... y después (IV)
La playa, en verano, puede dar mucho juego...
Después de un par de semanas desde mi fatídica noche de borrachera y el descubrimiento de que Lucas tenía pareja (y era un chico) mi principal aliciente para ir con ganas cada mañana al curso de alemán seguía siendo verme con él.
Y es que por mucho que intentará convencerme de que jamás pasaría algo, por mucho que quisiera pensar que igual estaba empezando algo más serio con Pablo, no podía evitar que me temblara todo el cuerpo cuando me cruzaba con él cada mañana.
Y no nos sentábamos uno a cada lado de la clase. Solíamos sentarnos cerca, también con las chicas. Para Lucas era como si no hubiera pasado nada. Seguía tratándome exactamente igual. Yo, al contrario que él, los primeros días sentía una vergüenza terrible, que dio paso a un sentimiento un poco de impotencia. A pesar de todo, seguía atrayéndome cada vez más, y no solo físicamente…
Esos sentimientos fueron los que me llevaron, los primeros días, a inventar cualquier excusa cuando se proponía un plan fuera de clase. Así al menos no tenía que pasar todo el día con él. Pero luego se me fueron acabando las excusas y las ganas de inventar nuevas, así que empecé a ceder a los distintos planes, que al ser verano, eran muchos y variados. Empecé a quedar para tomar un aperitivo, lo que llevaba un par de horas después de las clases, o para tomar un café o un helado alguna tarde y la cosa acabó en un viernes de comida en el bar de la familia de Lucas.
Acabamos las clases y nos fuimos allí directamente. Lucas podría echar una mano como hacía cada mañana y nosotros haríamos tiempo con unas cañas hasta la hora de la comida.
Nada más llegar, Lucas se cambió, se puso unos vaqueros largos, unas zapatillas cerradas y un polo negro con el nombre del bar. Era el “uniforme” puesto que su hermano llevaba el mismo atuendo. Nos arregló una mesa donde cupiéramos todos y nos trajo unos vasos y la primera jarra de cerveza.
Me fijé en el hermano de Lucas. Se parecían bastante, aunque su hermano llevara el pelo mucho más corto y se le notara mucho más cansado, los rasgos de su cara eran muy similares. Era algunos años mayor que Lucas y eso también se notaba. Compartían el sentido del humor, con un toque demasiado irónico. Y se les escuchaba bromear tanto entre ellos como con algún cliente que debía ser habitual.
Según se iba acercando la hora de la comida, Lucas fue preparando todas las mesas. El bar prácticamente vivía de los menús diarios y ahora en verano de algunas cenas y aperitivos rápidos. El sitio tampoco era muy grande, pero para un par de personas que eran las que normalmente trabajaban allí, era más que de sobra.
Poco antes de que el bar empezara a llenarse apareció la mujer del hermano de Lucas, que lo saludó con un cariñoso beso en la mejilla, y un niño, de unos 3 años, el sobrino de Lucas, Sergio. El niño se tiró a las piernas de Lucas antes incluso de saludar a su padre.
- Siéntalo para que coma, que con lo lento que va y la hora que es, tenemos que cerrar y todavía estará sin comer – le dijo la madre del niño a Lucas.
Lucas lo cargó al hombro y lo llevó a una mesa cercana a la nuestra. Sergio no para de reír y de contarle a su tío todo lo que estaba aprendiendo en sus clases de natación de ese verano. Al rato le sirvió un plato de macarrones delante y, guiñándole un ojo, le dijo: Tu madre dice que no te los sabes comer solo.
Esto fue toda una ofensa para el crío, que inmediatamente cogió el tenedor y pinchando los macarrones fue llevándoselos uno a uno hasta la boca.
De verdad que no sé cómo lo consigues – le dijo Susana, la mujer de su hermano, cuando vio a Sergio comiéndose todo el plato.
No te voy a contar mis secretos – respondió Lucas.
La verdad es que estaba poco atento a la conversación que en la mesa estaban teniendo Ruth y Natalia. Me parecía mucho más interesante ver cómo se comportaba Lucas. Como le hacía guiños y muecas a su sobrino, como se relacionaba con el resto de clientes del bar y como de vez en cuando se acercaba a nosotros con una sonrisa en la boca para preguntar si queríamos algo más.
La hostelería siempre me había parecido un trabajo odioso, pero viendo a Lucas parecía otra cosa.
