¿Y qué si era mi hermana? Follarla era mi obsesión
Mi hermana Laura estaba tan buena que tenía que follármela a toda costa. Era tal mi obsesión que tuve que recurrir a medidas drásticas para conseguirlo. Jamás pude imaginarme las consecuencias.
¿Qué importa que su DNI diga que tiene los mismos apellidos que yo… y para colmo en el mismo orden?... ¡Qué casualidad! Pero me da igual. Es una hembra y está en el mercado.
¿Qué importa que coincida que sus padres también son los míos? Nadie me pidió opinión cuando nació. ¿Me consultaron si quería que semejante hembra fuera mi hermana? No importa, está buenísima y puedo pasar ese pequeño detalle por alto.
¿Qué importa que su cuarto esté pegado al mío y que, hasta hace poco tiempo, hayamos compartido el mismo? Tiene un culo de infarto, unas tetas de locura y una boca capaz de curar cualquier infarto y de convertir la locura en una dulce sesión de electroshock.
Nada importa si me paro a pensarlo un minuto. O mejor lo dejo en un segundo y así no tengo tiempo para arrepentirme. No quiero arrepentirme de lo que pienso, de lo que siento, de lo dura que se me pone la polla cuando la veo caminar. O cuando escucho el agua de la ducha chocar contra su piel o sus largos y rojizos cabellos. Cuando la cascada de agua que recorre su cuerpo, como un manantial mágico, se desliza por sus muslos y piernas, o se precipita desde su entrepierna hasta el suelo, a modo de cascada que arrastra el dulce aroma de su joven y tierno coñito.
Muchas veces he pensado en colocar una mini cámara oculta en el desagüe y, de esa forma, verla en todo su esplendor, como si fuera una diosa gigantesca y yo un simple y diminuto mortal, dispuesto a venerar cada una de las curvas que dibujan su cuerpo.
Muchas personas pueden pensar que mis pensamientos son sucios, perversos o depravados. Pero, si lo analizo bien, no deja de ser una chica, una tía buena como cualquier otra, con el pequñíiiiisimo inconveniente de ser mi hermana.
Ahora tengo razonamientos para responder a los que puedan cuestionarme: para que se la folle otro… ¿por qué no hacerlo yo, que la conozco desde hace más tiempo y debería prevalecer mi antigüedad?; para que se coma la verga de cualquier desconocido, ¿por qué no la mía, que la conoce desde niños y sabe que se pone dura solo con que me la mire?; para que se corra con cualquiera… ¿por qué no hacerlo conmigo y crear una mezcla pura de fluidos?
Un buen día, no hace demasiado tiempo, me planteé todas estas cuestiones y alguna más. Tras debatir conmigo mismo llegué a una conclusión… a una decisión (ya sé que pensáis que ventajista): haría todo lo que fuera posible para conseguir que fuera mía y yo de ella. Aunque el propio Papa en persona me excomulgase y condenase a vagar por el infierno. Si todas las diablesas son como ella… con gusto aceptaré el castigo que me sea impuesto.
Totalmente decidido me puse a pensar en un plan para hacerla mía sin que ella sintiera el más mínimo remordimiento. Pensé que en la vida todo vale, por encima de la amistad, el amor… el parentesco. Pero, a decir verdad, el plan ya lo tenía pensado antes de cuestionarme todo lo anterior. Si lo hice fue por puro trámite, para que mi otro yo tuviera la oportunidad de disuadirme. No lo hizo, por supuesto: en el fondo tiene las mismas ganas de follársela que yo. Somos iguales, pensamos del mismo modo y llevamos juntos desde que nacimos, como si fuéramos un par de gemelos. Para mí no existe eso del ángel bueno y el demonio malo, uno en cada oreja… solo tengo uno y todavía no se si va de blanco y con alas o de rojo y con rabo.
Decidí poner en práctica el plan al día siguiente… ¿Para qué perder más tiempo?
―Hola, golfa ―saludé a Laura, mi hermana. Eran las doce del medio día y estaba terminando de desayunar en el saloncito.
―Hola, impotente ―me correspondió, con la misma simpatía con que lo había hecho yo.
―¿Qué tienes pensado hacer esta noche? ¿Has quedado con alguien? ―pregunté a sabiendas que se vería con Carlos, el cabrón que vivía dos pisos por encima de nosotros. El hijo de la gorda que siempre dejaba caer sus bragas sobre nuestra terraza, como si fueran paracaídas a juzgar por el tamaño.
―Pues no lo tengo decidido ―dijo la muy mentirosa―. Estamos en verano y me da flojera hacer planes. Además… ¿A ti qué te importa lo que hago o dejo de hacer?
De no estar tan buena… y de no estar empalmado, la hubiera puesto sobre mis rodillas para darle una buena azotaina. Como alternativa me conformé con responderla.
―Claro que me importa. Solo tienes 18 años y eres mi hermana pequeña. Tengo que cuidarte y preocuparme por ti.
―¿Tu hermana pequeña? Pero si solo me tienes a mí. Además, tan solo eres nueve meses mayor que yo. Seguramente me concibieron después de que tu cabezón saliera por el coño de mamá, aprovechando tanta dilatación.
