Y mi mujer, sin enterarse
Héctor lleva una vida feliz con su esposa. Hasta que, la llegada de la nueva asistenta, da un vuelco en su vida.
Cuándo Bea, su mujer, contrató a Ludmila, Héctor permaneció impasible; su belleza caribeña, contrastaba con sus ojos color miel, haciendo una mezcla de pasión y fuego. Hacía las tareas encomendadas, y él no le prestaba la más mínima atención. Hasta que un día, tuvo una interesante charla con Gonzalo, su mejor amigo.
-Héctor, ¿de verdad estáis tan mal?
-Así es. Bea y yo ya apenas follamos. Siempre está con excusas. Cuándo no es el trabajo, es una jaqueca, o, si no, una visita a sus chismosas amigas.
-Vamos, que tienes la polla a rebosar - Dijo, dando un trago a su cerveza.
-Ni te lo imaginas... Si no follamos pronto, siento que voy a desfallecer.
-¿Y si te vas de putas?
-¿Bromeas? No lo encuentro ni digno, ni atractivo.
-¿Qué piensas hacer? Eres un hombre. Y, la teoría dice que tienes que desfogarte.
-Y lo hago. Siempre que Bea está ausente, me hago mis buenas pajas, no creas.
-No es suficiente... Necesitas algo más.
-¿Cómo qué?
Gonzalo se quedó pensativo. En un gesto que Héctor había visto muchas veces.
-Bueno... Ahora que caigo. Hemos contratado a una sirvienta que...
-Perfecto - Dijo Gonzalo, chasqueando los dedos - Ahí lo tienes.
-No sé, Gonzalo... El único sitio en el que la veo es en nuestra casa.
-Buah... Más morbo, imposible. Fóllatela. Basta con esperar a estar un día a solas.
Héctor, pensativo, se terminó la cerveza.
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A la mañana siguiente, Ludmila llegó un poco más temprano de lo habitual. Beatriz había ido a trabajar, y, Héctor, mientras pasaba unos documentos al ordenador, le dió vueltas a la conversación con su amigo. ¿Sería capaz de ponerle los cuernos a su mujer, con la asistenta, en su propia casa? Miró al pasillo, esperando ver a Ludmila, atareada con las tareas encomendadas; no tenía traje de asistenta, ni nada por el estilo. Vestía pantalones negros y camiseta blanca. Se quedó ensimismado, observándola; estaba pasando el polvo a una estantería. Ajena a él, al caersele el paño, se agachó para recogerlo, y, al hacerlo, un tanga se vislumbró.
"Dios mio... Tiene un culo precioso... Pero no sé si sentirá lo mismo que yo... Es de locos..." Y, pensativo, continuó con el trabajo.
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Al agacharse para agarrar el paño, miró de reojo al señor de la casa, Gonzalo. Estaba muy elegante, trabajando impasible ante su presencia. Fué instantáneo. Nada más verlo, deseó que la follase donde fuese. En la cocina, en el jardín, a la vista de los vecinos... Dónde más le plazcara al señor... Al pensar en eso, sintió un pinchazo en el estómago. Anoche, al llegar a casa, como en anteriores días, se había metido en la ducha, y se había masturbado con el plato de ésta, imaginando las escenas más morbosas con su señor. Imaginó cómo la colocaba delante de él, la lamía los pezones hasta quedar completamente excitada, para después, agacharse y comerle la polla hasta dejarla seca.
"Cómo me gustaría sentir tu dura polla en mi interior", pensó, ruborizándose, mientras agachada, continuaba limpiando el polvo.
Y LO QUE TENÍA QUE PASAR, PASÓ
Aquel día lluvioso, Bea, ataviada en un traje gris, se dispuso a ir al trabajo, como cada día. Héctor se ofreció a llevarla, pero ella declinó la oferta, alegando que había quedado con su compañera para que lo acercase. Ludmila permanecía de pie, frente a la ventana, viendo como se despedían con un casto beso. Pensó en la imagen que tuvo anoche, en su cama. Una imagen de lo más sugerente, que, si tenía oportunidad, aprovecharía.
-Ludmila, voy a ducharme. Por favor, pasa nuestra habitación, cuándo termines aquí.
-Si, señor.
Cuándo Gonzalo desapareció, dejándola en la cocina, no lo pensó dos veces. Se quitó el uniforme, y se quedó en ropa interior. Se sentía sucia, y eso, le encantaba. No iba a demorarlo más. Subió las escaleras, y, al llegar al cuarto de baño, se encontró con la puerta entornada. ¿Casualidad? Prefería no pensarlo. Se asomó, y, las mariposas en estómago, volvieron.