¿Hola? – sentí que Ruth me daba un golpe en el brazo y me miraba extrañada - ¿Estás o no estás?
Sí, perdona, me había despistado… ¿Qué decíais?
Que si hace una cena mañana en la playa – me dijo Natalia.
Sí, claro, por mi bien – contesté.
¿Cena mañana en la playa? – preguntó Lucas desde la mesa de al lado, pelándole una manzana a Sergio – Yo me apunto, claro.
Bueno, pues ya estamos todos, entonces – dijo Ruth – Faltaría ver como organizamos el llevar algo de comer y de beber.
Yo me encargo de la bebida – se ofreció Lucas – Pero necesitaría una nevera, que no tenemos ninguna.
La pongo yo – le dije – Si quieres vengo por la tarde y lo organizamos todo. Puedo preparar algo de comer, también. No sé, ¿unas tortillas?
Yo hago una ensalada – dijo Ruth – Y que Natalia traiga una de las empanadas de su madre.
Perfecto, pues ya está todo – dijo Lucas - ¿A qué hora te viene bien? – me preguntó.
Sobre las 7, si quieres – vi que su hermano hacía un gesto con la cabeza – O más tarde, cuando me digas…
Sobre las 7 está bien. Después de las comidas estoy libre – dijo levantando la voz hacia su hermano.
¡Hasta que dejes de estarlo! – rió éste desde detrás de la barra.
Comimos paella. La hacía Susana y le salía increíble. Después comimos tarta casera, tomamos unos cafés y nos invitaron a una copa. Lucas consiguió comer algo pasadas las cuatro, cuando bajó un poco el volumen de trabajo. Y cuando hubo recogido todas las mesas se unió a nosotros con su sobrino sentado sobre sus rodillas.
Como ya habíamos quedado para la noche siguiente, el tema de conversación se centró en algunos de los compañeros del curso, en las clases y en los planes para cuando volviéramos a la universidad en septiembre. Al estudiar lo mismo, nos centramos en nuestra carrera, las asignaturas que tendríamos, los profesores, las optativas… El tema logró aburrir a Ruth y Natalia y poco después dijeron que se marchaban. Para mí era un buen momento para decir que yo también debería irme, lo que no era del todo mentira puesto que más tarde había quedado con Pablo. Sin embargo cuando Lucas me dijo que se iba a jugar un rato con Sergio al parque y me preguntó que si me apetecía unirme… no pude decir que no.
Lo único que pensaba y me repetía mentalmente era: tiene novio, tiene novio, tiene novio… Pero lo único que veía era una faceta nueva de Lucas que, por supuesto, me gustaba tanto como las otras.
Me estuvo contando que desde que se había ido su madre parecía que el curro en el bar se hubiera multiplicado. Al ser uno menos, entre el bar y su sobrino, tenían que hacer malabares, para que todos los turnos estuvieran cubiertos y Sergio no se pasara las 24 horas encerrado en el bar.
Aunque reconocía que lo de estar solo en casa era un lujo, y más sin tenerse que preocupar de comidas o cenas, ya que casi siempre comía en el bar.
De su padre no me dijo nada. Y tampoco quise preguntar. Me gustaba pensar que estábamos cogiendo bastante confianza, pero tampoco tenía claro hasta que punto.
Sobre las ocho o así nos despedimos. Él se iba a casa de su hermano, con Sergio y yo me tenía que ir a la mía para darme una ducha si quería llegar a tiempo de salir más tarde con Pablo.
Era curioso lo que me sucedía últimamente con Pablo. Hacía un par de años que nos conocíamos. Nos habíamos liado muchas veces en ese tiempo, pero él siempre dejó muy claro que sólo era eso. Un lío. Yo al principio no lo tenía tan claro. Físicamente me atraía mucho y lo pasábamos muy bien juntos. A pesar de lo claro que él lo tenía, siempre pensé que acabaría siendo algo más. Algo más… estable.
Pero claro, eso nunca pasó. Así que me dí por vencido. Asumí que era lo que era, sin más. Redescubrí a Lucas y empecé a “utilizar” a Pablo para pasar algún que otro rato agradable, muy agradable. Y parece que esto no le gustó nada, porque desde entonces estaba mucho más interesado en que nuestro lío pasara a mayores. Claro que él de esto nunca dijo una palabra, pero era algo palpable. Y ahora yo me preguntaba si estaba bien seguir como hasta ahora sabiendo que probablemente él esperara algo más o si debía ser claro.