Yo reí. No era cuestión de picarme con mi futura amante.
― ¡Touché!... ¡Tocado y hundido!... ¡Esa ha sido buena! ―respondí para que se sintiera victoriosa de ese asalto―. De todas formas… ¿Te ha dicho el hijo de la gorda que tiene novia? No quiero que te encariñes con él y después vengas a llorar sobre mi hombro. Mucho menos si tienes la intención de seguir durante mucho tiempo.
Ella me miró, extrañada por mi comentario y molesta por la mala intención que denotaba en él.
―No digas tonterías. Carlos no tiene novia. De tenerla… yo lo sabría… estamos casi todo el día juntos.
Viendo que no caía en mi trampa, quise darle un empujoncito y echar más leña al fuego.
―Se de muy buena tinta que… sí la tiene. Es de fuera y, precisamente hoy, me han comentado que ha venido a Bilbao hace un par de días. Es más que posible que ahora mismo estén juntos… follando como locos.
Comenzando por “asqueroso”, me dedico todo un alfabeto de insultos, desde la “A” a la “Z”, mientras salía corriendo hacía la casa del adúltero. En el trayecto desde mis oídos hasta el cerebro los cambié por palabras cariñosas… así de comprensivo era con mi hermanita. Como es lógico, y tras quitarse del medio a la gorda a empujones, comprobó que no era cierto y que el pobre chaval tan solo estaba en el baño, haciendo aguas mayores.
Era sábado y llegó la noche. Yo sabía de sobra que irían a la discoteca de costumbre. Estaba situada en un lugar algo raro para poner una disco al aire libre: la peste que subía de la ría era insoportable. Puede que por eso la gente que iba estuviera siempre colocada sin tener que recurrir a las drogas.
Eran las tres de la madrugada cuando Aitor y Naroa llegaron a la puerta de la disco, el lugar donde nos habíamos citado a esa hora. En realidad solo había quedado con mi amigo. Ella era una prima suya dispuesta a hacer lo que yo le pidiese a cambio de una módica cantidad de dinero. Antes de entrar en el recinto, recordé a Naroa cual era el plan que previamente le había contado Aitor. Viendo que estaba conforme y decidida, entramos.
No tardé mucho tiempo en localizar el lugar donde mi hermana y su “noviete” bailaban, ajenos a lo que se les venía encima.
Naroa tomó de un trago la copa que se había pedido y se encaminó hacia la feliz pareja, caminando con paso firme y apartando a todo el mundo con el brusco movimiento de sus caderas. Al verle la retaguardia de esa forma, pensé que no me importaría nada que fuera la siguiente en mi lista, después de follar con mi hermana.
―¿Carlos?... No podía creerlo cuando me han dicho que te estabas restregando con una golfa… delante de todo el mundo ―dijo Naroa, con decisión y sin pestañear―. Me has mentido al decirme que cancelabas nuestra cita porque te había surgido la despedida de soltero de… no sé qué amigo. ¿No me digas que esto tan flacucho es tu amigo? ―añadió refiriéndose a mi hermana.
El pobre Carlos no sabía en qué culo esconder la cabeza. Durante un instante no supo reaccionar ante lo que se le venía encima.
―Y… ¿Tú quién coño eres para llamarme golfa? ―dijo Laura, gritando y poniéndose de puntillas para igualar su altura con la de Naroa―. ¡Estás borracha, “tía”! No sabes lo que dices.
Carlos, que cada vez se veía más caído en desgracia, seguía sin saber qué decir.
Naroa apretó el culo para dar más firmeza a su respuesta.
―Pues… da la casualidad que soy la novia de Carlos. ―Los ojos del adultero se pusieron colorados y el trago que acababa de dar le salió por la nariz al atragantarse.
―¿Qué coño dices, “tía”? ―preguntó mi hermana, totalmente fuera de sí―. Carlos, ¿Qué dice esta golfa?
Por fin el desafortunado pudo encontrar palabras.
―No sé que dice, Laura. Debe estar loca o borracha. Será mejor que no le hagamos caso y nos vayamos… todo el mundo nos mira.
―De eso nada ―respondió mi hermana, dispuesta a no marcharse sin aclarar el asunto―. ¿Cómo sé yo que no eres una tarada que intenta tocarnos las narices?
Naroa rió a carcajadas ante la poca dificultad que ofrecía Laura.
―Si quieres datos… te daré datos. ―Se mostró decidida a terminar el asunto y cobrar lo que le prometí―. Su madre se llama Nuria y su padre Fernando. Viven en la calle Asturias, justo encima de un estanco regentado por un hombre cojo. Carlos estudia Filosofía y este año ha suspendido dos asignaturas. Su perro es un pastor alemán al que llaman Tigre y hace dos años le atropelló un coche… ¡gracias a Dios no fue nada grave! Las paredes de su habitación son de color salmón, algo cursi para un “tío”, siempre se lo he dicho. Su cama está junto a un balcón que da a la calle y donde hemos follado infinidad de veces. ¿Quieres más? No, no es necesario que respondas… te doy más datos. Tiene la polla más bien tirando a pequeña, con el pellejo caído y con dos lunares al lado de los cojones. Y… ¡ah, sí!... Cuando se corre suele gritar “¡Viva San Fermín!... Otra cursilada.
