Y... ¿Por qué no?
Relato verídico de nuestro primer encuentro.
Hola, lectores.
Esta es la historia verídica de lo que nos pasó el jueves en Zaragoza.
Primero me gustaría presentarnos.
Mi marido, Javier, es un buen hombre, divertido, cariñoso y, aunque llevamos casados un poco más de 11 años, sigue enamorado de mí como el primer día. Tiene 43 años y, aunque no es alto, 170 cm, está muy bien proporcionado, excepto en un pequeño, o no tan pequeño, detalle. Tiene una parte de él que me entusiasma.
Por mi parte, y así me presento, soy Isabel, la típica mujer española. Mido 165 cm, morena, de ojos negros y, en el aspecto llamativo, me conservo bastante bien para las 38 primaveras que he cumplido. Tengo un escote generoso, aunque no soy tetona, que aún se mantiene desafiante a la ley de la gravedad. Mis caderas juegan a hacer una bella curva, como dice Javi, con la estrechez de mi cintura.
Por lo demás creo que somos una parejita normal, con nuestros trabajos, deseos e inquietudes.
Lo que quizá nos diferencia de otras parejas similares es que siempre, por muy difícil que sea explicar cualquier deseo, podemos hacerlo abiertamente.
Así pues, tras esta primera impresión, voy a contaros qué nos pasó hace apenas una semana.
LUNES.
Javier trabaja en una multinacional y le han ofrecido hacer conferencias en distintas ciudades de Europa y España. Yo, a fecha de hoy, trabajo como técnico en un instituto oficial, pero e aquí el porqué de la situación que hemos disfrutado; estoy, desde hace dos meses, con el proyecto parado por problemas técnicos y de permisos.
Isa, cielo, puedes venirte mañana conmigo a Zaragoza, y así podemos visitar la ciudad por la noche- me propuso Javi.
La verdad es que sí. Estar en stand by me está dejando atontada, jejejejej.
Puedes buscar rutas que hacer, o lo que se te ocurra, cielo.
¿Lo que sea? - le contesté con cara maliciosa.
Lo que sea, aunque esa cara te delata, bichilla.
MARTES.
Llegó el martes, día en el que nos íbamos, y me propuse cumplir una vieja fantasía que me llevaba, a menudo, a saciar mi mente con mis dedos.
Llegamos al hotel, céntrico y precioso, con una de esas camas grandes y mullidas de colchón de látex.
No tardé ni 5 minutos en provocar que Javi me follara en aquella cama, se bebiera mis besos y mis jugos, y yo alimentarse mi sexo con su verga y mi garganta con su semen.
Javi, al ver mi reacción explosiva, y tras mi pregunta maliciosa del día anterior, supo que algo tramaba y que, fuera lo que fuera, iba a explorar un mundo aparte, un deseo aún no cumplido, una fantasía que, en breve, yo estaba dispuesta a cumplir.
Follamos así siempre que va a haber novedades o retos en nuestra vida o nuestra relación, como pareja de convivencia o a nivel sexual.
Tras el explosivo polvazo nos duchamos y fuimos a pasear y a cenar al centro. Allí, en el restaurante, le desvelé la primera pista de mi maquinación.
Javi, cariño, ¿tú has fantaseado con otras y otros?
Debería decirte que no, pero la realidad es que sí, que me gusta imaginar alguna situación de la que hemos hablado...
¿Y si algún día lo probamos y nos gusta, o si lo probamos y es un error?
Isa, cielo, si nos gusta no hay problema, y si no, pues no sé vuelve a hacer, sea lo que sea que esa cabecita loca está tramando.
¿Me das carta blanca, sea lo que sea?
Confío plenamente en ti, cielo, pero si es tía que tenga tetas gordas, jejejejej-
Idiota- le dije con cariño mientras mi mano bajaba de su cuello a su tripita cervecera, a su polla endurecida...
MIÉRCOLES.
Javi se despertó muy pronto.. Siempre admiro esa capacidad suya para saltar de la cama a la ducha, vestirse, y hoy, recoger del suleo la ropa arrancada de nuestros cuerpos la noche anterior.
