...Y próspero Año Nuevo

Beto intenta reconciliarse con Dulce y ésta, presa de la tristeza, le hace el amor desenfrenadamente pese a su enfado... el bueno de Beto tendrá que contárselo a su primo favorito... a Oli. ¡Y mientras, una ola de amor se expande por todas partes! ¡Feliz Navidad a todos!

Carvallo sonrió a Gema y se encaminó hacia su despacho entreabierto. No era buena señal la huída de Dulce que había presenciado, pero no esperaba encontrarse la imagen de desolación que se encontró. Zorro Carvallo se tenía a sí mismo por un hombre duro, poco dado a sentimentalismos, pero vio a Beto de rodillas sobre la moqueta, llorando en silencio, con las gafas empapadas de lágrimas y agarrado al sostén de Dulce, y se le cayó el alma a los pies. Los hombros de Beto se convulsionaban por el llanto, pero no emitía sonido alguno, ni siquiera sorbía, de modo que no sólo le goteaban los ojos, sino también la nariz, y no parecía que se diese mucha cuenta de ello. Carvallo se acercó lentamente, y el funcionario, dándose cuenta por fin de que no estaba solo, se guardó la prenda precipitadamente, sorbió e intentó limpiarse con la manga del traje.

-Beto… - dijo Carvallo con voz suave, acuclillándose a su lado – Hijo, ¿qué ha pasado…?

El citado estuvo a punto de decir "nada", pero en primera, él no sabía mentir, en segunda, aún si hubiera sabido, era inútil tratar de ocultarlo habiendo sido descubierto, y en tercera, aún si no hubiera sido descubierto, no valía la pena tratar de mentirle a Carvallo.

-Me… me ha dejado. – confesó – Ha roto conmigo.

-Pero, ¿porqué? ¿Qué ha pasado? Si esta misma tarde estabais bien

-Le dije que no quería vivir con ella.

-¡¿Qué?! – El Zorro no podía creerse algo semejante - ¿Porqué le has dicho algo así? ¡Si tú la adoras, estás loco por ella, y ella te quiere también!

Beto sollozó por primera vez y se abrazó a Carvallo, quien se incomodó, pero devolvió el abrazo.

-Lo sé… - murmuró entre jadeos – pero es que no… no quiero en su

-Mira, Beto, deja de llorar, así no arreglas nada. Lo que vas a hacer, es coger tu abrigo y ahora mismo, ir a su casa y hablar con ella. Venga, levanta.

-Pero… pero si ella no… ha dicho que no quería volverme a ver, y…. y me llamó "débil mental"… - Carvallo suspiró. Si Dulce había pretendido hacer daño a Beto, lo había logrado. El funcionario sabía que no era ninguna lumbrera, que podía tener muy buena memoria, pero era más bien lentito… era el primero que lo reconocía, pero una cosa es reconocerlo, y otra muy distinta que te lo echen en cara. Desde niño le habían llamado cosas así, tonto, burro, idiota, berzotas, retrasado, zoquete, alelao… mal que bien, podía soportarlo, pero siempre hería. Y que te lo llamase una persona a la que amas, duele más que nada.

-Beto, ella ha reaccionado así porque tú la has hecho daño, mucho daño, al decirle que no quieres vivir con ella. Estaba dolida y enfadada, y por eso atacó, no sentía lo que dijo. No sé porqué te has negado, y no quiero saberlo, tus razones tendrás… pero tienes que decírselas a ella. ¿Tú la quieres, verdad?

Beto asintió con la cabeza, quitándose las gafas para limpiarlas y secarse los ojos.

-Pues ve y díselo. Mira, tú no lo entiendes… bueno, la verdad es que nadie las entiende, pero cuando ella te ha dicho que no quiere volver a verte, lo que en realidad quería decir es "quiero que vengas corriendo detrás de mí y me frenes, y me digas que me quieres".

-¿Tú crees…?