Mi pobre hermana no podía creer lo que escuchaba. Ya no le quedaba la más mínima duda de que aquella chica era la novia que yo le había mencionado. Agarró su pequeño bolso, con fuerza, y se marchó sin dar explicaciones ni añadir nada.
Yo me escondí para que no me viera y la seguí después de que me rebasó. En ese momento no supe lo que ocurrió entre Carlos y Naroa.
Laura salió a la calle e hizo una señal a un taxi para que se detuviera. Me apresuré a subir en mi coche y la seguí. Cuando llegó a un bar de copas, situado en el casco viejo de la ciudad, bajó del taxi y entró. Como había previsto al elaborar mi plan, Laura fue a ese lugar en busca de Antonio, un amigo de la facultad a quien recurría cuando estaba sola o alterada, como en ese momento, y que trabajaba allí sirviendo copas los fines de semana. Durante los cortos periodos de tiempo que solía enfadarse con su novio, mi hermana se consolaba con él, a todos los niveles. En cierto modo era un amante esporádico.
Pero, como podéis imaginar, mi plan no tenía el más mínimo fallo: era perfecto. Aquella misma tarde, poco después de que abrieran el bar, me presenté con un amigo que jugaba en un equipo de rugbi amateur y que tenía una cara de animal que intimidaba a cualquiera. Me acerqué a Antonio y le dije que sabía que pertenecía a un grupo de radicales nazis. No es que me importara lo más mínimo lo que hiciera o dejara de hacer, pero le dejé bien claro que no lo quería como amigo de mi hermana… ni como nada. Para convencerlo, le advertí que lo pregonaría a los cuatro vientos si no hacía lo que le había pedido. En este caso, a diferencia de Carlos, no solo me lo quería quitar del medio, sino proteger a mi hermana de un individuo que iba de “guay” y era más cabrón que nadie. Incluso más que yo.
Mientras esperaba en la calle a que saliera mi hermana del local, supuestamente abatida, llegaron Aitor y Naroa en el coche de ella. Tras hacerme un breve resumen de lo sucedido tras irme, pagué lo acordado a Naroa y se marchó, quedándose Aitor conmigo.
Media hora después salió Laura del bar, cabizbaja y sollozando. Supuestamente Antonio había cumplido rechazándola. Mi amigo y yo nos acercamos a ella.
―¿Laura?... ¿Qué haces por aquí? ―pregunté haciéndome el encontradizo―. ¿Por qué lloras? ―volví a preguntar cuando, sin responder, ella alzó el rostro y se abrazó a mí. Reconozco que en ese momento me sentí muy mal y derramé alguna lágrima que no había previsto en mi plan. Pero nadie puede imaginar lo que uno puede llegar a hacer cuando quiere y desea tanto a alguien. Tuve que tragar saliva y seguir adelante.
Tras contarnos brevemente, a Aitor y a mí, lo que le había sucedido, insistimos en que se viniera con nosotros a tomar unos chupitos de tequila. Ante su negativa tuve que improvisar porque no lo había previsto. Mi plan perfecto comenzaba a tener cada vez más agujeros.
―¡Vamos, Laurita! ¡Anímate! Si vuelves a casa, en este estado, vas a preocupar a mamá. Sabes que siempre se despierta cuando regresamos alguno de los dos de madrugada. No dejaré que te vayas hasta que no te hayas calmado del todo. Eso solo lo puedes conseguir en buena compañía y con unas copitas.
Finalmente cedió y los tres nos fuimos con la intención de dejar secos de alcohol todos los bares que pudiéramos. Así estuvimos durante un par de horas. Pasado ese tiempo no éramos capaces de tomar una gota más sin correr el riesgo de despertar por la mañana en algún banco de cualquier parque.
―Venid a dormir a mi casa ―propuso Aitor―. Tengo sitio de sobra y vuestros padres están acostumbrados a que no regreséis algunas noches. De todas formas… podéis mandarles un mensaje que puedan leer cuando se levanten.
Yo acepté y Laura, por pura inercia, también lo hizo.
Aitor también era parte del plan, pero sobre todo por su piso. Sus padres vivían en Zaragoza por motivos laborales y decidieron comprarlo para cuando se jubilasen. Cuando Aitor comenzó sus estudios en la universidad, decidió estudiar en Bilbao y vivir independizado, aunque seguía dependiendo de la economía de sus padres.
No tardamos más de quince minutos en llegar andando. Ninguno de los tres estaba para conducir y su casa no estaba demasiado lejos.
―Tenéis una habitación para cada uno. Por espacio no os preocupéis ―dijo Aitor, nada más entrar en el piso―. O podéis hacerlo como queráis… a mí me da igual… yo me voy a dormir ―añadió y se perdió por un largo pasillo.
Tomé a mi hermana de la mano y le mostré las dos habitaciones que quedaban libres.
―¿Cuál prefieres de las dos, Laura? ―le pregunté―. O… prefieres que durmamos juntos.
―¡Sola no! ¡Sola no! ―dijo ella de forma insistente―. No me dejes sola esta noche, Xabi.
