Y todo por una apuesta.

Relato perteneciente al ejercicio, que ahora vuelvo a subir arreglado en mi cuenta personal.

Así que queréis una historia sobre una apuesta…bien, este pobre cuenta cuentos tiene una preparada para vosotros,  ávidos y audaces lectores.

Acudid a mi lado,  sentaos alrededor de esta cálida hoguera imaginaria que tenéis a vuestros pies, en mitad de este bosque y con el cielo estrellado cubriéndonos con su manto de estrellas. Estad preparados y prestad atención, pues este trayecto no está exento de peligros.   Voy a  hablar de escenarios y momentos muy concretos,  podréis disfrutar de la magia de las palabras, y podéis creerme, esa magia existe, ahora la descubriréis.

Para ello, nos vamos a trasformar en fantasmas…tranquilos, no os asustéis, sí, sé que da algo  de miedo, pero es la mejor forma de movernos por esta historia,  y sólo será durante el tiempo que dure la trama. Dejadme que, ya que me habéis pedido que os relate una narrativa,  sea yo quien os guíe.

Así que dadme la mano, está algo sucia, lo sé, llena de grafito y algo áspera, pero así es la vida de los cuenta cuentos. Bien, me gusta el tacto de tu mano, pero si te das cuenta, la magia ya ha ocurrido, el resto de mi público ha desaparecido, y ahora sólo estamos tú y yo.

Ahora concéntrate, y cierra los ojos, despeja tu mente de todo. Es mejor que, por ahora, ignores todo a tu alrededor, porque si miras, puedes asustarte, y si me sueltas la mano, te perderás en el infinito universo de la imaginación colectiva, y no podría ir a buscarte. Una vez alguien me soltó y…bueno, no quiero recordar aquello, así que cógeme la mano bien fuerte, y no la sueltes por nada del mundo.

Te puedo decir que estamos viajando, a dónde, y a cuando, son cosas que ni yo mismo sé, las cosas en la imaginación son así. Sé que vamos a ver una historia de una apuesta, pero no sé cual, ni cómo, eso lo deciden los dioses de la literatura.

Antes de llegar, te explico como van a ser las cosas, he hecho esto alguna que otra vez, y me sé el funcionamiento. Lo principal es que vamos a ser testigos de la historia, pero nada más, no podemos intervenir de forma alguna. En nuestra condición etérea, nadie nos verá ni nos oirá, básicamente no estaremos ahí para ellos, aunque una vez una chica se me quedó mirando unos segundos, yo digo que me vio, pero el resto de cuenta cuentos se ríe de mí. Podremos observar las cosas desde un punto de vista único, viajar rápido o pararnos a mirar algo concreto,  hasta podemos dar saltos hacia atrás o hacia delante en el tiempo.

¡Uf, turbulencias!, eso indica que estamos  llegando. Sé que estás muy emocionado, y te he dicho que no me sueltes la mano, pero se me están durmiendo los dedos de lo fuerte que me estás apretando…ah, mucho mejor, gracias.

Bien, ahora muy despacio, abre los ojos, es importante, porque de la impresión puedes marearte. Poco a poco…genial, me gusta que colaboréis. No, no me mires así, ya sé que estamos volando, o más bien descendiendo, pero no te preocupes, controlo la caída. Mira allí en el suelo, se ven casas organizadas en cuadrículas, y luces eléctricas, es noche cerrada, no se ve bien, pero parece una urbanización moderna. Menos mal, odio las historias antiguas, me cuesta mucho narrar en verso.

Vamos poco a poco, ya casi estamos en el suelo, ahora verás qué divertido es esto de flotar a ras de suelo. Vale, no te apures, llegamos siempre a tiempo, no sé cómo funciona, pero es así. Diría que ese coche ahí aparcado, negro de cinco puertas y aspecto caro,  es nuestra primera parada.

Vamos a acercarnos, y te voy a enseñar uno de esos trucos de magia tan espectaculares de los que somos capaces en nuestra “condición fantasmal”. Vamos a meter la cabeza dentro del coche, atravesando el metal y el cristal. Es genial, lo sé, pero no te exaltes,  la historia empieza, y toca prestar atención.

Y todo por una apuesta.

  • Tíos, no sé si esto mola…- al pobre crío que habla, en la parte de atrás del coche, le sudan las manos, y está tan nervioso que no puede dejar de  mover una pierna.

  • Ahora no te rajes, tronco, has apostado, y  has perdido, Héctor. – el que habla, está sentado junto a él, en la parte trasera del coche, y le apoya la mano en el hombro, más que para tranquilizarlo, para transmitirle algún tipo de valor, que ahora mismo, no vemos en el chico.

  • Aparta la  mano, Tomás,  esto no es lo que hablamos, ¡Joder! –  suelta un manotazo, y le mira lleno de desesperación. Luego,  trata de secarse las manos con el pantalón, evitando mirar hacia la puerta de la casa  que hay cerca, esa que parece que  le da tanto pánico, que apenas puede observarla de forma directa – De verdad, tíos, no…no puedo hacerlo, tú me conoces Lorenzo, no soy como tú…yo…yo no soy guapo, ni tengo esa seguridad…

Lorenzo, mira a Héctor a través del espejo retrovisor del interior del coche con gesto cansado, está sentado en el asiento del conductor,  y parece que llevan parados delante de la casa un buen rato. El tercer, y último, integrante de esta pandilla, está acalorado por la ropa, los vaqueros le incomodan, la camisa negra se le pega al torso, y empieza a no hacerle tanta gracia la situación. Para él, no tiene sentido, pero claro, es un chico rubio con media melena de pelo sedoso, de ojos verdes, alto y de cuerpo fibrado, que pese a no estar desarrollado del todo a su edad de 19 años, se lleva por delante a todas las chicas que desea.

Agarrado al volante,  no es capaz de imaginar el tipo de vergüenza que ahora mismo recorre el cuerpo entero del sudoroso joven tras él, haciéndole incapaz de moverse del asiento de atrás del coche, dónde Tomás trata de convencerle, hasta se ha cambiado al asiento trasero con él, para tratar de ayudarle, pero sabe que no será capaz. Él es sólo un imbécil más, como todos los críos de su edad, a los ojos de Lorenzo, con el que se ríe,  y eso sólo a veces. El único ser vivo que no le asquea en general, es el propio Héctor, le tiene cierto aprecio, porque han crecido juntos, y le da lastima que sea tan tímido, y que con 19 años, todavía sea virgen.

Su mirada se clava en el espejo retrovisor,  sin  entender la situación, Héctor es de pelo moreno corto, alto, algo delgado y con cara agradable, con unos ojos tono avellana muy llamativos,  y hasta es buena persona, si cambiara su forma de vestir, siempre con vaqueros y camiseta de manga corta, tal como está vestido ahora, podría lucir más su buena percha. Su problema no es por el físico, es que  casi no es capaz de entablar una conversación decente con una chica que le guste, y menos con Sara.

Porque, pese a que nadie lo dice, Lorenzo sabe que su mejor amigo está perdidamente enamorado de la chica que vive en ese piso, detrás de esa puerta blanca del chalet, que Héctor no se digna a observar. Piensa que  tiene potencial para ganársela, no como Tomás. El chico es un tipo bajito, rechoncho y de nariz torcida, con gafas de pasta y vestido siempre en chándal, que con sus 18 años es un pelele. No cree que  pudiera tener a la chica que quisiera, como le pasa a él, que con su edad ya ha follado con cinco mujeres distintas, y sus rollos se cuentan  ya  por dobles dígitos. Pero sí piensa, que si tuviera algo de arrestos y valor, sería capaz de llamar a esa jodida casa,  hacer lo que tenía que hacer, y lo más importante, que le saliera bien.

No es adivino, os aseguro que si Lorenzo lo fuera,  dentro de unos años se alejaría de cierta dama, como alma que persigue el diablo, pero esta no es esa historia.  Lo sabe, porque él mismo ha entrado a Sara, en una fiesta que dio una amiga de ella. Por que la muchacha es guapa, muy guapa, y con eso basta para que quiera meterse entre  las faldas vaporosas que suele llevar. Pero esa joven tiene algo especial, o al menos, algo que la diferencia del resto de crías bobas de esa edad que conoce, y es que, cuando él la entró, con su encantó natural,  su actitud de macho alfa y sus ojos verdes brillando, ella le rechazó, y te aseguro que eso es algo que estuvo días rumiando. Se obsesionó un poco, e indagó con las amigas de esa chica, que poco más que le veneraban, y con un par de besos, las soltó la lengua, de varias formas.

Lo que descubrió le sorprendió, y  cuando le dijeron que su amiga estaba “pillada” por un colega suyo,  su orgullo de líder fue mancillado. No se creía que un chico le quitara a  ninguna niña a su alcance. Pero cuando le dijeron que el afortunado dueño del corazón de Sara, era Héctor, casi da un salto de alegría. Se contuvo, porque pensó que debería sentirse herido o defraudado, puede que hasta traicionado, pero no con él. “¡Que coño, se lo merece!”, y fue ese pensamiento de Lorenzo, el que nos trae a este coche, parados enfrente de la casa de donde vive el amor de su amigo.

  • Héctor, no vamos a estar aquí toda la noche... - al fin, contesta Lorenzo.

  • Pues vámonos, tíos, ya está bien de bromas y de tonterías. – la rodilla inquieta del joven  no para.

  • Venga, tronco, no nos jodas, no hemos venido aquí para nada. – Tomás le da pequeños puñetazos en el hombro, pero este sólo le mira con ganas de estallarle un codazo en la cara, para que pare. Lorenzo se ríe, porque conoce esa sensación, él mismo la ha sufrido un par de veces, El chico del chándal es insufrible, si no fuera porque el coche es del padre de él, y se lo deja coger alguna que otra vez, ninguno de los dos presentes le soportaría.

  • Tomás, tío, para de una puta vez…- Héctor le suelta un pequeño golpe con la rodilla, una muestra, apenas un atisbo,  de lo que en realidad desea hacerle, pero se contiene -…no me presté a esto, no sabía que esto pasaría, si no, no hubiera apostado.

  • Pues haberlo pensado mejor, tronco, esto no es una jodida petición, perdiste y ahora debes entrar ahí, y besarla. – sólo de oírlo, se revuelve incómodo en el asiento.

  • ¡De verdad!, haré cualquier otra cosa, lo que sea, pero no esto, tíos, no puedo, ¿Y si está su padre? – Lorenzo da un golpe leve al volante con la mano abierta, está aburrido, y sabe que si no se pone firme,  dará largas hasta el día del juicio final.