Me pone cachonda verle desnudo pasear con naturalidad mientras se ajusta el Smart Wacht a la muñeca, con las gafas ya puestas y con su virilidad a veces tan despierta como él. Cuando le veo así me masturbo en silencio mirándole, deleitándome y mordiéndome el labio inferior mientras pequeñas oleadas de placer invaden mi vagina, mis dedos, mi mente.
Tras desayunar en el bufet del hotel, hice creer a mi marido que cogía mi mochila y salía a patear Zaragoza, pero nada más montarse él en el Uber, subí como una gacela hasta la planta 3, habitación 309, y encendí la tablet con cierto vicio.
Busqué en Google la web de contactos que creí más segura y más seria, y tras rellenar el interminable cuestionario, empecé a escribir :
"Pareja de paso por la ciudad y muy morbosa busca..."
Me pasé media mañana mirando las visitas de nuestro/mi reclamo, en la página. Tres visitas, seis visitas, ocho visitas pero sin mensajes. Ahí paró.
- Supongo que hasta los liberales paran a comer- dije un poco resignada- Quizá me he pasado exigiendo...
De repente sonó la notificación de un mail, de la cuenta que había creado para esta ocasión :
" Somos Cristina y Pablo, pareja de 39 y 46 años, físicamente cuidados. Buscamos exactamente lo mismo... Nuestro teléfono es 603**"
"Encantada, chicos. Soy Isa y no voy a andarme con rodeos. ¿Cuándo podríamos vernos?"
"Hola, Isa. Soy Cristina. Podemos vernos los 4 mañana, pero podríamos quedar tú y yo para garantizar que somos dos parejas y no pajilleros. Besos y morreos a los dos"
Apunté el número de teléfono y...
- ¿Cristina?
Sí, ¿quién eres?
Soy Isa, de la web...
Me quedé helada al darme cuenta que había contestado por puro instinto salvaje, sexual, incluso me sentía mojadísima. Cogí el móvil sin saber muy bien qué escribir al watshapp de mi marido.
-Javi, ¿Quieres salir a cenar mañana con...? BORRADO
Javi, ¿Qué te parece si...? BORRADO TAMBIÉN
Javi, me vas a odiar toda tu vida por esto o me vas a desear como nunca. Esta noche te voy a violar y quiero que me folles fuerte, muy fuerte.
Cuando vi los dos ticks en azul supe que ya no había marcha atrás.
No podía perder el tiempo. En una hora y media había quedado con una auténtica desconocida para hablar de sexo, para quedar con una pareja y con mi marido para follar, para hacer algo que ahora no sabía si estaba preparada.
Bajé justo cuando aquella mujer rubia, de pelo corto, con cara de tener casi 10 años menos de lo que ella decía, cruzaba el vestíbulo en dirección a la cafetería del hotel. Tenía una cara preciosa, como una muñeca, con unos ojos verdes como el color del mar caribe. Sus pecho eran pequeños, sueltos sin sujetador bajo una blusa ibicenca de reminiscencias hippies y su culo redondo apretaba un pantalón pata de elefante azul marino y súper estrecho de cadera y cintura. Sus pies estaban cubiertos con unas bambas azules.
Nos sentamos en una mesa algo apartada y, tras vencer la primera vergüenza, hablar sobre chorradas varias, sobre si se deben o no poner freno a los deseos, me percaté de que estaba tocando mi muslo sobre el vaquero, y tenía su boca a menos de una lengua de la mía.
La cafetería estaba medio vacía. Bajé mi mano hasta su cadera y lancé mi lengua a conquistar aquellos labios finos. No me importaba quién pudiera estar.
Su boca sabía a una mezcla de café, cigarrillo rubio caro y menta, posiblemente del dentífrico. Me parecía embriagadora aquella boca, ese sabor, tanto me embrujó que ese aroma fue el que elevó una de mis manos para palpar sobre la blusa un pezón y un pecho duro.
Juro que no sé cómo ocurrió. En menos de 7 minutos, desde que entró al hotel, habíamos tomado café, hablado de chorradas, besarnos, acariciamos cada una el pecho de la otra y, ahora, estaba en la cama de nuestra habitación, apartando mi tanga y buscando con su lengua, sus manos, sus labios, su muslo, mi cuerpo casi desnudo. No recuerdo cuándo me quité, o me quitó los vaqueros. No recuerdo cuándo le quité, o se quitó la blusa. Sólo sé que un minuto después su lengua mojaba mi clítoris con pequeños toques y la mía, recorría los pliegues suaves y depilados de su mojadísima vagina.