―¿Quieres que durmamos juntos como solíamos hacer hasta hace un par de años?
―Sí… ¡Por favor! ―respondió ella de forma dulce y enternecedora.
―Está bien. Entonces dormiremos en esa, la cama es más grande y estaremos más cómodos. ―Señalé hacía la que estaba más alejada de la de Aitor.
Nada más entrar en el cuarto ella comenzó a desnudarse. Primero se quitó la blusa y quedó en sujetador. Después el pantalón, mostrando ante mis ojos su imponente trasero. Tuve que contener el aliento porque la tira trasera del tanga era la más delgada que había visto en mi vida. No sabía que Laura usase prendas tan diminutas.
Por un momento me sentí como un cabrón. Más al recordar el mal trago que pasó la pobre en la discoteca. Imagino que os preguntaréis cómo Naroa sabía todos aquellos detalles sobre Carlos. La respuesta es bien sencilla: yo se los suministre. Para averiguarlos, escuché alguna conversación entre mi hermana y sus amigas, a través del teléfono supletorio. En ellas, les contaba todos esos detalles sobre él, sobre todo los más íntimos. El resto los sabía yo y eran casi de dominio público entre las personas más próximas a él. Estoy seguro que el embuste no la hubiese convencido de no añadir Naroa los más personales.
Al volver a la realidad, Laura estaba sentada en el lateral de la cama, desabrochándose los cierres de las sandalias. Me interesaba que estuviera lo más desnuda posible por si sucedía algo, a pesar de que no había previsto nada para esa noche. Menos en el estado en que se encontraba.
―Puedes quitarte el sujetador y ponerte mi camiseta. Estarás más cómoda ―sugerí.
Ella me miró con sus ojos enrojecidos. Asintió con la mirada y extendió el brazo para recogerla.
Dándome la espalda se quitó el sujetador, se puso la camiseta y se tumbó de costado. Yo me apresuré a quitarme el pantalón y me recosté junto a ella, abrazando su cintura desde su espalda y acariciando su delicado cabello.
―Todos los “tíos” sois unos cabrones ―dijo con tono triste―. Solo tenéis un pensamiento entre ceja y ceja…
―Tienes razón, hermanita. Pero las chicas sabéis que somos así y nos aceptáis. Pero lo importante es que encuentres a un chico que no solo quiera follar contigo. Intenta buscar a uno que te quiera tanto como tú a él.
―¿Existe ese chico? Dime donde encontrarlo y haré todo lo posible por acercarme a él.
Dudé entre decir lo que pasó por mi mente o callarlo para siempre. Pero fui débil y lo solté tal cual.
―Yo te quiero. ¿Un chico como yo sería bueno para ti?
―Xabi. Tú eres mi hermano. Si no lo fueras… serías el chico perfecto.
No pude evitar sentirme muy triste y me abracé más a ella, llegando a rozar sus adorables pechos con mi mano y antebrazo.
Durante un rato permanecimos en silencio. Cuando proseguí hablando me percaté de que se había quedado dormida. Sin darme cuenta yo también lo hice.
Poco antes de las tres de la tarde del domingo me desperté. Encendí un cigarrillo y me entretuve un rato recorriendo el cuerpo de Laura con la vista. Realmente era precioso y me dieron ganas de follarla mientras dormía. Pero pensé que jamás me perdonaría y deseché la idea.
Media hora después lo hizo ella. Estiró los brazos mientras bostezaba y se giró para saludarme. Al hacerlo depositó la mano sobre mi polla, sin querer.
―Xabi… ¿Estás empalmado? ―dijo ella al notar que lo que había tocado, y que estaba duro y tieso, era mi miembro.
―Laura. A pesar de que eres mi hermana también eres chica… y no soy de piedra. Estás tan buena que… que me excitas del mismo modo que lo harías con cualquiera ―dije de forma torpe.
―Nunca lo había pensado. ―Fijó la vista en mi verga como si sintiera curiosidad―. Estoy segura que, si pudieras, tú también me meterías la polla por el coño. No lo niegues.
No cabía la menor duda de que Laura se había despertado de muy buena manera. Tanto que consiguió que me sonrojara y no supiera que responder.
―no hace falta que te responda. Tú misma lo has dicho.
―Y… ¿No tendrías reparos en hacerlo?... ¿A pesar de ser mi hermano?
De nuevo me hizo dudar.
―Laura. Muchas veces suelo separar el sexo de los sentimientos. Si tuviera la ocasión de hacerlo contigo… trataría de verte como si fueras una chica más.
―Tal y como me van las cosas, puede que tarde o temprano tenga que recurrir a ti, tú eres el único que nunca me ha fallado.
Con cada comentario de mi hermana, mi sorpresa iba en aumento. No era capaz de discernir cual era el motivo por el que los hacía.
―Puedes recurrir a mí cuando quieras. Yo no te decepcionaré… incluso ahora mismo si lo ves bien.
―¿Ahora? ¿En serio lo dices? ―preguntó sin dejar de mirarme la polla, que a gritos estaba pidiendo sexo sin tregua.
Ella dudó, durante un instante, si continuar o no con la conversación.