Nunca dejará de sorprenderme lo complicado que es el ser humano.
Me duché, cené algo rápido y bajé a la calle a esperar a Pablo. Tardé menos de cinco minutos en verlo aparecen por la esquina, en su moto. Me quedé mirándolo un momento. Sus brazos estaban tensionados, se notaban fuertes igual que su espalda, arqueada sobre la moto. Llevaba una camiseta de manga corta, pero podía ver, o más bien intuir, tanto los músculos de su espalda como los de sus brazos. Mientras lo estudiaba detenidamente empecé a sentir una ligera erección entre mis piernas.
¡Sí que empezaba bien la noche!
¿Subes? – me preguntó Pablo parando la moto junto a mí y tendiéndome un casco.
Sí, claro… ¿Dónde vamos?
Ya lo verás – dijo guiñándome un ojo e intentando sonar interesante, cosa que no ayudó en absoluto a que mi reciente erección fuera a menos.
Subí a la moto e hice todo lo posible por no abrazarme a él, que una cosa era que parecía que había cambiado y otra ponérselo todo en bandeja.
Condujo hasta unos chiringuitos que se encontraban en la playa. El sitio era agradable, rollo terraza y con el mar de fondo. Además, siempre cabía la posibilidad de perderse en la oscuridad de la playa. Lo malo es que las terrazas solían estar bastante llenas y eran algo más caras de lo normal. Pero bueno, tampoco era plan de empezar la noche poniendo pegas.
Conseguimos un hueco en el último rincón. “Genial, pensé, encima tardarán una hora en servirnos”. Pablo debió notar mi gesto de disgusto, por se apresuró a buscar el lado positivo para decirme: Tendremos más intimidad.
Sonreí. No es que normalmente sea la persona más positiva del mundo, pero es cierto que últimamente estaba más pesimista de lo que era habitual en mí.
Pedimos un par de mojitos e iniciamos una agradable conversación. Esa era otra de las cosas que más me gustaban de Pablo, se podía hablar con él de cualquier cosa. Era dos años mayor que yo y estudiaba arquitectura, aunque siempre decía que no había elegido el mejor momento para hacerlo, lo llevaba bastante bien. Compartíamos varias aficiones, como la música y el deporte. Así fue como empezamos a quedar los dos solos, podíamos pasar horas hablando sin que nadie se metiera en nuestras conversaciones.
Esa noche no fue diferente. Bueno, igual un poco sí, porque Pablo seguía buscando cualquier excusa para entrar en contacto conmigo. Ponía su mano sobre mi muslo, o se acercaba hasta que sentía su aliento en mi oído (cosa para nada necesaria, puesto que la música no lo requería), o posaba su mano sobre la mesa, junto a la mía para que sus dedos me acariciaran levemente.
Todo esto sumado a que no paraba de insinuarme cosas más que excitantes hicieron que después de la segunda copa, y cuando llevaba un buen rato provocándome y pasando su lengua sobre sus labios, no lo pudiera evitar y me tirara como un loco a buscar su boca. Intentó hacerse el sorprendido, pero pude ver como sonreía satisfecho. Otra vez volvía a tenerme justo donde él quería. ¿Qué pasaba conmigo?
Diez minutos después estábamos en la playa, bastante alejados y cubiertos por un muro que nos separaba del paseo. Sin ningún tipo de preliminar, Pablo tiró de mis hombros hacia abajo mientras se desabrochaba sus pantalones. Y así, con los pantalones y la ropa interior por los tobillos, guió su pene hacia mi boca.
Quise empezar una mamada lenta, para que pudiera disfrutar tranquilamente, pero lo que tenía en la cabeza era algo mucho más salvaje. Sin casi darme tiempo a que mi boca se acostumbrara al tamaño de su miembro fue moviendo mi cabeza y haciendo sus embestidas cada vez más constantes. A pesar de no ser la idea que tenía, reconozco que no me disgustaba. Y a Pablo debía disgustarle menos que a mí, porque unos minutos después pude sentir todo su semen en el interior de mi boca.
Lo tragué, le di una palmada en el culo todavía desnudo y me senté apoyando mi espalda sobre el muro.
Lo siento… Es que no sabes como me has puesto ahí dentro.
Tranquilo, no pasa nada – respondí a su intento de disculpa.
Seguro que se nos ocurre alguna cosa – contestó sentándose a mi lado y guiando su mano hacia mis vaqueros. Sonreí.