  • Héctor, para de decir gilipolleces, te di su número, lleváis cuatro  días hablando, la cosa va bien, y hemos esperado hasta que te ha confirmado que su padre no está, está ella sola, con su madre, una borracha que seguramente esté dormida o de resaca, no tendremos otra oportunidad. - todos miran a Lorenzo, sus ojos verdes siempre  han trasmitido seguridad, y sus amigos admiran y envidian esa cualidad de él.

  • Pero, tíos… ¿Y si no le gusto? – los ojos negros de Héctor son un pozo de pánico.

  • Ya te dije que sí, joder, has visto los mensajes que te mandó, está loca por ti. – Héctor responde sacándose el móvil del bolsillo, y apretándolo con fuerza. Sabe que tiene razón, o quiere creer que la tiene, porque cada vez que se manda mensajes con Sara, siente que hay una conexión especial, pero en persona la huye, se queda paralizado al verla.

  • Claro, tronco, está loquiiita por ti, tú  llama y la besas…seguro que la pones cachonda sólo con que te vea eh…sí, tronco, su coñito virgen chorrea cuando te ve. – la sonrisa nasal de Tomás al decir esas cosas, pone histérico a cualquiera.  Lorenzo le suelta un manotazo que le da en el pecho,  para que se calle, porque si no se lo da él, Héctor estallaría, se lo leía en la cara, porque como te he dicho, ama a Sara, y nadie permite que la gente hable así del amor de su vida.

  • Joder, Lorenzo, ¿No ves que quiero ayudar…? – Tomás deja un lapsus de tiempo tenue, queriendo decir algo más, algo ingenioso -…joe, tronco. – y hasta ahí llegan sus habilidades dialécticas. Lo sé, es odioso, pero necesitaban el coche para ir a casa de Sara, y no te engañes, es bastante tonto, pero no tanto como para saber que, en realidad, esos dos chicos no son amigos suyos, sólo se aprovechan de él. Pero nadie más le hace caso, no es un tipo agradable, y él mismo lo sabe.

  • Pues cierra el buzón de una vez. – tras las gafas, los ojos chisporrotean, y  abre la boca queriendo responder algo a Lorenzo, pero se cruza de brazos y se encoge, hasta casi desaparecer.

  • Vámonos, no hacemos nada aquí, Sara estará dormida, es tarde y no quiero molestar. - Lorenzo no puede más que agachar la cabeza, ante ese comentario del que considera su medio hermano,  Héctor y él saben que la joven le ha mandado unos mensajes, muy dulces y  cariñosos, apenas hace unos minutos, pero la voz del pretendiente denota la desesperación de quien no quiere  hacer algo, por miedo a fallar.

  • No nos vamos a ir hasta que llames a esa puerta, así que tú verás, Héctor, yo no tengo nada mejor que hacer, y tú tienes que cumplir con tu palabra, y pagar el precio de la apuesta.

Se abre de brazos, con una mirada radiante de fuerza y el cabello rubio dándole aún más firmeza, con una determinación que Héctor conoce bien. Es la misma que vio tras  la dichosa apuesta a la que nos trasladamos ahora.

Estamos viendo el mundo hace cuatro días, en la habitación de Tomás, con los tres muchachos, jugando a videojuegos.

  • Vamos tíos, es que hoy no podéis conmigo. – Héctor sonríe alegre.

  • Tronco, estás que te sales.

  • Ya ves, normalmente a ti te gano fácil, pero a Lorenzo me cuesta más, ¿Que te pasa hoy?

  • Nada, que estoy despistado, pero si me da la gana, te machaco.

  • Tío, no seas así, soy mejor que tú y punto. – bromea socarrón al lado de su mejor amigo.

  • No me pinches…que luego siempre te gano.

  • Claro, tronco, pero hoy no puedes con él. – espeta Tomás, sentado en una silla.

  • Te digo que hoy te gano siempre. – Lorenzo cierra los ojos ante esa afirmación.

  • Como quieras, te apuesto lo que sea a que te gano la siguiente partida, y no puedes echarte atrás ni negarte.

  • Hecho. – dice sin pensar, no sabe el lío en el que se acaba de meter.

Ambos cogen el mando correspondiente, y tras unos minutos de partida, a Héctor se le empieza a poner  un nudo en la garganta, va perdiendo, y toda su confianza y seguridad se desvanece. Empieza a pensar que no ha sido tan buena idea provocar, esas apuestas rara vez son poca cosa.

El final es inevitable, y enrabiado, pierde por primera vez en toda la tarde, justo la vez que no debía de perder. Tomás hace sangre, bromea, pero la tensión es evidente, Lorenzo está rumiando una idea, y su mirada es de las que  echan a temblar, Héctor la conoce bien, y se teme lo peor.

  • Has perdido, así que ahora harás lo que sea, y recuerda,  no puedes negarte. – dice tras unos minutos de cortesía.

  • Tío, no te pases, que te conozco.

  • No haber apostado.

  • ¿Y qué quieres que haga? – el miedo implícito en su voz es evidente.

  • Tengo una idea...pero no te va a gustar….

Eso nos lleva al presente, y  dio igual lo mucho que suplicara, porque una vez que Lorenzo pone esa cara, no hay nada que hacer. Por lo tanto, y ya en el coche,  Héctor mira por primera vez a la puerta blanca de la casa de Sara, y se imagina la situación.

En su cabeza, él llama, y la joven  aparece abriéndole sorprendida, lo que le confiere a su cara un brillo todavía más angelical. Se imagina que va vestida de calle, como siempre la ha visto, con sus top cortos y sus blusas enseñando un hombro, y como suele ir, con sus faldas largas, hasta las rodillas o más abajo, vaporosas y que se mueven cuando ella camina. Mientras todos la miran su buen trasero, él sólo tiene ojos para ese balanceó inocente de la falda, que le ha hecho tropezar más de una vez. Y al verle en la puerta, la muchacha  le sonríe, le pregunta que hace allí, y él no le da tiempo ha hablar. Se lanza a sus labios,  pasa las manos por su cuello hasta su nuca, y espera que ella le de una confirmación, que en realidad no necesita. Cuando se la da, se besan, ella ríe, y él suspira, pero el beso prosigue, y cuando sus bocas se separan, la chica se derrite en sus brazos.

Héctor suelta una sonrisa boba en el asiento de detrás del coche, imaginando toda esa escena, y sabiendo que eso es una utopía, y que lo más probable es que ni le abran a esas horas, casi desea que no lo hagan, y en el caso de que Sara abra la puerta,  en el hipotético y remoto momento que logre reunir las fuerzas para besarla, lo lógico  es que se llevará un bofetón y un portazo en las narices. Pero mente del acobardado chico sabe algo, sabe que si no es por Lorenzo, no estaría a unos metros de la casa de Sara, con la esperanza de poder besarla. Y créeme, desea besarla, porque está enamorado de ella, o lo que él cree que es el amor.

Si le preguntáramos a ese bonachón de joven, nos diría el momento exacto en que supo que esa chica, de aspecto de ángel,  era su amor. Un día, no es que tropezara al perseguir el vuelo de la falda de Sara con los ojos  en una reunión de amigos, es que se cayó, tirando  su móvil al suelo.

Abochornado,  empezó a recoger las piezas sueltas de su viejo móvil, que se habían esparcido  en varios pedazos, aguantando las risas y burlas de Tomás, que no dejaría pasar esa oportunidad de reírse de alguien. Suspiraba, montando de nuevo su móvil, hasta que buscó la tarjeta, y no la encontró. Se puso de rodillas, tratando de encontrarla pegando la mirada a ras del suelo, y lo que vio, fue los pies de Sara, pequeños, coquetos y con las uñas de color rojo, visibles por unas sandalias de verano. Poco a poco, alzó la vista recorriendo sus piernas bajo la falda, sus caderas pronunciadas, y más arriba, el torso bajo un top, agachado hacia él, mostrando parte de un ligero escote, con todo su largo cabello rubio platino cayendo suelto en su rostro.

Héctor tardó medio segundo en ver la mano extendida de la joven, ofreciéndole la tarjeta del móvil, y cuando la cogió, sintió su mano en los dedos, un primer contacto físico que le paralizó entero. Ni siquiera pudo darle las gracias antes de que ella, mirando con sus ojos color miel, alzando los pómulos en una sonrisa que iluminó el mundo durante un instante, soltara la tarjeta, diera un golpe de cadera guiñándole un ojo, y se fuera por dónde había venido, moviendo su falda al son de la mejor de las canciones jamás escrita.

Desde ese momento,  lo supo, y le dio igual que Tomás se le echara encima, y le hiciera ponerse rojo de vergüenza al oírle decir que Sara  “le gustaba”, con ese tono tan desagradable de crío de 10 años, pero le dio igual, porque sabía que, en el fondo, era cierto. Y te aseguro que el momento más feliz de la vida de Héctor, hasta la fecha, es ese instante, en que la chica escuchaba bromear a ese idiota de chándal, y le dedicó una mirada a él, acomodándose el pelo detrás de la oreja, una mirada que él aún ve cuando sueña. Era una expresión de mejillas encendidas, y de ojos penetrantes, que le confirmó  que, al menos,  a esa preciosa adolescente no le desagradaba aquella afirmación de que “le gustaba”.

No se lo dijo a nadie, ni siquiera a Lorenzo, pero no hizo falta. Aquellas miradas y gestos no pasaron desapercibidos para un tiburón de los sentimientos como él. Y decidió ayudar a Héctor, y su forma de hacerlo era esa, engañar para que perdiera una apuesta, y obligarle a cumplir su palabra, ya que  es un chico estúpidamente honorable, y así, iniciar algo entre él y Sara.

No es algo que el rubio guaperas haga nunca, pero siente ese tipo de afecto fraternal hacia Héctor, y espera que ayudarle le haga dormir mejor por las noches. Tampoco es que Lorenzo duerma mal, pero últimamente empieza a pensar que sólo usa a las mujeres, y que ninguna le ama de verdad, y que hasta puede sacar partido de eso.

Regresando al automóvil, las pequeñas esmeraldas que tiene por ojos, se centran en mirar a Héctor en la parte de atrás del coche, y se da cuenta, lo lee en su mirada,  ve que por primera vez, su mejor amigo clava su atención en la casa de Sara. Tomás tarda unos segundos más, aún está cabreado con Lorenzo por regañarle antes, pero cuando le ve sonreír, empieza a salir un sonido de su garganta, una especie de “Ehhh”, apenas audible al inicio, pero que va creciendo, hasta volverse un sonido atronador, que hace que a todos se les ponga la piel de gallina.