Nunca he follado con una mujer--me dijo cuando se recuperó de un orgasmo bien fabricado con mi boca.
Yo sólo besé a una prima mía cuando teníamos 14 años- le respondí apretando más mi coñito contra su lengua y moviéndome en semicírculos sobre esa lanza de placer.
Me encantan tus pechos- dijo justo antes de que yo agarrara su pelo y la apretara contra mi intimidad mientras me corría sobre sus labios.
Sentadas en la cama, desnudas, tan diferentes la una de la otra, impúdicas damas, putas salvajes, nos empezamos a masturbar casi a la vez, cada una en su sexo, quizá pensando las dos en si nos vieran nuestros machos, o tal vez en verlos a ellos hacer lo que acabábamos de hacer nosotras.
Somos un par de zorras, Cristina.
Damas zorras, Isa.
Putas, damas y zorras.
¡Dos putas, Isa, dos jodidas putaaaaaas! - Gritaba en voz baja mientras su coñito rosado y depilado cedía al orgasmo bajo su mano.
Soy muy Puta, Cristina, ¡tú también eres muy putaaaaaa! - Ahogué el gemido de mi orgasmo mordiendo mi otra mano.
Nos vestimos despacio, sin ducharnos. Creo que queríamos llevar ese olor de orgasmo a nuestros respectivos. Mañana, si todo va bien, ellos nos follarán como a dos putas, nosotras los follaremos como a dos cabrones, y ¿por qué no?
JUEVES.
Ayer por la noche, cuando Javi apareció por la puerta de la habitación, miró su móvil, lo apagó, se desnudó completamente y se puso sobre mí en la postura del misionero, taladrando a su mujer, que le esperaba completamente desnuda y oliendo a sudor.
A Javier le encanta eso. Le gusta que le espere abierta y desnuda para llegar y meterme la polla casi con violencia, que yo recibo gustosa mordiendo su hombro y gritándole que quiero su leche, que quiero mi coñito lleno, que luego, le voy a obligar a comerlo lleno de placer de los dos.
En quince minutos le tengo metiendo su lengua y buscando el salado sabor de su esperma, sin importar si yo he tenido un orgasmo. Sabe que no, pero que con esa forma de comerme tan cerda lo va a conseguir.
Te sabe la boca a polla, cariño-- le digo a la vez que beso sus labios con resto de nuestras corridas.
Sabes a Puta, mi amor--me responde tocando siempre mi pecho izquierdo.
Tengo una sorpresa, para mañana.
Sé que estabas tramando algo...
¡Chssssisssss, calla, canalla!
Javi ha salido a la última conferencia en esta ciudad. No he perdido el tiempo y, casi sin que me diera tiempo a cerrar la puerta de la habitación del hotel, he llamado a Cristina.
Hola, zorra.
Hola, putón, jejejjeje.
¿Has hablado con Pablo, tu marido?
No, prefiero que sea una sorpresa.
¿Estás segura de que querrá?
Si no quiere puede irse a casa mientras su Cris os folla a los dos. ¿Y tu marido?
Le conozco bien y querrá. Si no quisiera sabrá que su mujer se ha follado a otro y a otra delante o a sus espaldas.
¿A las 19:00?
Perfecto.
Si vienes sin bragas te como el coño en el pub delante de todos.
Eres muy putita.
¡Gracias por llamarme puta, Isa! Tú también lo eres y me encanta.
DESENLACE.
Hola, chico guapo-- le dije a Javi con cierta picardía en la forma de hablar mientras le vi bajar del Uber en la puerta del hotel.
La última vez que me llamaste "chico guapo" lo hiciste después de follar con el monitor de Zumba. ¡Joder qué morbazo aquella época!
Te equivocas, Javi. Fue cuando te tiraste a aquella chica en Bilbao--le dije sonriendo y ya mojada por recordar esa etapa en la que sólo éramos "amigos" .
En esa época hicimos una morbosilla competición; teníamos que intentar tirarnos a la persona que el otro eligiera y, por supuesto, le gané por goleada.