-No lo creo, estoy seguro. ¿Alguna vez me he equivocado, yo…? – Beto tuvo que asentir, eso era cierto, el Zorro tenía el vicio de tener razón la mayor parte de las veces. – Pues entonces. Ahora, vas a lavarte un poco la cara, te suenas bien y vas a su casa, y hablas con ella, y le explicas que aunque no quieras vivir con ella, la sigues queriendo y no la quieres perder. No la dejes que se te escape, hijo, te arrepentirás toda tu vida… me puedes creer.

Beto asintió y murmuró un "gracias" casi inaudible y se marchó al baño a lavarse. Carvallo le sonrió y se quedó pensativo, sonriendo. Habían pasado muchos años, muchísimos… amaba a su mujer, tenía cariño por Gema, era feliz… pero en el fondo de su corazón, en un rinconcito pequeñísimo, todavía seguía ella. Se encogió de hombros y volvió a la fiesta.

Durante el trayecto en autobús, Beto intentó hacerse a la idea de lo que le diría a Dulce, quiso prepararse respuestas… pero la verdad que tenía miedo. Miedo a que ella lo despreciara, quizá incluso le empujara, como una vez hizo su ex mujer. ¿Cómo podía pensar Dulce que él podía tener algún interés en volver con ella? Antes de conocerla, tal vez sí, reconoció. Era tan triste estar solo, sentirse abandonado sin saber ni la razón, que si ella hubiera vuelto, él la habría acogido sin dudarlo, aunque eso significase hacer frente de nuevo a sus enfados, sus gritos, su escasa paciencia… Pero ahora, ya no. Ahora que sabía lo que significaba estar con alguien que te quiere de verdad, no estaba dispuesto a cambiarlo por lo que tuvo con Cristina, su ex mujer… Finalmente, llegó a casa de Dulce.

Esperaba que no estuviera dormida, le sabría mal despertarla, pensó mientras subía las estrechas escaleras. Cuando estaba ya en el descansillo, le invadió el temor, ¿y si Dulce no estaba en casa? Sabía que tendría que haber llegado mucho antes que él, porque ella sí traía coche, pero, ¿y si, para olvidarle, se había ido por ahí a buscarse a otro…? Rogó porque no fuese así, y llamó a la puerta. Y sintió un alivio inmenso cuando Dulce le abrió.

-¿Qué haces tú aquí? – preguntó ella, hostil. Tenía puesto un grueso y holgado pijama de algodón lleno de pelotitas y tenía cara de haber estado llorando. En la mesita del diminuto salón, que se veía a través de la puerta, había un grueso pedazo de tarta a medio comer.

-He venido a verte… - empezó él.

-Ya me has visto. Vete. – cortó Dulce con voz pastosa y cerró la puerta. Beto volvió a llamar, pero Dulce no abrió ni contestó. El funcionario suspiró.

-Vale. Pues aquí me quedo. – dijo a la puerta cerrada. Pasados unos minutos, volvió a llamar con los nudillos. – Dulce… por favor, necesito hablar contigo. Te quiero.

-Eso no es verdad. – la voz de la joven sonaba muy cerca, como si ella también estuviese junto a la puerta. – Márchate, por favor… ya me has hecho bastante daño.

-No me voy a ir sin hablar antes contigo.

-No puedes quedarte ahí para siempre.

-Sí puedo. – rebatió. – Voy a quedarme aquí hasta que abras. Toda la noche, cuando me entre sueño, me acostaré en el suelo y me dormiré aquí. Y si me entran ganas de hacer… de hacer mis cosas, bajaré al bar de abajo y me compraré una bolsa de patatas para que me dejen ir al lavabo, y volveré aquí. Y si mañana no sales, llamaré para que me suban una pizza y me la comeré aquí. Y sé que tienes vacaciones hasta el ocho de Enero, como yo, así que tendrás que quedarte ahí todas las vacaciones, porque si intentas salir, yo estaré en la puerta. Y me puedo lavar en la fuente del parque, y aguantaré aquí hasta que el día ocho salgas para ir al trabajo y vayamos juntos, así que sí, sí puedo quedarme aquí para siempre.