  • Tíos, voy ha hacerlo. – y Tomás rompe a decir un millar de veces “Sí”, rebotando dentro del coche como si estuviera loco, sacando una sonrisa a los tres del coche, que sin saber porqué, empiezan a seguirle, y el vehículo se pone a temblar, con los amortiguadores chirriando,  siendo participes de lo que ocurría dentro del automóvil.

  • Claro que sí, tronco, tú puedes, eres las hostia, tronco, tú puedes. – de golpe, aquel imbécil de chandal, logra que Héctor se sienta mejor con sus tonterías, y se ve con fuerzas para sujetar el cierre de la puerta, moviéndose de adelante hacia atrás, cogiendo impulso.

  • Ve a por ella. – Héctor mira a Lorenzo una última vez, no sé si decirte de agradecimiento, o de “Te voy a matar si sale mal”, pero los dos asienten.

Al tercer vaivén, abre la puerta del coche, con el de gafas aplaudiendo de fondo, y el rubio clavando su mirada en la única persona que en su vida, representa algo, rezando a quien le escuche, porque la cosa salga bien. Por que Héctor, en el fondo, representa todo lo que no es Lorenzo, todo lo bueno del género masculino.

El joven moreno sale del coche, y se pone en pie, aún con una mano sobre la puerta, con gesto furioso y altivo, respira hondo y se obliga a sí mismo a soltar el vehículo, como un marinero que suelta el ancla en mitad de una tormenta, y se deja llevar por una fuerza mil veces superior a él.

El camino de césped, de unos diez metros, hasta el domicilio de Sara, los camina a zancadas seguras y firmes, exagerando sin saberlo el movimiento de los brazos, porque en el fondo, quien está caminando no es él, sino una versión superior y más elevada de sí mismo. Héctor se planta ante a enorme puerta blanca de la casa, hay poca luz y apenas ve, pero alza el brazo seguro de todo, y golpea la madera reforzada de la entrada, tres fuertes y energéticas veces. El valor y la fuerza que le han llevado hasta esa puerta, se desvanecen en cuando lo hace, se gira con ganas de echar a correr hacia el coche, Lorenzo lo ve, y como un acto de generosidad a sus ojos, enciende el motor y sale casi haciendo ruedas, dejando a su medio hermano allí abandonado.

Os juro que la cara de Héctor es de autentico pavor, mírala, ahora mismo mataría a su mejor amigo si le tiene delante, pero no lo está, está a más de veinte metros, y aumentando la distancia. El primer impulso del chico, es echar a correr sin más calle abajo, y perseguir ese vehículo, pero cuando va a dar el primer paso, oye pisadas a su espalda, dentro de la casa.

No sabe qué hacer, quiere huir, pero no le responde el cuerpo, los nervios y la adrenalina se disparan,  lo único que atina a hacer, es cuadrarse delante de la puerta, y cerrar lo ojos. Si te fijas bien, parece un prisionero antes de ser fusilado. Al no ver nada al bajar sus párpados, Héctor casi cree que no le verán, y se podrá ir sin que pase nada, un pensamiento estúpido, pero la mente en estados alterados es así.

Mientras se niega a escuchar los sonidos de pasos acercándose a la puerta, en la más completa oscuridad de su cabeza, una imagen nace, la de Sara, la de su sonrisa, la de esa mirada  con la que podría tener al chico que quisiera, pero sólo se la había visto cuando le miraba a él. Y esa imagen crece hasta ser un recuerdo vívido.

Héctor aprieta los puños inconscientemente, y sabe que si no se queda, y afronta lo que sea que pase, no se lo perdonará en la vida. Sabe que  Sara es de esas chicas por las que, y no importan los años que pasen, te lamentarás el resto de tu vida por no haberlo intentado al menos.

Así que  coge aire, y abre los ojos justo a la vez que la puerta se mueve, y créeme que ese gesto es el mayor   esfuerzo que  haya realizado nunca. No ve nada, hay poca luz y su vista aún no se ha acostumbrado a ello, sólo ve una melena rubia que vuela con el aire que desplaza la puerta al abrirse, y escucha de fondo el ritmo de su corazón acelerado, casi como si de una canción de cine bélico en el momento más álgido se tratase. Imbuido por todo, se lanza a besarla, por que no puede permitir mirarla al rostro y que vea el menor rastro de dudas en su mirada, porque si es así, toda su fortaleza se irá a la mierda.

Cómo imaginara antes,  sube sus manos al cuello de la joven, pero no espera su confirmación, y la besa, ella se resiste en un principio ante la torpeza del chico, y la sorpresa del momento, pero cuando la sujeta de la nuca y la vuelve a besar, siente que ella abre sus labios, y se lo devuelve. Si pudiera parar a pensar, Héctor estaría exultante, pero no puede, está a otro nivel, sintiendo  cada pequeño detalle y guardándolo en su memoria para siempre, porque piensa que cuando deje de besarla, aquello terminará, y su sueño se romperá en mil pedazos.

Así que, guiado por una fuerza invisible, la hace retroceder  hasta una pared dentro de la casa, no sin antes cerrar la puerta de la entrada tras de sí.  Sin dejar de besarla, van girando sus cabezas,  llegando a parar para coger aire, sólo una décima de segundo, en que ella le sujeta las caderas, para que no se separe más, y tira de su camiseta para volver a besarse, ya que el joven le saca una cabeza a ella, y esta se pone de puntillas para buscar su boca. Esta vez, la adolescente mete su lengua en la boca del chico en aquel primer beso entre ambos. Héctor se sorprende de su acción, y alza la cabeza, confuso, pero ella le coge de la nuca, y le obliga a seguirla el juego, hasta que sus lenguas se mezclan, y lo que empezara como algo casi inocente, una travesura juvenil, se la está poniendo dura al muchacho.

Casi por instinto, y más rememorando cosas que Lorenzo le dice de sus amantes, baja una de sus manos a la cadera de Sara, y la eleva para seguir besándose, una vez que ha quedado claro que ella no va a separarse de sus labios. Nervioso por cómo se está poniendo la cosa, nota que la chica baja las manos por su cuerpo, y juega en su vientre, pero lo que en realidad hace, es desatarse una bata blanca, o eso parece con tan poca  luz, y dejar al aire su cuerpo, bajo un camisón corto de dormir. La lógica le dicta a Héctor que una mano debe acudir al pecho, y sin demora, agarra uno de sus senos por encima de la tela, de forma inexperta, algo que hace sonreír a  la mujer, sin dejar de besarle.

Él está en una nube, y ni se para a plantearse porqué ese pecho en su mano parece más grande de lo que le recuerda haber visto, sólo lo aprieta de forma leve, y siente el pezón ponerse duro a través del satén del camisón. No es lo único en endurecerse, el miembro del adolescente, que según le dice Lorenzo en alguna de las veces que se han duchado en unos vestuarios, “No está mal”, es una barra de lava encerrada en los vaqueros.

Las cosas van bien, Héctor no sabe mucho de mujeres, pero el lenguaje corporal le dice que va bien, al menos eso cree. Las cabezadas que dan al besarse son acompañadas por sus cuerpos, y si pudiera pararse a mirar,  vería cómo Sara mueve la cadera en su pelvis, frotándole con ella. La preciosa joven termina un beso eterno abriendo la boca de placer, y echando la cabeza hacia atrás, para tratar de coger aire de nuevo, lo que interpreta el inexperto chico como una invitación a  besar su cuello, y eso hace, provocando que suelte una exhalación de gusto, y enrede sus manos en la nuca de él. Casi de inmediato, nota el olor, un olor familiar, como a alcohol, y deja de besar ese delicado cuello, cuando está peligrosamente cerca de sus pechos.

La encendida joven no le da opción,  se ve arrastrado por las  manos de ella en su cabeza, y le hunde la cara entre sus senos. Héctor casi no puede respirar, tal vez sea por los nervios, o porque Sara se ha quitado un tirante  el camisón,  no se cree que  se haya sacado un pecho por encima del escote, y se lo haya puesto en las narices. Casi rememorando una época de lactancia, chupa aquel seno, lo lame de forma que la chica se ríe, y cuando se mete su pezón en la boca,  la hace doblar la espalda hasta dejar caer la bata al suelo.

Llevada por la lujuria,  le aprieta la cabeza contra ese pecho con una mano, la otra se apoya contra sus riñones, y trata de sacarle la camiseta a tirones al apuesto Héctor, que se aparta medio metro para ayudarla, y se quita la camiseta tan rápido que le tira de un ojo al salir, pero Sara le rodea con una pierna, y le atare de nuevo hacia ella, besándole de una forma que no sabe responder.

Mientras sus lenguas juegan, la chica baja sus manos a la bragueta de Héctor, y antes de abrirla, acaricia su miembro por encima. Eso hace que él suspire, y cuando mete la mano por dentro de sus calzoncillos, y agarra su falo, casi enviste como un perro se agarra a una pierna.

  • Primero tienes que bajarme las bragas. – es apenas un susurro de Sara. Héctor se ríe, por que no es capaz de recordar una conversación previa con ella, no cara a cara, y cree que para ser las primeras palabras que le dice, son muy adecuadas.

  • Perdona…-   baja sus manos hasta sus mulos, y levanta el camisón lo justo para coger de la goma de su ropa íntima, y tira de ella hacia abajo, con ella ayudando, nerviosa, moviendo las piernas rápido.

Sara tiene que bajar la pierna que rodea a Héctor para terminar de quitarse las bragas, se le quedan en la punta de los dedos, y cuando la vuelve a alzar para rodearle la cadera, salen disparadas por el recibidor. (Casi nos pasa por la cabeza, pero no te preocupes, no estamos aquí, ¿Recuerdas?) Metiendo las manos por dentro de su ropa,  le baja los vaqueros y los calzoncillos  hasta medio muslo, no necesita más, el miembro  apunta de forma directa entre los muslos de la muchacha, que se remanga el camisón un poco, y se la dirige hasta sentir la punta del glande rozándole los labios mayores.

El expectante chico se apoya en la pared, con ambas manos, una a cada lado de la cabeza de Sara, viendo cómo, por  el motivo que sea, ella parece más experta que él, que sólo se deja hacer, sin pensar que esa no era la forma en que pensaba que sería su primer vez. Pero lo es, y siente cómo la sensible piel de su miembro se roza con los muslos de piel cálida de esa joven, que trata de metérselo en varias ocasiones, hasta que por fin,  entra, y Héctor suelta un bufido animal, palmeando la pared con fuerza.

