Y mi madre cayó en las redes del Sr. Thompson I
Dedicado. Gracias por los comentarios. No tenía intención de seguir, pero me habéis animado. Continuará. andrescapador@hotmail.es
Y mi madre cayó en las redes del Sr. Thompson I
Durante unos días no hablamos del tema. Yo tenía sentimientos encontrados. Por un lado sabía que mi madre había disfrutado mucho en aquella jornada, pero por otro lado ver como su placer se mezcló con el sufrimiento, bien dosificado, pero sufrimiento al fin y al cabo, mientras era poseída de una forma casi bestial por aquel hombre tan enigmático, me hizo tener una sensación, mezcla de celos y rabia contenida, que me dejó bastante inquieto. Mi madre, no obstante, parecía estar ausente. Yo diría que solo había pensado en el extranjero.
La verdad es que nuestra actitud durante aquellos días era algo tensa, hasta el punto que mi padre pareció darse cuenta de que algo no iba bien. A los tres días, durante la comida, mi padre preguntó que pasaba.
- Lleváis unos días un poco raros, casi ni os habláis. ¿habéis peleado?
- Noooo. Que va ¿porqué lo dices? Es que con el calor que hace este año, a uno se le quitan las ganas hasta de hablar. - Dije yo mostrándome muy natural.
- Si, pero es que tu madre, que siempre se muestra tan condescendiente contigo, perece como enfadada.
- Va. No digas tonterías. Tiene razón el chico. Además, como sabes, justo al día siguiente de venir del pueblo me vino la regla y lo he pasado francamente mal. No tenía ganas de nada. - Dijo mi madre, como echándome un capote.
- Bueno, bueno, hallá vosotros. Pero creí que pasar el fin de sama en le campo con mi primo Paco os animaría algo más. - Dijo mi padre en un tono algo despectivo.
- Oye, oye, que nos animó muchísimo, ¡ya lo creo!. Y te guste o no, lo tenemos que repetir. Allí se está muy bien . - Mi madre dijo aquello como si le hubiera molestado el último comentario de mi padre.
- Bueno, eso ya lo veremos. Hasta el próximo mes no cojo las vacaciones, así que si queréis volver lo tendréis que hacer vosotros solos .
Al oír aquello, mi madre y yo nos miramos, como no dando crédito a aquellas palabras. Estoy seguro que ambos sentimos la misma sensación en el estómago, como cuando algo te sobrecoge inesperadamente. Aquellas palabras dichas por mi padre nos pareció obra de alguna entidad sobre humana. Sentimos que se había obrado el milagro.
- Pero si decidimos ir nosotros, ¿tu no vendrías? - Dijo mi madre casi sin poder contener la emoción.
- No. ¿Te sorprende? Si lleváis dos meses yendo al pueblo con cualquier escusa. Así que si queréis ir solo de visita, yo no tengo inconveniente, siempre que os llevéis a los pequeños. Son unos diablos. No sabéis lo mal que lo paso cuando os vais dos días. La vedad, empiezo a estar harto de estos mostruitos . - Dijo mi padre mirando a mis tres hermanos que comían en silencio.
Todo cambió durante esa comida. La situación se relajó y pareció que la alegría volvía nuestros corazones.
Mi padre se marchó a trabajar al poco rato. Cuando oímos cerrarse la puerta, dimos rienda suelta a nuestra alegría. Nos levantamos y no pudimos reprimir un abrazo que, de no estar mis hermanos delante, seguro que habría habido un intenso morreo. Ambos sentimos que aquel cambio bien merecía una... "celebración". A los niños, que nos miraron extrañados y sonrientes, también los hicimos participes de nuestra alegría, haciéndoles ver que papá nos daba permiso para ir a casa de los abuelos, donde podrían jugar con los primos.
Tras las celebraciones, la euforia se fue calmando. Recogimos la mesa, fregamos y pusimos en una de las habitaciones a los niños con sus juguetes para que estuvieran bien entretenidos y no molestaran.
Luego nos fuimos a su habitación. Allí, sentados en la cama y con la puerta cerrada, hablamos por fin de todo lo acontecido desde aquel fin de semana.
- Mamá. Estos días he estado... pensando... Bueno, quiero decir... Estoy preocupado. - Dije titubeante, sin saber como empezar.
