitos, amor.

-Gracias, Andrea. Y yo te daré una buena recompensa. -dijo pícaramente-

Mientras lo bañaba,  nuestros cuerpos se rozaron,  nos besábamos, nos acariciábamos.

Cuando salió de la tina,  lo sequé con una toalla.

Lo recosté sobre nuestro lecho,  y comencé a darle masajes con  aceite en todo su cuerpo.

Vertí una cantidad pequeña en la palma de mi mano, froté luego ambas manos, y comencé a aplicarlo suavemente sobre el cuerpo de Manuel,  fui desparramando el bálsamo por su cuerpo. Soplé sobre la piel humedecida por el aceite,  para que Manuel experimente un fabuloso contraste de frío y calor.

Estos masajes excitaron a Manuel,  su miembro empezó a crecer,  su cuerpo estaba sedoso y resbaladizo.

Me gustaba deslizarme mientras me penetraba con el cuerpo todo untado, con sabor a canela. No era la primera vez que lo ungía con ese brebaje afrodisíaco.

Cuando lo tuve todo aceitado.  Llevé su falo casi duro a mi boca,  comencé a morderle suavemente la cabeza de su polla con mis labios. Manuel, era adicto a mi cuerpo,  no tenía resistencia ante mis avances sexuales,  yo lo conocía y sabía lo que más le gustaba,  cómo colmarlo de placer.

No tenía secretos, yo todo lo sabía.

Gracias a conocerlo tanto,  y darle las mayores satisfacciones sexuales,  fue como logré que dejase todo por mi,  que dependiera de mi, que hiciera lo que yo quería.  Manuel,  no quería perder lo que yo le daba,  por eso me complacía,  para que yo nunca tuviera de qué quejarme.

Por la tarde me había tirado al mecánico,  había disfrutado de sus manoseos,  lamidas, chupadas,  me cogió rico el mecánico,  yo le había sobado el pene,  me había tragado su semen con deleite.  El mecánico me había penetrado por todos mis agujeros,  y yo gocé como una reverenda ramera.

Quizás fue por mi desliz,  que me puse tan cachonda y mimé a mi marido.  Haberlo hecho cornudo,  me excitaba,  alimentaba mi morbo al límite tal, de querer hacerle cualquier cosa con mis manos y lengua,  esta puesta de cuernos,  acrecentó mis deseos de volver a cornearlo.

Tomé con ambas manos su verga,  empecé a masturbarlo suave, suave.  La fui acomodando dentro de mi boca,  hasta tenerla toda dentro,  mi dedo índice fue buscando  el orificio de su ano,  se lo fui introduciendo hasta el final.

Manuel se volvía loco de placer,  cuando le hacía esas cosas.

Saqué su pene de mi boca, y lo tomé con ambas manos,  fui lamiéndolo por todo el contorno, lamí sus testículos,  mi lengua fue bajando hasta llegar a su orificio anal.

Manuel se puso en cuatro patitas,  abrí sus nalgas y besé el agujero de su ano,  pasé mi lengua por todo su culo,  llevé una mano hacia adelante y tomé su chipote gordo, y comencé a masturbarlo,  mientras le introducía mi dedo índice por el orificio anal, lo entraba y lo sacaba.

Manuel gemía de placer,  volví a darle besos en su culo,  se recostó boca abajo,  disfrutando de mi lengua en su trasero,  se puso boca arriba, y me sentó sobre su garrote.

Las carnes de Manuel ya estaban flojas por su edad,  pero el aceite con que lo había untado,  hacía milagros, por lo tersa y suave que estaba.

Me senté sobre su glande, de un solo empujón me lo enterré todo. Tomé su mano e hice que me tocara el clítoris,  su dedo gordo comenzó a frotarme, apoyé las rodillas en las sábanas, mi cuerpo comenzó a oscilar hacia los costados, hacia arriba, hacia abajo.  Me columpiaba sentada sobre su chipote,   mis piernas  resbalaban por el bálsamo que le había puesto.

Mi vulva mojada al extremo succionaba el pene de Manuel,  su frotada en mi clítoris,  hizo que me corriera.

Mis secreciones,  mojaron sus vellos pubianos.

Me tendió boca arriba,  empezó a lamerme los pechos,  y luego fue directo a mi cuevita,  y la besó largo rato,  me corrí dos veces con su boca.

-Te voy a coger amor, te voy a coger ese culito rico.

-Acá tienes a tu putita,  ¡vamos, dame duro,  cómo tú sabes!

Me puso en cuatro patas, tomó el vibrador  de nuestra mesa de luz, y lo dejó a un costado.