Lo que se oyó al otro lado de la puerta, ¿era un sollozo o una risa? Beto no pudo asegurarlo, pero el caso es que la puerta se abrió y Dulce estaba allí, con la cara congestionada por el llanto. Él intentó hablar, pero la joven se le echó encima y le besó con furia, tirando de él y cerrando la puerta.

-Du-Dulce, yo

-No hables… no digas nada. – pidió ella al tiempo que se quitaba el jersey del pijama. Beto sabía que tenía que hablar, decir que la quería, explicarle… pero sus pechos botando tan cerca de él, después de lo triste que había estado, eran una visión demasiado hermosa y se abrazó a ella, buscándole el cuello con los labios. Dulce gimió, quitándole la bufanda y bajándole el abrigo, mientras tiraba suavemente de él hacia el dormitorio. Beto gimió al sentir las manos de Dulce apresándole por los carrillos para besarle, y enseguida quitándole la chaqueta y desabrochándole el chaleco, y él mismo la ayudó, mientras seguía la boca de su novia, que caminaba hacia atrás, hacia la alcoba pequeña y oscura cuya única ventana caía a un patio interior.

Dulce se abrazó a él y se dejó caer en la cama, cuyos muelles protestaron por el peso, pero a Beto se le escapó la risa por el sonido mientras pataleaba para terminar de quitarse los pantalones que tenía ya por los tobillos y la propia Dulce, sin soltarle la boca, se despojaba de los suyos, junto con las bragas. Finalmente, la camisa y los calzoncillos rojos del funcionario aterrizaron en el frío suelo de baldosas del dormitorio y se encontró desnudo entre los brazos de Dulce, que le besaba con los ojos entornados, con las lágrimas escapándosele de los mismos. "Estamos haciendo cositas, pero ella sigue triste…" pensó con torpeza él. Hubiera querido decirle cuánto la amaba, pero las manos de la joven no paraban quietas, su boca revoloteaba en torno a su cara y su cuello, y finalmente ella le montó y empezó a frotarse contra su erección. Si habitualmente Beto no era un portento, con ese tipo de estímulos tentándole, lo era mucho menos.

La joven jadeaba, jugueteando con el miembro de su amante, frotándose contra él, pero sin dejarle entrar, acariciándose la sensible entrada mientras parecía intentar evitar mirarle a los ojos. Beto empezó a moverse, pero no hacia arriba, no para intentar introducirse en ella, sino en círculos, suavemente, para ayudarla a frotarse. Dulce gimió de placer y se dobló de gusto y sus lágrimas cayeron sobre el estómago de Beto, quien le buscaba las manos, pero la joven las apartó, volviendo la cara. El funcionario sentía placer, pero también un terrible dolor "Está haciendo algo parecido a lo que hacía Cristina" pensó "me está usando para conseguir placer, pero no me deja que la dé ni un poquito de cariño…" , y tenía razón. Sólo cambiaba que Dulce estaba encima y parecía avergonzada por lo que hacía, pero por lo demás, la situación era muy parecida.

-Du-Dulcee… - gimió Beto. Intentaba explicarse una vez más, hablar con ella, pero la joven le miró a los ojos casi en un descuido y debió leer en ellos toda la tristeza de Beto, porque no fue capaz de sostenerle la mirada. Cerró los ojos, y como si se estuviera arrepintiendo de antemano, se alzó ligeramente y se dejó caer, ensartándose en la tita de su amante. - ¡Haaaaaaaaaaaaaaah… ayayay…! – El maravilloso calor inundó el cuerpo de Beto, y una deliciosa sensación de satisfacción le invadió de pies a cabeza, y no pudo evitar dejarse derrotar por ella, ¡qué placeer….!