Joder, es verdad- me contestó- A partir de entonces nos hicimos pareja cuando fuimos a León.
¿No echas de menos tener algún coñito distinto? - le espeté con un guiño mientras cogí su mano y la posé sobre mi sexo sin braguitas.
¡Bufff, Isa! Estás un poco loca, ¿no crees?
Eso no es nada, "chico guapo".- le dije mientras le agarré de la mano y, sin más explicaciones, subimos a un taxi - A la Avenida de la H*** 45, por favor.
Estaba tan excitada como confusa. Íbamos casi a ciegas a un encuentro lleno de interrogantes.
Durante el corto trayecto cogí la mano de mi marido y la volví a llevar a la entrepierna. Estaba tan mojada que creo que incluso humedecí mi vestido nuevo de Zara y el asiento del taxi.
Al llegar vi que era bastante fácil distinguir el pub donde habíamos quedado. Ah, sí, que supongo, querido lector, que no sabías dónde nos dirigíamos.
Al hablar con Cristina, esa misma mañana, me dijo que podíamos ir al pub Cir***, que es bastante tranquilo, con zonas algo "oscuras" como los pub de los 90.
Según entramos por la puerta, al fondo, Cristina nos llamó la atención levantando el brazo, y, al lado suyo, supongo que tan expectante como Javi, su marido, Pablo, al que en ese momento intuí alto y corpulento, casi como un gigante.
Nos acercamos sonrientes y miro a mi marido de soslayo, para ver si adivina algo. ¡Es un cabrito! Estoy segura de que ya lo sabe y mira con tanta curiosidad como deseo a la rubia de pelo corto.
Nos presentamos, pedimos unas cervezas y Cristina se acerca al oído de Javier casi 2 minutos después de conocerle. No acierto a oír lo que le dice, pero Javier sonríe y la rubia acerca sus labios al oído de su marido que también sonríe y se pone rojo como un tomate.
Cristina lleva una minifalda de infarto, una blusa atada bajo los pechos y unos tacones que, de pie, deja pequeño a mi mardito.
Se acerca a mí y se sienta a mi lado. Sin titubeos mete su mano en mi entrepierna y comprueba que no llevo nada, además de tener mi sexo empapado. Se arrodilla frente a mí, casi a la vista de la poca gente que hay en el pub, sube un poco mi vestido, abre sin resistencia mis piernas y, con maestría, introduce su cabeza entre ellas y comienza a lamer suavemente mis labios exteriores y le da pequeños toques con la punta de la legua a mi hinchado clítoris.
Javier y Pablo tienen los ojos como platos. Aunque intuían algo estoy segura de que no esa reacción tan provocativa.
Sé que voy a correrme en segundos. Su propuesta la ha hecho sin titubeos. Está dispuesta a todo.
Pablo no deja de mirar a su zorrita. La tiene justo al lado y puede ver su lengua y mi coñito sin dificultad. Javier mira el culo de la rubia, que imagino no lleva tanga, y a mis ojos casi cerrados del placer consecutivamente ya que ella está dándole la espalda, o mejor dicho, el culito.
Me corro en silencio, aunque podría haber gritado a los 4 vientos.
Cristina se levanta y da un morreo a mi marido, otro al suyo y de un solo trago se bebe su cerveza.
-Cuando queráis podemos ir a otro sitio - dice la rubia visiblemente excitada.
Javi coge su Mahou y también la mata de un trago. Mientras, Pablo, coge la mía y me la entrega sin dejar de mirar de reojo mi rajita, ya que aún ni he podido ser consciente de tener las piernas abiertas. Coge la suya y brinda conmigo, o con lo que hay de conciencia de mí.
Casi como Cristina y Javier tomamos la cerveza deprisa. Pablo se levanta primero y me siento como una enanita al lado de un gigante de un metro ochetaimuchos. Cristina tiende la mano de Javier y le acerca a ella con la clara intención de palpar su entrepierna. Por la cara que pone de viciosilla está más que deseando tener ese aparato apresado por su lujuria. Pablo, por su parte, tiende una mano caballerosa y le agarro. Tira suavemente de mí y me encuentro pegada a su enorme cuerpo. Cristina se agarra con deseo al brazo de mi marido y yo, pequeña, trato de abarcar la cintura de Pablo. "Como tenga todo igual me va a partir por la mitad" pienso sin rubor.