Comenzó a dilatarme el ano con sus dedos,  el orificio se empezó a agrandar,  y me penetró media verga,  se quedó quieto unos segundos,  para hacerme sentir su erección,  fue  empujando suave,   sentí sus huevos haciendo tope.

Con una mano me pasó el vibrador, y yo me lo enterré en mi conchita.  Era un juguete de  veintiún centímetros de largo, y cinco de grosor,  era la polla soñada por cualquier mujer amante de los rabos erectos, como en mi caso.

Me tomó de las caderas,  y comenzó a taladrarme el trasero con su pistola rígida.

El vibrador tenía en el final una especie de aleta que estando en funcionamiento giraba rozando el clítoris.

El placer era indecible, porque estaba penetrada por atrás por Manuel,  y por delante con el juguete que cumplía la doble función de penetrarme y refregarme el botoncito.

De mi garganta salían gemidos guturales,  anunciando mi corrida.

Después de mi corrida,  sacó su falo de mi trasero y me lo puso en la boca.

-¡Hazme lo que te gusta tanto amor. ¡Me lo haces cada día más rico!

Su polla estaba  firme. Con ambas manos lo llevé a mi boca.

Lo besé acaloradamente y me lo tragué todito,  mientras tanto,  metía  mi dedo índice en el ano de Manuel.

Su elixir saltó dentro de mi boca, su semen espeso fue corriendo por mi garganta...

A medida que Manuel fue cumpliendo años,  le costaba más llegar al orgasmo,  lo que hacía que nuestras relaciones sexuales fueran más prolongadas.  A Manuel le gustaba lamerme entera,  podía estar haciéndolo largo rato,  de esa manera yo tenía orgasmos tras orgasmos.

A veces, el  pene se le bajaba,  y allí era cuando empezaba a darme con la lengua y me hacía correr y correr a puro lengüetazo.

Después de terminar,  Manuel quedó para ir a terapia intensiva.

Mientras Manuel dormía feliz y satisfecho a mi lado,  yo pensaba que ese día había tenido sexo con otro hombre también que me había hecho gozar,  me había tragado su lechita rica.

Más follaba, más me gustaba.

Había bañado, untado y masajeado a mi hombre,  lo había hecho feliz, así que no sentí más remordimientos por mi infidelidad con el mecánico,  yo había cumplido como la mejor de las hembras, y el mecánico me había dado lo que yo no tenía en mi casa.

¿Qué me dio? Una polla rígida, como ya no la tenía Manuel,  mi amado esposo.

Al día siguiente Manuel antes de salir para la empresa me dijo que volvería tarde,  y que había pasado una noche extraordinaria, con los masajes y el sexo que le dí.

Le dije que después del mediodía,  iba a llevar mi camioneta a lo del mecánico.

La tentación de volver a estar revolcada nuevamente con el mecánico,  me excitaba mucho.  El mecánico era casi veinticinco años menor que mi esposo,  y eso se notaba en todo, especialmente en su vigor.

Me dí una ducha rápida,  sobre mi cuerpo desnudo me puse un liviano y corto vestido de algodón,  que marcaba mis redondeces y resaltaba mis pezones en punta, calcé altas sandalias, el cabello lo dejé suelto y mojado.

Entré al taller del mecánico con mi camioneta,  el mecánico no se veía por allí.

Cuando abrí la puerta de la camioneta para descender,  había un joven arreglando un auto.

Alzó la vista y me vió,  tenía unos increíbles ojos azules, el cabello rubio,  suelto,  le llegaba a los hombros. Fue uno de los hombres más bellos que había visto en los últimos tiempos.

Llevaba puesto sólo el jean,  y se podía apreciar un torso importante,  largos brazos musculosos, con varios tatuajes. En ambas tetillas colgaban sendos aros,  otro aro en una de sus orejas y otro en la nariz.

Era un joven hermoso y muy masculino,  con  cuerpo de atleta.  De una belleza muy particular, sobre todo muy llamativo.

Sus ojos recorrieron mis piernas sin ningún recato.

Ya les comenté que con Manuel lejos,  yo me transformaba en una perra en celo,  y adoraba calentar pollas, mucho más teniendo delante mío a semejante escultura del sexo opuesto.

Inocentemente un segundo antes de descender de la camioneta,  abrí mis piernas,  como al descuido, mi vestido corto y liviano se levantó,  dejando mis muslos al aire, lo dejé ver mi ya húmeda y depilada vulva.  Sólo un segundo, cerré mis piernas,  con una ingenuidad que no tenía,  pero que podía engañar a cualquiera, mis movimientos eran de una simplicidad que parecía ser un acto involuntario, ja!

