Y sí
diecinueve años.
Y si. Ya han pasado diez y nueve años. Lo interesante, es que mi memoria es mala, y extrañamente conveniente. Sólo puedo recordar los momentos felices y los infelices. Muy pocos recuerdos intermedios, ni buenos ni malos. Recuerdo el día en el que me dieron de alta en la clínica, después de la operación de apendicitis, yendo a San Cayetano, en nuestro carro de siempre, parando en alguna fábrica de muñecos, y escogiendo un Angelino que lloraba si se le quitaba el chupo. Mi mamá siempre quiso uno de esos, y supongo que decidió regalármelo por no dejarme llevar por la muerte, por seguirle dando la alegría de mi vida. Nunca lo había pensado de esa manera, se me acaba de ocurrir, y de todas las razones por las cuales mi mamá pudo haber querido darme ese Angelino, esa parece la más acertada. Recuerdo el día en el que mi abuelo materno, enfurecido por algo que había hecho mi tía, y también borracho, le pego en la cara, una noche en la que me quedaba en la casa de los abuelos. Recuerdo las casa de muebles, los vestidos de pañoletas, las exploraciones de los cajones de mi abuela Concha. Recuerdo el vestido de licra de estrellitas blancas. Recuerdo ese sueño horrible e insuperable, en el que mi mamá dejaba a mi papá para irse con otro, mientras él lloraba desconsolado. También recuerdo las muchas veces que le fallé a mi hermano, de una y tantas maneras, que hacen imposible mi labor de expresarlo con palabras. Las peleas con mi mamá, la caída de mi abuelo Campos. Los paseos, el columpio de Santa Marta. La casa de muñecas, la osa, la ortiga. Los gatos, el conejo, las tortugas, Spot. No entrar en la Nacional. Entrar en los Andes. El beso evitado, las salidas arregladas. La frustración y el cansancio. Mi papá haciéndome la cola de caballo. Los merengones y las cucas. Andrés, Daniel y Francisco. Mercedes, Shakira en sus años mozos, Calamaro, Ana y Jaime. Lina, Silvia, Andrea, Lisa, Sandra, Niyi, Andre. Steph y Lau. Nati y Juli. La jardinera de flores y la blusa de arabescos. Veintiuno, aguardiente y sereno. Pijamadas, engañosos cocteles y llantos. Empresas, supermercados, noticieros. Exploraciones en el teatro, chocolisto frio y huevo tivio. Mortal Kombat, Drangon Ball, Ranma.
Me equivoqué. Resulta que también recuerdo los momentos normales, los que creí haber olvidado, y que dejaron de serlo solo porque siguen vivos en mi memoria desmemoriada, momentos que se han convertido en excepcionales, porque hacen que el dicho que dice que "recordar es vivir" sea cierto, porque cada momento sigue vivo en mi memoria, y por lo tanto sigue vivo en mi.