Y Silvia se transformó

Silvia, engañada por su novio, decide cambiar su modélica vida. Y se lanza con su detestable jefe.

Nacho se disponía a cerrar la puerta cuando vio a Silvia...¡en minifalda! No se lo podía creer. Desde el primer momento le llamó la atención esa chica, pero siempre estaba distante y fria para ciertos temas.

La mayoría de las jovencitas que entraban en la empresa quedaban intimidadas ante su cargo, uno de los directores de la compañía, y no tenían más remedio que reírle las gracias picaronas que acostumbraba a lanzarles. Incluso alguna se hacía la tonta si, por "accidente" su mano rozaba el trasero o lo que pillara. Algunas habían ido más lejos y, no sólo miraban para otro lado, sino que propiciaban esos accidentes, así como otro tipo de tonteos y flirteos. Obviamente esas chicas habían tenido sus correspondientes ascensos y subidas de sueldo. Y qué decir de aquellas que incluso habían accedido a abrirse de piernas para él.

Pero Silvia no era de ésas. Desde que entró recién licenciada, hacía unos pocos años, usaba su noviazgo como una coraza infranqueable que impedía siquiera una conversación con medio tinte de picardía. Lástima porque era bastante mona. Su rostro aniñado de ojos grandes le hacía parecer aún más joven que los 25 años que tenía. Sobre todo las veces que trenzaba su largo y oscuro cabello. Y parecía tener una figura bastante esbelta, aunque con la ropa que acostumbraba a llevar, poco se podía adivinar. No iba de corto ni en verano. Y cierto que apenas estaba servida de pecho, pero no recordaba haberla visto nunca con escote. ¡Y ahí estaba hoy, con una faldita bien corta! A ver si conseguía por lo menos verla bien... ¡espera! Nacho revisó su agenda. Efectivamente, hoy tenía que reunirse con ella en el despacho para organizar el nuevo viaje, después de lo ocurrido el viernes.

Una enorme sonrisa se dibujo en el rostro del director. Hoy era su día de suerte.

Silvia volvió malhumorada a casa. El cliente era un auténtico cabrón egoísta. Después de prepararlo todo ahora, esperando el avión en el aeropuerto, dice que necesita más tiempo para estudiar el proyecto. Y encima tiene que ser el viejo verde de Nacho el que me de la noticia, para que me haga más ilusión. Su tono condescendiente era insultante, se debe pensar que todas las tías somos tontas o algo así. Bueno tontas o putas, porque vamos, parece que si no le reímos las gracias acerca de nuestros culos o nuestras tetas no merecemos vivir. Bueno, al menos podría pasar el fin de semana con Fran. Se le notaba triste cuando le dije que tendría que irme un tiempo fuera.

En estas estaba cuando llegó a casa. Sabía que Fran se sorprendería al verla, pero ella no podía imaginar la magnitud de la sorpresa.

Dos de sus mejores amigas estaban allí. Una de ellas a cuatro patas, salvajemente penetrada por Fran y la otra, completamente desnuda los miraba mientras esperaba su turno.

Obviamente la fiesta terminó de inmediato. La situación tan obvia evitó excusas estúpidas y sus amigas rápido se vistieron y se marcharon sin atreverse a mirarle a los ojos.

Silvia estaba petrificada. Sin saber cómo reaccionar. Viendo en primera fila desmoronarse su vida. El silencio se prolongó hasta que se marcharon las chicas. Entonces Fran empezó a escupir su razonamiento demoledor.

  • Lo siento, Silvia. Créeme. Siento hacerte daño, porque te quiero. Aunque casi es lo mejor, que ocurra ya. Me gusta cómo eres, me gusta cómo piensas... pero como amante...

  • ¿Cómo amante? ¿Crees que...?

  • Silvia, - le interrumpió Fran, - de verdad no quiero hacerte daño, me he portado como un cabrón y voy a salir de tu vida ya, así que no me tengas en cuenta nada de lo que te he dicho. No me merezco que me escuches.  La culpa es mía.

Fran se levanto de la cama y comenzó a vestirse. A Silvia no le valía con lo que había dicho. Hubiera preferido que le hubiera echado la culpa a ella, así podría odiarlo, pero ahora... Ahora tendría que escucharlo.