Por el rabillo del ojo, pude ver la cara del joven,  sus ojos siguieron a mis piernas y lo que seguía más arriba,  vi cierta sorpresa en su expresión.

Cuando cerraba la puerta de la camioneta,  le dí la espalda al joven,  el mecánico  venía a mi encuentro,  mientras iba limpiando sus manos llenas de grasa negra con un trapo.

-Buenas tardes, señora, un placer volver a verla.

-Hola,  lo mismo digo.

Se acercó al chico y le dijo:

-Encárgate de ver los frenos de la camioneta de la señora,  mientras la invito con una cerveza en mi escritorio.

-Ok, tío.

  • Es mi sobrino que está aprendiendo un poco de mecánica. -decía mientras nos presentaba-

-Un gusto conocerla, señora, me llamo Juan. -Mientras hablaba, su mirada lasciva me hizo sentir un golpe de electricidad en mi cuerpo.

-Andrea, un placer. - Dije coqueta. Extendí mi mano hacia la suya, nuestros ojos se encontraron. Nuestras manos de tocaron y se dieron un suave apretón-

-¡Dios!, lo que daría por tirarme a este chaval!. -Mi mente y mi cuerpo  licenciosos,  me daban esa orden-.

-Vamos señora. -Y por lo bajo murmuró, el mecánico -El placer nos espera-

Vi cierta complicidad entre la mirada del mecánico y la de Juan.

Me tomó del codo y fuimos directo a su oficina.  Cerró la puerta,  prendió la luz y el aire acondicionado.

-¿Siempre dispuesta?

-Siempre.  -Le contesté,  con un susurro-  Me acerqué y lo tomé del cuello con ambos brazos,  empecé a darle suaves besitos.

-Quítate el vestido,  yo puedo mancharlo de grasa.

Me quité la pequeña prenda y quedé totalmente desnuda,  con mis tacos altos,  ante su incrédula mirada.

-¡Madre de Dios! no puedes ser tan puta! -Y se abalanzó sobre mi y me estrechó fuerte, entre sus brazos.

Nos fundimos en un abrazo y comenzamos a besarnos en la boca.

Mientras me toqueteaba  y besaba le susurré al oído.

-¡Qué rico está tu sobrino!

-Quieres que invite a mi sobrino? Sería maravilloso.

Percibí que un fuego que nacía desde mi interior se apoderaba de mi cuerpo.  Sin dudarlo un instante,  le dije:

-Llámalo, es un joven hermoso, me quiero dar el gusto de que me folle carne joven.

El mecánico tomó de mis nalgas y las abrió. Le pasó un lengüetazo.

-Te comeremos entre los dos, perra.

Sin decir más abrió la puerta y llamó al muchacho.

-Oye Juan, ven para aquí que te tengo una sorpresa.

Juan entró a la oficina.

Al verme parada totalmente desnuda,  sonrió y pasó su deseada lengua por esos labios que quería besar incansablemente.

-Esta perrita en celo,  quiere fiesta contigo,  ¿qué dices muchacho?

-Que la tía, está muy rica,  para no parar de darle duro con el rabo.

-La chupa como nadie, no sabes lo que puede llegar a hacer con esa boca. ¡Madre de Dios!,  es muy, muy puta, la mamasa. Pero cuidado con enamorarse, la señora tiene dueño,  un viejo forrado en billetes.

-Eso la hace más interesante aún.  Me gusta hacer cornudo a un viejo con lana. -Respondió el sobrino.

-Ven putita,  muéstrale al chico  lo que haces tan bien, ¡zorra! Eres la mejor mamadora de pollas que he conocido.

Parada desnuda frente al mecánico,  lo besé fuerte en la boca,  mientras Juan se quitaba los pantalones,  ya empalmado, vino detrás mío.

Comenzaron a besarme ambos,  Juan por la espalda,  sentí el piercing de Juan en la punta de su lengua,  que iba recorriendo mi espalda,  pasó sus manos hacia adelante,  encontró mi vulva húmeda,  metió su dedo anular y lo penetró,  haciéndome enloquecer aún más.  El mecánico se dedicó a lamer mis senos,  mis pezones se pusieron en punta.

Yo en medio de los dos recibía las caricias de uno y otro.

Me agaché,  tomé la polla del mecánico,   comencé a darle pequeños  lengüetazos en la punta, fui recorriendo todo su tronco,  hasta el final,  luego me la puse toda dentro de mi boca, mientras con mi otra mano,  acariciaba la tranca de Juan que iba tomando cada vez más volumen.  Mientras se la lamía al mecánico,  miraba a los ojos a Juan.

Era de lo más excitante chupar una polla, mientras miraba y acariciaba el sable de  otro.

