... y después (II)

Cuando el alemán pasa a ser algo secundario.

Se suponía que después de algo más de una semana levantándome a las 7 para ir al curso, por mucho verano que fuera, mi cuerpo se habría acostumbrado, pero nada más lejos de la realidad. Cada vez que sonaba el despertador, abría un ojo y veía la luz por la ventana, a pesar del calor, de que no corriera nada de aire y de que la cama no fuera el mejor sitio para evitar asfixiarme, lo único que quería era dar media vuelta y seguir durmiendo… Y es que siempre me había costado madrugar y siempre necesitaba 10 minutos más para plantearme salir de la cama.

Después de una ducha y de un café, ya podía funcionar todo el día. Además, el curso resultaba cada vez más ameno, tuve buen ojo con el profesor, y hacía que se nos pasaran las más de dos horas volando y, poco a poco, habíamos empezado a coger confianza entre nosotros. La clase era más participativa, y en los descansos podías conseguir alguna buena conversación.

Solía juntarme con Lucas, las dos amigas que se sentaba casi siempre delante de yo me sentaba, y la chica que se sentaba con Lucas. Todos éramos estudiantes, y más o menos de la misma edad, así que pronto empezó a surgir la idea de hacer algo algún día después del curso. Como ir algún día a la playa y comer por allí, o tomar algo por la tarde. Yo dejé claro desde el principio que en cualquiera de las opciones no tendría problemas, pero Lucas y Ruth, una de las dos amigas, se mostraban más reacios. Lucas trabajaba en el bar y Ruth también trabajaba algunas horas sueltas.

A pesar de eso, conseguimos ponernos de acuerdo para tomar algo el jueves. Ruth seguía sin tenerlo muy claro, pero Lucas dijo que por él no había problema y yo hice presión para hacer una primera quedada de prueba, ya que viniendo él, para mí, era más que suficiente.

Quedamos en vernos por la tarde, sobre las ocho, que era cuando la temperatura parecía que quería empezar a bajar y se podía salir a la calle. Como suele ser habitual en Alicante, quedamos cerca del ayuntamiento, en el centro, donde se juntan varios bares, terrazas y pubs. Llegué el primero, cosa rara porque con mis amigos solía ser de los últimos. Como no habíamos quedado en ningún bar en concreto, no quise sentarme no fuera a ser que el resto no viera donde estaba, así que me esperé de pie, escuchando música con el móvil.

Unos minutos más tarde, vi como Lucas llegaba corriendo. Venía con el pelo mojado, por lo que supuse que se acababa de duchar, y llevaba unos vaqueros, sus eternas zapatillas de lona y una camiseta de manga corta. Sin embargo lo que más me llamó la atención fue su olor. Llevaba una colonia fresca y suave y a la vez muy masculina. No sabía si era la primera vez que la usaba, o si nunca había reparado en ello, pero lo cierto es que desde ese momento, cada vez que huelo esa colonia o alguna parecida, viene a mi mente la imagen de Lucas de esa noche.

Se acercó disculpándose, me tendió la mano, y me explicó que aunque su hermano le había dicho que únicamente tenía que cubrir el turno de la comida en el bar, las cosas se habían liado y no había podido dejárselo hasta las 7.

  • Y claro, al menos tenía que ir a casa a darme una ducha rápida, porque después de estar en el bar y con el calor que hace…

  • Sí, claro, no te preocupes. Hacía nada que había llegado y veremos si las chicas tienen excusa también, porque son las que más se están retrasando…

  • Bueno, no dejan de ser chicas, verdad? – dijo sonriendo y poniendo los ojos en blanco.

Vimos aparece a Ruth por la misma esquina por donde había venido Lucas corriendo. Era una de las dos chicas que estudiaban magisterio. Nos dijo que Natalia, la otra chica, al final no había podido venir y preguntó si sabíamos algo de Carla.

Yo negué con la cabeza y Lucas hizo lo mismo, pero añadió que la llamaría por si había ocurrido algo. Mientras decidimos sentarnos e ir pidiendo algo frío para beber. Todavía no nos habían servido cuando llegó Carla y se unió a nosotros.

La noche fue bastante bien, visitamos un par de bares donde servían tapas y prácticamente cenamos. Lucas era muy divertido, y Carla no se quedaba atrás, así que Ruth y yo estuvimos riendo toda la noche. Notaba mucha complicidad entre Lucas y Carla, tanta que hasta empecé a sospechar que alguno de los dos quería algo más. Pero, aunque no estaba seguro, me sonaba haber visto alguna vez por la universidad a Lucas algo más cariñoso de lo habitual con algún chico. Tampoco nunca nada escandaloso, pero si lo justo como para hacerme dudar. Lógicamente no era algo que fuera a preguntarle abiertamente, al menos esa noche.