  • Dime qué pasa conmigo como amante. Me acabas de destrozar la vida. Me lo debes. Y me debes también contarme a cuántas de mis amigas te has tirado. Si me quieres, me lo dirás para saber con quién puedo contar.

Fran la miró. Realmente no quería hacerle daño. Más daño. Pero su sentimiento de culpa habló por él.

  • Eres una chica fantástica, Silvia. Pero parece que reniegas de todo lo femenino. Sé que  estás convencida de que las mujeres son mucho más que un adorno, pero eso no significa que no te puedas vestir sexy, que no puedas hacer que tu pareja disfrute más de tu cuerpo, no sólo de tu cabeza. Como te digo, la culpa es mía, en realidad, soy muy básico, no he sabido apreciar lo que tenía, hubiera preferido alguien menos lista y un poco más putilla... soy así. Lo siento. Y en cuanto a tus amigas... mejor aléjate de todas. Lo siento, estas dos no son las primeras... Soy un cerdo. Lo siento.

Y allí se quedó Silvia. Rota ella, rota su vida... y sus esquemas desmoronándose. Tuvo un fin de semana entero para llorar mucho, dormir poco, pensar demasiado y odiar por igual a sí misma y a Fran.

Normalmente los momentos críticos son los peores para tomar decisiones, pero lo ocurrido fue demasiado bestial para no hacerlo. Además, el fin de semana de lloros y pensamientos casi obligaban a ello ¿Que no era suficientemente sexy y femenina? Pues ahora lo sería. ¿Que no era putilla? Pues eso iba a cambiar. Desde luego, no podía ser peor que el camino que había seguido hasta ahora: cornuda, sola y estancada en su carrera. Porque era obvio que sus compañeras menos estrictas habían tenido también mejor suerte en el trabajo.

Las pocas fuerzas que le quedaban las empleó en salir a comprar. Gastarse dinero en ropa fue la única terapia que estimó adecuada.

El lunes, frente al espejo, tuvo sus primeras dudas. La falda era demasiado corta para ir a trabajar... ¡que te jodan, Silvia!, se dijo y salió a la oficina.

Se sentía rara vestida así. En la oficina recibió más miradas que de costumbre, aunque nadie le dijo nada. Todos conocían la respuesta de Silvia ante determinados comentarios.

De pronto, Silvia cayó en la cuenta.

  • Joder,-pensó,- hoy encima tengo reunión con el viejo verde de Nacho. Al machista cabrón se le van a poner los ojos como platos.

Fue al pensar eso cuando se permitió reconocer algo. Si bien siempre se negó a cualquier juego con Nacho, lo cierto es que, de alguna manera oscura y extraña le excitaba pensar en entrar en sus juegos. Le excitaba permitirle a ese machista que la tratara como un objeto decorativo y sexual, le excitaba que ese viejo gordo pudiera ver carne joven y firme y lo que era peor: le mataba que alguien a quien despreciaba se aprovechara de ella.

Ese ingrediente era el que faltaba. Silvia, despechada, con ganas de mostrar su nuevo yo y con ese vicio oculto entró en el despacho del director. Su falda cubría poco más allá del elástico de sus medias negras. Sus tacones no eran muy altos, pero más de lo que acostumbraba, así que tenía que esforzarse por caminar con seguridad. Su atrevimiento en la ropa acababa ahí. Sabía que había que aprender a dirigir la mirada, de modo que, a falda corta, poco escote. Su blusa blanca estaba abotonada casi hasta el cuello.

Nacho la miró descaradamente, casi babeando. Y probó suerte a pesar de las experiencias previas con ella.

  • Has venido hoy muy guapa, Silvia.

El director se regocijó con la respuesta de la chica que, lejos de soltarle alguna fresca como otras veces, le respondió sonriendo:

  • Muchas gracias, Nacho. Da gusto comenzar así una reunión.

El hombre vio la grieta en la normalmente fría chica y siguió aventurándose.

  • Pues sólo tienes que venir todos los días con una minifalda así y yo personalmente me comprometo a decírtelo sin falta.

  • ¡Vaya! y yo que pensaba que venía demasiado corta para trabajar.