La polla de Juan crecía y crecía.

Juan tenía un miembro increíblemente grande, increíblemente grueso,  increíblemente dura.

Puse todo mi esmero en la mamada a Juan.

Tomé su tallo grueso,  y le pasé la lengua,  primero con la punta de mi lengua,  después a medida que me iba caldeando más, le pasaba todo el ancho de la lengua,  luego tiré el frenillo hacia atrás,  asomó su gallardo glande. Le dí besitos muy suaves y lentos. Era un pollón digno de ser mamado hasta atragantarse con su leche.

Fui ubicándola lentamente dentro de mi boca,  disfrutando de cada milímetro,  sus venas azules estaban infladas de tanto placer que le estaba dando.  No me entraba toda,  pues el tamaño de su rabo  era notable,  la fui acomodando por los costados de mi boca,  hasta que sentí que la punta rozaba mi garganta,  la fui sacando hacia afuera, y hacia adentro,  afuera, adentro, en un ritmo armonioso.

Con mi otra mano masturbaba al mecánico, que a esa altura tenía los ojos en blanco de lo caliente que se había puesto.

-Ya sigo contigo cariño,  hay para los dos. -Le dije al mecánico.

Saqué el rabo de Juan y continué con el mecánico, así fui alternando un rato con cada uno.

Cuando volví a Juan,  a los pocos segundos,  sentí un chorro tibio, que inundaba mi boca,  Juan se estaba corriendo,  y su líquido se fue desparramando dentro y fuera de mi boca.

-¡Ahhh, qué perra más puta!  Rica qué bien me la chupas, sigue así putita, sigue... ¡toma,   traga todo, perra!

Fui tragando y saboreando su rico licor.

Me volví al mecánico,  y empecé a lamerlo,  a él.

-¡Qué puta eres, Andrea! qué puta! No paraba de decir el mecánico.

Fuimos hacia un sillón que había a un costado de la oficina.

Me senté al borde,  ambos hombres se pusieron delante mío. Recibía toqueteos de uno y otro,  yo me dejaba hacer de todo,  cuando se me calentaba el pavito,  no me paraba nada ni nadie.

Juan abrió mis piernas,  su cabeza fue directa a mi conchita que estaba caldeada y húmeda.

Con la punta de su lengua comenzó a lamer mis labios mayores,  pasando luego a los menores.  Movía su lengua muy rápidamente,  mientras metía dos dedos dentro de mi conchita,  los entraba y sacaba con un ritmo dinámico

Sentí que el piercing entró a masajear mi clítoris,  la sensación del metal fue maravillosa. Mi botoncito estaba inflamado y deseoso de recibir esa lengua rodeándolo y haciéndome ver el cielo.

Entretanto jaleo, el mecánico tomaba mis senos con sus manos,  chupeteaba mis pezones parados.

El placer que sentía provocaba en mi,  espasmos,  y gemidos roncos.

-¡¡Ahhhh!! ¡Diosssss! sigan cabrones, sigan así y me corrooooo!!

Y me corrí con la lengua de Juan y los chupetones en los senos que me daba el mecánico.

Yo quería que el pollón enorme de Juan me penetrara y se lo hice saber.

Apoyé mis rodillas en el borde del sillón,  le di la espalda,  sin meditarlo mucho,  Juan metió su tranca en mi vulva,  pero sólo me penetró apenas,  haciéndome sentir el grosor de su polla, que iba entrando lentamente.  Las paredes de mi vagina,  se fueron adaptando al tamaño de esa tranca joven que iba introduciéndose lentamente, hasta que quedó entera dentro mío.

Me tomó de las caderas,  empezó a poner y sacar suave,  el mecánico se puso detrás del respaldar del sillón,  su verga estaba elevada,  la tomé con mis manos y me la llevé a la boca,  la enterré hasta mi garganta,  y jugué con ella,  hasta hartarme.

Ahora si que se había puesto caliente la cuestión.

¡¡¡¡Me estaban follando dos hombres a la vez!!

El mecánico me la daba por la boca y el joven Juan,  me estaba perforando mi vulva.

Nuestros gemidos se confundían,  mis espasmos eran continuos y esta situación me ponía más cachonda,  lo único que quería era copular duro y fuerte.

Mi orgasmo no demoró en llegar.  Quité la verga del mecánico de mi boca porque se iba a correr y quería experimentar que me penetraran los dos a la vez,  nunca había tenido esa práctica, no podía dejar escapar la oportunidad.

Mi esposo muchas veces me había dado por el culo y me había penetrado por delante con el vibrador o a la inversa,  y la verdad era maravilloso lo que me hacía gozar, mi viejito cornudito.