Salimos detrás de mi marido y de la rubita de pelo corto. La mano de Javi está bien colocada en el culo de ella y la de Pablo busca el mío, lo palpa y me aprieta un cachete. Me pongo de puntillas, le agarro de las orejas y le atraigo a que pruebe mis labios. Él sabe como ella, a cigarrillo caro. No me disgusta. Mi lengua retuerce la suya en un juego gamberro y guarro. Javier da piquitos a Cristina delante de nosotros y su mano está ya en el borde de la minifalda.
-¡Taxi! - grita Javier.
Subimos Cristina, Javier y yo a la parte trasera metiéndonos mano con total descaro, y el gigantón de Pablo delante, con el chófer alucinando en colores. Dimos la dirección y fuimos camino al hotel, a la tercera planta, a la 309. Directos a follar.
Llegamos a la recepción del hotel totalmente excitados. Pablo no se cortó y, esperando el ascensor, metió la mano bajo mi vestido y sintió la húmeda excitación que me llevaba acompañando desde hacía tres días. Yo no me corté y palpando su abultado pantalón noté que era un ejemplar bastante largo. Cristina tampoco perdía el tiempo y estaba lamiendo la oreja de mi marido mientras bajaba la cremallera y, presumiblemente, agarraba el grueso pene.
Al abrirse la puerta una pareja que bajaba de cualquiera de los pisos se encontró con nuestro espectáculo y él sólo atinó a carraspear y mirar sin mucho disimulo cómo Pablo tenía metida la mano bajo mi vestido.
Entramos al ascensor riéndonos de nervios y excitación. Cristina se arrodilló y sacó la verga de Javier para darle 4 chupetones que creo que se oyó en media Zaragoza. Pablo seguía con su mano en mi coñito y yo, para no ser menos, me agaché para tratar de evaluar con mis labios lo que dentro de unos minutos iba a tener dentro de mí, dentro de mis entrañas, en mi boca, en mis manos... Llegamos a la planta tercera justo cuando una larga y no tan gruesa verga me golpeó la mejilla. Me incorporé, cogí su pene y le guié hasta la puerta. Introduje la tarjeta-llave y volví a tirar de su hombría hacia dentro de la habitación.
Javier y Cristina parecían haber desparecido en mi mente. Mente que sólo buscaba follar con aquel gigante. Les oía, sentí que no estaban lejos, pero estaba cegada en un solo deseo. Pablo se dejaba guiar y le puse frente a mí, justo para empujarle sobre la cama. Sin siquiera quitarle los pantalones ni ponerle un preservativo, me subí sobre él e introduje su polla dentro de mi excitado sexo para cabalgarle con furia, con un deseo tan irrefrenable que no me importaba nada más que follar con aquel desconocido. Me corrí enseguida sólo respirando fuerte, ni siquiera gemía; quizá pasó sólo un minuto y mi sexo gozaba de esa impresión de tener otro sexo extraño dentro.
Cuando quise darme cuenta de mi forma de actuar vi a Cristina semiagachada detras de mí, completamente desnuda y a mi marido tras ella. Intuí, por la boca abierta de la rubia, que mi marido tenía su virilidad dentro de ella.
La polla de Pablo seguía dura y llegaba muy dentro de mis entrañas, pero no sé movía, sólo daba un latigazo de excitación cada pocos segundos, como si tuviera que bombear sangre a lo largo de aquella longitud.
Cristina sí gemía, sí gritaba.
- ¡Fóllame, hijo de puta! ¡Fóllame más, más, más!
Javier estaba dándole empujones fuertes, tanto que cada vez la acercaba más a mi culo y ella se agarró a mis caderas. Los empujones de Javier movían tanto los brazos de Cristina que estos, a su vez, me movían sobre la polla de su marido.
- ¡Joder, qué coño tienes, tía! - dijo entre susurros Pablo al notar de nuevo mis movimientos sobre él.
-¡No te pares ahora, cabrón, que me voy a correr! - dijo casi sin aliento la rubia de pelo corto-- ¡Dios, me corro, Isa, cómo folla tu marido, me corro!