―Laura. La tengo tan dura que hasta me duele. Si no consigo que se relaje soy capaz de bajar a la calle y follarme a la primera que pase.
Ella rió y su rostro se iluminó. Sus ojos emitían un brillo que yo jamás había visto.
―Nunca me lo había planteado. Pero es tanto lo que te quiero, que creo que me sentiría bien si lo hago contigo. Creo que nunca he follado con nadie a quien quisiera de verdad… y que me correspondiera. ―Me miró a los ojos y después puso la mano derecha sobre la verga―. ¿En serio te duele tanto?
―No puedes hacerte una idea ―me apresuré a responder.
Ella vaciló durante unos segundos. Parecía estar pensando en algo que me intrigaba y aceleraba mi corazón.
―Si te digo la verdad… estaría dispuesta. Pero hacerlo solo contigo me resultaría violento. Si interviniera otro chico o chica… puede que me sintiera menos cohibida. En el fondo me gustaría verte follar alguna vez con otra chica.
―Pero… Laura. No hay otra chica. Salvo Aitor… estamos solos y él duerme. No es de los que se despiertan con facilidad.
―¡CLARO! ¡No me había acordado de él! ―exclamó de forma efusiva―. En el fondo es un chico que me gusta y no me importaría… ya sabes.
―¿Con Aitor? ¿Sabes bien lo que dices?... es mi mejor amigo. ―Me mostré reacio.
Ella volvió a reír, haciéndome sentir un puritano.
―No pongas excusas. Si yo fuera cualquier chica de las que os ligáis… estoy segura de que no harías ascos.
―Ya. Pero…
―No hay peros que valgan. ―Me interrumpió―. Él es lo que más a mano tenemos, y la única solución que veo para no sentirme mal haciéndolo solo contigo. Tampoco vayas a pensar que nunca he follado con dos “tíos” al mismo tiempo. No me tomes por una niñata.
―¡Hay que joderse con mi hermanita! y yo que pensaba que casi eras virgen.
―Pues estabas muy equivocado conmigo. Dispones de cinco minutos para convencerlo. ―Se mostró resuelta y, me atrevería a decir, ilusionada con la idea. Con el brazo levantado, y el dedo índice extendido, me indicó la puerta.
Se mostró tan decidida que no tuve más remedio que intentarlo. Entre todos los agujeros de mi plan, éste era un verdadero boquete.
Antes de que expirase el plazo impuesto por Laura, estaba de regreso acompañado de Aitor. Salvo por el hecho de que éramos muy buenos amigos y que sabía de mi fijación por ella hasta el punto de ayudarme con mi plan, Aitor se mostró más que encantado con la posibilidad de follarse a mi hermana. En ese sentido le comprendía y me ponía en su lugar. Pero no me quedaba más remedio que tragar saliva y joderme.
Al entrar en el dormitorio y ver a mi hermana sentada, con las piernas abiertas y flexionadas, tuve la impresión de que ella lo deseaba más que yo. Me lo decía su tanga, que ligeramente retirado hacía un lado, dejaba ver claramente parte del coño. Ambos estábamos tapados únicamente con el calzoncillo. No podíamos disimular la erección y ella nos miraba fijamente, consiguiendo intimidarnos bastante. Aun así, nos acercamos cada uno por un lado de la cama y nos sentamos junto a Laura.
Abrió los brazos y depositó sus pequeñas manos sobre ambas vergas. Las acarició por encima de la superficie de las prendas que nos cubrian.
―¡Fuera calzoncillos! ―dijo Laura con decisión. No esperamos a que lo ordenase por segunda vez―. Ahora… poneos los dos juntos, recostados contra el cabecero de la cama.
Volvimos a obedecer sin rechistar y sin pronunciar palabra alguna.
Durante unos segundos nos acarició las pollas con tranquilidad, como si estuviera decidiendo con cuál de ellas comenzar.
Mi corazón dio un vuelco cuando vi que se acercaba a la mía y la tragaba hasta la mitad.
―¡DIOS! ―grité al sentir el calor de su boca y el placer que me produjo su primer lametón.
Sin dejar de acariciar la verga de Aitor, comenzó a comerme la polla como si fuera algo habitual para ella. El dolor que sentía se incrementó al desearla mucho más. Era como si la leche quisiera salir y algo se lo impidiese. Podía ver la silueta de su culo dividido en dos por el tanga. Aitor no apartaba la vista de lo que me estaba haciendo y parecía impacientarse.
―No sufras, Aitor. También hay para ti ―No pude reconocer a mi hermana tras esas palabras morbosas y provocadoras. Dejó de chuparme la verga y se tragó la de mi amigo. Mientras mantenía la mía tensa con sus caricias.
Miré a Aitor y le insinué con los ojos que no se pasara ni un pelo. El se encogió de hombros para indicarme que poco podía hacer. Acto seguido tensó todo su cuerpo y gimió por efecto de la mamada que estaba recibiendo.
Con bastante agilidad, mi hermana se quito el tanga mientras se tragaba la tranca de mi amigo. El muy cabronazo no hacía más que gemir y volver los ojos hacia dentro. Cuando menos lo esperábamos, Laura soltó la polla de Aitor, levantó su cuerpo y se sacó la camiseta por la parte superior. Ambos vimos aparecer sus tetas. Fue algo parecido a cuando se levanta el telón de un teatro, o cuando un mago retira la tela para que aparezca la chica que previamente ha hecho desaparecer.