- Perdoname hijo, pero esto días yo también he estado pensando. Dime que te preocupa, mi vida . - Contestó mi madre acariciándome el pelo.
- Bueno, pues... que no se que pensar del Sr. Thompson. Nunca me sentí tan contrariado y tan extraño, como después de ver como te lo hizo. Creo que sentí rabia... no sé, jamás me había sentido así - Contesté intentando ir al grano.
- Lo siento cariño. Yo... Nunca pensé que pudiera haber sido así. Ya sabes que este es nuestro secreto, y quiero compartirlo todo con contigo. Yo también me siento impresionada... por todo esto . - Mi madre dijo esto cogiéndome la barbilla con ternura.
- Mamá, este hombre mi inquieta. Tiene algo que no sabría describir. Es muy enigmático. Desde que lo hemos conocido... parece que todo va a nuestro favor...¿no crees?
- Ahora que lo dices... no lo había pensado... - Y se quedó como dubitativa.
- Dime mamá ¿te ha hecho alguna proposición? ¿te ha ofrecido algo? No se ¿Te ha dicho lo que quiere?
- Bueno... pues, creo que como Paco le ha dicho lo que hago algunos fines de semana allí, me ha dicho que tiene para mi el trabajo ideal para... mis aficiones. Entiendes .
- Si... Claro que entiendo. ¿y tu que opinas?
- Para ser sincera..., me seduce la idea.
- Ten cuidado, mamá, no conocemos a ese hombre de nada, y tampoco sabemos de sus intenciones.
- Tranquilo mi amor, he estado pensando sobre eso.
- Mamá. Dime, ¿Te has enamorado...? quiero decir... de sentimiento. ¿Te has enamorado... de él?
Mi madre me miró con mucha ternura, casi como si pidiera perdón. Vi como su cara se iba enrojeciendo por momentos y al instante su mentón comenzó a temblar. Se tapó la cara con las manos y comenzó a sollozar.
- No me lo puedo quitar de la cabeza, Andres. No lo puedo olvidar . - Dijo muy compungida
- Mamá, no llores, por favor. Tranquilizate. - Intenté tranquilizara, muy sorprendido por su reacción.
- Andrés hijo mio, tu no lo puedes entender... Ese hombre me hizo sentir lo que nadie me ha hecho sentir jamás. Fui plenamente mujer entre sus brazos. Su virilidad, su ternura... y su rudeza controlada me hicieron perder el sentido, y me entregué a él con toda mi alma . - Me confesó entre sollozos y con la cara llena de lagrimas.
Yo tenía el corazón encogido. Por un momento embargó la sensación de que la iba a perder. Le aparté sus manos y enjugué sus lagrimas con las palmas de las mías. La abrace, con el sentimiento con que se abraza a una madre. Estaba sufriendo por amor y eso me asustó.
- Mamá no, no por favor... Te quiero. Te quiero tanto... - Le dije sin saber que más decir.
Mi madre me abrazó la cabeza consciente de mis temores.
- ¡Oh no mi niño...! - Dijo haciendo un esfuerzo por dejar de llorar. - No tienes de que preocuparte. Eres mi hijo. Mi hijo mayor y al que más quiero. Sufrí mucho para traerte al mundo, y por nada ni nadie te abandonaría. Andrés, de otra manera, eres la persona que yo más quiero en esta vida.
Yo no pude más y rompí a llorar. Entonces mi madre me empujó y caímos abrazados sobre la cama. Durante un rato me tuvo con la cabeza sobre su pecho, acariciándome la cara y el pelo consolándome. Cuando me recompuse solo pude balbucear:
- Si te perdiera... yo me moriría, mamá.
Ella no dijo nada. Posó sus labios suavemente sobre los míos y con la punta de su lengua hurgó hasta que yo los entre abrí y pudo colarse dentro mi boca. Comenzamos a besarnos con muchísima ternura. Nuestros labios entre abiertos tan solo se rozaban y juntábamos suavemente la punta de nuestras lenguas. Este ejercicio contenido hizo que saliváramos profusamente y al poco rato la saliva nos chorreaba por la comisura de los labios. Con los ojos cerrados, me sentí arropado y protegido por la mujer más importante de mi vida, y casi sin darme cuenta mi mano comenzó a acariciar uno de sus pechos por encima del vestido.