Pero teniendo estos dos machos,  especialmente Juan,  que era pura potencia y juventud,  no me lo iba a perder.  Debía aprovechar lo que Dios me había dado en ese mismo instante.

Yo estaba trastornada por tener carne joven.  Estaba hastiada de la piel arrugada y caída de mi viejito,  al que amaba mucho,  pero la realidad cruel era que no se puede comparar un señor de 65 años,  con uno de 20 como Juan,  hasta el mecánico que era de 45,  tenía una diferencia abismal con Manuel.

Lo siento Manuel,  pero la verdad era esta, una polla potente y dura no se puede comparar con una verga cansada, y blanda a ratos.

Así que queridos amigos lectores,  me dediqué a gozar, hasta quedar consumida de tanto tragar semen y polla.

El joven Juan eyaculó,  dándome su tranca por delante.  Su semen espeso fue chorreando por mis piernas,  la fue recogiendo con su dedo índice y me lo metió en la boca.

Chupé su dedo con deleite,  mojaba mis labios con mi lengua,  desparramando su lechita por mis labios.

Esta acción desenfrenada,  excitó mucho al joven,  que comenzó besarme en la boca,  nuestras lenguas se frotaban,  acaricié su piel suave,  sin arrugas, lisa, sin pecas por la vejez.

Entretanto el mecánico,  me fregaba la polla por la cara.

El mecánico se acostó en el piso,  y lo monté.

Tomé su rabo tieso,  acomodé mi conchita que se fue tragando el sable rígido hasta el final.

Alcé mi cuerpo, el mecánico se tomó de mis nalgas.  En ese momento yo era la poderosa,  que manejaba con mis movimientos su pene.

Apoyé mis rodillas en el piso, y comencé a entrar y salir, iba hacia un costado y hacia el otro.

Juan,  se puso detrás mío,  seguía duro.

¡Juventud, divino tesoro!

El joven seguía duro,  dispuesto a darme más embestidas y lo que quisiera.

Saqué mi trasero hacia afuera,  con mis manos abrí mis nalgas y lo incité a que las besara.

Sentía su piercing en el anillo de mi ano.  Su lengua en punta recorría  ágil,  todo el canal desde mi vagina, iba y volvía.  Metió un dedo,  y luego otro, los entraba y sacaba con mucha rapidez,  hasta que mi agujero se fue abriendo, lo suficiente como para poder penetrarme.

Para facilitarle la penetración por atrás, recosté mi parte superior sobre el pecho del mecánico,  y saqué mi ano abierto hacia afuera.

Juan apoyó su falo,  tomándome de las caderas,  empujó fuerte,  sentí que había entrado apenas la cabeza,  apreté mi ano, para que no se saliera.

Juan  fue entrando lento,  pero seguro, cuando había entrado la mitad de su tranca,  dio un empellón fuerte y no paró hasta que sentí que sus huevos golpeaban mis nalgas.

En ese instante,  estaba penetrada como quería yo.

Dos buenas vergas, y por sobre todo, jóvenes, en su mejor nivel,  bien adentro mío.

Los tres empezamos a movernos manteniendo el ritmo.

Mientras dos tipos me follaban a la vez,  yo me frotaba los pezones. No quedaba nada sin tocar o chupar.

Me sentía llena,  plena,  satisfecha, y tuve un orgasmo y otro y otro.

Me atiborraron de leche tibia,  quedé toda pegajosa,  pero feliz, sucia y más puta que nunca.

Descansamos una hora y luego volvieron a follarme entre los dos.

Al despedirme me dieron en  un papel sus teléfonos,  para quedar en encontrarnos otra tarde.

Cuando llegué a mi casa agotada por la tremenda  follada que me habían dado,  fui a la cocina a prepararme un café.

Me dolían los pezones de las lamidas y rozadas, las piernas me temblaban y me ardía la vulva de todas las estocadas que me dieron ambos hombres.

Encendí un mechero de la cocina y quemé el papel con los teléfonos de mis amantes ocasionales.

Nunca más volvería a ver al mecánico,  ni a su sobrino.  No quería involúcrame en una relación,  no quería levantar sospechas,  no quería perder el confort de vida que me daba mi viejito esposo.

Yo ya me encargaría de convencer a Manuel de buscar otro mecánico.

Hombres jóvenes dispuestos a cogerme rico había en todas partes y seguramente encontraría varios que me darían lo que mi esposo ya no podía.

CONTINUARÁ.

P.D.: Gracias por los correos. Espero sus comentarios y si quieren escribir,  pueden hacerlo a mi mail. Prometo contestar a todos/as.