Y por eso rompimos

Es un día hermoso, soleado y todo eso. De esos en los que piensas que todo saldrá bien, etcétera. No es el día adecuado para esto, no para nosotros, que estuvimos saliendo cuando llovía, entre el 5 de octubre y el 12 de noviembre.

Esta historia es de un libro el cual dediqué, soy bastante rara y dedico libros si es lo que ustedes piensan. Ésto ya lo tenía listo desde el año pasado y como algo parecido me pasó como que necesitaba publicarlo y saber su opinión. No sobre mí y la rareza sino sobre el libro, me gustaría que ustedes si lo leen comenten y me digan que quieren la segunda parte, eso me llenaría de orgullo. Creo que ya dije todo lo que tenía que decir. El escritor de éste libro es Daniel Handler, un buen escritor para mi gusto.

Y POR ESO ROMPIMOS:

En breve, oirás un ruido sordo y hueco. Será en la puerta principal, la que nadie utiliza. Cuando golpee el suelo, producirá un leve traqueteo en las bisagras porque es algo muy importante y pesado, un ligero sonido discordante unido al ruido sordo, y Joan levantará la vista de lo que quiera que esté cocinando. Mirará la cacerola, preocupada porque si acude a ver de qué se trata, podría desbordarse.

Imagino su ceño fruncido reflejado en la salsa burbujeante o lo que sea. Pero irá, irá y mirará. Tú no, An. Tú no acudirás. Probablemente te encuentres en el piso de arriba, sudoroso y solo. Deberías estar duchándote, pero estarás tumbado en la cama con el corazón destrozado, o eso espero, así que será tu hermana, Joan, quien abrirá, aunque el golpe sordo sea para ti. Tú ni siquiera sabrás ni oirás lo que han tirado a tu puerta. Ni siquiera sabrás por qué ha sucedido.

Es un día hermoso, soleado y todo eso. De esos en los que piensas que todo saldrá bien, etcétera. No es el día adecuado para esto, no para nosotros, que estuvimos saliendo cuando llovía, entre el 5 de octubre y el 12 de noviembre. Pero ahora estamos en diciembre, el cielo está radiante y lo tengo claro.Te voy a explicar por qué rompimos, An. Te voy a contar en esta carta toda la verdad de por qué sucedió. Y la maldita verdad es que te quise demasiado.

El ruido sordo y hueco lo ha producido la caja, An. Eso es lo que te dejo. La encontré en el sótano y la cogí cuando nuestras cosas ya no cabían en el cajón de mi mesilla. Además pensé que mi madre podría encontrar algunas de ellas, porque le gusta fisgar en mis secretos. Así que metí todo en la caja y esta dentro del armario, y encima amontoné algunos zapatos que nunca me pongo. Cada uno de los recuerdos del amor que compartimos, los tesoros y despojos de esta relación, como la purpurina en los desagües cuando un desfile ha terminado, toda arremolinada contra el bordillo. Voy a tirar la cajaentera de nuevo en tu vida, Ed, cada objeto tuyo y mío. Voy a tirarla en tu porche, Ed, aunque es a ti a quien estoy tirando.

El ruido sordo y hueco me hará sonreír, lo admito. Algo poco habitual últimamente, ya que en los últimos tiempos he sido como Aimeé Rondelé en El cielo también llora, una película francesa que no has visto. Interpreta a una asesina y diseñadora de moda que solo sonríe dos veces en todo el metraje. La primera, cuando sacan del edificio al matón que liquidó a su padre, pero no estoy pensando en esa vez. Es en la del final, cuando consigue por fin el sobre con las fotografías y, sin abrirlo, lo quema y sabe que todo ha terminado. Recuerdo la imagen. El mundo vuelve a ser lo que era, es lo que dice su sonrisa. Te quise y ahora te devuelvo tus cosas, las saco de mi vida como a ti, es lo que dice la mía. Sé que no puedes imaginarlo, tú no, An, pero tal vez si te cuento toda la historia la entenderás esta vez, porque incluso ahora quiero que lo comprendas. Ya no te quiero, por supuesto que no, aunque todavía quedan cosas que mostrarte. Sabes que me gustaría ser directora de cine; sin embargo, tú nunca fuiste capaz de ver las películas que surgían en mi cabeza, y por eso, An, por eso rompimos.