Mi madre hizo lo propio resbalando una de sus manos hasta posarla sobre mi entrepierna. Sin dejar de besarnos de esa forma tan sensual y llena de ternura, ella comenzó a frotar mi polla sobre el pantalón del chándal que llevaba puesto.
-T e quiero, mi niño. Quiero que sepas que esto -apretó con fuerza mi polla- s iempre tendrá prioridad para entrar mi chocho . - Me susurró echándome prácticamente su dulce y fresco aliento en mi cara.
Luego, apartándose ligeramente, me dijo.
- Espera. No te muevas. Estate quieto mi amor.
Se bajó hasta quedar a la altura de mis caderas, y tirando del pantalón me lo bajó hasta los tobillos. Luego cogió mi polla entre los dedos y la acarició con mucha suavidad. Tenía su cara tan cerca de mis genitales que podía sentir su aliento en mis huevos.
Yo seguía con los ojos cerrados, quería que el único estimulo que percibiera fuera las caricias de mi madre sobre mi polla. De pronto sentí como su lengua lamía suavemente el frenillo y se entretenía hurgando en la salida de la uretra, para luego meter el capullo en su boca.
Comenzó a chuparlo con mucha suavidad. Frotaba sus labios ensalivados contra el glande y lo lamía como si de un helado se tratara. Lamía y chupaba. Chupaba y lamía. Todo lo hacía con pasmosa suavidad mientras jugaba con mis huevos entre sus dedos.
Era tal el placer que me estaba dando que en ningún momento pensé ni tan siquiera en follarla. Creo, como así fue, que ella tampoco pensaba en la penetración en aquella ocasión. Tan solo se limitó a hacerlo lo más suave y lento que pudo con el único fin de prolongar mi placer. Lo consiguió con creces. Ella no masturbaba mi polla, simplemente se limitaba a chupar y acariciar lentamente toda mi verga.
La excitación que me produjo aquello fue tan grande que mi nabo parecía a punto de reventar. Creo que jamás la tuve más gorda que en aquella ocasión. Pero aún así, reconozco que no podía compararla con la del Sr. Thompson, y esto me molestaba..., de alguna forma.
De pronto, en el momento en que tenía metido la mitad del glande entre los labios, y hacía círculos con la punta de la lengua sobre lo alto del capullo, comencé a soltar, convulsionado, chorros de semen que mi madre recibió gustosa en su boca. Lo tragó despacio después de saborearlo, y luego se metió toda mi polla en la boca y la chupó con intensidad, como queriendo sacar hasta la última gota de leche.
Sorprendentemente, mi nabo permaneció duro durante unos instantes. Mi madre, con la polla agarrada con una de sus manos se echó junto a mi y comenzó besarme con ternura. Yo correspondí al beso metiendo mi lengua en su boca. Percibí el sabor, ligeramente picante, de mi propio semen, esto me excitó tanto que la besé con más intensidad.
- Mamá, no se que haría yo sin ti. Creo que me ha convertido en un adicto de tu ser. Te adoro. Eres mi diosa madre.
- ¡Ssssss...! no digas nada, mi amor. Disfruta del momento. - Me dijo con un susurro colocando su dedo sobre mi boca.
- Si, voy a disfrutar del momento mamá. Espera, tumbate. Quiero comerte el coño. Quiero hacer que te corras para que me des a beber esos jugos que me dan la vida.
Ella misma alzó su vestido y se quitó las bragas tirándolas al suelo. Las recogí y las llevé hasta mi nariz, no sin antes percibir que se encontraban empapadas. Las olí profundamente. Ese penetrante olor a sexo de mujer se clavó en mis sentidos como dagas candentes. Apreté los dientes y cerré los ojos para que la sensación fuera mucho más intensa.
Mi madre me miraba con una ligera sonrisa de complacencia, con las piernas dobladas y las rodillas separadas. Solté aquella prenda, reliquia de culto hacia mi diosa, y metí mi cabeza entre sus piernas.
