Y sí, soy una puta mamona (05)

La noche anterior había estado pajeando con los pies, por debajo de la mesa, a Cacho, un buen amigo de mi novio Ramón, sin que este se avivara. Así que al día siguiente quedamos en que pasaría por casa, pues yo estaría toda la tarde solita... Pero la mujer propone y el buen Dios hizo que un enorme senegalés golpeara a mi puerta, buscando firmas para no se qué. Al verle el bulto sentí que estaba dispuesta a firmarle cualquier cosa...

Y sí, soy una puta mamona (05)

Por Bajos Instintos 4

Bajosinstintos4@yahoo.com.ar

Las cosas más inspiradas las hago por debajo de la mesa y delante de las mismas narices de mi novio Ramón. Pero no siempre uso el recurso de dejar caer la servilleta para, al recogerla, frotarle la nariz en la polla a nuestro compañero de mesa, de modo tan inequívoco, que sólo me resta esperar después a que me aborde.

Por ejemplo, con Cacho, no hubiera podido usar esa estrategia porque no estaba a mi costado. Ni tampoco mamársela debajo de la mesa porque era demasiado chiquita y sin un mantel que me cubriera lo suficiente. Pero donde hay un problema, siempre hay la solución correspondiente.

Yo soy muy hábil con los pies, de modo que mientras Ramón y Cacho conversaban muy animadamente, yo comencé a estirar la pierna para frotarle el muslo con el pié.

De modo que cuando Cacho entendió de que iba la cosa, me permitió irle bajando el lado delantero de los pantalones, siempre por debajo de la mesa, aprovechando el poco mantel que tenía enfrente para taparse. Incluso movió el culo como para ayudarme.

Ramón, enfrascado en la charla, no advirtió nada, ni siquiera el modo en que yo me había hundido en el asiento para alcanzar con mis pies el pito de su amigo.

Cacho, con admirable presencia de ánimo, continuó impertérrito la conversación, mientras su pito iba reaccionando al toqueteo y masaje que yo le estaba propinando con mis pies, rotándoselo para izquierda y derecha, con pequeños giros y torsiones hechos con mucha habilidad y un poco de perversidad, debo reconocerlo. Pero el resultado que tuve, premió mis habilidades. Y lo que Cacho tenía en su pelvis me puso como loca.

Así que cuando nos despedimos lo invité a visitarnos el día siguiente "Yo estoy toda la tarde en casa, solita, pero Ramón viene después de las seis, y podés quedarte a cenar con nosotros..." Entendió perfectamente, Se acomodó como pudo la pella dentro del pantalón, para poder levantarse de la mesa, y aún se le notaba la bruta erección bajo el pantalón.

"Qué buen muchacho, tu amigo, Ramón, fue una buena idea invitarlo para mañana, ¿no?" le dije a mi novio, camino a casa.

"¡Totalmente!", aprobó Ramón enfáticamente. Creo que le encantó la charla con Cacho, pero también creo que su entusiasmo tenía que ver con que íbamos rumbo a casa, y estaba ilusionado con la mamada que se le venía.

Ni idea tenía el pobre, de la polla que me mamaría al día siguiente.

Lo que no me esperaba era que a las diez de la mañana tocara el timbre un miembro de la unión africana para la liberación. Yo no sabía muy bien qué era eso, pero era un negro enorme y muy guapo, así que lo hice pasar. Le aclaré que novio no venía hasta tarde, así que tendría que explicarme a mí. De paso le di una significativa mirada al bulto del negro, que se veía enorme. Era senegalés y, por que había oído, eso era una recomendación en sí misma. Y seguramente él lo sabía. Y de sólo pensarlo, me estaba calentando.

Comenzó a sacar papeles de su portafolios, poniéndolos en la mesita ratona. "¿Es cierto lo que se dice de los senegaleses?", le pregunté con vos insinuante. El negrote interrumpió lo que estaba haciendo con sus papeles, y me miró fijo. Para aclararle más el punto le dije "si me dejás chupártela, te firmo lo que sea." El hombre captó la idea y despaciosamente se quitó los pantalones.

Lo que expuso ante mis ojos me quitó el aliento. La verga del negro era más larga que mi cara, y eso que estaba en reposo. Se me estaba haciendo agua la boca. Y cuando el negro alcanzó una media erección, me juré que a esa vergaza le firmaba cualquier cosa.

El senegalés sabía como tratar a una mujer. A mí, por lo menos, me estaba volviendo loca. Esa poronga negra era un regalo del cielo. Así que se la empecé a oler y besar.

El negro me dejaba hacer con complacencia. Y yo caí de rodillas frente a él, en un estado de adoración que debía ser una reacción habitual en las mujeres con las que trataba. Cuando me la ofreció para mi boca, le atrapé el glande como una puta, reputísima, que es como me sentía frente a semejante trancota.

Ramón estaba tan lejos de mis pensamientos que lo había olvidado completamente. Sólo estaba el sabor, el olor y el tamaño de esa tremenda trancota. Y todavía le seguía creciendo, estaba cada vez más gorda.

Detrás de una polla como eso podría seguir al negro hasta el fin del mundo. Y poco a poco, mi intuición de mujer me dijo lo que el negro quería de mí, y le ofrecí el culo. Me daba terror, pero el magnetismo de esa polla podía conseguir cualquier cosa de mí. Ya había probado pollas en el culo, claro, pero la que se me venía ahora era el desafío final.

Así que, valientemente, me preparé, ofreciéndole el culo al negro. Lo siento, Ramoncito.

El negro no se hizo esperar. Con mucha habilidad me introdujo su glorioso nabo. Lo fue haciendo de a poco, porque el hombre era muy conciente de lo que calzaba y del daño que podía hacer. Pero fue muy cuidadoso. Era un experto en el arte de abrir ortos.

Yo soporté estoicamente, pero enseguida comencé a gozar. El negro sabía como moverla. Y después de un rato de mete y saca entusiasta, me hizo alcanzar las nubes, mientras sentía como el culo me rebozaba de esperma. Cuando me la sacó, me dejó un vacío inmenso.

Como no me alcanzó con lo que me había dado, me quedé en posición de esperar que me siguiera dando, y mi negro entendió.

Así que me siguió dando y dando, gracias al buen Dios. Y para cuando terminó por segunda vez, me había dejado el ojete más abierto que una avenida.

Jamás habría imaginado mi Ramón, de la tardecita que estaba pasando su novia.

Cuando el negro acabó conmigo, yo estaba verdaderamente acabada. Y cuando se sentó sobre mi pecho me rendí al poder de su polla.

De cualquier modo había quedado tan agotada cuanto excitada y el olor y el peso de su polla en mi cara me incitaron a lamérsela y chupársela, hasta que me entrego su nueva desgarga de leche.

Y me dejó ahí y medio borracha.

Cuando el negro se fue, yo le había firmado todo lo que me había puesto adelante. Espero que no le haya hecho sesión de mi departamento, pero en ese momento no me hubiera importado.

Cuando Cacho tocó el timbre eran las dos, pero yo seguí de largo durmiendo a pata suelta. Ya vería en la noche como arreglar para otro encuentro.

Escríbeme, por favor, para tranquilizar mi espíritu, porque el negrote me lo dejó rebotando. Así que ve lo que puedes hacer por mí. Besos. Bajosinistintos4@yahoo.com.ar