También gime ella, que suelta la base de su falo, y le agarra del culo, apretándole, para que poco a poco se la esté introduciendo. De nuevo, él no se para a pensar, ¿Como podría?, está follando por primera vez, y lo hace con el amor de su vida, si lo hiciera, tal vez pensara lo fácil que ha sido entrar en una chiquilla, que según todos, era tan virgen con él. En vez de eso, la besa, y sintiendo en su cara el gesto torcido de Sara, que se retuerce al jadear de gusto,  termina de meterle su miembro de un golpe de cintura delicioso, que aplasta a la chica contra la pared, y que la lleva a clavarle sus uñas en los glúHéctors.

Despacio, y aumentando el ritmo de cada penetración, la sorpresa se difumina, sólo queda el sexo y el placer, algo arrítmico y lento, pero sin descanso. Cuando Héctor coge el ritmo, que las manos en su culo le marcan, Sara sube sus manos por el vientre plano y el pecho terso de adolescente masculino que luce ante ella, hasta cogerle la cara y tirar para besarse,  aprovechando cada golpe de cintura para meterle la lengua hasta la campanilla, y enseñarle un par de trucos a un impresionado chico, que apenas puede concentrarse en sentir el calor y la humedad tan excitante que le rodea el miembro.

De un salto, Sara le rodea con la otra pierna, cruzando ambas por su cintura, y agarrándose a sus hombros, para sentir cómo la penetran de forma completa, empezando a  gemir de forma lasciva y fuerte. Héctor, ante ese gesto, la coge del culo con las dos manos, y se ayuda de la pared para seguir haciéndola el amor.

Esa posición, deja el pecho suelto del camisón a su altura, con el otro amagando salirse porque el tirante del otro hombro está cayéndose, y su movimiento es tan hipnótico, que  lo agarra,   besándolo y  chupándolo por todos lados. Sólo al rodear su pezón con los labios, Sara lanza un grito de placer, echando la cabeza hacia atrás, y pegando toda su espalda a la pared, estirando los brazos hacia arriba,  moviéndose como una serpiente encantada, dejando que él acabe el trabajo.

Porque no te lleves a engaño, pese a lo excitante de todo esto, es la primera vez de Héctor, y apenas dura unos minutos más antes de reventar. Siente una corriente eléctrica enorme por su espalda, que acaba en una serie de latigazos largos y espasmódicos, que recorren su miembro dentro de Sara, que al sentirlo, empieza a temblar. Sus muslos se mueven como flanes en un terremoto, pese a rodear al joven con fuerza,  abriendo y cerrándose de piernas del orgasmo que le ha hecho sentir el semen dentro de su cuerpo.

Sara se deja caer abrazada al chico, que jadea exhausto y la sujeta a duras penas, más que con las manos, la mantiene en el aire apoyando el peso de su cuerpo contra la pared. Siente cómo ella le besa en el cuello, y cómo el sudor de ambos se mezcla, mientras sus respiraciones parecen seguir un mismo ritmo acelerado.

  • Mamá, ¿Quién ha llamado? – se oye  la voz venir de la escalera que sube al segundo piso, a la vez que la luz se enciende, y todos se quedan petrificados.

Sara está vestida con un short corto, y un top  ajustado, con el pelo rubio recogido en una coleta,  con un pie en cada uno de los dos últimos escalones de la escalera, y el dedo índice en el interruptor de la luz. Su cara, al ver a su madre en brazos de Héctor, y con gestos de pedir más caricias, la hace abrir la boca de tal forma que el chico sólo puede ver un agujero negro enorme.

  • ¡¿Mamá?! ¡Héctor, ¿Qué le haces a mi madre?! – el tono es el mismo que el  que podría usar una cantante de ópera para romper vidrieras.

El adolescente aún ni siquiera ha soltado el pecho de la madre de Sara, que ahora con luz, se la ve medio ida, quizá por el placer, o quizá por alguna copa de más.

Si miras, es lógico el error, la madre de es un calco de su hija, rubia, de misma altura y con 20 años más, pero su cuerpo, salvo algunas curvas pronunciadas, es muy similar, y sólo en las arrugas  del contorno de  los ojos puedes ver su edad.

Héctor mira a la mujer entre sus brazos, como si con eso fuera a asegurarse de que no era Sara, que está a cinco metros  de ellos.

  • Yo…creía que eras tú…yo…lo siento…- la manos de Héctor tiemblan, todo él lo hace, y mirando de nuevo a la joven, suelta a la madre, que se apoya en la pared, evitando caer al suelo a duras penas, sin importarle tener ya los dos pechos fuera, y el camisón por el ombligo, mostrando un   rubio vello púbico.

  • ¡FUERA! – por fin se mueve Sara, pero como una bala,  coge la bata de su madre del suelo para taparla, y que deje de estar medio desnuda delante de Héctor.

  • ¡Por favor! Perdóname…lo siento…creía que eras tú, lo juro. – es inútil,  trata de avanzar hacia Sara, pero esta le mira con desprecio. El recuerdo de su bella sonrisa es borrado de la mente de él, y aquellos ojos llenos de furia sustituyen esa imagen.

  • ¡Héctor, por favor, vete de mi casa, AHORA!

Casi como de un disparo de salida en las Olimpiadas,  se gira, y echa a correr, pero cae al suelo porque, como recordarás, tiene el pantalón por los muslos. Coge su ropa, y poniéndose en pie, se viste a la carrera.

(Vamos con él, atrás quedan Sara y su madre, que si prestas atención, tiene una sonrisa enorme.)

Sale de la casa, le cuesta abrir la puerta, pero termina haciéndolo, y sigue corriendo sin dirección, busca el coche con la mirada, con el cabrón de Lorenzo y el imbécil de Tomás dentro,   pero lo único que hace es repasar en su mente lo estúpido que ha sido, hasta se golpea la cabeza repetidamente, piensa en la apuesta, y sin querer admitirlo nunca, empieza a llorar, de rabia, de vergüenza y de bochorno.

Casi trescientos metros más abajo, dobla una esquina, y  se choca con la parte de atrás del vehículo dónde Lorenzo le espera. Al verle llegar, salen del coche él y Tomás, y riéndose por verle correr, le preguntan, pero Héctor no dice nada, sólo se sube a la parte de atrás  del coche, y pide que arranquen, a gritos, y secándose las lágrimas de forma poco honrosa.

El del chándal se queda de pie, riéndose y preguntando, pero Lorenzo, temiéndose que  haya metido la pata y lo anden persiguiendo, se sube al coche y arranca. Casi tiene que frenar porque Tomás aún no había subido, pero al hacerlo, salen despedidos, dejando todo atrás.

  • ¡¿Pero qué coño ha pasado?! – pregunta Lorenzo, fuera de sí.

  • Sí, tronco, habla. – Héctor mira a Tomás con ganas de matarlo, porque le culpa a él, y a Lorenzo de lo que ha pasado, pero no se atreve a mirar así al que conduce.

  • ¡Tíos, sois unos putos desgraciados! ¡Eso es lo que pasa! – al decirlo, el de chándal no deja de reírse, y el conductor se tensa, no le gusta que le hablen así, y menos Héctor, un chico que nunca alza la voz.

  • ¿Pero la has besado o no, tronco? – Tomás se gira hacia atrás, al tiempo que recibe un golpe en la cara de Héctor, tan rápido que ni siquiera hace daño de verdad, pero que le deja callado.

  • Tranquilízate, joder, y di qué ha pasado. – Lorenzo tiene que dar un volantazo en una curva, pero se hace con el coche y prosigue la huida.

  • ¡Pues que he llamado…y me han abierto...y creía que era Sara, la he besado, y mucho…y ella se ha dejado...y he entrado en su casa…besándonos, la he apoyado en una pared, y me la ha puesto gordísisma, y luego…joder, tíos, y luego hemos follado…mierda! – habla de forma tan atropellada que repite varias veces algunas frases, porque no articula bien las palabras, pero al terminar, Tomás pone cara de sorpresa absoluta, y mira a Lorenzo, que aparta los ojos de la carretera medio segundo, tan sorprendido como el otro.

  • ¿Pero qué dices, tronco? ¿Te “las´ follao”? – su tono, de mera incredulidad, hace que Héctor salte, y empiece a querer pegarle de nuevo, casi hacen que den  otro volantazo, y de un codazo, el rubio se parta a los otros dos, que forcejeaban dentro del coche.

  • ¡Me cago en la puta! Héctor, para quieto que nos matamos, ni que fuera algo malo que te la hayas follado.

  • ¡A la madre, cabrones, a la que me he follado es a la madre, creía que era Sara...estaba oscuro…no sé que ha pasado, pero se me ha abierto de piernas y me la he follado! – Tomás suelta todo el aire de golpe, en una carcajada genuina de un imbécil como él.

  • ¡No me jodas! – Lorenzo aguanta la risa, porque no se lo cree.

  • Sí te jodo, maldito capullo, me habéis obligado a hacer esto, y para colmo, al acabar, Sara ha bajado y me ha visto terminando con  su madre…mierda, tíos, me ha echado a gritos de su casa. – lo dice con un tono algo más calmado.

-  Tronco, no nos culpes de que seas un folla viejas. – Lorenzo le suelta un manotazo en la cara, hasta para él eso es ofensivo.

  • Déjate de gilipolleces, Tomás. – Lorenzo entra en la autopista, y se van camino ya de casa, pero no puede apartar la mirada del retrovisor,  mira a Héctor, echo una bola, llorando.

Cuando llegan a casa, dejan el coche, se despiden de Tomás, y Lorenzo  junto a Héctor, se van caminando a sus casas, muy cerca la una de la otra.

Van en silencio, Héctor suelta bufidos reconocibles de vez en cuando, son de vergüenza absoluta, de recordar lo ocurrido y querer rebobinar el universo, pero sabe que no puede. Llegando a su casa,  se apoya en la puerta de su bloque de edificios, y mira  a Lorenzo, rogándole, como si él pudiera hacer algo.

  • Lo siento, Héctor, no creía que pasaría esto.

  • Eso espero, me has jodido  la vida.

  • Mira, sé que fue idea mía la apuesta, pero yo no te obligué a follarte a la que abriera la puerta, sin saber quien era… - Héctor abre la boca para responder, pero se da cuenta de que es cierto.

  • No es justo, la he jodido pero bien, tío, Sara no me va a perdonar. – se lleva las manos a la cara, y casi echa a llorar de nuevo.

  • No toda la culpa es tuya, su madre también tiene algo que decir… ¿Cómo se habrá dejado?