Dios... que visión más hermosa. El coño de mi madre se me mostraba ligeramente entre abierto, jugoso, apetecible, caliente. Con los labios mayores sutilmente inflamados y los menores sobresalientes como laminas de dulce de membrillo. Tuve un sentimiento de adoración místico-religiosa hacia aquel sexo fuente de vida y placer. Acerqué mi rostro con el respeto debido ha algo sagrado, y sacando lo más que pude mi lengua recorrí su raja lentamente de abajo arriba a lo largo de toda su longitud, recogiendo los jugos que ya empezaban a manar de su fuente.
Disfruté de su sabor y luego me aplique, ya sin contemplaciones, a chupar y lamer el coño de mi madre, con la única intención de hacerla disfrutar. Entre lamida y lamida, me entretenía especialmente en su clítoris, extremadamente sensible y endurecido, haciendo que se retorciera de gusto y aprisionara mi cabeza con sus rodillas.
Así estuve durante un rato. Trabajando con mi boca el coño de mi madre, haciéndola estremecer de placer cada vez que un orgasmo explotaba lo más profundo de su ser. Mi cara estaba completamente impregnada de de su caldo, y esto me gustaba y animaba a continuar, hasta que en un momento dado, mi madre se sintió satisfecha. Cogió mi cabeza y lentamente la apartó de su entre pierna.
- Ya cariño, lo has hecho muy bien. He disfrutado mucho amor. Descansa . - Me dijo mi madre, suave y jadeante en tono aprobatorio.
Me tumbé a su lado feliz. Durante unos instantes permanecí acostado boca arriba con los ojos cerrados disfrutando de aquel delicioso momento. De pronto oímos un portazo y carreras por el pasillo. Mi madre se apresuró a bajarse el vestido que lo había recogido sobre el vientre, y yo me coloque el pantalón del chándal como pude. Se abrió la puerta de la habitación y entró mi hermana algo sofocada.
- ¡Mamá, mamáaaa mi hermano no me deja jugar, jooo..! - Se quejó la niña lloriqueando.
- ¡Es que nos lo está rompiendo todoooo! - dijo otro de mis hermanos.
- Venga, venga se acabaron los juegos. - Dijo mi madre levantándose de la cama. - Ala vamos a merendar, que ya es hora. Luego iremos al parque ¿vale? - Les dijo mientras se dirigían a la cocina.
Yo aún permanecí un rato más en la cama. Mientras mi madre daba de merendar a los pequeños me dispuse a ducharme, y cuando terminé de vestirme los niños habían terminado la merienda.
- Anda Andrés, lleva a los niños al parque mientras yo me ducho. Luego me acercaré.
- Venga niños, ya habéis oído a mamá. Ala, al parque. - Y nos marchamos.
Yo me encontraba sentado en uno de los bancos del parque, bajo la sombra de un árbol, cuando vi llegar a mi madre. Parecerá que exagero, pero esa mujer es para mi el sentido de la vida. Se acercaba con esos andares orgullosos y sexy de mujer que se siente deseada. Traía un vestido de tirantes, con los bajos holgados que inflaba la ligera cálida brisa que corría, estampado con coloridos motivos tribales, y un escote que dejaban ver el sugerente canalillo de sus senos. Con el pelo aún húmedo, que aumentaban el volumen de los tenues rizos, hacía que la sensación de exuberancia fuese mayor. Calzada con unas sandalias de tela azul, de unos cinco centímetros de plataforma de esparto y anudadas con una cinta a los tobillos, me parecía una verdadera top model.
- ¡Pero que hermosura de mujer! Dios . - Dije cuando estaba ya al alcance de mi voz.
- ¡Pero que tonto eres! . - Contestó ella esbozando una amplia sonrisa.
Cuando llegó junto a mi, me hice hacia el lado derecho para dejar que se sentara a mi izquierda. Nos sonreímos complemente al tiempo que que se sentaba. Se acomodó, cruzó las piernas y colocó el vestido dejando ver sus rodillas. En ese instante me giré hacia mi derecha y cogí un pequeño paquetito que escondía junto a mi y se lo entregué.
- ¿Que es esto? Peguntó intrigada.
- Nada. Simplemente un detallito para la madre más linda y buena del mundo, con todo el amor de un hijo agradecido . - Dije yo.
Me miró algo desconcertada y curiosa. Quitó el envoltorio e hizo una exclamación de sorpresa cuando vio una peque caja de bombones acompañada de una rosa roja.