Dulce gemía, agarrándose los brazos, quieta por un momento, pero enseguida comenzó a moverse en círculos, de atrás hacia delante, apretando a Beto dentro de ella, frotando su clítoris contra la piel de él. De nuevo el funcionario la buscó, acariciándole los muslos temblorosos, y ella abrió los ojos y le miró. El placer colmaba todos sus sentidos en ese momento, no era capaz de dejar ver nada más aparte del intenso fuego que tenía en las entrañas. Beto le sonrió, con sus dedos reptando tímidamente por su piel, y la joven le agarró las manos y las llevó a sus pechos saltarines. Beto dejó escapar un gemido al sentir sobre sus palmas aquéllas tetas que tanto le gustaban, blanditas y calientes, con los pezones erectos haciendo cosquillas entre sus dedos, y empezó a moverlos, acariciándolos uno con otro, apretándolos, amasándolos mientras ella no dejaba de frotarse en círculos sobre su tita.

"Me gusta mucho cómo lo hace…." Pensó Beto, temblando de placer "es muy bueno, muy calentito… pero así tardo más, así dura más el gustirrinín, mmmmmmh….". Es cierto, así él duraba más… pero ella no, cada movimiento de atrás hacia delante frotaba su perlita contra la piel de su amante y eso le hacía ver las estrellas de gusto. Todo el bajo vientre de Beto estaba empapado de los cálidos jugos de Dulce, y cada roce la electrizaba, le hacía sentir el maravilloso picor cada vez más intensamente, no iba a tardar mucho en correrse. Se frotó con más fuerza, más rápido, su cuerpo tiritaba de gusto, cada vez era mejor, sus piernas se ponían tensas y el placer aumentaba en su botón, la euforia la vencía, Beto le sonreía, él sabía que estaba llegando, y finalmente el roce fue demasiado intenso y Dulce chilló de placer, estremeciéndose por las oleadas de gustito que estallaron en su clítoris y la hicieron temblar y convulsionarse… su vagina se contrajo, apretando en su interior la tita de Beto, que jadeó de placer, pero no se movió ni pronunció palabra… quería que ella gozara, temía estropearle el orgasmo si se movía… Pero apenas Dulce pareció repuesta, volvió a moverse, esta vez más intensamente, de arriba abajo, brincando sobre él.

Beto negó con la cabeza… o lo intentó. No hacía falta que ella siguiera si no quería, podía hacérselo con la mano o… o… ooooh…. Mmmh, por favor, por favor, que no se detuviese ahora… Le pareció oír una risita de Dulce, y tenía razón, la joven le sonreía mientras botaba como una loca. El calor era intensísimo, subía sin parar, el cosquilleo era cada vez más fuerte, las oleadas de placer que le sacudían era cada vez mayores, y Beto no podía hacer nada por aguantarse… así que en lugar de eso, empezó a dar caderazos él también, embistiendo a Dulce, que gritó sin poder contenerse y se puso en cuclillas para conseguir una penetración más profunda.

Beto desencajó los ojos, ¡qué bueno! Llegaba muy al fondo, y las embestidas eran feroces, casi se salía por completo y entraba hasta dentro del todo… le parecía que así le apretaba más, era tan caliente y tan maravilloso que… que no podía más. El delicioso picorcito que anunciaba su orgasmo empezó a bordonear en sus testículos, en la base de su pene, Beto gimió, disfrutando esos segundos maravillosos antes del final, cuando el placer es tan intenso, cuando su cuerpo se debatía en el sí llega-no llega hasta que el gozo es superior a todas tus fuerzas, te dejas vencer, estallas dulcemente y caes en el orgasmo deliciosamente rendido… el funcionario exhaló todo el aire como si se le fuese la vida entera mientras su pene expulsaba la descarga dentro de Dulce y la joven emitía algo a medio camino entre un jadeo y un sollozo, y de nuevo las contracciones le abrazaban el miembro.