Sobre las once Carla dijo que ella se marchaba, y Ruth se unió a ella diciendo que alguien tendría que ser responsable, ya que al día siguiente volvíamos a tener curso bien temprano. Lucas hizo un gesto de disgusto y dijo que no le apetecía nada ser responsable y me miró esperando que me uniera a él, no se si por ver si las chicas se animaban a seguir un rato más o para que nos quedáramos los dos aunque ellas se marcharan.

Yo fui sincero y dije que de responsabilidad, en verano, solía andar bastante escaso, así que si quería podíamos seguir un rato más viendo como se animaba el barrio… Intentó convencer a las chicas, pero fueron firmes y no hubo manera de que se quedaran, así que se  marcharon juntas.

  • Pues parece que hemos resultado ser las ovejas negras del rebaño… - le dije cuando nos quedamos solos.

  • Eso parece… Si quieres podemos intentar ser responsables y marcharnos para casa… Después de todo, mañana vamos a tener que madrugar… - Lucas no lo dijo muy convencido, y resultó menos creíble cuando le hizo un gesto al camarero para que nos volviera a servir – Aunque dormir una hora más o menos tampoco va a cambiar mucho las cosas, no? – dijo riendo.

No pude menos que reír con él, y es que era verdad. Así que seguimos un rato más en el bar, charlando, sobre todo, de la carrera, que era lo que más en común teníamos, y un poco menos, de cosas más personales, aunque sin entrar en grandes confidencias. De momento nos quedamos en criticar un poco a nuestros hermanos, él tiene un hermano mayor, bastante más que él (reconoció abiertamente que sus padres se “encontraron” con él cuando no lo esperaban) y yo tengo una hermana pequeña. Y como suele ocurrir con los hermanos, sean como sean, dan mucho juego.

Me volvió a quedar claro que Lucas tiene un sentido del humor increíble, y hasta la anécdota más tonta la contaba con mucha gracia. Al marcharse Carla dudé si él seguiría en la misma tónica, o si había resultado tan gracioso porque ella le daba pie. Pero estaba claro que no.

La noche iba cayendo, entre risas y alguna que otra cerveza. Lo único que la enturbiaba un poco, era que había empezado a recibir mensaje de Pablo y parecía que no tenía intención de parar. Cada vez que sonaba mi móvil, lo miraba con cara de fastidio. Después del tercero o del cuarto, Lucas se acercó y me dijo:

  • Qué pasa? No avisaste a tu novio que hoy ibas a salir con tus compañeros de clase? – la verdad es que Lucas, con su comentario me pilló un poco en fuera de juego.

Estaba claro que yo nunca había escondido que era gay. Pero una cosa era no esconderlo a mis amigos, o incluso a algunas personas de mi familia, y otra que fuera algo que todo el mundo sabía. A pesar de no esconderme, consideraba que era bastante discreto y dudé de cómo él podía saberlo.

  • Siempre se pone un poco celoso cuando me quedo hasta las tantas con un chico guapo y hay más de una cerveza de por medio – respondí cuando me repuse un poco

La risa de Lucas fue franca y sincera e hizo que yo también me riera. Me dio un ligero golpe en el hombro cuando se repuso de las carcajadas y añadió:

  • Bueno, puedes decirle que esté tranquilo, no me gusta andar con algo que no es mío ni aprovecharme de jovencitos que no toleran la cerveza – dijo esto guiñándome un ojo y volviendo a reírse.

Sólo pude sonreír. Y me culpé por haber sido tan estúpido. Por un lado, no había podido confirmar que fuera gay, aunque me parecía más que evidente, y por otro, y lo que me parecía más grave, no había desmentido que Pablo fuese mi novio. Por lo tanto, seguía estando como al principio

Cuando nos quisimos dar cuenta, eran cerca de las 2. Yo había recibido un par de mensajes más de Pablo y aunque veía como Lucas se reía disimuladamente, no volvió a dar pie para que la situación se aclarara algo más.

Decidimos ser responsables e irnos a casa, así que subimos por la rambla y después cada uno se fue en una dirección hacia su casa.