  • No lo sé, le apestaba el aliento al alcohol, iría borracha o algo. – y ahora, es cuando Héctor empieza a repasar en su cabeza todos esos detalles que podría haberse parado a pensar, pero que no hizo.

  • ¿Y cómo te fue? Ya sabes, con la madre…- la pregunta le pilla tan fuera de lugar, que ni siquiera se había dado cuenta.

  • Pues…bien…a decir verdad… ha sido un espectáculo, tío, me he follado a la madre, pero ella tenía que haberme parado.

  • No, si estaba necesitada, vete a saber…

  • ¿Y qué hago ahora? – Lorenzo se encoge de hombros, y eso es obviamente insuficiente para Héctor. Se da cuenta, y piensa en qué haría él

  • Pues manda un mensaje pidiéndola disculpas, a Sara y a su madre, explícalo sin detalles, di que estaba oscuro o lo que sea, y deja pasar unos días, para que la cosa se calme, y vemos cómo reaccionan ellas.

  • A mí la madre me la suda, tío, era Sara… ¡¿Joder, como he podido cagarla así?!  - Lorenzo le apoya una mano en el hombro, y le abraza con fuerza, porque nunca lo admitirá, pero se siente algo culpable, sólo un poco.

  • Venga tío,  sube a casa, manda ese mensaje, y duerme, mañana quedamos y hablamos más tranquilos. –  levanta la cabeza, y asiente, casi agradeciéndole sus palabras. Ese es el encanto de Lorenzo, te mete en un lío, y hace que se lo agradezcas.

Héctor sube a casa, y tal como le ha dicho su amigo, le escribe un mensaje de texto a Sara, uno  largo y que repasa treinta veces antes de mandarlo, explicando que fue un error, que pensaba que era ella, y que la confundió con su madre, que no le  odie por ello, y que se lo pregunte a su madre, para que ella le aclare porqué no le dijo nada o no  le detuvo. Espera que así, la culpa se divida, o al menos, él parezca menos culpable. Luego se echa a dormir, y repasa mentalmente todo, una y otra vez.

Sara no responde, ni esa noche, ni durante cuatro largos días en los que Héctor y sus dos amigos quedan a diario, esperando alguna acción de parte de ella, o de su madre. Empiezan a ponerse nerviosos, porque al segundo día, el pobre chico recuerda que se cepilló a la madre sin condón, y que se vació dentro de ella.

Lorenzo indaga con las chicas que le veneran, amigas de Sara, y averigua que  lleva unos días sin hablar con ellas, pero pese a que  dicen que no saben nada, el rumor de que Héctor se ha tirado a su madre corre como la pólvora. Los medio hermanos no han dicho nada, y no creen que la hija lo haya mencionado con nadie. Sólo queda una persona, Tomás, que seguro que para vacilar con algún colega, habrá abierto la boca.

Pero al quinto día, y con el muchacho a punto de un ataque de nervios, Sara  manda un mensaje de texto, diciéndole que se pase por su casa esa tarde, que tenían que hablar. No se atreve a ir sólo, y avisa a Lorenzo, que con algo de reparos, llama al tercero en discordia, para que les deje el coche de su padre, y cómo siempre, se adhiera como una lapa.

El viaje es tenso, con Héctor y Lorenzo delante, y Tomás atrás, nervioso, pero riéndose entre dientes, una actitud muy diferente a los otros dos.  El recientemente desvirgado  parece un cerdo camino del matadero, y el de ojos verdes,  un témpano de hielo.

Se han arreglado un poco, van en zapatillas, camiseta y pantalón largo, con una camisa  por encima, Lorenzo se la ha cerrado, pero Héctor está tan acalorado que no puede, se ahoga. Tomás va con su chándal de siempre, que tiene agujeros por todos lados, pero que parece ser su ropa favorita.

Al llegar, le echan una mirada a Tomás que le deja fulminado en el asiento,  sabe que se quedará en el coche, como un perro, y se perderá la fiesta que sin duda, será la reunión.

Si ya le costó un mundo caminar hacia esa puerta la noche de autos, Lorenzo casi ha de empujar a su amigo hasta la casa, y una vez enfrente, le da una palmada en la espalda, que logra que  deje de temblar, y golpeé con los nudillos en la entrada. Al escuchar pasos otra vez, más allá de ella, Héctor recobra las ganas de echar a correr, pero ahora no  está solo, y eso le da cierta confianza.

La puerta se abre de forma brusca, y Sara aparece, vestida como siempre, top ajustado azul y falda blanca, larga  hasta las rodillas y  vaporosa. Pese a que tiene un gesto de ira controlado, está preciosa, con el pelo rubio suelto y el color de la furia enrojeciendo sus mejillas.

  • Pasad. –  le dedica una mirada furtiva a Lorenzo, no le esperaba allí, pero está tan cabreada que no discute. Los chicos entran, y son  acompañados por el pasillo. Héctor le dedica una ojeada a la pared, contra la que se desvirgó hacía unos días al pasar por el recibidor, y entran hasta el salón principal de la casa.

  • Hola, chicos. – la madre de Sara se pone en pie al verles llegar. Casi como una ironía, va vestida como su hija, un top ajustado marcando senos y una falda hasta los tobillos con mucho vuelo, del mismo color marrón en ambas prendas, un reloj de pulsera discreto, y zapatos elegantes con algo de tacón. Al ver a Lorenzo, más que sorprenderse, sonríe alegre.

  • Ho…hola – casi lo tiene que escupir, porque Héctor no  mira a la cara de nadie, no puede. Si lo hiciera, se perdonaría un poco, Sara se ha puesto al lado de su madre, y a plena luz del día,  cuesta ver que son madre e hija, y no gemelas. Aunque el tamaño del busto es inconfundible, tiene más pecho, y con los zapatos le saca algo de altura a su versión joven.

La madre deja un vaso de cristal en una mesa baja en mitad del salón, con un hielo aguando y unas pocas gotas de un liquido color marrón, y  la mayoría de alcohol de ese vaso, antes lleno, ya está en la corriente sanguínea de la madre mujer. La madura señora  se acerca a saludar a Héctor, y hace un gesto con el pelo suelto, algo menos rubio que su hija, para saludar a Lorenzo.

  • Hola, soy la madre de Sara, Carla, encantada - y se alza para darle dos besos a ese joven tan apuesto de ojos verdes, lo que le basta a él para oler el aroma inconfundible del ron.

  • Un placer, soy Lorenzo, vengo a acompañar al pobre chico, ya que está hecho polvo por lo que ocurrió. – Héctor, con una mueca fría,  agradece el detalle, su amigo sabe cómo manejar la situación.

  • Ya, claro…- Sara se cruza de brazos, y se sienta, iracunda, en un lado de  un sillón blanco de tres personas, viendo como su madre no aparta los ojos de Lorenzo.

  • Por favor, sentaos, ¿Queréis algo de beber? – señala un mini bar que hay a un lado del salón. Héctor niega con la cabeza, a su vez, Lorenzo pone una sonrisa de tiburón enorme.

  • A mí sí me gustaría algo, pero no me gusta beber sólo.

  • Tranquilo, yo ya me iba a poner otra copa, ¿Qué bebes? – Carla le agarra del brazo, y lo arrastra al mini bar, dónde no tarda ni tres segundos en reírse al escuchar  “Lo mismo que usted”, cuchicheando entre ambos.

Os podéis imaginar la cara de Sara, entre la ira más potente, y la incredulidad más absoluta, al ver a su madre, tonteando con Lorenzo. Pero Héctor está allí, de pie, mirando al suelo, ajeno a todo, esperando.

  • ¿Qué haces ahí? Siéntate – al oír el tono de Sara,  se activa, y camina al sillón,  se sienta en el mismo  de ella, pero todo lo lejos que puede.

  • ¿Y...y tu padre? – al joven  le extraña no verlo allí.

  • No está, y reza porque no se entere de esto, es policía, ¿Sabes…? - no es que no lo estuviera ya, pero  se asusta un poco más.

  • Sara, no seas brusca – se lo dice su madre, mientras se sienta en el sillón de enfrente, de dos personas y del mismo tono blanco que el otro. La mujer, todavía está pegada del brazo de Lorenzo, que sin esperar a nada, deja su vaso, de ron a la mitad, en la mesa, se sienta al lado de Carla, y pasa su brazo por detrás de ella, sobre el respaldo,  tomando pose de seductor, haciendo que la adulta deje el vaso, hasta arriba de ron, sobre la mesa baja en medio de los sillones, y le dedique una sonrisa a ese joven, de ojos penetrantes y de un tono que destila vida.

  • Mamá, deja de beber y céntrate, estamos aquí por…- no se atreve a decirlo, y se pone colorada. Su madre coge el vaso, le da un trago para dejarlo por la mitad, y mira a Héctor, que le huye con la cabeza.

  • Estamos aquí por que tu amigo me folló el otro día – Lorenzo no puede evitar dejar escapar una carcajada al oírle decir eso a Carla, un segundo más tarde, y le hubiera pillado con la boca llena de ron a palo seco.

  • ¡Mamá! – grita Sara, hasta casi romperse la voz.

  • Es lo que pasó, hija mía.

  • Yo…lo lamento, señora, yo…pensaba que…- a Héctor le tiembla la barbilla.

  • Ya me ha dicho Sara que pensabas que era ella, no te preocupes, y no te lamentes de nada, a mí me gustó… - al decirlo, sorbe del vaso otro trago, y mira a su hija, que está con la boca abierta, diciéndola con los ojos que  es una realidad, ese muchacho le ha echado un polvo que necesitaba.

  • A Héctor le preocupa el tema de haber eyaculado dentro de usted. - Lorenzo lo suelta, como si fuera un padre preocupado, y Carla se gira hacia él, agarrándole de una rodilla.

  • Que no se preocupe, tomé la pastilla al día siguiente, y si mi marido no me ha dejado preñada desde que nació Sara, mala suerte sería si por una noche loca tuviera un hijo de… ¿Perdona, como te llamabas? – el chaval la mira con ojos estupefactos.

  • Héctor, se llama Héctor, mamá, ya que te lo tiraste, al menos apréndete su nombre.

  • Hija, yo que sé, ni se presentó…

  • Lo siento, no es culpa suya, Héctor venía a por su preciosa hija, fue una apuesta conmigo que ha salido mal, no debió ocurrir, ni sabíamos que estaba usted en casa. – miente como un bellaco, pero sus mentiras suenan tan reales que Sara asiente.

  • No pasa nada, una ya se lo olía… y por favor, deja de tratarme de usted, me siento muy mayor.