Sí, seguro que sí.
Antes de haber acabado la frase, él ya había desabrochado mis pantalones e intentaba meter su mano dentro de mis calzoncillos. Sonrió cuando notó mi erección y lentamente inició una paja que ni yo mismo hubiera hecho mejor en ese momento.
Fue todo lo contrario a lo sucedido 10 minutos antes. Acercó su boca a la mía, casi de manera cariñosa, y juntó sus labios con los míos en un beso lento, suave. Su mano había aumentado un poco el ritmo, pero seguía siendo pausado, y sus labios pasaban de mi boca a mi cuello, perdiéndose algunas veces en el lóbulo de mi oreja.
Suspiré, no podía hacer otra cosa, y busqué los labios de Pablo perdidos ahora por mi cuello. Lo vi sonreír mientras se dejaba guiar. Como ya tenía lo que quería, mis manos se perdieron por su espalda, por encima de la camiseta. Me encantaba esa espalda.
Más rápido – susurré encima de sus labios después de un rato. Y es que aunque me encantaba todo lo que estaba sintiendo, mi nivel de excitación estaba al máximo, y necesitaba correrme. Cuanto antes.
¿Cómo? – escuché que decía Pablo, separándose un poco.
Más rápido, no puedo más – ante su mirada extrañada, fui más específico – Necesito correrme, no me hagas suplicarlo.
Sería divertido, ¿no crees? – dijo parando por un momento.
Por favor… - volví a insistir, llevando mi mano sobre la suya y obligándole a seguir. No hizo falta más. Pablo incrementó el ritmo y poco después estaba intentando no gritar mientras echaba la cabeza hacia atrás y llenaba su mano con mi corrida.
Ahora a ver qué hacemos con esto – escuché que decía Pablo divertido, mientras yo intentaba que mi respiración volviera a calmarse.
Espera… creo que tengo un pañuelo… en algún sitio…
Cuando llegué a casa vi que tenía un mensaje de Lucas en el móvil. Quería saber si podíamos quedar media hora más tarde, para poder ducharse y no escaquearse muy temprano del bar. Aunque hacía un par de horas que lo había enviado, contesté que por mi parte no había problema y nos veríamos allí.
Y así fue. Puntual, a las siete y media, crucé la puerta del bar con la nevera en la mano. Lucas aunque ya estaba cambiado, estaba sirviendo un café a uno de los clientes. Por la charla, debían de ser conocidos al menos. Me quedé un poco parado, no queriendo interrumpir la conversación, pero Lucas me llamó para que me acercara.
Lo tengo todo aquí preparado – dijo sacando unas botellas de cerveza, sangría y refresco - ¿Crees que será suficiente?
Creo que hay de sobra – comenté – Es más, creo que te has pasado.
Mejor que sobre – dijo el chico al que le había servido el café Lucas.
Pues sí – sonrió él – Nosotros nos vamos, esto se queda solo – gritó Lucas a su hermano, que estaba en la cocina- Mañana nos vemos por aquí – le dijo al chico dándole la mano.
Eso será si la fiesta no es muy grande – respondió éste.
Anda, vámonos – me dijo cogiendo la nevera- que si éstos se enrollan no llegamos a la playa.
Nada más salir a la calle notamos el cambio de temperatura. A pesar de ser más de las siete, seguía haciendo un calor asfixiante. Tanto, que lo primero que pensaba hacer al llegar a la playa iba a ser darme un baño. Lucas debió pensar lo mismo, porque después de pasarse la mano por la nuca corroboró mi pensamiento usando las mismas palabras.
Se suponía que las chicas ya estarían allí por la hora que era, sin embargo, cuando nosotros llegamos al punto de reunión, todavía no había nadie. Nos quedamos charlando, y ya no se si eran cosas mías, pero cada vez notaba más complicidad con Lucas. Además, había empezado a notar que estaba mucho más cercano, y tenía gestos que no le veía con otras personas. Yo percibía mucho más contacto, pero ya no sabía si era porque sólo me fijaba en eso, o porque realmente lo había.
La llegada de Ruth y Natalia me despejó un poco e hizo que dejara de pensar obsesivamente en Lucas. Lo primero que hicimos fue buscar un sitio solitario donde descargar. Y luego, decidimos ir a darnos un baño. Ruth dijo que ella pasaba y se quedaba vigilando las cosas, así que nosotros tres nos desvestimos y no tardamos en salir corriendo al agua.