  • Silvia, con unas piernas como las tuyas, ninguna falda es demasiado corta. Todo lo contrario, lo que te quedaba mal para venir a trabajar era venir siempre tan recatada. Está bien que al fin te sientas orgullosa de ser mujer.

Otra vez con lo mismo. Todos los caminos llevaban a Roma. De modo que ser mujer era estar guapa y enseñar carne...

  • De verdad, Nacho, me alegra que te guste cómo he venido hoy. Y tomo nota de tu promesa.

  • Aún te falta un detalle. - Dijo Nacho poniéndose en pie. Se acercó y desabrochó un botón de la blusa. - Mucho mejor así.

Silvia sonrió. Al ver que ella sorprendentemente seguía el juego, el hombre incluso se permitió abrir un poco el cuello de la blusa mientras miraba disimuladamente bajo el escote que se abría.

En ese momento la chica supo que deseaba que la mirara mucho más de lo que imaginaba. Se sentía sucia y sexy, totalmente opuesto a lo de siempre. Así que no le detuvo. Nacho desde luego tampoco estaba interesado en poner freno a esto.

  • Sujetador de encaje, ¿no?

  • Sí Nacho, lo es. Y con un poco de relleno, que no está una muy bien dotada.

  • Aaah, mentirosa. Así que haces trampa.- le dijo sonriendo mientras seguía mirando el sujetador.

Entonces se hizo un silencio incómodo. Silvia, nerviosa, acudió a un salvavidas para salir de la situación.

  • ¿Tenemos ya fecha para el encuentro con el cliente?

Nacho comprendió que había finalizado este primer asalto. No había estado nada mal. Los resultados habían sido difícilmente imaginables para él. Volvió a su sitio tras la mesa y repasaron los problemas que se habían encontrado.

La tensión sexual se mantuvo todo el encuentro. Los ojos de Nacho volvían cada tiempo al escote de Silvia y no siempre lo hacían disimuladamente. Silvia aguantó toda la reunión ardiendo, sin llegar a entender cómo podía disfrutar tanto comportándose de la manera que ella odiaba, que ella había criticado de otras compañeras.

Terminaron de estudiar lo ocurrido. Y Silvia se levantó para irse.

  • Silvia, -dijo el director-, no tengas prisa en salir del despacho. Aún quiero ver cómo te queda la falda.

O sea, -pensó Silvia, -que quiere mirarme el culo.

Sonriendo, se despidió y fue muy despacito a la puerta, dejando que el director le mirara bien el culo.

Llegó a su sitio totalmente descolocada. Caliente, ardiendo. Y todo por una charlita con el cerdo de Nacho. No lo entendía. Tampoco quería entender. Ya había pensado mucho durante el fin de semana...y durante toda su vida en general.

Apenas pudo centrarse en el trabajo el resto del día. Después en casa, trató de analizarlo todo fríamente. Pero tenía demasiado calor encima. No se paró a pensar en consecuencias, sólo quería sentirse igual al día siguiente.

Nacho llegó a las diez a su despacho. Por supuesto, buscó a Silvia con la mirada al pasar. De nuevo venía con minifalda, eso estaba bien. Se sentó y encendió el portátil. Aún no había terminado de arrancar cuando entró Silvia.

Se quedó de pie frente a él. La falda hoy era tostada y las medias claras.

"Joder qué buena está"- pensó el hombre.

  • Vaya, -dijo la joven-, parece que la falda de hoy no te gusta.

Nacho sonrió.

  • Es que la de ayer era más corta.

  • ¿Usted cree? La verdad es que no las he medido.

  • Entonces ven a ver. - Ordenó el director.

Le hizo señas para que bordeara la mesa. Silvia hizo como se le indicaba y se puso a su lado. Él sentado miró el muslo que tenía a unos centímetros.

  • Vamos a ver, Silvia, si no me fijé mal, y créeme que me fijé mucho, la falda de ayer te llegaba por aquí verdad.

Dijo esto mientras con el dedo trazaba una línea en las medias de la chica. Silvia se sobresaltó con el contacto. Pero su cuerpo le enviaba señales positivas, pese a lo repelente del actor. Le gustó que le tocara...