En todo el camino no pude quitarme a Lucas de la cabeza. Había estado con él tres años en clase, en todo ese tiempo, nunca había compartido mesa con él, no había realizado ningún trabajo y prácticamente no había hablado. Me parecía un chico tímido, callado, que iba a la suya y que pasaba bastante de todo. Y en un par de semanas, todo eso se había venido abajo. De hecho, me caía mejor que algunos de mis compañeros de clase con los que había pasado cada día desde primero.

Había descubierto una forma de ser completamente distinta, y ni que decir tiene, que me parecía mucho más atractivo de lo que lo había visto nunca. Incluso guapo, por qué no decirlo. Y ese olor… nunca había conocido a nadie que oliera como él.

Seguía pensando en lo mismo cuando llegué a casa. Y mientras me cambiaba y me desvestía para meterme en la cama, me dí cuenta de que lo que había empezado como un pensamiento inocente, había ido haciendo que me calentara y estaba empezando a excitarme.

Quise quitarme a Lucas de la cabeza y dormirme. Hacía varias horas que debería estar durmiendo y, sinceramente, no me apetecía empezar a tener fantasías con Lucas. Pero cuanto más intentaba cerrar los ojos y relajarme, más me venía su imagen a la mente, más recordaba su olor y su risa y, por descontado, más me excitaba.

Suspiré, ignoré todo lo que estaba pensando, y empecé a acariciarme el pene lentamente. Terminó de ponerse erecto mucho antes de que pudiera intentar siquiera pensar en otra cosa, así que cuando empecé una masturbación lenta pero firme, seguía teniendo a Lucas en la cabeza. En mi vida, había pasado muchas horas masturbándome, y sabía cómo me gustaba hacerlo, aún así, esa noche intenté acelerarlo y en vez de demorarme con un inicio pausado, deleitándome en recorrer toda mi polla una y otra vez, le dí un poco de ritmo.

No habían pasado ni un par de minutos cuando mi respiración fue subiendo en intensidad y mi mano con ella. Intentaba acabar lo antes posible, así que no me entretuve con nada que no fuera mi mano subiendo y bajando una y otra vez, una y otra vez. Hasta que, con un gemido ahogado, me corrí manchando mi mano y mi abdomen. Saqué un paquete de pañuelos del cajón de mi mesilla de noche, me limpié lo mejor que pude y ni dos minutos después caí rendido en la cama.

Después de todo, no había sido tan mala idea.

A la mañana siguiente no podía tener peor cara. Lo único que me consolaba es que a las 12 estaría en casa y podría dormir y que era viernes, lógicamente. Nada más entrar en clase, tanto Carla como Ruth no dudaron en hacerme saber que tenía una cara horrible, y que nunca habían visto a una persona con esas ojeras en verano y de vacaciones.

  • No os metáis con él, sólo quiso hacerme compañía y lo pagó caro, el pobre – oí como decía Lucas entrando por la puerta.

Cuando me giré para reírle la gracia me quedé más sorprendido todavía. Nadie habría dicho que se había acostado cerca de las 3. Estaba exactamente igual que cada mañana. Se sentó encima de la mesa, a mi lado, y cuando se giró hacia mí me guiñó un ojo y me dijo: no les cuentes nada, así la próxima vez se tendrán que quedar. No pude menos que sonreír, y aunque sentí como me sonrojaba un poco, como nadie hizo ningún comentario ni pareció notarlo, supuse que eran cosas mías.

Y es que estaba empezando a no reconocerme. Me había colado por muchos chicos antes (Pablo era claro ejemplo de ello) pero  mi manera de actuar nunca había sido esta. No es que me considerara el tipo más guapo del mundo, ni que pensara que todos iban a caer a mis pies, pero siempre trataba de llevar la iniciativa. Si no toda, al menos algo, un leve tonteo, dejar caer algún comentario… Con Lucas no sólo no estaba actuando como solía hacerlo, sino que me daba cuenta que muchas veces me cortaba. Hasta en las situaciones más absurdas!

Estuve dándole tantas vueltas al tema, que el sábado, sin meditarlo demasiado, llamé a Pablo y le propuse vernos en su casa. No se negó y cuando llegué a su casa, pasamos directamente a su habitación. Ambos sabíamos por qué estaba allí, sabíamos a lo qué había ido, y ninguno tenía intención de perder el tiempo con preliminares absurdos.

En cuanto se cerró la puerta, Pablo se abalanzó sobre mí y me tiró encima de la cama. Empezó a besarme con fuerza, de una manera un tanto brusca, introduciendo su lengua en mi boca de una forma muy poco sutil. Yo respondía como podía mientras intentaba sacarle la camiseta y desabrochar sus pantalones. Lo conseguí en los escasos segundos que paró para tomar aire y luego, ya desnudo, se volvió a lanzar contra mi boca.