Escribí mi cita favorita en la tapa de la caja, una de Hawk Davies, una verdadera leyenda, y estoy escribiendo esta carta con ella como escritorio, así que puedo sentir a Hawk Davies fluyendo a través de cada palabra. La camioneta de la tienda del padre de Al traquetea, y por eso algunas veces la escritura me sale temblorosa, así que mala suerte para cuando lo leas. Llamé a Al esta mañana y nada más decirle: «¿Sabes qué?», él me respondió: «Me vas a pedir que te ayude a hacer un recado con la camioneta de mi padre».

—Eres bueno adivinando —le dije—. Has estado cerca.

—¿Cerca?

—Bueno, sí, es eso.

—Está bien, dame un segundo para buscar las llaves y te recojo.

—Deberían estar en tu chaqueta, de anoche.

—Tú también eres buena.

—¿No quieres saber cuál es el recado?

—Me lo puedes decir cuando llegue allí.

—Quiero contártelo ahora.

—No importa, Min —aseguró.

—Llámame la Desesperada —le dije.

—¿Cómo?

—Voy a devolverle las cosas a Ed —anuncié tras un profundo suspiro, y entonces Al suspiró

también.

—Por fin.

—Sí. Mi parte del trato, ¿no es así?

—Cuando estuvieras lista, sí. Entonces, ¿ha llegado el momento?

Otro suspiro, más profundo pero más tembloroso.

—Sí.

—¿Te sientes triste?

—No.

—Min.

—Está bien, sí.

—Está bien, tengo las llaves. Dame cinco minutos.

—Está bien.

—¿Está bien?

—Es que estoy leyendo la cita de la caja. Ya sabes, la de Hawk Davies. Las intuiciones se tienen o no se tienen.

—Cinco minutos, Min.

—Al, lo siento. Ni siquiera debería…

—Min, no pasa nada.

—No tienes por qué hacerlo. Es solo que la caja es tan pesada que no sé…

—Está bien, Min. Y por supuesto que tengo que hacerlo.

—¿Por qué? —Al suspiró al otro lado del teléfono mientras yo continuaba mirando la tapa de la caja. Echaré de menos ver la cita cuando abra el armario, pero a ti no, Ed, a ti no te echaré ni te echo de menos.

—Porque, Min —respondió Al—, las llaves estaban justo en mi chaqueta, donde has dicho que estarían. Al es una persona buena de verdad, Ed. Fue en su fiesta de cumpleaños donde tú y yo nos conocimos, aunque no es que él te hubiera invitado, porque entonces no tenía ninguna opinión sobre ti.

No os invitó ni a ti ni a nadie de tu pandilla de deportistas gruñones a la celebración de sus amargos dieciséis. Yo salí temprano del instituto para ayudarle a preparar el pesto de diente de león, elaborado con queso gorgonzola en vez de parmesano para añadirle un extra de amargor y servido con ñoquis de tinta de calamar de la tienda de su padre. También mezclé una vinagreta de naranja sanguina para la macedonia de frutas y cociné aquella enorme tarta de chocolate negro con un 89 por ciento de cacao en forma de gran corazón oscuro, tan amarga que no pudimos comérnosla. Tú simplemente te presentaste sin invitación, acompañado de Trevor, Christian y todos esos para esconderos en un rincón y no tocar nada, excepto unas nueve botellas de cerveza Scarpia’s Bitter Black Ale. Yo fui una buena invitada, Ed, tú ni siquiera le deseaste a tu anfitrión un «amargo cumpleaños», ni tampoco le llevaste un regalo, y por eso rompimos.


Publico esto porque me he quedado sin ideas para mi primer relato, si usted es un leyente de mi historia y tiene algunas ideas de como será el próximo capítulo le pido que me contacte porque sinceramente me he quedado sin ideas y me caería más que bien una ayuda, sin nada más que decir me retiro. Muchas gracias por su lectura, espero su comentario.

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