Nacho mantuvo su dedo en el muslo.  Como no encontró oposición, pronto fueron dos, tres y finalmente posó la palma completa sobre la pierna de Silvia. Ella seguía quieta así que el hombre fue acariciando sin problema la parte anterior del muslo hasta la rodilla.

Silvia abrió los ojos y se encontró con los de Nacho que enmarcaban una mueca libidinosa, ponderada por su la boca abierta y sonrisa lasciva. Silvia encontró fascinante dejarse sobar por semejante hombre despreciable. No lo entendía, pero su razón no había sabido llevarla por buen camino en la vida. Así que se alegró cuando la otra mano se sumó a la fiesta en la parte posterior de su pierna. Acarició su pantorrilla y su muslo.

  • Vaya, sí que estaba equivocada.- comenzó a decir la chica, cada vez más excitada-. Siempre pensé que los hombres os fijaríais en otras cualidades, pero al final no han sido mis capacidades laborales ni personales las que han hecho que te fijes en mí. Ha sido enseñar muslo. He tardado mucho en darme cuenta.

Nacho seguía manoseando a destajo.

  • Desde luego que has tardado demasiado, aunque, ¿por qué querrías que me fijara en ti?

Silvia no dudó en tirar su dignidad en la basura con tal de seguir alimentando la hoguera que vivía en su interior.

  • No me creo que no lo sepa. Un hombre tan apuesto, interesante y con poder en la empresa... sabe de sobra lo atractivo que resulta.

Silvia logró su objetivo doble. Piropear de semejante manera a un viejo verde machista, gordo y medio calvo le hizo humedecerse aún más y, por otro lado, Nacho, al oír lo que creía que era cierto, dejó que su ego se hinchara un poco más.

  • Algunas chicas de la oficina piensan eso de mí, pero pensé que no te contaba a ti entre ellas.

"Lo único que piensan", pensó Silvia, "es que adularte un poco supondrá aumentar su cuenta bancaria, las muy putas. Pero yo soy peor... lo hago porque me excita":

  • Era una defensa, Nacho. Sabes que tengo novio y..., la tentación mejor cuanto más lejos.

  • Pues no parece que eso te esté funcionando hoy... - Su mano subió por la parte posterior del muslo, superó el elástico de la media y estaba a punto de alcanzar el trasero.

  • Me funcionó hasta ayer, Nacho, pero después de lo que pasó ayer en tu despacho ya no pude contenerme... fue demasiado.

Para sorpresa de la chica, Nacho se levantó y se puso frente a ella.

  • ¿A qué te refieres?

Silvia tragó saliva y decidió humillarse un poco más aún.

  • Ayer ya no pude evitar dejar salir lo que siento, Nacho. Llevo demasiado tiempo enamorada de ti.

La sonrisa de Nacho fue casi ofensiva. Cierto es que había tenido algunas chicas dispuesta a dejarse tocar o incluso follar. Pero siempre pensó que tenía que ver con su posición en la empresa (tal vez ayudado por su atractivo maduro), pero ninguna de ellas estaba enamorada de él. Silvia, desde el principio, fue diferente, ahora lo entendía todo. Esta jodida niña altiva y resabida que no le reía las gracias y hasta le contestaba, que no entraba en los juegos picarones... estaba enamorada de él. Esto era delicioso.

Pensó en el resto de directores... no se iban a creer que la dura, fría y asquerosamente feminista Silvia estaba enamorada de él. Desde luego, se iba a aprovechar de la situación.

Silvia vio acercarse la boca abierta de Nacho a la suya y tuvo que abrir sus labios. Sintió la lengua del hombre explorarla y las manos posarse en el trasero. Durante el largo beso la chica se convenció de que, por extraño que fuera todo, no se equivocaba. Estaba sintiendo mucha más excitación que en toda su vida. Después Nacho le miró a los ojos y le dijo:

  • Aunque estuvieras enamorada de mí, yo nunca me habría fijado en la chica fría, distante y asexual de antes, lo sabes, ¿verdad? Pero si me vienes con estas falditas y te portas bien, no sé, tal vez... Por ejemplo, veo que no has aprendido mucho de ayer.

No había terminado de decir esto cuando desabrochó un botón de la blusa y abrió el cuello.

  • Mejor uno más...