―¡Dios, qué tetas! ―exclamó Aitor. Se contuvo al notar que lo miré con cara de pocos amigos―. ¡Dios, qué coño! ―esta vez exclamó al Ver como Laura se sentaba sobre él y se introducía la verga hasta el fondo.
Confieso que este pequeño detalle no me gustó nada. Hubiera matado por ser el primero. Por algo era mi hermana y el que se lo había currado para llegar a esa situación.
Ambos comenzaron a gemir y gritar. Cada vez con más insistencia. Verlos así me corroía las entrañas. Cuando me detuve a pensar un segundo me di cuenta de un detalle.
―Chicos, no os habéis puesto condón―. La cara de Aitor se desencajó al caer en la cuenta. Ella, por el contrario, se quedó como si nada.
―Lo sé, Xabi. No ha sido un descuido. Hace tiempo que tomo la píldora y creo que me puedo fiar de vuestra salud ―dijo mi hermana, sin dejar de cabalgar sobre la polla de mi amigo―. Me parece que estás muy tenso… ¿Tan desesperado estás por follarme? ―preguntó con total descaro.
Salió de Aitor y se colocó sobre mí. Apuntó mi polla contra su entrada y se sentó, ensartándose por completo en ella. ¡Por fin!... Conseguí estar dentro de mi hermana y pensé que todos mis esfuerzos habían merecido la pena. Las primeras embestidas fueron sublimes, algo que no puede explicarse con palabras.
―Laura, me vuelves loco de dicha. No sabes cuánto tiempo he soñado con este momento. No sabes… ―Tuve que contenerme porque estaba a punto de confesarle todo… de forma inconsciente.
Durante cinco gloriosos minutos no dejó de cabalgarme. Me sentí en el Cielo, como si un ángel bueno se esmerase por hacerme sentir bien.
―Chicos, hacedme sitio ―dijo Laura pasado ese tiempo. Aitor se apartó hacia el lateral de la cama, dejando espacio suficiente en el medio.
Ella se recostó entre los dos, abrió las piernas y agarró nuestras pollas con sus manitas.
―Te toca de nuevo, Aitor ―Dijo con cierto tono que sonó en mis oídos como el de una cualquiera.
Le faltó tiempo a Aitor para obedecer: un segundo después estaba situado entre sus muslos, apuntando con su misil y dispuesto a profanar, de nuevo, su coño. Laura gimió al recibirlo dentro, por segunda vez. Mi amigo estaba tan lanzado que comenzó a follar como si hiciera siglos que no lo hacía. Mi cara debía ser fiel reflejo del odio que comenzaba a sentir por mi ¿amigo?
―Vamos, Xabi. Relájate y no seas egoísta. Ambos vais a quedar satisfechos. No querrás estropear el momento. Deja de fruncir el ceño y ponte junto a mi boca… te voy a dar otro regalito.
Comprendí que poco bueno podía conseguir con un enfado y accedí a lo que me había pedido. Me arrodillé frente a su cara, tomó mi polla con la mano y la tragó de nuevo. Reconozco que, al ser follada por otro, se esmeraba más en chupármela y el placer era mucho mayor. Traté de imaginar hasta que punto de perversión era capaz de llegar Laura. Mejor dicho, me preguntaba hasta donde había llegado en las ocasiones que, según había confesado, folló con más de uno. En cierto modo eso me excitó mucho más y comencé a follarle la boca con más ganas.
―¡Date prisa!... ¡Date prisa, Xabi! Fóllame ahora tú, que estoy por correrme. Quiero que el primer orgasmo sea contigo―. Retiró a Aitor a empujones y se ofreció para recibirme entre sus muslos.
Sin tiempo que perder se la clavé, sin contemplaciones, y comencé a follar su coño con rabia. No tardo más de medio minuto en contornearse y decir todo tipo de barbaridades, mientras se corría como una perra en celo.
―¡Gracias, Xabi! Ha sido uno de los mejores orgasmos de mi vida ―dijo de torpemente mientras empujaba mi culo hacia ella.
Cuando su cuerpo dejó de estar tenso seguí con las acometidas. Ella continuó gimiendo, tratando de disfrutar los últimos coletazos del orgasmo. Al ver su cara de felicidad sentí que todo lo que había hecho, y lo mal que lo había pasado por mi culpa, habían merecido la pena. Pero ella nunca debería saberlo. No si pretendía que nunca dejase de quererme.
―Tengo ganas de correrme yo también ―dijo Aitor, que no cesaba de masturbarse.
―No Aitor. Todavía no ―respondió Laura―. Todavía tengo ganas de más… mucho más. Os pido que aguantéis todo lo que podáis.
Aitor no quedó contento con las palabras de mi hermana.
―Pero… si no me corro voy a reventar ―replicó él―. Si lo que te preocupa es que dure bastante rato… por eso no temas… suelo recuperarme con cierta facilidad.
Laura vaciló un momento. No parecía estar muy convencida con lo argumentado por mi amigo.