Noté que Pablo se estaba poniendo más tenso, y movía sus caderas bajo mi vestido. Un calor tibio y espeso bañó mi interior mientras el grandullón entornaba los ojos. Se estaba corriendo dentro de mí y me provocaba más excitación al saber que, al igual que me habían llenado de esperma ajeno, Javier también querría llenar con su semen otro coño. No estaba equivocada. Segundos después del gigante Pablo, mi chico guapo, descargaba dentro de aquella mujer a la que se estaba follando.
Pasaron sólo unos segundos, quizá unos minutos, lo suficiente para notar cómo el baño interior que acababa de recibir resbalaba hacia afuera a la vez que la larga polla de Pablo dejaba de presionar el fondo de mi vagina. Sentí la lengua de Cristina recorrer la parte derecha de mi cuello y sus manos aferrarse a mis pechos aún cubiertos por el vestido y el sujetador. Me recliné hacia atrás para sentir más cerca su lengua y sus manos. Noté otras manos en mi cadera y, cuando dos manos más acariciaron mis muslos me di cuenta de que aquello no había hecho más que empezar.
La boca de Cristina se aferró a la mía en otro nuevo beso lésbico como el que había probado el día antes. Las manos que me agarraban la cadera ahora tiraban de mi vestido hacia arriba y las de los muslos ayudaban a elevarlo hasta pasar mis pechos. Sentí un vacío tremendo cuando la rubita dejó de besarme para que pudieran sacar mi vestido. Ahora unas manos maestras desabrochaban mi sujetador y las que acariciaban mis muslos se aferraban a mis pechos suavemente. Notaba cómo la polla de Pablo, que había perdido parte de consistencia, volvía a tocar lo más hondo de mi sexo y la boca de Cristina volvía a mojar mis labios y volvía a gemir. Imaginé que Javi, mi marido, volvió a meter su grueso pene en la rubita de ojos verdes y que otra vez los 4 volvíamos a entrar en acción.
Cristina, que por mi postura forzada, se dio cuenta de que podría ser mejor otra posibilidad, comenzó a girar hasta ponerse frente a mí y a horcajadas sobre el cuerpo de su marido dándole a probar su sexo empapado del semen de mío. Mientras tanto, Javier también se desplazó y subiendo a la cama volvió a ponerse tras la rubia de pelo corto y volvió a penetrarla mientras Pablo, imaginé, lamía el empapado sexo de su esposa, a escasos centímetros del pene del mío. Toda esta imagen, la polla del enorme Pablo dentro de mí y sus manos en mis pechos no tardaron en hacer que me corriera de nuevo, aunque en un orgasmo más largo y suave.
Cristina me besaba de manera más salvaje, con más saliva, señal de que Javier y Pablo, fuera lo que fuese lo que le estaban haciendo, lo disfrutaba mucho. Mi imaginación me llevó a creer que mi marido la penetraba con fuerza mentras el suyo lamía su clítoris que destilaba semen por la posición y la presión interna. Mordió mi labio inferior, abrió mucho los ojos y se corrió mirándome fijamente a los ojos.
Javier ya no la empujaba con sus movimientos y Pablo seguía dentro de mí sin moverse pero presionando más aún y llegando hasta donde no recuerdo haber tenido a nadie. Verdaderamente tenía una polla larguísima.
Así, parados, jadeantes, un poco acalorados, debíamos formar una visión digna de una película exótica y erótica.
Por la posición Javi fue el primero en abandonar el cuadro que formábamos. Instantes después Cristina apartaba de su marido su sexo y, aunque notaba toda la longitud del pene de Pablo, me incorporé. Ahí nos dimos cuenta de que aquel gigante tumbado en la cama estaba completamente vestido frente a la desnudez de nosotros tres. Con su larga polla apuntando al infinito. Cristina le pidió que se desnudara y él, obediente, lo hizo.