Él recuperaba el aliento. Su novia se movía tan lentamente que apenas la notaba. La miró a los ojos y no supo interpretar lo que vio, ¿se arrepentía? ¿Era vergüenza, pena… enfado? Sólo supo que Dulce se derrumbó sobre él y con voz ahogada por el llanto le susurró al oído:

-Más. Dame otro… por favor, necesito otro. – Beto no supo reaccionar, ¿qué podía hacer él? Sólo se le ocurrió una cosa juiciosa, y fue obedecer. La abrazó contra él y empezó a bombear, apretándola de las nalgas para intentar llegar lo más adentro que pudiera. Dulce se acurrucó contra su pecho y jadeó, temblando de gusto a cada feroz embestida y pidiendo más y más, y Beto, a pesar de que estaba muy sensible después del orgasmo, a pesar de que le escocía, apretó los dientes y continuó hasta que ella cambió por gritos los gemidos y empezó a retorcerse de placer entre sus brazos. El funcionario le acarició la espalda, la línea de la columna como sabía que a ella tanto le gustaba y Dulce sonreía de placer, finalmente se abrazó a él con fuerza y gritó, apretándole con las piernas, mientras su cuerpo estallaba por tercera vez, y ella sonreía, con los ojos en blanco, con una encantadora expresión de sorpresa y placer… A Beto le parecía lo más hermoso que había visto, y las graciosas palpitaciones de su rajita le encantaban… Le pareció que ella ya se detenía, y lo hizo por un momento, pero enseguida siguió. Beto quiso negarse, pedir compasión, pero ella le sonrió pícaramente, aún pegada a su pecho y siguió moviendo las caderas, decidida a hacerle acabar a él también, y aunque le quemaba, estaba tan sensible, ella apretaba de un modo tan delicioso que sintió como si ardiera por su tita, pero no podía parar, se aferró a su amante y las piernas le temblaron, el picor fue terrible, deliciosamente insoportable, adorablemente enloquecedor, y por fin, estalló en oleadas de alivio exquisito, indescriptible… Dulce emitió un gemido desmayado y se deslizó a un lado de él, hecha un ovillo, sudorosa.

Beto recobraba la respiración jadeando ruidosamente, con una bobalicona sonrisa en la cara. Tragó saliva, tomando aire, intentando llenar el fuelle, pero le costó un par de minutos hasta que se fue normalizando… había sido bestial, increíble… poco mimoso, es cierto, pero tan… tan… salvaje. Fuuuuuuuh… aquello ya no era "hacer cositas", aquello era decididamente eso que llamaban "follar". Volvió la cabeza hacia Dulce. Ella le daba la espalda, encogida en la cama, sollozando quedamente.

-Dulce… Dulcita… - Beto la acarició un brazo y la joven sollozó más audiblemente - ¿Qué pasa? ¿Es que no te ha gustado…?

-Eso es precisamente lo peor… que me gusta demasiado. – admitió ella – Beto, yo… me he dejado llevar. Esto, no debería haber pasado, pero me has pillado en la hora tonta, y… esto, no ha sido más que un error.

-Pues, para ser un error, ha sido un error maravilloso… - Beto se inclinó más sobre ella, abrazándola con ojos entornados y soñadores. El funcionario tenía una manera de decir "error maravilloso", que hacía que el estómago de Dulce girase, parecía que para él, hubiera sido la ruptura de reglas más deliciosa de la tierra, la tentación más hermosa en la que hubiese caído ningún ser humano, pensó la joven, y se volvió para ponerse frente a él.

-Beto, tú no me quieres, y esto, no se tiene que repetir. – dijo, triste – No es bueno para ninguno de los dos, sufro cuando te tengo y pienso que tú no quieres ser para mí

-Dulce, pero si yo sí te quiero, es lo que llevo intentando decirte toda la noche.

-No es cierto, Beto… si lo hicieras, si me quisieras, querrías avanzar en la relación, pero no quieres. No quieres que vivamos juntos.

-¡Claro que quiero que vivamos juntos! – estalló el funcionario, con una enorme sonrisa - ¿Cuándo te mudas?

-¿Qué? ¿Beto, pretendes reírte de mí o qué?