Y desabrochó otro.

  • Me gusta que se te vea el sujetador, niña. Hace que me gusten más tus pechos. Y estoy seguro de que tú quieres gustarme, ¿verdad? ¿Me harás caso?

Silvia asintió con la cabeza.

  • Aunque ahora, mejor desabrochamos todos, ¿no crees?

  • Llevo años deseándolo.

Nacho terminó de desabrochar la blusa y se la quitó. Ella a cambio, se dio la vuelta y se recogió el pelo para facilitarle soltar el acceso al cierre. Él lo abrió y pasó sus manos por mi costado para acariciar las tetas mientras terminaba de quitar el sostén.

.

El contacto fue eléctrico, bestial y Silvia gimió sin querer. Esto hizo que Nacho magreara violentamente los pequeños senos de la chica y mientras le frotaba el culo con el falo, levantando la falda hasta casi la cintura. Silvia, cada vez más confundida, estaba en la gloria. Era mejor de lo que había imaginado y él se dio cuenta de cómo estaba.

  • Nena no tenía ni idea de que deseabas tanto esto... ¿Sabes lo que deseo yo? Deseo ver tus tetas. Nunca imaginé que las vería, con ese aura de santita y fíjate, tú muriéndote de ganas por enseñármelas. Ahora puedes hacerlo, guapa.

Y le soltó los pechos. El momento siguiente fue mágico para Silvia. Se dio la vuelta despacito, con los brazos tapando sus pechos y, después, los separó dejando las tetas a la ávida  vista de su director, regocijándose en cómo los ojos del hombre ardían.

  • Reconozco que son pequeñas, Silvia, pero son preciosas. Me gustaría tener un recuerdo de este momento.

Y cogiendo el móvil la apuntó con él. Silvia inmediatamente se tapó.

  • ¿Estás loco?

  • Silvia, vaya, -dijo con cara de decepción-, pensé que estabas enamorada de mí y lo único que te pido es que después de tanto tiempo deseando ver tus pechos me dejaras un recuerdo de este momento.

Y bajó un móvil. Su psicología era lamentable... ¿realmente creía que iba a funcionar? Aunque tenía que reconocer que el hecho de dejarse convencer por un discurso tan estúpido, tenía su punto... por no contar el hecho de dejar que este cerdo tuviera una foto suya en bolas... era demasiado excitante.

  • Pero no se te ocurrirá enseñársela a nadie, ¿verdad?

  • Por supuesto que no, Silvia.

Su tono dejaba bien claro que, por supuesto, sí pensaba hacerlo, pero se hizo la tonta. Bajó los brazos y sonrió para salir mejor en la foto. Se oyó el click. Silvia se mojó aún más al saber que la foto estaba hecha, que en un par de días serían varios los directores que conocerían sus tetas y verían que había estado desnuda en el despacho de Nacho. Sonaron cuatro o cinco más clicks antes de que el hombre se acercara a los pechos desnudos para comerlos.

A Silvia le costaba respirar. Tenía la cabeza de Nacho entre sus tetas y se estaba sometiendo voluntariamente a demasiadas humillaciones. Sin embargo, cada paso que daba lo disfrutaba. Era delicioso. Seguía despreciando a Nacho y, precisamente por eso, le excitaba tanto. No podía reconocerse a sí misma. Gozaba mientras sus senos eran lamidos, succionados e incluso mordisqueados. Así, a Nacho no le costó mucho convencerla de sus intenciones.

  • Mmmm, sí, nena, muy bien, qué buena estás... anda se buena chica y mamámela, quiero que me la chupes en mi despacho,

Y empujó los hombros de Silvia invitándola a ponerse de rodillas.

Silvia se arrodillo y bajo la cremallera del pantalón, liberando un miembro que estaba en todo su esplendor y se lo metió en la boca. Nacho que aún no se lo creía no pudo evitar verbalizar lo que pasaba por su cabeza.

-Joder, Silvia, con lo monjita que parecías y te tengo aquí, en mi despacho, en tetas, comiéndome el rabo. Sigue así, guapa.