Nos sentamos como pudimos en la cama. La rubia de pelo corto frente a mí, estilo indio, mostraba impúdicamente su sexo y eso me permitía ver cómo un hilo continuo de semen - ¡Semen de mi marido!- se asomaba de su interior y bañaba las sábanas de la cama. Me pudo la curiosidad y llevé el dedo anular de mi mano derecha a aquel punto concreto por donde manaba el placer vertido de mi Javier. Cristina no decía nada, sólo seguía con mirada curiosa, casi felina, mi dedo, sin inmutarse siquiera a mi roce. Mi pustura, que no aprecié en ese instante, que era similar a la suya, dejaba también al descubierto mi sexo, abierto y mojado de los restos de la corrida de Pablo. También noté un dedo deslizarse entre mis pliegues. Sabía que no era de ella. Era de Javier que, tras recoger en la punta parte de ese placer que se vertió en mi interior, lo llevaba a su boca probando el placer de su mujer mezclado con el placer de otro hombre. Imité a mi marido y llevé el dedo que acariciaba a Cristina a mis labios con la mezcla de sabores de aquella mujer y del semen que tantas veces Javier había derramado dentro de mí. Volvía a calentarme aquello, aunque lo que vi hizo que todo lo que habíamos realizado minutos antes sólo era un aperitivo.
Pablo se acercó hasta el pene semierecto de Javier, sin tocarlo abrió su boca y se introdujo su más que considerable grosor. Javier alucinaba en colores, no sé si por la sorpresa o porque Pablo sabía hacerlo bien. Ni 5 segundos de mamada habían pasado cuando vi que mi marido ya estaba completamente empalmado dentro de aquella boca masculina. Una mano de Cristina aferró los testículos de mi marido y la base de su pene haciendo que se introdujera aún más dentro de la boca de Pablo. A su vez, y esto jamás lo hubiera pensado, la mano que Javi había usado para robarle jugos a mi interior se posó y agarró la polla de Pablo masturbando la larga verga hasta que, en un cambio de postura casi circense, ambos quedaron en un 69 lateral a la vez que vi cómo mi marido engullía el capullo de aquel largo pene y saboreaba a quien minutos antes me acababa de follar.
Cristina se empezó a mover con sensualidad y acercó sus labios a los míos.
-Nosotras somos putitas, Isa, pero ellos no se quedan atrás - Me dijo tirando de mi melena morena hacia atrás y posando sus labios en uno de mis peones.
-Vamos a tener que saciarnos un poco más entre nosotras, zorrita- Le respondí agarrándola también con fuerza de su corto pelo y elevando su cabeza hasta la altura de la mía - ¡Bésame, zorrita, que a estos les dejamos hacer sus juegos de chicos!
Era increíble, Pablo chupaba con fuerza a mi marido y este le devolvía los lametones. Ambos estaban excitados y con ganas de probar cosas nuevas. Cristina me besaba y había llevado una mano a mi entrepierna mientras yo había hecho lo mismo en la suya. Sentía mi mano encharcada y cómo mi flujo y el semen de su marido hacían lo propio en su mano.
Pablo fue el primero en jadear y gemir con más fuerza. Javier se la comía con más vicio y no parecía importarle que estuviera a sólo unos segundos de estallar en su boca. Sin embargo también él, le conozco, estaba justo en ese punto tan propio de él en el que ya no hay marcha atrás y supe, por su convulsión, que estaba corriéndose en la boca del gigantón. Justo me extasiaba con esa sensación cuando Pablo comenzó a emitir un gruñido ahogado y llenó de semen la boca de mi marido.
Las dos nos lanzamos como lobas a besarlo, a compartir el sabor a semen, el olor y las babas, a besar a uno y a otro indistintamente, probando toda suerte de sabores mezclados.
Nos quedamos en silencio más de una hora y yo me quedé dormida bajo infinidad de caricias de manos, muslos y bocas.
Cuando me despertó Javier debían ser altas horas de la madrugada. No sé oía más que el ronroneo de un motor que arrancaba y se perdía en las calles de Zaragoza.
No había nadie más que nosotros dos en la habitación y dudé de si había soñado todo entre el atontamiento de despertar. Javier me besó la cadera desnuda.
VIERNES
Acaban de irse, princesa - me dijo Javier.
¡Mmmmmm, Javi... Mmmmm, ha sido una pasada!
Sí, mi chica guapa, una verdadera pasada. Me han prometido que volveremos a vernos pronto.
-¿Habéis hecho algo más? - le pregunté medio dormida.