- ¡Oh... cariño! ¡Que bonito...! Bombones. Y la rosa a sido todo un detallazo. - Me dijo al tiempo que me daba un piquito en los labios.
- ¡Gracias, mi amor! ¡Me encanta el chocolate! - Dijo.
-¡ Lo sé. Eres muy golosa, picarona! Dije yo.
Mi madre llamó a los niños y compartió los bombones con nosotros, la rosa se la colocó justo en el canalillo de sus tetas. Cuando se terminó la cajita mis hermanos continuaron con sus juegos, y nosotros seguimos allí sentados.
- Por cierto mamá, ahora que me acuerdo. ¿Que manera de contorsionar el cuerpo frente a John? No sabía que supiera bailar así.
Mi madre pareció ruborizarse un poquito.
- Bueno, ahora que lo dices. Creo que no fui consciente de los que hacía. Me salió de manera espontanea. La verdad es que yo también me sorprendí. John tiene algo que cautiva. No se, es como si me hubiese manejado a su antojo. - Reflexionó mi madre con la mirada baja y algo ausente.
- Ya te digo yo que ese tipo es muy enigmático. Ten mucho cuidado mamá. - Dije yo mostrando ligeramente mi preocupación.
Estuvimos un rato más charlando hasta decidimos que ya era hora de regresar a casa. Mi padre estaría a punto de llegar. Llamamos a los niños y nos fuimos paseando. Me gustaba ver que era el centro de las miradas de los hombres que nos cruzábamos. Me sentí orgulloso de ir a su lado. Ya en casa mi madre se dispuso a preparar la cena, yo le ayudaba. Al cabo de un rato oímos que llegaba mi padre.
Nos dispusimos en la mesa para cenar cuando sonó el teléfono. Lo cogió mi padre.
-Si.
- ....
-¡Ah Paco, que tal. Que pasa!
- ....
-Vaya hombre, a mi también me hubiese gustado verle.
- ...
-Bueno, otra vez será.
- ...
-Si está aquí. Nos disponíamos a cenar.
- ...
-Ah, bueno vale, se la paso.
-Toma Inés, es Paco, dice que Rosa quiere hablar contigo.
-Si. dijo mi madre retirándose un poco.
- ...
-¡Ah, eres tú!
...
Si, Si vale, "Rosa", dime.
...
-¿Y tiene que ser este sábado? Es que yo...
- ...
-¡Ah, que es solo para que te "ayude..." a ti.
- ...
-Bueno. Veré lo que puedo hacer, ya sabes... "Rosa"
- ...
-De acuerdo, ya te diré algo... "guapa" Adiós, adiós. - Y colgó el teléfono.
-¿Que te ha dicho? - Preguntó mi madre.
-Nada. Uno que le ha dicho que le hubiese gustado verme. ¡Ba! Y a tí ¿que quería Rosa?
-Bueno ya sabes que este sábado comienzan las fiestas del pueblo, y se le ha ocurrido pedirme que le ayude a hacer los dulces de fiestas, ya sabes, reunión de mujeres. Pero ya le he dicho que no se si podremos ir.
-Ya te he dicho que yo no voy a ir, pero si a vosotros os apetece... - Dijo mi padre mientras daba cuenta de la cena.
Mi madre y yo nos miramos sorprendidos. No pudimos disimular una sonrisa nerviosa en nuestros labios. Mi madre bajó la mirada y ladeó la cabeza, y yo tuve que salir del comedor con la escusa de traer agua.
-Pues..., si no te importa, Andresin y yo podíamos ir. - Dijo mi madre algo tímida, como esperando algún reproche.
-Bien, pero os lleváis también a los niños. - Contestó mi padre, sin ni tan siquiera mirarla.
Tuvimos que hacer un esfuerzo para evitar nuestras miradas. Una emoción especial nos embargó el estómago. Terminamos de cenar disimulando nuestra alegría, y como de costumbre, vimos un poco la tele. Luego nos fuimos todos a dormir.
Aquella noche oí los bufidos de mi padre. La rabia me impedía dormir. Sabía que para mi madre, aquello, con él, no era agradable. Por suerte, sus bramidos de becerro bien encornado cesaron pronto, y al fin pude quedarme dormido.
Continuará.