Aún seguía con el móvil en la mano y siguió tomando fotos mientras se la mamaba. Disfrutó un rato, pero no quiso acabar ahí. Saco el rabo de la boca de Silvia y le indicó que se levantara. Entonces, la colocó de espaldas a él e hizo que apoyara su pecho en la mesa de escritorio mientras decía.

  • Ahora vas a probar la polla del dire. Abre las piernas princesa.

Silvia quedo apoyada así y Nacho no pudo evitar sacar un par de fotos más. De todas las putitas que habían pasado por su oficina, esta era la única imbécil que se dejaba fotografiar y había que aprovecharlo.

Después se acercó por detrás y la penetró sin miramientos. Según empezaba a bombearla volvió a tomar una foto, lo que hizo que la joven protestara.

  • ¿Qué haces?

  • ¿Qué hago? Por un lado follarte, que es lo que deseas, todas vosotras deseáis un buen rabo, aunque queráis disimularlo a veces. Y por otro lado, fotografiarlo para tener una prueba.

  • Una prueba, ¿para qué quieres una prueba?

  • Hablas demasiado, cielo. Relájate y disfruta.

Silvia obedeció. Era fácil olvidar una protesta cuando en realidad no quería que se atendiera. Silvia sintió que estaba a punto de llegar al orgasmo y Nacho aprovechó para sacar más fotos. Le gustaba ser obedecido y esta follada estaba siendo deliciosa. Siguió apretando el cerco sobre su presa, aprovechándose de ella, ahora que estaba a punto de correrse y habiendo confesado su amor.

  • No me gusta que me contradigan, Silvia, todo es mucho mejor cuando me haces caso. Me preguntas por la prueba, pues debes saber que Iván siempre me está hablando de lo buena que estás y lo difícil que eres. Cuando le diga que tu coño ha recibido una buena ración, tal vez ponga en duda mi palabra.

  • ¿Pero cómo puedes hacerme una foto para demostrar eso? No parece muy caballeroso. - Los gemidos que acompañaban la protesta le quitaban todo el crédito. Y mi permisividad despejaba toda duda.

  • La caballerosidad no es válida en el amor real, cielo. No es caballeroso tampoco abrirte de piernas en mi despacho... Pero así es como me gusta, que seas obediente, princesa y que no pienses, que me dejes hacer. Noto cómo te gusta, cómo disfrutas haciendo el amor conmigo.

Nacho sacó el rabo y le dio la vuelta a Silvia, de modo que ahora era su  espalda la que descansaba sobre la mesa, junto con sus nalgas.  Volvió a acariciar las tetas de la chica mientras hacía fotos de lo que ocurría.

  • No es tan difícil, Silvia. Tú me quieres y quieres hacerme feliz y esto me hace feliz. No te preocupes de lo que hago, de eso ya me ocupo yo. Tú sólo déjate hacer, princesa. Calla y abre las piernas.

Tomó unas cuantas fotos más, soltó el móvil y se acercó a ella. Según estaba tumbada, su sexo estaba a la altura justa así que se lo volvió a meter y agarrándola de los pechos, comenzó a bombear de nuevo. No tuvo piedad y continuó con sus embestidas mientras, al fin, la joven se deshacía en un orgasmo. Ver el ego inflado de este hombre al someterla y al despatarrarla sobre la mesa superó cualquier límite. Silvia, en pleno orgasmo supo que quería dejarse humillar más aún por este hombre y poco después llegaron sus espasmos y la pringosa invasión en su interior. Cuando se relajó le sonrió.

  • No me lo creo aún Nacho, acabo de hacer el amor contigo.

Él se quedó un rato aún en mi interior, aprovechando para sobar las peras. Así siguió hasta que llamaron al móvil. Se guardó la verga y lo cogió

Silvia hizo ademán de levantarse, pero él no quiso, quería comprobar hasta dónde ella estaba dispuesta a llegar en su entrega. Siguió paseando sus manazas por los firmes y pequeños pechos mientras hablaba.

  • ¿Iván? justo ahora estaba pensando en ti. No vas a creerte lo que me ha pasado.- dijo mientras le miraba y sonreía. - Sí, mejor ven para acá  y te cuento... ¿un avance? jejeje, ... mejor ven... sólo te diré que Silvia....sí, sí, ya he visto la faldita con la que vino ayer... y hoy lo mismo..., parece otra.