―¡Está bien! Como después me falles… ¡Te vas a enterar de quién soy yo! ―dijo Laura con tono amenazante. Me pidió que me retirase y quedó a la espera de que Aitor se la clavase de nuevo.
Él se puso en posición. Ella colocó los tobillos por encima de sus hombros y levantó las caderas todo lo que pudo, dejando visible también el ano.
―Métela en el agujerito. ¡Por favor! ―Dijo mi hermana, dejándonos perplejos a los dos. Ambos nos miramos sin saber qué decir o cómo reaccionar―. Pero antes… trae el bote de gel de baño, Xabi. ¡Corre, no te demores! ―añadió.
Fui corriendo al cuarto de baño y regresé con el gel. Ella tomó el frasco, vertió una buena cantidad en su mano y lo extendió por el ano. Con los restos embadurnó la polla de Aitor.
―Ya puedes hacerlo, Aitor. Pero ve con cuidado al principio ―agregó.
Mi amigo comenzó a meterla con cuidado, como le habían indicado. A medida que lo hacía, obligaba a que las rodillas de Laura chocasen contra sus grandes tetas. Me volvió loco contemplar la escena y quise participar en cierto modo. Acerqué la polla a la boca de mi hermana y se la metí de nuevo. Como ella apenas podía moverse, fui yo quien realizó todo el trabajo, follando su boca sin contemplaciones. Ya no había nada que me detuviese.
En apenas dos minutos Aitor consiguió correrse, inundando el inmaculado culo de mi hermana. No dejaba de jadear mientras miraba al techo. Fue como si se sintiera avergonzado de dar por el culo a la hermana de su mejor amigo. Cuando quise darme cuenta, ya no podía recular y retener el chorro de semen que disparé dentro de su boca. Ella tampoco se lo esperaba y no tuvo más remedio que tragarse toda la leche. Su rostro fue fiel reflejo de su decepción.
―¡Lo siento, Laura!... No he podido contenerme. Lo que estaba viendo ha sido superior a mí.
―No importa ―dijo ella con resignación. A pesar de sus palabras no pude evitar sentirme mal. Sus ojos me decían que esperaba más de mí. Que pretendía disfrutar más tiempo de aquella ocasión única.
A pesar de que le prometí que pronto estaría disponible para seguir, ella decidió que aguardáramos al menos media hora. Después de todo teníamos tiempo de sobra, según sus palabras.
Pasados aproximadamente cuarenta minutos, nuestras pollas estaban de nuevo en plenitud de facultades. Gran parte de culpa la tuvieron sus hábiles manos que no dejaron de acariciarnos. Para corresponder a sus atenciones, entre los dos la comimos el coño y las tetas, alternándonos como buenos amigos. El mal rollo inicial había desaparecido por completo.
―Xabi. Túmbate sobre la cama ―ordenó cuando creyó que podíamos continuar.
Obedecí y ella se colocó a mi lado. Me cubrió la polla de gel y acto seguido se la introdujo hasta el recto, con menos remilgos que cuando Aitor la enculó. Recostó su espalda sobre mi pecho y pidió a nuestro amigo que la introdujera por el coño. Aitor no precisó de más órdenes. Lo hizo sin pensárselo, y los tres comenzamos a movernos al mismo ritmo.
Durante un buen rato follamos enloquecidos. Aquella situación nos motivo a los tres del mismo modo. Yo no salía de mi asombro. Nunca imaginé que mi hermana fuera una chica tan cachonda, por decirlo con suavidad. Jamás se me hubiera pasado por la imaginación considerarla una puta.
―Puedes correrte cuando quieras, Aitor. Por mi parte yo ya estoy satisfecha ―dijo Laura.
―Pero… tan solo te has corrido una vez ―respondió mi amigo―. ¿No quieres hacerlo de nuevo?
―No hace falta, cielo. Reconozco que no soy una chica que se corra demasiadas veces. Pero puedes estar tranquilo… a pesar de haberlo conseguido una vez, he disfrutado tanto como si hubiesen sido muchas.
Nuestro compañero de juegos se sintió satisfecho con su respuesta y continuó follándole el coño mientras yo embestía por detrás.
Cuando Aitor dio muestras de que se iba a correr, ella le pidió que lo hiciera dentro.
―No te preocupes por nada. Todo está controlado ―dijo para que no tuviera reparos.
Como ella había solicitado, Aitor derramó su semen dentro del coño. Debieron ser dos buenas descargas, a juzgar por la cara de satisfacción que puso.
Una vez hubo terminado de soltar semen, salió de ella y se sentó en el lateral de la cama, totalmente exhausto. Mi hermana se desencajó mi polla, se giró y la introdujo de nuevo, esta vez por el coño. Traté de negarme porque no quería meterla donde se había corrido otro “tío”, por muy amigo mío que fuera.
―¡Ahora te jodes, hermanito! Tú eres el que ha provocado esto. Además, me hace ilusión sentir mi coño inundado por la leche de los dos.
Sin decir nada más, se tumbó sobre mi pecho y estuvo follándome hasta que me corrí. No le costó demasiado tiempo conseguirlo, porque sentir la presión de sus tetas contra mí fue un factor determinante para que me excitara mucho más.