  • Como quiera, era sólo por cortesía ante esta situación, y de mayor nada, ya se ve de dónde sacó su hija la belleza. – es como ver a un estafador en directo.  Carla se tapa la sonrisa con una mano, y sin apartar sus ojos de Lorenzo, le dedica un último trago a la copa, dejándola vacía.

  • Bueno, la verdad es que yo le dije a Héctor en un mensaje que estaba sola…pero  con mi madre – el silencio posterior a las palabras de Sara, hace ver que sólo a ella le importa ese dato.

  • Bueno…entonces… ¿Qué hacemos? – Héctor casi susurra.

  • Lo que quiere decir, es que si ya está todo solucionado, está muy arrepentido y no pretendía faltarla al respeto. – Lorenzo arregla el desastre de intervención de su torpe amigo.

  • No, por favor, el error fue mío, debí de…no debí dejar que pasara, él no hizo nada malo. – Carla está charlando con Lorenzo, es increíble que hablen entre ellos sobre Héctor, como si no estuviera allí. Si te fijas bien, la madre no ha quitado la mano de la rodilla del joven, y está haciendo círculos con el dedo pulgar  sobre la parte baja de su muslo.

  • La verdad…es que él no tuvo la culpa del…del todo. – al decirlo, y oírlo de los labios de Sara, Héctor la mira disimulando lo feliz que le hace escucharlo.

  • Claro que no, te lo aseguro, Sara, Héctor está perdidamente enamorado de ti. – exclama Lorenzo.

(No es que eso fuera un secreto, pero parémonos un instante a mirar las reacciones de todos, es parte de la magia de la que te he hablado.)

Lorenzo al decirlo, simplemente le da un sorbo a su vaso de ron, y le aguanta la mirada a Héctor, que obviamente, echa chispas, quiere saltar la mesa baja, y ahogarle estrujándole  el cuello, pero sólo aprieta con una mano el brazo del sofá, tan fuerte que sus nudillos se blanquean. Por su parte, Carla no aparenta tener una reacción evidente a lo que han dicho, está perdida en los ojos verdes de ese muchacho, sintiendo un calor en sus entrañas que no sentía desde que la tomó el otro joven de la sala, y que antes de eso, no recordaba la última vez que un hombre la hizo sentir, ni tan si quiera su marido. La madura mujer a se moja los labios, y  se puede deducir que necesita otra copa. Por otro lado, y la reacción más importante de todas, es la de Sara. Es la misma imagen de la vergüenza adolescente, se ha cruzado piernas en dirección contraria a todos, y ha agachado la cabeza dejando que el pelo le caiga por la cara, ocultando un rostro, tan hermoso como enrojecido.

  • Eso es precioso…- por fin Carla rompe esos segundos de silencio, que han parecido eones -… ¿Verdad, Sara? El amor juvenil es tan…pasional. – está claro que lo dice con toda la entonación sexual que puede, rememorando a Héctor dentro de ella, y mirando a Lorenzo con deseo.

  • Mamá, no ayudas…- casi por instinto, la medre mira a la hija, que sigue con la vista  perdida en la nada.

  • No sé porqué te avergüenzas, por lo que sé, tú también estás loca por él. – la incontinencia verbal de Lorenzo crispa a Héctor, que se pone en pie, enfadado, apretando los puños.

  • ¡Eso no te incumbe, deja de…! - el chico ha cogido carrerilla, y va a dedicar un discurso que lleva días dando vueltas por su cabeza, desde que  bajó la calle a la carrera llorando hace cinco días, pero siente la mano de Sara coger la suya, y todo lo que iba a decir, se le borra de la mente.

Héctor tarda unos segundos en volver su mirada hacia esa chica, estaba tan convencido de lo que iba a decir, que ahora no expresarlo le supone un esfuerzo. Pero al girarse, ve los ojos azules juveniles  mirándole, sus mejillas están tan rojas como las suyas propias, pero allí está de nuevo. Es esa mirada, esa sonrisa que  casi no recordaba, llena de alegría y de felicidad, porque otra vez, a Sara no le desagrada lo que ha oído.

  • Tengo algo de hambre, quizá, si no es molestia, pueda ofrecerme algo de la nevera. – Lorenzo se pone en pie, y cogiendo de la mano de Carla, que hasta hace nada estaba en su pierna, la pone en pie. Está tan abstraída, que ni se da cuenta del artificio del chico para dejar a su hija sola con Héctor, y sigue a ese joven tan apuesto hasta la cocina, haciendo resonar los tacones al caminar.

Te puedo asegurar que en todo el tiempo que tardan en salir del salón, la pareja de adolescentes no les prestan la más mínima atención. (Nos quedamos Con Héctor y Sara, algo me dice que es más interesante, aunque mi olfato suele fallar.)

Están cada uno perdido en los ojos del otro, y nada, salvo ellos mismos, importa. Pasado lo que parece un largo tiempo, Héctor agacha la mirada, y suelta todo el aire que puede, sin dejar de sentir la mano férrea de Sara cogiendo la suya. Se termina sentando junto a ella, pero mucho más cerca que antes, y toca por encima de las delicadas manos de ella, acariciando con cariño.

  • ¿De verdad te…te…vamos…yo…tú…? – no le culpéis, Héctor sigue siendo él, pero Sara sale a su rescate.

  • Pues…sí…no es que seas el amor de mi vida, ni nada de eso…pero…me…me gustas... – lo suaviza, claro, está dolida, y no se siente cómoda al decir que ama o quiere a alguien. Eso en sí, no cambia que  le quiere, aunque no lo diga, y pese a querer odiarle por lo ocurrido, sabe que el chico que tiene delante cometió un error, y está deseando perdonarle. -… ¿Y tú?

  • ¿Y yo…qué? – se arrepiente en ese mismo momento, Héctor está muy perdido, pero justo al decirlo se da cuento de a lo que se refiere Sara - …¡Dios, sí… te quiero…un montón!

Sara suelta una leve carcajada, que para el chico es como un martillazo en la cabeza, cree que ha metido la pata, otra vez, pero no es así.

Es esa misma timidez, casi estúpida, la que a Sara le gusta de él. La joven es guapa, y está buena, ella lo sabe, y como ella, lo saben todos los chicos, y todos la han entrado, de una forma o de otra. Para ella, lidiar con esos bravucones y salidos es casi algo habitual, niños que juegan a ser mayores, y que van de listos cuando se acercan a ligar. Gente como Lorenzo, pero no tan guapos como para que les dé crédito.

En cambio, Héctor es diferente, se pasó tres meses mirándola a escondidas, sin hablarla, pero sin quitarla el ojo de encima,  y cuando le pilla mirándola, no puede evitar sonreírle de la forma más dulce que puede, o cuando sabe que la está observando, exagera el movimiento de sus caderas al caminar, para que él se quede embobado con el vuelo de su falda.

El día que se le cayó el móvil, le dio tanta ternura, que le quitó la tarjeta a una amiga suya que la había encontrado, y fue a devolvérsela ella en persona, quedando encantada con la mirada de agrado de Héctor al verla. Era como un cachorrito de labrador al que van a adoptar. “Dios, ¿Por qué no me habla?”, se decía Sara continuamente.

En realidad,  no sabe porqué no  habla con ella, lleva semanas acercándose a  Héctor y sus amigos, pero no lograba que  diera el paso. Por eso, cuando se enteró que Lorenzo le había dado su número, y vio el primer mensaje suyo  en su móvil, se puso su canción favorita a todo volumen en su cuarto, y bailó sobre la cama un buen rato. Y charlaron, vaya que si charlaron, hasta el punto de acostarse realmente tarde, y quedarse dormida con el teléfono sobre el pecho, agarrado como un peluche, y soñando con cómo se sentiría cuando la abrazase, o cómo sería besarle. Eso no quiere decir que Sara no se haya dado algún beso largo con un chico, o que sea una santa, ha tenido sus líos aquí y allá, pero nada como esto.

Y ahora, por azares del destino, tiene a ese chico que le hace sonrojarse cuando la ve, delante de ella, con sus manos acariciando las suyas, y mirándola a los ojos, habiendo declarado su amor el uno al otro. Y pese a que la cara de Sara parece todavía disgustada, se diría que poco la importa ya aquello que la enfadó, solo lo aparenta. Por dentro de su cabeza, está sonando la misma canción que puso al recibir ese primer mensaje, y da saltos sobre una cama imaginaria.

  • Joder, no sabes cuanto…cuanto lamento todo esto. – está nerviosa, la joven no sabe qué va a pasar, pero quiere que pase ya, y se pasa el pelo, del  lado de su cara en el que está Héctor, por detrás de la oreja, de forma natural, pero que hace que él la quiera un poco más.

  • No lamentes nada, no es culpa tuya…yo fui un imbécil…estaba tan seguro de que no te…no te gustaba, que llamé a tu casa y no me atreví a esperar que hablaras, porque no me hubiera atrevido a besarte…y apareció una melena rubia, estaba oscuro, y me abalance sobre ti…pero era tu madre. – a Sara se le abren los ojos, y si supiéramos leer la mente, escucharíamos un “Ah, era por eso por lo que estaba enfadada, no me acordaba”. Nos conformaremos con un  arqueamiento de cejas hacia un lado.

  • No eres imbécil…sólo que eres tan inocente que te daba vergüenza. – se descubre a sí misma justificando al  chico que se ha tirado a su madre.

  • Es que…no suelo gustar mucho, ya sabes, a las chicas. – la voz con que lo dice da algo de lastima, esa misma lastima que a Sara le parece arrebatadamente sexy. Le pasa la mano, la que no sigue sujeta por las de Héctor, por la mejilla, sintiendo en sus dedos la incipiente barba adolescente, y el tacto la gusta.

  • Pues son todas unas idiotas, eres un encanto, y a mí… a mí sí me gustas. - “Por dios, bésame de una jodida vez”, eso le quiere gritar Sara, pero recuerda que está enfada con ese chico, se ha tirado a su madre, y se mantiene serena, con su mano en su mejilla.

  • Entonces, ¿Puedes perdonarme? Sé que la he cagado…pero no sé qué mas hacer. - como Héctor suelte otra frase lastimera, va a poner a Sara de los nervios, que sólo tiene ganas de que se le eche encima, y la acoja en sus brazos, como recuerda que tenía a su madre.

  • No hace falta que hagas nada, se tiene que tener mucho valor para venir a mi casa después de…aquello, y mi madre…bueno, mi madre bebe mucho…debió pararte… – Sara aparta su mirada de los profundos ojos avellana de Héctor, para evitar que se le incendien las mejillas, y ve el sillón de enfrente vació, dándose cuenta de que su madre y Lorenzo no están. Busca a Carla para culparla a ella de todo, pero ni se ha dado cuenta de que se la han  llevado.–…Oye, vamos a hablar con mi madre, y terminemos esto.