Silvia escuchaba la conversación tumbada en la mesa boca arriba, siendo manoseada por ese fanfarrón. Estaba valorando cuándo tenía que fingir que estaba ofendida, porque era obvio que es lo que Nacho buscaba.

  • Sí, sí... tiene unas piernas espectaculares. Pues hoy he tenido una reunión con ella en mi despacho.

En ese momento Silvia, con cara de enfado, comenzó a ponerse el sujetador y la blusa.

  • Sí, sí. Aquí mismo la tenía, de todas formas, mejor ven que te cuento.

Sin esperar que terminara de hablar se fue simulando enfado.

Al poco llegó Iván y entró en el despacho. Siguieron un rato ahí dentro, durante el cual se oyó alguna risa chabacana. Al fin salieron los dos juntos dirección a la cafetería, aunque al pasar cerca de Silvia, Iván no pudo evitar mirarla y sonreír.

Silvia estaba desatada. Pensó que tal vez ahora que había liberado la tensión sexual estaría más tranquila, pero lo cierto era que tenía aún más hambre. Había comenzado un pastel de sabor nuevo y necesitaba comerse hasta la última miga. Cuanto más humillante era lo que ocurría, más se excitaba. Así que fue directa a la cafetería con aire enojado.

  • ¿Le has enseñado eso no Nacho?

  • Por supuesto.

  • Me dijiste que no la ibas a enseñar a nadie.

  • Eso lo hice con la primera foto, cielo, de las siguientes no dije nada. Y la primera, la que estás de pie enseñándome las tetas, no te la he enseñado, ¿verdad Iván?

Iván negó con la cabeza, aunque era obvio que sí que la había visto.

Silvia pensó que le costaría más disimular. Aceptó el argumento humillada.

  • En eso llevas razón, con el resto no me dijiste nada.

  • De hecho, hasta te dije que igual se las enseñaba a Iván y, tú sabiéndolo, no sólo me lo permitiste, sino que abriste las piernas cuando te lo dije para que te siguiera follando. Me viste hacerte fotos mientras te sobaba las tetas y mientras te penetraba y no hiciste nada para impedirlo.

La chica continuó con la cabeza gacha.

  • Ya, pero, después de tanto tiempo, quiero decir, deseaba tanto... imagina si, después de todo, por negarme...

  • Lo sé cielo, ya oí que estabas enamorada de mí.- Dijo esto mirando y sonriendo a Iván, pensando erróneamente que estaban fuera de la vista de Silvia.

Y a pesar del cabreo con el que entró la joven en la cafetería, Nacho tuvo las narices de poner la mano en el muslo y comenzar a acariciarlo ante la permisividad de Silvia y la incredulidad de Iván.

  • ¿Ves boba? Mucho mejor así, sin enfadarnos. Si quieres aclarar algo conmigo, vienes de buenas y lo tratamos en el despacho. Sobre todo si al entrar te subes un poco la falda ¿Lo entiendes? Y no quiero que vuelvas a contradecirme delante de un compañero, me haces quedar muy mal.

La mano de Nacho llegó a deslizarse bajo la falda, acariciando su culo.

  • Ahora Iván y yo tenemos que tratar cosas importantes, así que será mejor que nos dejes solos.

  • Por supuesto Nacho.

  • Sólo una cosa antes de irte. Recuerda, cielo, dos botones.

Así que quería humillarla más. Decirle delante de otro director cómo tenía que vestir. Silvia sonrió y se disculpó mientras desabrochaba el segundo botón de la blusa.

  • Perdona, Nacho, aún no me acostumbro a ponerme guapa para ti.

Se dio la vuelta y recibió en el trasero un cachete de despedida de Nacho, que fue respondido con una nueva sonrisa de Silvia. Dejó a Nacho listo para fanfarronear de su conquista demoledora y acudió al baño a limpiar los restos de la juerga anterior. Apenas había logrado concentrarse en su trabajo, cuando Nacho volvió sonriendo a su despacho y la llamó por teléfono.

  • Silvia, soy Nacho. Ya he terminado de hablar con Iván.

  • Sí, ya veo.

  • Has sido un poco grosera en la cafetería, ¿lo sabes verdad? Viniendo así y acusándome delante de Iván.

