Y perdió la batalla

Y se volvió una bestia.

– ¡No me lastime, por favor! – suplicó desesperadamente la jovencita al verse acorralada por aquel sujeto de mirada maliciosa –. ¡Soy virgen! – imploró entre lágrimas al pensar que su primera vez sería una violación.

– No te preocupes, que no voy a abusar de ti – señaló el exaltado individuo metiéndose la mano en el bolsillo –. No al menos – sacó la mano empuñando una pistola –, antes de matarte – apuntó a la frente de la chiquilla y apretó el gatillo.

El estruendo del disparo asustó a las pocas palomas que aún quedaban en la plaza, y al igual que las semillas que éstas se comían antes de emprender el vuelo, de la muchachita sobre el tronco de aquel árbol quedaron regados los sesos. Y ya sin rastro de vida, su cuerpo cayó al suelo para que su asesino comenzara a desnudarlo. Para que con dedos temblorosos, no de culpa sino de lujuria, de la excitación que le produjera pensar que pronto estaría profanando aquel cadáver, el perturbado sujeto se deshiciera una a una de las prendas, develando ante sus ojos aquel pecho y aquel sexo aún de niña. Aquella anatomía a medio desarrollo por la que no pudo evitar babear y que más monstruoso hiciera el crimen.

Luego de separar las piernas de quien en vida se llamara Catalina, extraer de sus pantalones el endurecido miembro y vencer el obstáculo que representaba lo estrecho del canal, el enloquecido hombre se hundió entre aquellos todavía tibios labios y al tiempo que iniciaba el mete y saca comenzó a llorar. Las lágrimas que cayeron sobre la herida de bala, él las recogió con la lengua llevándose también un poco de sangre. Y mientras ambos fluidos resbalaban por su garganta, conforme el tono cada vez más rojo de su piel anunciaba el inminente orgasmo, a la mente le llegaron las imágenes de su hija muerta, esa niña a quien en secreto amó como mujer y de quien con un beso el último aliento se robó. Aquel día de navidad en que harto de escucharla exigir un regalo, en un injustificable lapso de locura acentuado por el alcohol y la pobreza, él mismo asesino. Aquella noche fría de diciembre que ante sus demonios, finalmente sucumbió.