-No… quiero que vengas a vivir conmigo, ahora estamos de vacaciones, puedes mudarte en estos días, porfa, Dulce, di que sí

Dulce intentó por un momento pensar como lo haría Beto, y preguntó:

-Veamos… ¿quieres vivir conmigo?

  • Eeeh… no. – admitió Beto.

-Pero, ¿quieres que vivamos juntos?

-¡Sí!

-Espera… cuando te dije "vivir conmigo", entendías… "vivir conmigo, aquí, en ésta casa", y cuando digo "vivir juntos", ¿entiendes "vivir los dos en tu casa"?

-Claro… - dijo el funcionario como si no existiera otra posible acepción – Dulce, lo siento, sé que te gusta tu casa, pero… es que la mía es un poco mayor, más calentita, las habitaciones dan todas al exterior, es más luminosa, queda más cerca del trabajo, el barrio es más bonito… te quiero, Dulce, es sólo que no me quiero mudar aquí… Si vas a enfadarte por eso, no importa, puedo mudarme, pero preferiría que fueses tú quien vinieses a mi casa, puedes traértelo todo. ¿Por qué lloras ahora?

Dulce, sonriendo, se había echado a llorar sin poder contenerse.

-Porque soy tonta, corazoncito… ¡tonta de remate! ¿Podrás perdonarme que te haya llamado algo tan horrible como "débil mental"…? Si aquí hay alguna débil mental, soy yo solamente.

Beto la abrazó, ¡y tanto que la perdonaba! Es más, para que viese que la relación avanzaba

-¿Te acuerdas lo que te conté de Oli? – preguntó él.

-¿Tu primo favorito…? Sí, claro.

-Después de ti y de mi madre, es la persona que más quiero en el mundo. Él me dijo que no me casara con Cristina, que ella no me merecía… y tenía razón, pero yo quería estar con alguien… cuando le conté que ella me abandonó y lo que me hacía, me dijo, "Beto, otra vez que te eches una novia, si la cosa va en serio, tráetela a casa antes de volverte a casar, para que yo la conozca. Al final, harás lo que quieras, pero al menos, que pueda estar prevenido".

Cogió el móvil y empezó a teclear un mensaje


Lejos de allí, en la buhardilla de la casa de los padres de Oli, éste e Irina se besaban apoyados en la puerta cerrada, mientras un bullicio de villancicos sonaba en el piso inferior. Oli tenía la cara llena de carmín y sus manos se deslizaban bajo el vestido de su esposa sin que pudiera evitarlo.

-Oliverio, ¿qué van a pensar tus papás…? – bromeó Irina, ofreciéndole la botella de cava que se habían subido a la buhardilla. Oli pegó un sorbo y se lanzó a besarla el escote, intentando bajarle los tirantes del vestido. – Mmmh… Oli, basta… pueden oírnos… en casa de tus padres, me da nosequé

-Mis padres no van a oír nada… - sonrió, hablando a pesar de todo en voz baja - a éstas horas están ya dormidos como troncos en el piso de abajo, estamos dos plantas más arriba, no se enterarán ni aunque tiremos la casa a gritos

-¿Y tus sobrinos…? – La hermana mayor de Oli estaba casada y tenía dos niños, de nueve y siete años, niño y niña. - ¿Y tu hermana y tu cuñado?

-Esos… lo reconozco, soy culpable de corrupción de menores. – sonrió mientras bajaba por completo los tirantes de Irina. En casa de sus padres, quizá fuese por morbo, pero Oli siempre se desbocaba un poco.

-¿Quieres decir…? – preguntó Irina desabrochándole la corbata y la camisa.

-Pues, quiero decir… que les he dado cinco euros a los niños, a cada uno, a condición de que canten villancicos a voz en grito durante todo el rato que puedan antes de que los acuesten… y les he prometido otros cinco más mañana si logran que no los encamen antes de las do-oos… - a Oli le tembló un poco la voz porque su esposa le estaba desabrochando los pantalones y éstos cayeron al suelo – al ritmo que van, creo que van a ganárselos, pero estarán bien invertidos… son casi las… - Sonaron doce campanadas en el reloj de cuco de la buhardilla. – Feliz Navidad, Irina.