No pude recrearme mucho viendo a Lucas en bañador, pero tenía un cuerpo que no estaba nada mal. No muy trabajado, pero bastante en forma. Eso sí, el bañador de sugerente tenía poco. Era uno de los de toda la vida, casi por la rodilla que lo dejaba todo a la imaginación porque enseñaba más bien poco.
Tampoco es que yo llevara un bañador mucho más excitante, pero quizá sí que era un poco más corto que el suyo. Eso sí, ver el agua resbalando por su cara y su pelo, por su pecho… lo compensó todo.
Empezamos con los típicos juegos que se hacen en el agua. A Lucas no le costaba demasiado cargar a Natalia sobre sus hombros para volver a meterla de cabeza o hacerle alguna ahogadilla. Yo participaba más bien poco, porque me parecía mucho más excitante centrarme en él. En sus brazos, en su recién descubierta espalda y en su pecho. La verdad es que estaba mucho mejor de lo que daba a entender con sus camisetas y sus bermudas típicas de cada día.
Cuando Lucas se cansó de jugar con Natalia, ambos vinieron a meterse conmigo, pero un par de roces de Lucas fueron suficientes para que comenzara a excitarme. Por suerte, vi que Ruth se levantaba y estiraba las piernas y me vino perfecto como excusa para salir del agua antes de que mi erección fuera a más. Tampoco era plan de estar ahí aguantando sabiendo que luego no pasaría nada de nada.
La cena transcurrió según lo esperado, entre bromas y risas. Para mí, los roces de Lucas cada vez eran más evidentes. Su mano cada vez más se posaba sobre mi hombro, o sobre mi pierna, sus ojos me buscaban constantemente y sus sonrisas y sus guiños no pararon en todo el rato.
Llegó un momento en que me planteé si realmente estaba intentando ligar conmigo, o si todo eran imaginaciones mías. Y la verdad es que no tenía ni idea.
El calor seguía, y tener a Lucas tan cerca empezaba a ponerme nervioso, así que me levanté, me quité la camiseta y les dije que iba a darme un baño. A pesar de la hora que era, el agua seguía caliente del sol de todo el día. El silencio pesaba sobre el mar, solo se oía el murmullo de las olas y algunas risas y voces de otras personas que hacían lo mismo que nosotros. Según me fui adentrando, cada vez veía menos y estaba más oscuro, pero era relajante.
Me tumbé boca arriba y respiré profundamente. Cuando levanté la cabeza, vi que alguien se acercaba donde yo estaba. Era Lucas. Cuando le faltaban unos metros para llegar, se sumergió y apareció justo delante.
Su pelo se había pegado a su frente por el agua, tenía gotas que le resbalan y caían otra vez al agua. Me miró, entornando los ojos y con una media sonrisa en la boca. Tuve que contenerme para no besarle en ese momento. Y es que aunque lo deseara, si él estaba con alguien, yo no me iba a meter.
Me dijo que hacía calor, que no refrescaba ni de noche, y alguna tontería más. Intenté responderle con todo el sentido del que fui capaz, aunque cada vez me costaba más que salieran las palabras de mi boca. Estaba intentando formar una frase algo más elaborada cuando le escuché hablar.
- ¿Me vas a besar ya?
Cerré los ojos, pensé en lo que había escuchado. No podía ser. No fueron más que unos segundos, pero cuando los volví a abrir, vi como Lucas se acercaba, como acercaba su cara a la mía, me cogía por la nuca y guiaba mi cabeza hacia sus labios.
Los noté sobre los míos. Hacían gusto a sal, a mar. Fue un beso casi tierno, sin prisa, sus labios rozaban los míos delicadamente, su lengua apenas los rozaba. Sin duda, era el mejor primer beso que había tenido hasta el momento. Solo quería disfrutarlo, empezar a participar, porque el arranque de Lucas me había dejado totalmente parado. Pero cuando intenté separar mis labios y acercar su cuerpo un poco más recordé al chico de su casa. No podía liarme con Lucas sin más, debía aclarar las cosas.
Lo separé un poco. “Para un momento”, creo que llegó a salir de mi boca. Sin embargo él volvió a sonreírme, una de sus manos jugaba con mi pelo, la otra intentaba estrechar mi cintura para pegarme más contra él.
- ¿De verdad quieres que pare? – le oí decir. Y no, claro que no quería que parara, pero no estoy seguro de que las palabras llegaran a salir de mi garganta.