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Gonzalo se duchaba con la imagen del tanga de Ludmila en la cabeza. Esa imagen le atormentó durante los últimos días. Cerró los ojos, bajó su mano a la dura polla, y comenzó a masturbarse. La imagen de Ludmila, le vino a la cabeza. "Ojalá poder follármela bien duro", pensó. Un ruido en la puerta le hizo volverse.
Ludmila le miró con los ojos como platos. El cuerpo desnudo de Gonzalo, frente a ella, hizo que quisiera follársela como un loco.
-Lo.. Lo siento, señor.
Iba a darse la vuelta, cuando la voz de él, la hizo detenerse en seco.
-Ludmila. Pasa y cierra la puerta.
Temblorosa, cerró la puerta con pestillo. Se dio la vuelta, y la mirada lujuriosa de Gonzalo, la atrapó al instante.
-Bonita ropa interior.
-Verá yo...
-Acércate, Ludmila.
Así lo hizo, sus tacones, resonando por el cuarto de baño, excitaron a Gonzalo.
-Quitatelos - Dijo.
Ella se agachó, dispuesta a hacerlo. El, se pasaba la lengua por los labios, excitado.
-Ahora, las medias.
Ludmila se sentó en el retrete, dispuesta a obedecer, mientras Gonzalo, salía de la ducha, con la mano en su dura polla. Ella no quitaba la vista de ahí.
-¿Te gusta lo que ves? - Preguntó.
-Sí, señor. Muchísimo.
-¿Quieres probar?
-Pero la señora Bea...
-No te preocupes por Bea... ¿Crees que no sé a lo que se dedica en la oficina?
Ludmila, abrió los ojos como platos.
-Sí, Ludmila... Esa zorra lleva engañándome dos meses con un compañero.
-Lo... Lo siento, señor.
Acarició la cabeza de Ludmila. Ella, ronroneó.
-¿Quieres chuparmela? - Preguntó, sin más rodeos.
Si esperaba una repuesta verbal, no la obtuvo. Ludmila, bajó la cabeza hacia la polla de Gonzalo, y comenzó a chupar con vehemencia. El, soltó un gemido.
-Eso es, Ludmila. Chupala.
Excitada, comenzó a masajear los huevos de Gonzalo, que ahogó un gemido.
-Eso es....
Al levantar la vista, Gonzalo le hizo una seña con la cabeza, que comprendió al instante: "A la cama".
-Estoy demasiado excitado, Ludmila. Quiero follar tu cuerpo caribeño.
Sin demorarse en exceso, y ya en la cama, Ludmila se quitó la ropa interior, mientras, Gonzalo la escrutaba con mirada felina.
-Déjate llevar - Dijo él.
La colocó a cuatro patas sobre la cama, y dirigió su dura polla al recoveco más preciado de Ludmila. Ella soltó un gemido.
-Lo tienes ardiendo - Dijo comenzando a follársela.
-Su polla hace que me sienta así.
-¿Cuánto llevas espiándome?
-Unas semanas.
-Eres una zorrita.
La polla de Gonzalo comenzó a acelerar, mientras, Ludmila, se masturbaba a su vez. Estaba a punto.
-Me corro, señor. Me corro.
-Córrete, empapa las sábanas. Que vea la zorra de Beatriz, lo que hago contigo.
Se sentía en el paraíso. El duro miembro de Gonzalo, hizo que tuviese un orgasmo más, mientras, su cabeza, que reposaba en la almohada, ahogaba sus gemidos de placer. Levantó la cabeza, al sentir llegar el orgasmo.
-Siiii... qué polla tiene, señor.
-Estoy a punto, zorra. ¿Donde quieres que me corra?
Los dedos de Ludmila, masturbaron su coño, hasta que no aguantó y mojó las sábanas de nuevo.
-Lo quiero en mi cara - Gimió Ludmila.
Gonzalo salió de ella. Se colocó de pie en la cama, mientras, Ludmila, como una gata en celo, gateaba hasta ponerse debajo de él. Sin previo avisó le acarició los testículos y los lamió con vehemencia.
-Que bien lo haces, zorrita.... Me corro...
El semen salió disparado hacia el rostro de Ludmila, que pasó la lengua orgullosa, limpiándoselo.
Desde entonces, tanto Gonzalo, como Ludmila, desean que Beatriz salga temprano a trabajar.