-Mmmh…. – Irina sonrió y se levantó el vuelo del vestido rojo, llevando las manos de su marido a sus nalgas y abrazándole con una pierna – Feliz Navidad, Maquiavelo

En ése instante, sonó el móvil de Oli, había recibido un mensaje. Lo sacó del bolsillo interior de la chaqueta y estuvo a punto de tirarlo, pero al ver "Remitente: Beto", pensó que sería simplemente una felicitación y lo abrió maquinalmente mientras besaba a Irina. Pero lo que leyó le dejó literalmente sin habla.

-¿Qué pasa, Oli…? ¿Cielo?

-Pues… mi primo… - Oli estuvo tentado de contárselo, pero Irina le puso delante de los ojos el tanga rojo que acababa de desatarse, y él lo siguió con los ojos durante unos segundos como hipnotizado. Luego dejó caer el móvil y se abalanzó sobre Irina. Si no importaba que estuvieran de pie, menos importaba el cotilleo sobre Beto, ya se lo diría mañana… pero apenas su miembro empezó a acariciar el sexo desnudo de su mujer, un recuerdo le vino a la mente como un disparo. - ¡Ay… Dios… mío! ¡SÍ estaban haciendo el amor!

-¿Quiénes…?

-Cristóbal y Viola… los pesqué… m-me dijeron que estaban ensayando… - se le escapó la carcajada e Irina se rió con él sin poder contenerse. Es cierto que la idea de que Cristóbal y Viola estuviesen teniendo una aventura, se le había pasado por la cabeza, pero no imaginó que Oli los hubiese pescado en pleno… - ¡Dios mío, y yo me lo creí, y estaban… estaban de revolcón, y les interrumpí….! ¡Debieron acordarse de toda mi sangre…!

Irina lo abrazó entre risas… Y ellos no lo sabían, pero al mismo tiempo, en casa de Dulce, Beto se probaba los gruesos calcetines de suave angora que ella misma le había tejido para el amigo invisible y empezaban la segunda parte de la celebración a la voz de "Feliz Navidad, Culito Mullido"… y más lejos aún, en casa de Viola, Cristóbal estaba desnudo, atado y con los ojos vendados, sometido a la tortura de cosquillas con una pluma, y su amante le levantó un momento el antifaz para desearle feliz Navidad… Muy al norte, una pareja de licántropos, antes llamados Allan y Coral, y ahora con nombres supuestos, jadeaban uno sobre el otro después de haber luchado ferozmente, como preludio sexual. Una chica con grandes gafas y aspecto de ratita, llamada Mati celebraba su primera Navidad de casada con Daniel dejando que éste bebiese cava de su propia boca mientras él le desabrochaba los botones de la blusa uno a uno. El Zorro Carvallo había estado primero con Gema, y en ese preciso instante se movía suave y tiernamente dentro de su mujer que le abrazaba y acariciaba la espalda, mientras Gema, en su casa, botaba encima de su novio, que se preguntaba quién sería el imbécil que pegaba esos gritos de pasión… y sin querer, había adivinado quién era, porque Imbécil era su vecino y en ese preciso momento, se estaba masturbando con la mano guiada por Mariposa que le salpicaba alternativamente el miembro con agua helada o ardiendo y de vez en cuando le hacía alguna que otra caricia con la lengua. Y en su modesta vivienda de la universidad, un joven llamado Rodrigo, apodado Virgo, fantaseaba a solas con una chica, deseando que fuese suya, sin saber que…. Bueno, lo que cuenta es que era Navidad, el tiempo del amor, y una ola de amor había estallado por todas partes. Espero sinceramente, que recibáis algo de esa misma ola en ésta Navidad, y si le ha gustado al lector, que le desee lo propio al autor.

¡FELICES FIESTAS A TODOS!