Y no follo nadie.
Confesion de un pobre hombre.
A veces no es fácil recordar y, menos aún, revivir una experiencia traumática. Quizás fuera mi juventud, quizás mi inmadurez, o simplemente que no era mi momento
Cuando yo vivía en Madrid y fui joven, allá por los cincuenta del siglo pasado, no era fácil la vida en la capital. Un pipiolo de 16 años no tenía ni los medios ni las capacidades que un chico tiene ahora. En diciembre de 1958, en plena apertura a Estados Unidos, cayo una nevada en Madrid de más de medio metro. Se colapsó el centro y pocos fueron a su trabajo aquellos días, mas no fue mi caso que yo trabajaba en la zapatería de mi padre, anexa a nuestra casa. En aquel tiempo vivíamos en la calle Mesón De Paredes, barrio de Lavapiés, castizo y entrañable. Yo llevaba arreglos y demás encargos que padre me mandaba. Llegaba a las casas y me recibían las dueñas en bata, vestidas para salir, en rulos…. en fin, que podría contar que su recuerdo nocturno en mi cama no me hiciera reventármela una y otra vez. Bendita mezcla de juventud y hormonas que explotaban en mi miembro día y noche. Pero nunca me ocurrió ninguna andanza que otros chicos comentaban en los bailes de la verbena de San Cayetano. A mí nunca me ocurrió eso. Decir que fueron pasando los años, fui a la mili, volví a casa y seguía sin estrenar sonaba extraño a cualquiera. Oportunidades tuve de ir de putas. En la mili, muchas. Pero nunca fui, bien por dinero o incluso por cansancio. Al menos esas fueron mis escusas. Incluso empezaron a pensar que era invertido. ¡Qué lejos andaban de la realidad
Como cualquier hombre de aquella época, llego el momento de formar una familia. Empecé a hablar con una chica algo más joven que yo, que para los cánones de la época era normal. De mediana estatura, rellenita pero no gorda, con moldeado en el pelo y cara redonda con ojos azules. Yo la conocía de toda la vida del barrio y empezamos a salir en agosto de 1963, en la verbena de la Paloma. Íbamos de la mano, comprábamos cucuruchos de gallinejas y entresijos en la calle Embajadores, algún beso furtivo y poco más reseñable. Un año después boda por la iglesia. Intima, sin invitados. Y después de comer nos fuimos a pasar la noche de bodas a Aranjuez. En el tren no tenía manos para integrar tocar, pero ella no me dejaba y decía que esperara. Llegamos tarde que el tren tardaba dos horas en llegar y fuimos directamente a la fonda Lola donde nos alojamos.
No veía el momento de consumar, pues era de facto que había que consumar el matrimonio o se anulaba de hecho. Sin embargo….
En la habitación no había baño, que era comunitario, y sólo había una cama de matrimonio un armario ropero y una palangana con una jofaina. Ella me pidió que saliera para desnudarse y meterse en la cama. Lo hice así y enseguida me dijo que entrara. Yo tenia el mandao con una hinchazón descomunal. Ella apago la luz y me dijo que me desnudase y me metiera en la cama. Así lo hice. Me acosté junto a ella y empecé a tocarla, delicadamente, por sus pechos, por su sexo que era muy frondoso y estaba muy húmedo en su rajita. Ella toco mi miembro y dijo que se sobresaltó, no por lo grande sino por lo duro que estaba. Me puse encima e hice lo que la naturaleza me indicó, pues nadie me dijo como había de hacerlo. Creo que entro algo dentro de ella y digo creo pues pego un chillido de dolor, se la saco y me alejo de ella de un empujón. Encendí la luz y la vi con sus manos en su sexo y llorando de dolor. Tan nervioso estaba que no recuerdo si estaba desnuda o no. Lloraba desconsoladamente y veía correr algo de sangre entre sus dedos, aunque yo estaba extasiado de ver su pelo negro en su sexo. Vi mi miembro y tenía algo de sangre en la punta. Fue la situación tal, que no hicimos más aquella noche, ni la siguiente, ni la siguiente, ni hasta hoy. Fue tal su trauma que dormíamos en dos habitaciones. Y no volvimos a tocarnos.
Nunca me gustaron las putas, ni nunca fui. Nunca más folle. Ahora viejo, enfermo pienso qué coño hice con mi vida si sólo trabajé y nunca follé.
Esa es mi historia. No la repitáis.