Nos hemos montado un trío, dos orgías con las de la limpieza, los negritos de mantenimiento y los recepcionistas y luego hemos ido al Zoo por si había algo interesante que follar- bromeó mi chico.
¡Tonto!, ven y abrázame- respondí antes de caer entre los brazos de morfeo y los suyos de nuevo.
Oí el grifo de la ducha y una melodía rockera en el baño mientras me desperezaba en la cama. Olía todo a sexo. Las sábanas, mi pelo, mi cuerpo, mis manos; las mismas que buscaban medio dormida mi clítoris y uno de mis pechos. Me gusta masturbarme antes de levantarme, sobre todo cuando veo a Javier pasearse desnudo o con la toalla a la cintura. ¡Me parece tan sexi! La diferencia es que esta vez me tocaba recordando a mi marido follando con la rubia, recordando la larga polla de Pablo corriéndose muy dentro de mí, a Cristina agarrada del pelo mientras vertía mi orgasmo en su boca, las seis manos sobre mi cuerpo desnudo...
Hola, amor- me despertó de mi lujuriosa ensoñación mi marido- Si quieres puedes bajar desnuda a la cafetería. Cristina nos contó vuestro encuentro, jejejje- me sonreía Javier al decirlo, visiblemente empalmado bajo la toalla.
Uffff, no me lo recuerdes. No sé qué me pasó...
Tranquila, cielo, me encantó cómo lo contó. Luego te tocará contármelo tú de camino de vuelta. Ahora ve a la ducha que se nos va a hacer tarde. Te recuerdo que hemos quedado con los asesores y financieros de la ponencia.
Aquellas palabras, en lugar de tranquilizarme, me excitaron más. El agua caliente de la ducha, el roce de la esponja, el pensar que, en un futuro incierto, iba a ver a aquellos dos desconocidos con los que se me había ido la cabeza... Me dolía la parte exterior de mi sexo. Tenía los labios vaginales hinchados y los pezones tan erectos que me ofrecían una mezcla de dolor y placer. Me masturbé de nuevo fuerte y rápido y gemí fuerte, muy fuerte, lo suficiente para que me oyesen Javi y media ciudad.
Salí de la ducha con una mezcla de deseo y nerviosismo. Iba a ponerme el vestido de Zara, pero recordé que, además de llevarlo ayer, olería a sexo una barbaridad. Opté por otro vestido un poco más largo que me permite ir sin sujetador y, por supuesto, también sin tanga. No estaba segura de lo que podría pasar, así que opté por lo cómodo. "Igual tengo que follar con media cafetería", pensé divertida y perversa.
Javier ya estaba vestido, con su pantalón nuevo y la camisa de puntitos hacían que mi "chico guapo" pareciera todo un gentleman. Agarró mi mano y salimos de la 309 hacia el ascensor.
En una mesa grande y ya preparada había un pequeño grupo de personas al que nos dirijamos. Conocía a varios de ellos de las Navidades pasadas.
Carlos, te presento a Isa, mi mujer- dijo Javier a su nuevo jefe.
Encantado, Isa. Ella es Rocío, mi esposa.
Encantada, Rocío. Un placer.
Ellos son Miguel, Marcos y Clara, los ponente y desarrolladores del sistema.
Es un placer.
Emi, Sophie, Teresa, Manolo, Ángel. Ya conocéis a Isa- saludó mi marido a su equipo.
Encantada de veros, chicos.
Han dicho los clientes que hay un tráfico horrible y que llegarán en un ratito - dijo Carlos un poco molesto.
Pues yo voy a empezar a tomar café - sonrió Sophie con ese desparpajo de chica entre heavy metal y punk que me encanta.
Pedimos café, te, tostadas, madalenas caseras, donuts y un sinfín de cosas más.
Ya han llegado los que pagan - advirtió Sophie con su humor tan acorde como su vestimenta.
¡Hola, equipo! - dijo tras de mí una voz que no supe reconocer pero que, por alguna razón me resultaba familiar - No os levantéis, vamos a por café y os saludamos - volvió a hablar aquella voz masculina a la que mi marido hizo un más que visible guiño.
Chicos, os presento a Cristina, mi mujer. Tratádmela bien.
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