Aunque no aparentaba estar demasiado fatigada, se tumbó a mi lado y los tres permanecimos en silencio un buen rato.
―¡Xabi!... ¡Xabi! ―Sin saber cómo, noté como mi hermana me llamaba al tiempo que alguien me golpeaba la mejilla.
―¿Qué? ¿Qué sucede? Me he quedado dormido.
―Ya lo veo, hermano. ¿Te parece bonito dormirte en un hospital? ―dijo Laura.
―¿En un hospital? ¿Qué hago en un hospital? ―Me hallaba totalmente desorientado.
―¿Dónde si no? A veces pareces un crio. ―Refunfuñó ella―. Recuerda… estamos aquí porque han operado a mamá.
Desafortunadamente regresé a la cruda realidad.
―No me digas que has vuelto a tener el mismo sueño de siempre. Algún día tienes que superarlo. Ya han pasado diez años.
Todavía seguía adormilado, pero las palabras de Laura se me clavaban como puñales.
―¿Superarlo? ¿Cómo puedo superar el hecho de que estés casada con Aitor y que estéis criando a un hijo que posiblemente sea mío?
Ella se mostró muy molesta con mi comentario.
―Ya lo hemos hablado muchas veces, Xabi. No insistas otra vez. Comienzo a cansarme. Tú mismo viste las pruebas de paternidad. Los dos os corristeis dentro de mí. La píldora no hizo su trabajo como debía, pero no me arrepiento. Ha quedado más que demostrado que Víctor, ¡tu sobrino!, es hijo de Aitor.
―Ya. Pero…
―No hay peros que valgan. Madura un poco y asume lo evidente. Tuvimos aquel encuentro, los tres, y nunca más se repitió. Si no tenemos en cuenta el hecho de que, dos meses más tarde, os follasteis a Naroa y también la preñasteis. En esa ocasión tú fuiste quien dio en la diana. Por eso te casaste con ella y tenéis un hijo precioso. Piensa que, al final, todos salimos ganando. Eso debería bastarte para que olvides el pasado y afrontes el futuro.
―¡Está bien, hermana! Te prometo que nunca más volveré a tratar este asunto.
Satisfecha con mis palabras, se agachó y me besó en la mejilla.
―Los médicos han dicho que en un par de días dan de alta a mamá. Ya poco pinto aquí. Debo volver a Mallorca con Víctor y Aitor. Si surgiera alguna complicación, que no creo, me avisas y tomo el primer vuelo que pueda.
―No te preocupes. Yo me quedo hasta que papá llegue. También es mala suerte que haya ocurrido justo cuando estaba de viaje. En cuanto lo haga me vuelvo a Bilbao. Naroa no hace más que llamarme por teléfono.
―Conforme, Xabi. Da muchos besos a tu mujer y a tu hijo. Nos vemos en Navidad, como todos los años.
―Y tú da recuerdos a Aitor y un beso a mi sobrino ―me levanté de la maldita silla donde me había quedado dormido y nos dimos un beso de despedida. Finalmente se fue caminando por el pasillo, mientras yo no perdía detalle del magnífico culo que seguía teniendo y que siempre me ha puesto muy cachondo.
Y esta es toda la historia. Un día tuve un calentón con mi hermana. Hice todo lo posible por follármela y tuve que tragar con que mi mejor amigo también lo hiciera. Dos meses después, para resarcirme, le incité a que convenciera a su prima Naroa para que follara con los dos. En su caso no fue un accidente que quedase embarazada. Simplemente no tomaba precauciones. El resultado fue que ambas quedaron preñadas de cada uno de nosotros. Nos casamos y nuestras vidas dieron un giro inesperado.
Con ayuda de nuestros respectivos padres, y a pesar del escándalo que se formó debido a nuestra juventud, pudimos compaginar el matrimonio con los estudios. Aitor terminó Biología, aunque hace un año que trabaja en una sucursal bancaria en Palma de Mallorca. Laura no terminó la carrera aunque tan solo le queda el último curso. Naroa compró una franquicia de una conocida marca de ropa con un dinero que le dejó su abuela cuando murió. Por suerte le va muy bien a pesar de la crisis. Yo sigo con ella, con un crio y trabajando de funcionario en Bilbao. Mis padres siguen juntos en Zaragoza y mi madre superó la operación de cadera.
Para terminar, vuelvo a cuestionarme las mismas preguntas que al principio de esta historia: ¿Qué más da que fuera mi hermana? Me moría por follarla y, lo reconozco, estaba enamorado de ella. Pero… al final todos salimos ganando y nadie salió lastimado. Bueno… lo cierto es que alguien salió accidentado, el pobre Carlos. En su tercer intento de dar explicaciones a mi hermana, sin resultado alguno en los anteriores, ella se cabreó, le dio una bofetada y él cayó rodando por las escaleras. El pobre chaval se rompió un brazo y varios dientes. Yo me reí mucho al enterarme; después de todo se había follado a mi queridísima hermana varias veces. Con eso debería haberse sentido satisfecho.
Fin.
Si quieren dejarme algún comentario, con gusto les responderé. Espero que les haya gustado mi primer relato.