Es cierto que no nos veíamos desde el viernes anterior, pero notaba un ansia desconocida en él. Otras veces había pasado mucho más tiempo entre nuestros encuentros sexuales.

Pablo dejó de besarme para desvestirme. Seguí tumbado sobre la cama, ya desnudo, mientras Pablo empezaba a recorrer todo mi cuerpo con caricias, besos y algún mordisco en el sitio adecuado. Me estaba dejando hacer, pero necesitaba que todo fuera un poco más rápido. Cuando noté sus manos sobre mi pene, acariciándolo, subiendo y bajando lentamente, intenté relajarme y disfrutar. Pero cuando sentí que lo introducía en la boca y empezaba una mamada lenta, no me pude contener. Cogí su cabeza con ambas manos e intenté que fuera más rápido. Él se dejaba hacer, y aceleró tal y como yo se lo estaba marcando.

Para ser justos, Pablo podía ser muchas cosas, y tener muchos defectos, pero no saber hacer una buena mamada no era uno de ellos. Sabía como utilizar su lengua y sus manos cuando su boca dejaba alguna parte libre. Sabía cómo y dónde apretar y en qué momento hacerlo. Creo que fue una de las cosas que más me enganchó a él.

En esas estaba, disfrutando e intentando que mis gemidos no fueran demasiado descarados, cuando me di cuenta que, de seguir así me correría pronto. Sin saber por qué, una imagen de Lucas cruzó por mi mente, y debo reconocer que eso me desquició un poco. Desde hacía un par de días, toda la situación me estaba desquiciando.

Me incorporé de la cama, pedía a Pablo que parara y lo levanté para volver a besarlo. Aproveché su desconcierto (no solía cortar una mamada de raíz) para ponerme detrás de él y presionar levemente sobre su espalda para que se pusiera a cuatro patas. No iba a ser la primera vez que lo penetrara, ni la primera vez que llevaba las riendas, pero quizá sí que estaba siendo un poco menos amable que otras veces.

Por suerte, Pablo no era de poner muchas pegas, y se dejó hacer, y disfrutó, mientras jugaba con mis dedos y mi lengua sobre su ano. Cuando me hizo saber que estaba listo, me puse un condón y apoyé mi pene despacio, pero firmemente. Empecé a introducirlo, cuando había entrado algo más de la mitad, lo retiré y volví a meterlo, y así inicié un vaivén constante. Primero lento, intentando que se acostumbrara y disfrutara, tampoco tenía intención de que el pobre lo pasara mal, pero poco a poco fue aumentando, y las embestidas eran cada vez más rápidas.

Otras veces le masturbaba mientras, o le acariciaba la espalda o la nuca, dejaba caer algún beso… Pero ese día, en ese momento, sólo tenía una cosa en la cabeza: penetrarle. Y era lo que hacía. De manera constante, con las manos sujetando firmemente sus caderas y marcando el ritmo. No había lugar para nada más que no fuera entrar y salir de su ano, una y otra vez.

Noté como Pablo se iba excitando cada vez más y empezó a masturbarse él mismo. Bajó más la cabeza y apoyó el codo en la cama para poder mantener el equilibrio, y empezó a mover su mano al mismo ritmo en que yo le penetraba. Notaba su respiración cada vez más agitada y sus gemidos iban siendo menos disimulados. Y al poco tiempo, vi como se corría sobre su mano y sus sábanas.

No tardé mucho más, mi nivel de excitación también estaba por las nubes, y poco después acabé, y con la respiración todavía entrecortada, me dejé caer sobre su espalda. Entonces sí que le besé el cuello y jugué un poco con su oreja, hasta que Pablo volvió a gemir. Me aparté y dejé que volviera para seguir besándome.

Estuvimos bastante rato besándonos y acariciándonos, más de lo que solía ser habitual en nosotros, hasta que finalmente nos fuimos durmiendo. Desperté cerca de las cinco de la mañana. Recogí mi ropa y me vestí en silencio. Me acerqué a sus labios y lo besé suavemente.

  • Tengo que marcharme, no puedo pasar la noche fuera sin haber avisado – le susurré.

  • Estás seguro? – preguntó abriendo un poco los ojos.

  • Sí – le dije volviendo a besarle.

Asintió, se acomodó de nuevo en la cama y siguió durmiendo. Salí de su casa haciendo el menor ruido posible y me fui caminando hasta mi coche. Apoyé la cabeza en el asiento y sonreí. Realmente lo había disfrutado.