Héctor asiente, y se maldice, porque ha estado seis veces a punto de saltar a los labios de Sara, pero no lo ha hecho por que la ve dolida con él. Se levantan del sillón, y sin soltar su mano,  le guía por la casa, hasta abrir la puerta de la cocina. Ni que decir tiene que no aparta los ojos de la falda ondeándose de ella,  y que esta, contonea su trasero con gracia para que eso ocurra.

La imagen al entrar en la  cocina, es de la madre de Sara recostada sobre la encimera, con la falda dada la vuelta hacia arriba, y las bragas por los tobillos, con Lorenzo follándosela desde atrás, los pantalones bajados y agarrándola de los pechos por dentro del top.

(Te dije que mi olfato me solía fallar.)

Por segunda vez en una semana, Sara se queda petrificada al ver a un adolescente tirándose a su madre. Al primero que lo hizo, lo tiene cogido de la mano, porque iba a la cocina a que Carla cargara con las culpas, y así tener vía libre para lanzarse a los brazos de su amado.

La mano que Héctor tiene rodeando la delicada piel  de los dedos de la chica, se ve apretada al instante, y hasta que no levanta la mirada de la falda, no ve la escena.

  • Ma…mamá – es un hilo de voz de labios de Sara, no pasa nada si no lo oyes. Es lo normal, cuando te das cuanta que puede ocurrir un accidente una vez, pero dos, no. “Mi madre es una guarra folla niños”, y no hace falta leer la mente para saber qué piensa, su cara lo expresa claramente.

Es cuando  no se reprime, y se gira acomodándose en el acogedor pecho del joven tras ella, este, tarda unos segundos, pero la abraza con fuerza, tal como ella quería. Sin duda, Sara le tenía un respeto a esa mujer que acaba de perder, y ya no necesita ni el permiso de ella, ni sus palabras, para hacer lo que quisiera con ese chico. Hasta se siente mal con él, seguramente la zorra de su madre le sedujera y se callara, o eso parece mascullar. El resumen es que ya no necesita más, toda la culpa es de su progenitora, y Héctor la víctima, y  eso es lo que  quiere creer.

Por raro que sea, ni Sara, dada la vuelta hundida en el tórax del chico, ni el propio Héctor de cara, sintiendo esa delicadez tan femenina de la joven que ama, se dan cuenta de los gritos de placer que Carla suelta, al sentir cómo Lorenzo la está devolviendo a la vida con cada penetración.

(¡Oh, esto me encanta! Vamos a rebobinar unos minutos para ver cómo han llegado a esta situación.)

El muy cerdo se ha aprovechado de mí, o eso le dirá Carla a quien le pregunte. Según Lorenzo se la ha llevado a la cocina, la ha empujado contra la nevera, y la ha besado, y no un torpe beso de crío como los de Héctor hace cinco días, sino que la ha metido la lengua en la boca, y la ha obligado a darse la vuelta sobre la encimera.

Claro, el esfuerzo del chico por hacerlo ha sido mínimo, que una es una señora, pero no es de piedra. Ese joven le ha acariciando por todo el cuerpo, mientras escuchaba cómo se bajaba la bragueta y los vaqueros. Cuando la ha levantado la falda, se ha visto obligada a sujetarla, para que le pudiera bajar las bragas fácilmente. Se ha sonrojado un poco cuando la voz de ese chico le ha dicho que su ropa íntima estaba mojada, pero qué demonios, ha sacado la cintura, y ha esperado que se la metieran. A este adolescente no había que guiarlo, como al otro,  la ha acariciado por fuera, lubricando la zona, y cuando ha querido, haciéndola rogar, se la ha metiendo dentro de su húmedo interior.

Y desde entonces, ya le ha dado igual todo, hasta que le metiera mano en el pecho, o que la soltara algún azote que otro en su trasero. Carla ha estirado bien las piernas, y se ha dejado follar como llevaba desando desde que Héctor activara a la mujer necesitada que tenía dentro. Su marido es un buen hombre, pero su trabajo de policía le tiene siempre fuera de casa, y esa sensación excitante de estar casada con un agente de la ley, pasó hace mucho, y ahora son dos desconocidos que se soportan a duras penas. Carla necesitaba sexo, y hasta que  irrumpió en su casa cierto muchacho lanzando,  y la besó, no sabía cuanto.

A Lorenzo todo esto le divierte, no te creas. Ahora mismo se está agarrando a la encimera, y está dando golpes de cadera tan seguidos, que el sonido de los golpes en las nalgas de Carla es rítmico. Ha sido una gran idea llevarse a la madre del salón, para ayudar a Héctor, claro, el momento pedía intimidad, y qué menos podría hacer por su amigo.

Así que, viendo la predisposición de esa mujer, se la ha llevado a la cocina y se la ha empezado a follar sin muchos esfuerzos. No es la primera vez que hace algo así, pero sí con una mujer adulta, y le está encantando cómo Carla  echa el culo hacia atrás, para que se la meta más profundamente.  Hasta se atreve, “Plass”,  le una palmada en el culo, y la señora gime de gusto.

Pasados unos minutos, Lorenzo se cansa y le da la vuelta, esta, al verle el pecho fornido, desnudo y sudoroso cuando el chico se quita la camiseta, su cabello rubio a media melena, y sus ojos verdes, se lanza a besarle. Él aprovecha y la mete mano para quitarla el sujetador, con tanta habilidad que a Carla le gusta, y se baja los tirantes del top para liberar sus senos.

Responde subiéndola a la encimara, Lorenzo la sienta en ella, y la vuelve a penetrar, con una virulencia y pasión, que la pone  cachonda hasta el punto apretarle contra ella usando sus piernas. Mientras lame uno de sus pechos, el chico estruja el otro, y sujeta de uno de los muslos a esa madre, que desde que la ha visto, se la ha querido follar. Ella se mantiene firme con las manos sobre él, queriendo agarrarse y  acariciar simultáneamente  su torso, joven y marcado, a la vez que siente cómo lamen sus pezones de una forma desconocida para ella.

Carla casi cree ver a su hija en la puerta, pero está perdida entre el placer que recibe, y la situación tan morbosa. Pero Sara y Héctor hace un buen  rato que se han ido, no podían seguir viendo aquello, y en vez de pararlo, prefirieron seguir con su idea, de caer en los brazos del otro, y a hija de esa mujer  desatada,  se llevó arriba, a su  cuarto a su particular distracción.

Igual que Héctor, te vas a quedar con las ganas de  sexo adolescente, por que Sara está destrozada. Se ha tumbado en su cama, en un cuarto típico de adolescente, con la cama hecha con sábanas rosadas, un escritorio desordenado y pósters de grupos juveniles.

La pobre chiquilla le ha pedido que se tumbara con ella, y la rodeara con los brazos por detrás, para que  se quede  un rato,  al menos, hasta que oigan dejar de gritar a su madre en el piso de abajo. El chico accede, algo tenso. Los gritos no son solo de Carla, Lorenzo también gime, pero es que la madre está desaforada. El gimoHéctor, el sonido de golpes sensuales, y la duración del sexo, muy superior a la demostrada por Héctor, incomodan la situación.

Sara no es idiota, siente a Héctor recostarse a su espalda, y al abrazarla,  sabe que ese bulto en su trasero, que nota a través de la fina falda vaporosa,  es un miembro  endurecido, pero ella no está para muchas fiestas, se siente protegida y querida entre sus brazos, y decide ignorar todo lo demás. Su único objetivo era encontrar la forma de perdonarle, y pese a  los inconvenientes,  ya le tiene en su cama abrazándola. Mal no le parece ir, pese a escuchar los inconfundibles alaridos de su madre,

  • ¡AHHHHHH!

Carla se abre de piernas todo lo que puede, estirando hasta los dedos de los pies, porque ese niñato acaba de provocarle el segundo orgasmo de su vida mientras la penetran. El primero, ya te digo yo que fue el que la provocó Héctor al correrse dentro de ella hace cinco días.

Este segundo es mucho mejor, porque Lorenzo no se ha corrido aún, y se la sigue tirando, sin dejar de chuparle un pecho de vez en cuando. La exclamación que suelta un minuto después, por otro orgasmo hilado con el anterior, la hace abrir la boca, y soltar un grito que no recuerda desde que parió a su pequeña Sara.

El joven se ríe, le saca el miembro y juega con su glande chapoteando a la entrada de su feminidad, tal como vio en un vídeo x,  gesto que ha mimetizado hasta hacerlo suyo. Eso provoca que Carla se retuerza de placer, y parezca que el orgasmo no tenga fin, como su grito.

Al escuchar el grito de su madre, Sara se da la vuelta sobre sí misma, de cara a su acompañante. Casi está por llorar, pero el hasta ahora tímido Héctor la sorprende, deja su nerviosismo a un lado, y la acaricia la mejilla con tanta delicadeza que deja de escucharlo todo, y se centra en sus ojos.

  • ¿Por qué te daba vergüenza besarme?  Ya sabes, al venir el otro día…– la pregunta deja a Héctor algo descolocado, pero se obliga a ser fuerte,  sabe que Sara lo está pasando mal.

  • Me da mucha…me daba mucha vergüenza hablar contigo, besarte era como algo…imposible. - Sara le sonríe con ternura, y prepara su jugada, echándose el pelo de la cara hacia atrás.

  • ¿Eso te detenía?

  • Sí…es que eres muy guapa…y no pensaba que te gustaba.

  • Y ahora que sabes que me gustas… ¿Qué te detiene? – y te aseguro que el segundo y medio que tarda Héctor en darse cuenta de lo que le han dicho, hace que Sara esté segura de que ese chico, es el amor de su vida.

Héctor se alza un poco, y Sara se gira de medio lado para quedar boca arriba, con la cara del chico a escasos centímetros de la suya. Casi guiados por el amor verdadero, cada uno elige una mano, y la llevan a la mejilla del otro, y para cuando van a besarse, ambos cierran los ojos.

No sabemos qué esperaban que ocurriera, pero lo acontecido es mil veces mejor que lo que imaginaran. Cualquiera que lo vea pensará que es un beso de críos, lento, pausado y de poca intensidad, pero la corriente eléctrica que recorre sus cuerpos es tan fuerte que Sara debe recolocarse un poco, ya que algo la incomoda entre los muslos. Héctor, en cambio, termina el beso, y alza la cabeza hacia la nada, con los ojos cerrados y suspirando, como si sus labios fuera el mejor manjar que nunca hubiera probado.

