Y sin embargo, ayer

Amor, pasion, ruptura. Carta para el hombre que me regalo vida.

Y SIN EMBARGO, AYER

Aquella tarde todo sabía a chocolate amargo. Me pregunto cómo pude estar tan serena. Sentada, comiendo chocolate, mientras observaba cómo tu cuerpo nervioso daba vueltas por la habitación. Yo también temblaba de deseo, también sentía esa furia subiendo por mi pecho. También. Aun así, quise irme, ¿recuerdas? Y tú me detuviste con una frase de decepción… Y entonces, me miraste por primera vez. No son tus ojos los que miran, ¿verdad? Son tus manos, tus dedos, tu piel. Sí. Lo supe. Descubrí tu misterio. Descubrí que sólo al tocarme me mirabas directamente, sin miedo, sin pestañear ni un instante, ávido de conocer cuanto soy. Pero tus manos nunca entraron dentro. Por eso vomité mi realidad sobre tu pulcra alfombra, sobre tu universo con olor a desinfectante de limón.

La primera vez que nos vimos por dentro pasó como un mal pensamiento, pero permaneció en esa parte del olvido que nunca se puede olvidar. Me basta con sentir el calor del chocolate para recordar que tus manos temblaban con firmeza.

Aquellas noches solía despertarme bajo esas estrellas de mentira que brillaban en el techo de tu cuarto y observar cómo tus pétalos negros se esparcían por la almohada. Pero no podía tocarte. Eran las normas. Lo sé. Si no quería que escaparas por la rendija de la puerta, debía tocarte con dedos invisibles.

Por eso, antes de que los instantes de locura expiraran, abría mis entrañas para tocarte con todo mi ser. Más de una vez, creí volverme loca, el corazón palpitante, pues todo me parecía poco, y cuando te levantabas y alejabas tu respiración de mi lado, me sentía sola con mi propia piel; sé que la luz que entraba por tu persiana dibujaba manchas en mi espalda, como intentando hacerme desaparecer entre tus sábanas moteadas de sueños.

¿Por qué nunca me quisiste? Y si lo hiciste, por qué nunca necesitaste mis manos. Te erguías como una torre inalcanzable repleta de arena. Siempre supe que sólo tenía que empujarte para verte caer. Pero, ¿cómo hacerlo? Tú eras mi aliento vital, mi esperanza, mi lucha diaria. Luchaba contra ti desde ti mismo.

Ahora sé cómo duele que te arranquen el alma. Y no hizo falta nada punzante. Fueron tus palabras. ¿Lo recuerdas? Sí, aquel día en tu cuarto, impregnado de calor el aire, abarrotando el suelo tus librotes gordos de Derecho y tus apuntes, con esa letra de niña, tan pulcra y ordenada… Sobreviví. Algo en mí murió, pero aún respiro, e incluso, a veces, puedo sonreír de verdad y mirarme al espejo; o incluso, puedo mirarte sin sentir cómo me tiemblan los labios, o aspirar tu olor sin viajar al olvido no olvidado

Por cierto, solo una pregunta, ¿olvidaste tú?