  • Sí, Nacho, ya me he dado cuenta, lo sien...

  • No vuelvas a ponerme en evidencia ni a cuestionar lo que hago... ¿está claro? -interrumpió.

  • Sí, Nacho, lo siento.

  • Eso es, buena chica. Ahora ven al despacho.

  • ¿Por qué, qué quieres?

  • ¿Otra vez cuestionándome? Si te digo que vengas al despacho vienes y punto.

  • Pe-perdona, sí, ahora mismo voy.

  • De todas formas si quieres saberlo, pues te lo diré. Vas a venir al despacho para enseñarme las tetas otra vez. Antes tenía la cabeza en ver si conseguía follarte y no las disfruté suficientemente. Lo has entendido ¿verdad? Pues venga.

Colgó sin esperar respuesta. Silvia se levantó y acudió inmediatamente al despacho. Sin que dijera nada, se desabrochó la blusa y se la quitó. Nacho miraba con satisfacción desde su mesa mientras terminaba de quitarse el sujetador.

  • Mucho mejor así, ¿no ves? No es tan difícil hacer lo que se te dice sin que protestes tanto, preciosa. Ven aquí.

La joven disfrutaba de nuevo al estar en tetas ante él y se acercó hasta el otro lado de la mesa.

  • Tengo que reconocer que estoy impresionado. Te consideraba una molesta y pesada chica guerrera y resulta que eres todo lo contrario. Eres una preciosa y dulce mujer dócil y amable. Eres todo un regalo para un hombre.

  • Gracias Nacho, me alegra complacerte.

  • Eso es, tienes que alegrarte de complacerme y no dar tanto la lata.-Dijo mientras ponía sus garras en los pechos y los lamía. - Siempre complaciéndome, preciosa, y verás cómo disfrutarás.

Así permanecimos un rato. Él, sentado, lamía las tetas y acariciaba las piernas de la chica que su vez acariciaba la cabeza que la estaba devorando.

Una nueva llamada le sacó del trance, pero no dejó de sobar mientras la atendía. Cuando colgó indicó con pena que tenía que volver a irse.

  • No creo que vuelva a la oficina. Una pena.

Faltaba algo más de una hora para finalizar su jornada laboral cuando Silvia recibió una llamada de Nacho. Le indicó que debía ir al hotel Emperador para encontrarse con él.

  • No sé si me dará tiempo a llegar. Di en recepción que eres amiga del señor Antúnez.

  • Yo aún tengo para más de una hora aquí.

  • No hace falta, Silvia, sal ya para allá. Así tendremos más tiempo.

Silvia, agotada, estaba tendida boca arriba en la cama del hotel. Sentía las manos de Nacho en sus tetas. Se sorprendía de que le gustaran tanto. Ciertamente no era ni de lejos, la mejor de sus armas, pero durante el coito, mientras estaba cabalgando sobre él, las empleó de agarraderas y no dejó de jugar con ellas.

El hombre aún jadeaba por el esfuerzo.

  • De modo que vienes a menudo aquí. ¿Te has cepillado a muchas de mis compañeras?

  • ¿Estás celosa? - respondió Nacho sonriendo-. Hombre, a menudo es mucho decir, pero ciertamente no eres la primera de la oficina que conoce este hotel.

Nacho se levantó y comenzó a vestirse. Desde la cama, Silvia se fijó en la silueta poco agraciada que presentaba. Su generosa barriga contrastaba con unas piernas demasiado finas para soportar todo ese peso. Además de finas, la flacidez de la carne y la edad dibujaba un número importante de arrugas. Pues sí, ese hombre era el que hoy se había beneficiado de su cuerpo varias veces.

  • Tengo que irme Silvia. Mañana ven aquí directamente en vez de a la oficina y así podrás estar un rato conmigo. Puedes venir a la hora que quieras, yo vendré sobre las 9,30. Recíbeme en lencería, con medias y zapatitos de tacón, que es como me gusta.

Silvia asintió, se levantó y comenzó a vestirse.

  • Y tráete después una faldita como las que llevas ahora para ir la oficina. Me gusta verte así vestida en el trabajo.

Silvia volvió a asentir.