Al abrir los ojos, y mirar hacia abajo, ve a Sara mordiéndose el labio de forma coqueta, sonriendo con sus ojos pardos del color del caramelo clavados en los suyos, con una mano rascándole su barbilla, y la otra mano sobre su pecho, acompasando las respiraciones aceleradas de Héctor.

  • ¡JODER,  ASÍ, NO PARES MALDITO NIÑATO!

Abajo las cosas se complican. Carla ha tenido el cuarto orgasmo de su vida, el tercero seguido a manos de Lorenzo, que cansado de tener que alzarse sobre la encimera,  ha bajado al suelo a la madura mujer, la ha tumbado boca arriba, y cogiéndola de una pierna, se la sigue metiendo sin descanso.

La madre de Sarra está agotada, sudando,  y el roce en su interior empieza a escocerle. El maldito crío sigue tan campante, y a ella le arde todo por dentro.  Encima de follar bien, Carla está convencida de que tiene un falo bien grande,   no recuerda  sentir nunca que la abrieran así.

  • ¡Córrete ya, maldito cabrón, córrete ya, que me duele! – la carcajada que suelta Lorenzo es casi demoniaca, se vence sobre su presa, y  la chupa un pecho hasta que vuelve a jadear al ritmo que le pone la cadera de él.

  • Vaya guarra estás hecha, te voy a llenar ya de leche calentita, no te preocupes – al oírlo, Carla lo agradece, y se obliga a elevarse y dedicarse unos minutos a mover la cadera para ayudar en la tarea.

Y adolescente cumple, pero no sin antes dedicarle un buen ritmo final, con espasmos incluidos, que obliga a Carla a mantener la respiración mientras siente los chorros de esperma llenarla, tal como sintió el otro día.

Asfixiada, ella se deja caer al suelo, con los brazos en cruz, sintiendo el frío de la cerámica en su espalda, encharcada en sudor. Y mientras Lorenzo sale de ella, con un sonido muy particular, se dobla para seguir lamiéndola los pechos, unos minutos de cortesía, para que ella dejara de temblar, y empezara a reírse sin parar. Las risas se le contagian a él, que no puede hacer otra cosa que tumbarse a su lado.

  • ¿De qué te ríes? – logra soltar entre carcajadas.

  • Dios, voy a necesitar empezar a tomarme la pastilla otra vez…- sin entenderlo del todo, Lorenzo la sigue con su risa, pero se pone en pie y se viste, con la visión de Carla tirada en el suelo de la cocina, abierta de brazos y piernas, con su coño rebosando semen, y la mirada perdida en algún punto del techo.

El chico ya ha cumplido, y con creces, ha distraído a la madre para que Héctor hiciera algo. Así que le busca.

Al no encontrar a Héctor o a Sara  abajo,  sube al piso de arriba, y abre sin llamar el cuarto de la adolescente. Ve  a su amigo encima de Sara, besándose como niños, con una mano en la cadera de ella, que se revuelve sensual bajo él, pero nada más.

  • Eh…- al oírle, Héctor salta de la cama  temiendo que sea el padre de Sara. Pero al ver a Lorenzo, se calma, mientras la chica se ajusta un poco el top, y se baja la falda lo que se la había subido en  esos minutos de gloria celestial junto a  ese muchacho que besa de cine.

  • ¡Eres un puto cerdo! ¡Te has follado a mi madre! - le increpa, el orgullo le dice que debe, pero sin convicción  alguna.

  • Y este mamonazo de aquí también, y bien arrimados que estabais…– Sara se lanza a por Lorenzo, dolida, y como respuesta, le da un sonoro bofetón que le gira la cara.

  • No eres ni la mitad de hombre que Héctor, y ni sueñes que seguirás sus pasos conmigo.

  • Si ya has acabado, yo me voy, Héctor,¿Te vienes? – el chico  mira a Sara, está furiosa, pero al observarla, no puede evitar pensar en lo bien que sabían sus labios hacía unos  instantes, y que lo que acaba de decir, le hace estar contento, hasta orgulloso.

  • No sé… ¿Me voy? – la ingenuidad de Héctor calma a Sara, que se gira con brío hacia su amado, y le coge de la cabeza para darle un suave beso en los labios, y que sepa que no está enfadada con él.

  • Sí, es mejor, así hablo con mi madre, pero…no sé, podríamos quedar, y eso…- al sentir que Héctor la coge de la cintura, se le escapa un suspiro, y cierra los ojos para sentir de nuevo sus besos.

  • Claro, cuando tú quieras…yo…yo estaré atento al móvil – Sara le da un toquecito con la nariz en la barbilla, algo dulce para que la recuerde, y se dan un último beso, rápido y fugaz.

Bajan los tres a la puerta de  casa, con Sara y Héctor de la mano. No es algo que podáis saber apreciar, pero ella  da saltitos alegres en cada escalón, y al llegar al último, salta a los brazos de él, para que la rodeé con sus brazos manteniéndola  en el aire,  con ganas de no soltarle. Pero lo hace, por que oye a su madre llamarla desde la cocina, lo que hace que al despedirse de Lorenzo, le dé otro manotazo en el hombro. Sabe que no le puede hacer daño, pero al menos, así cree que tiene la última palabra.

Sara se queda en la puerta, viendo cómo  vuelven, al coche en el que han venido, su amor verdadero y Lorenzo, hasta le parece ver a otra persona en el coche. Saluda con entusiasmo a Héctor, que se ha quedado mirando por la ventanilla del copiloto hacia ella,  que cuando la ve, pone una mano en el cristal, y la guiña un ojo.

La radiante cara de felicidad de la joven a delata,  se pega ambos  puños cerrados a la barbilla, y gira sobre sí misma, tan feliz que casi resbala, pero el vuelo de la falda la sirve para medir la posición,  y va danzando a la cocina. Poco la importa ver a su madre a cuatro patas, gateando, con restos de algo entre sus muslos. Lo que quiere es gritarla por guarra, por follarse a dos adolescentes estando casada, y por encima de todo, por estar a punto de estropear lo suyo con Héctor.

Sara tardará una media hora en darla una ducha, y aprender en vivo los secretos de la higiene femenina después de un coito, de la mano de su madre.

El camino de vuelta en el coche es diametralmente opuesto al de ida. Tomás, que si os acordáis estaba en el coche todo el rato, pregunta insistentemente qué ha pasado, pero ni Héctor ni Lorenzo abren la boca. En cuanto lo hagan, el que se ha quedado en el vehículo se ocupará de que lo sepa media ciudad, y por ahora, todos quieren discreción. Se inventan sobre la marcha una discusión creíble, y  se la traga, porque no pude ni imaginar lo que ha pasado en la casa. Sólo repite una y otra vez.

  • Joe, tronco, y todo por una apuesta…

Fin

………………………………………………………….

Epílogo.

El final de la historia no existe, toca regresar junto a la hoguera. Salimos del coche y empezamos a elevarnos, tan rápido que casi te puedes marear, será mejor que cierres los ojos, como al inicio, y así evitaremos sustos. Mientras, trataré de hacer un resumen para que tú, ya que me has acompañado en este viaje, sepas un par de cosas del futuro.

Héctor y Sara empezarán  a salir, y pasadas unas semanas, se harán novios, y un mes después tendrán su noche especial, preparada a conciencia, para que ella pierda su virginidad con él, tal como debió de suceder. Van a ser una pareja muy sólida, de esas que duran muchos años, tantos que en las bodas de plata, se reirán de cómo empezó su relación, explicándosela a sus nietos, ahorrando algunos detalles. Como curiosidad, nuestro tímido protagonista se hará publicista, y acabará haciendo un anuncio con un inicio similar al de esta historia.

Lorenzo se seguirá cepillando a Carla durante un año, más o menos. No será raro, todos irán a casa de Sara muy a   menudo, y hasta harán cenas y fines de semana juntos. La historia de l joven de ojos verdes no puedo contarla, como narrador de sólo esta historia, su futuro se vuelve tan turbio que no logro alcanzar a verlo. Me atrevo a aventurar que, visto lo de estos sucesos, este chico no va ha ir por el buen camino.

El futuro de Carla es mucho más fácil de ver, no sólo el rubio guaperas se la trajinará, con el tiempo, Tomás se la tirará también. Cuando  decida dejar de jugar, y separarse de su marido, estará unos años de pendoneo en la asociación de padres del colegio dónde estudió su hija, no sé si lo captáis…Hasta que encontrará a un joven de unos veinticinco años que le gustará lo suficiente como para volver a casarse. El susodicho muchacho la querrá exactamente durante dos años, lo que le durará a ella su belleza, y el dinero de su  parte del divorcio. La pobre mujer terminará sola, rodeada de gatos, pero sin arrepentirse de nada, o al menos, eso les dirá a los gatos.

Tomás era un imbécil, es un imbécil, y su futuro no puede ser otro que el de ser un imbécil. Sí, se follará a Carla, un día de borrachera en que ella crea que es Lorenzo, y cuando se la termine de follar, ella se reirá tanto de él, por lo poco que duró y lo pequeña que la tenía, que  se suicidará dos meses después, en un accidente de coche, hasta arriba de cocaína. El detective que llevará el caso no sabrá nunca si la cantidad de droga en sangre que dictó el forense era ingerida por propia voluntad o no, pero el suicidio conlleva mucho menos papeleo, y ya que por suerte se estampó contra un muro, sin daños a terceros…Caso cerrado.

Por si te interesa, sí, el marido policía de Carla, y padre de Sara, acabará  enterándose de las infidelidades con jovencitos de su mujer. Pero no tendrá nada que ver en la muerte de Tomás, que te veo venir. Se enterará años más tarde, y para entones, esa bruja que le dejará sin nada, le importará bien poco.

Perdona mi verborrea, pero me ha servido para distraerte, sin darte cuenta ya hemos llegado al punto de partida, la hoguera,  y  puedes abrir los ojos. ¿Es reconfortante sentir de nuevo el suelo bajo tus pies, eh…? Magia, eso te prometí, y no puedes decirme que no ha sido entretenido.

Bien, esta es la historia, no hay más, eso es todo. ¿Dónde pongo el cazo para que me echéis unas monedas? …Venga, no me miréis así, que la cosa está muy jodida, si os ha gustado, merezco comer, al menos hoy... (Joder, sí ya me decía mi madre que la vida de artista era compilada, debí estudiar medicina como mi primo, él sí que vive bien el muy…)

Fin.